Opinión

Entre Pegones y Fruta de Burro (Anecdocuento)

La pilada de maíz, la repasada del arroz, y hasta la cortada de las uñas de los pies que eventualmente tuvo que hacerle a una de las matronas de aquellos lares.
lunes, 16 agosto 2021

Por 1943, año en que Mahatma Gandhi se declaró en huelga de hambre en protesta contra la presencia británica en la India; en el que el boxeador Jack la Motta venció por puntos a Sugar Ray Robinson; y el mismo en que nacieron Janis Joplin y Soledad Bravo, mi mamá, con poco más de siete abriles de existencia solía hacer largas jornadas de camino por los fértiles campos que circundan Tumeremo.

Lo hacía junto a sus hermanas y una amiga que siempre las acompañaba, y aun cuando no eran precisamente recorridos de placer, ellas se las arreglaban para que los oficios de adultos que hacían en fundos ajenos fueran lo más parecido a divertidos juegos de niños, aunque valga decir que para entonces ya se le empezaba a manifestar el carácter y la voluntad que hasta el sol de hoy gracias a Dios sus hijos podemos apreciar en ella, con las variantes que naturalmente se derivan de la acumulación de vueltas en el calendario.

La pilada de maíz, la repasada del arroz, y hasta la cortada de las uñas de los pies que eventualmente tuvo que hacerle a una de las matronas de aquellos lares, entre otras de las múltiples tareas que les asignaban, no era recompensada con dinero sino con ocumo, batata, maíz, cambur, frijol, yuca, y cuánta especie podían cargar en sacos de regreso al pueblo. El tejido de los sacos era ensartado con varas para distribuir la carga sobre los lánguidos hombros de las cargadoras, que debían detenerse cada vez que eran vencidas por el agotador esfuerzo de la transportación.

Una de aquellas jornadas fue memorable, pues arrojó dos bajas en el grupo. Mientras descansaban a medio camino comiendo guayaba y otras frutas silvestres, a una se le ocurrió alborotar una colmena de pegones que provocó una estampida en todas direcciones, produciéndose la primera baja que tuvo que ser auxiliada con urgencia para despegarle la cantidad de insectos que le tomaron la cabeza por asalto.

La segunda sobrevino durante otra parada de descanso. Como si con el incidente de los pegones no les hubiera bastado, decidieron probar la extrema flexibilidad de un árbol conocido como Fruta de Burro al cual doblaron lo máximo que pudieron, y se encaramaron sobre el tronco para luego tirarse todas a la vez cuando mi futura madre (a la sazón líder del grupo aun cuando no era la mayor) dijera, todo con la única intención de observar el efecto que la súbita liberación del peso debía producir en el árbol. Infortunadamente una de ellas no escuchó el aviso y quedó sola, a merced de las leyes universales de la física.

La mata se enderezó violentamente como impulsada por una fuerza invisible, catapultando a una de mis prototías hacia un punto indefinido del cielo, literalmente convertida en un proyectil humano que surcó un segmento del espacio aéreo tumeremense antes de caer entre unos matorrales de forma tan aparatosa que las asustó lo suficiente para vaciar los sacos con la mayor de las premuras, e improvisar con ellos una camilla para trasladar a la novel aviadora directo al dispensario del pueblo, adonde llegaron con las lenguas de corbata y más engrasadas que palo de gallinero.

Del libro Anecdocuentos y otras especies, del mismo autor.

viznel@hotmail.com

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