Opinión

¡Feliz Navidad! (Anecdocuento)

A pesar de lo incómodo del safari y lo pesado de las botas, de regreso venía contentísimo, hasta que un intenso escalofrío le empezó a recorrer como un tsunami toda la superficie del cuerpo.
lunes, 08 enero 2024

José Feliciano creó la canción en su casa del sur de California mientras trabajaba en un álbum de Navidad para la RCA. Corría el verano de 1970, y José acababa de regresar de Puerto Rico donde un tío suyo le había regalado un cuatro con el que comenzó a improvisar notas y algunas palabras, que sin darse cuenta se convirtieron en Feliz Navidad.

Eran las mismas notas, la misma letra y la misma voz que Rafelito, de siete años, escuchó varias veces aquel 24 de diciembre de hace varias décadas, confundida con las detonaciones de los triquitraquis que lanzaban sus amigos en la calle, como lo hacen casi todos los niños en esa fecha.

Antes de las seis de la tarde ya se había puesto su estreno, compuesto principalmente por un safari color ladrillo sobre una camisa de inmenso cuello tipo ala delta que solo necesitaba un golpecito de viento para ponerlo a circular entre las nubes decembrinas, una botas vaqueras color vinotinto y otras prendas de vestir nuevas cuyas características se ajustaban más a la personalidad de su padre que a su propio gusto, pues para Rafelito eran lo mas feo que se había puesto jamás, opinión que por razones de seguridad personal debía mantener circunscrita a lo más íntimo de su mente y rigurosamente sometida al claustro de su amplia cavidad bucal.

Cuando salió de su cuarto embutido en aquella vestimenta, su padre, que ya llevaba varias horas de avance en espirituosa celebración navideña, lo llamó para presentárselo con orgullo a varios amigos con quienes estaba jugando dominó, y –a falta de sencillo- le dio un billete de cien bolívares para que fuera a comprar una torta de casabe, autorizándolo además para que comprara cualquier otra cosa que quisiera para él, lo cual fue una sorpresa magnifica que tuvo el poder de reducir considerablemente la incomodidad de andar vestido con ropa de cazador urbano, y que además funcionó como un potente combustible para salir corriendo para la bodega, donde pidió la torta de casabe, dos chiclets que eran como unos mechuzos largos llamados papaúpa, tres cajitas de triquitraqui para explotarlos más tarde y un sobre de cool aid para compartir.

A pesar de lo incómodo del safari y lo pesado de las botas, de regreso venía contentísimo, hasta que un intenso escalofrío le empezó a recorrer como un tsunami toda la superficie del cuerpo.

En la mano derecha llevaba la bolsa con el casabe, en la otra los papaúpas, los traquitraquis y el cool aid, pero por más que buscó en los múltiples bolsillos del safari y del pantalón, jamás encontró lo más importante. De eso vino a darse cuenta demasiado tarde para devolverse, pues ya su papá lo tenía a la vista.

No me digas nada –dijo el papá, con la nariz enrojecida por la ingesta-, por la cara que traes me lo imagino: ¡botaste el vuelto!

En efecto, la búsqueda resultó infructuosa, así que lo mandaron a quitarse la recién estrenada indumentaria y a acostarse hasta que despuntara el sol del nuevo día.

Pero antes de que eso ocurriera, con los ojos hinchados por el caudaloso llanto, Rafelito estuvo escuchando durante toda la noche a sus amigos explotando petardos y gritando de alegría, mientras que proveniente de la sala también escuchó varias veces la canción de Feliciano, que continuó sonando sin parar al compás del sueño que tuvo con su regalo de San Nicolás.

viznel@hotmail.com

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