Anecdocuento
¡Feliz Navidad! (Anecdocuento)
A pesar de lo incómodo del safari y lo pesado de las botas, de regreso venía contentísimo, hasta que un intenso escalofrío le empezó a recorrer como un tsunami toda la superficie del cuerpo.
La Thunder Mix (Anecdocuento)
Aquello no podía ser. Prendí la lámpara de noche para precisar de dónde provenía el descomunal estruendo que puso a los vidrios de las ventanas a sonar.
Un vaquero en carnaval
Por supuesto yo no estoy exento de tales situaciones, al contrario estoy claro en que las cosas se nos pierden o extravían por las razones que lo hacen, y que algunas se recuperan, otras sencillamente no.
Zaperoco, el Lacónico (Anecdocuento)
Su desperolado nombre no había terminado de retumbarle en la intimidad de su mente.
Killer (Anecdocuento)
Killer por su parte también ha cometido sus tropelías, todas realizadas con su cara de yo no fui.
El quinto pasajero (Anecdocuento)
Al llegar a la esquina Juancito pisó el acelerador a fondo y viró a tal velocidad que los hizo bambolear a todos adentro, incluso a un quinto pasajero cuya presencia ellos ignoraban.
Sigue volándote
Siempre nos volábamos en grupos de tres o cuatro, pero una vez, a pocos días de haber llegado un temible sargento de apellido Freites, decidí hacerlo solo.
Por culpa del Cerelac (Anecdocuento)
Una compostura que no tuve ningún chance de guardar la vez que sin previo aviso y sin el menor control se prendió un tiroteo en pleno porche de mi casa.
El Macaco y Mistolín (Anecdocuento)
Son primos, ambos de dieciocho, y dignos representantes de la flojera más alevosa del barrio, que los mantiene a distancia de todo cuanto signifique consumo de energía.
Rafa Colmillo y la mata mardecida (Anecdocuento)
Por su parte el filólogo español Roque Barcia trata de explicarla mediante las frases, maldecido vicio y maldito vicio. Maldecido vicio quiere decir que es un vicio inmoral, censurable, feo.
El perro y la gallina (Anecdocuento)
Era el ruido de la muerte y el aterrado bípedo lo sabía, así que respondió acelerando de tal manera que atrás quedaron plumas flotando en el aire que de inmediato se enrareció con presagios de fatalidad.
El destino de una hoja (Anecdocuento)
Todos mis lados, de norte a sur, de este a oeste, por delante y por detrás, toda yo era un oscuro y ordenado montón de grafito.
Entre Pegones y Fruta de Burro (Anecdocuento)
La pilada de maíz, la repasada del arroz, y hasta la cortada de las uñas de los pies que eventualmente tuvo que hacerle a una de las matronas de aquellos lares.
Síntesis de una noche sin luz (Anecdocuento)
Justo en ese momento, en el tris mágico que separa el sueño de la vigilia, sucedió lo que daba por sentado que ya no sucedería: se fue la luz.
La atrapada milagrosa (Anecdocuento)
Para completar los veinte bolívares de la apuesta del juego tuvimos que recurrir a la caridad de la tía de uno de nuestros jugadores, vecina del terreno donde se escenificó el encuentro y donde hoy se yergue el Central Madeirense.
Las habichuelas del terror (Anecdocuento)
Un día de estos de semana flexible Covidio iba para su casa con el aliento en estado bochornoso rebotándole del pedacito de tela a la nariz, y viceversa, una incomodidad insoluble que supuestamente ha salvado tantas vidas como los más celebrados avances médicos.
Fatalio Nicotín (Anecdocuento)
Fatalio Nicotín es un tipo cuya vida se diluye en los extremos del frío invernal de la indiferencia y las brasas del vicio, todo enmarcado en un desorden colosal.
Milagro en el páramo (Anecdocuento)
Aunque lo primero que pensaron fue que era un accidente también temieron que se tratara de un señuelo para un asalto, lo cual no era ni lo uno ni lo otro pues el sujeto a quien correspondía aquella cápsula corpórea lo que estaba era inmerso en una pea intergaláctica que le había dejado seco de fuerzas para llegar a destino.
El vuelo del águila negra (Anecdocuento)
Inconforme pero resignado al estigma de la banca se dispuso a matar el tiempo caminando por los pasillos donde un pote de jugo vacío tirado en el suelo le recordó sus ansias de goleador y le lanzó una patada.
Yo maté a Kennedy (Anecdocuento)
Cuando leyó en el periódico la noticia de la mortandad de los perros, un velo de palidez cubrió su rostro, y un sentimiento que no terminaba de ser culpa ni comenzaba a convertirse en pena se apoderó de su alma.