¿Y si cambio? Perdona tu yo del pasado y empieza a ser feliz
Si hay algo que nos martiriza es la culpa por los errores del pasado, por decisiones que hoy consideramos poco acertadas, por haber permitido maltratos físicos o emocionales.
Nos recriminamos por no haber hecho lo que “debíamos” hacer o no hacer lo que sí “debíamos” hacer. Una de las formas de saber que estamos atascadas en el pasado y en el resentimiento interior es darnos cuenta de las veces que nos decimos a nosotras mismas frases como:
“Yo debí haberlo pensado mejor”
“¿Cómo es posible que permití que me tratara así?, eso me da mucha rabia conmigo”
“¿Cómo pude soportar tanto?”
“¿Por qué no reaccioné a tiempo?
“¿Por qué le volví a creer?”
“¿Cómo fui tan tonta y tan ciega?”
“¿Cómo perdí tantos años de mi vida?”
“¿Por qué dejé de hacer tantas cosas que quería, por creer en él (ella)”?
Esta forma de pensar causa desgaste, cansancio y agotamiento mental, emocional y espiritual. Además, afecta la salud física y psicológica, pues dan origen a cuadros depresivos y ansiosos que impiden avanzar y le dan vida a la sensación de estancamiento, frustración y rabia con uno mismo.
Para lograr una mejor salud mental y emocional, es necesario perdonar ese yo del pasado que por las razones que sean, tomó decisiones que hoy le pesan.
¿Qué tal si a partir de ahora gestionas un proceso de reconciliación personal y le das un nuevo sentido a tu vida y retomas el camino de tu bienestar, paz y felicidad interior?
¡Somos eternos aprendices!
Todo proceso de crecimiento pasa por etapas. Pretender tener el conocimiento, la experiencia, la habilidad y la capacidad de resolver conflictos o tomar decisiones acertadas en todo momento es una ilusión de quienes no han comprendido que somos seres en permanente crecimiento y evolución.
En la infancia tenemos creencias y comportamientos de niños, en la adolescencia vamos desarrollando el pensamiento crítico, pero aún no estamos listas, la juventud llega con el deseo de libertad, independencia y ganas de comernos el mundo, lo cual nos conduce a la toma de decisiones basadas en lo poco que conocemos, en las herramientas que tenemos en ese momento y con la convicción de que es lo mejor que podemos hacer.
Queremos aprender de nuestras propias experiencias y aunque quienes nos aman nos advierten de los riesgos y peligros, “estamos seguras” que nos irá bien y que lograremos cambiar el futuro, a las personas y que a “nosotras no nos va a pasar lo mismo”. Es la inocencia de los años que aún no identificamos, de manera que actuamos según nuestra intuición y nuestras ganas de hacerlo bien, quizá con rebeldía, pero con la intención de sentirnos libres, autónomos e independientes.
De manera que no tiene sentido quedarse ancladas en las decisiones que tomó la yo del pasado, con la información que tenía. Es lógico pensar que hoy lo haría diferente, claro, porque ya se dio cuenta que de aquella forma el resultado no es el más conveniente, pero ¿cómo lo descubrió? Sólo después de haberlo vivido.
Así que, arrepentirse de lo hecho cuando teníamos menos edad, menos experiencia y menos información es absurdo. Lo único que puede ayudarnos a obtener otros resultados son los aprendizajes ocultos que hay en cada experiencia, porque son ellos los que nos hacen mejores personas, más maduras, más conscientes y más felices.
Una nueva esperanza: Perdonarnos para ser nuestros sabios maestros
Una de las lecturas que sigo diariamente es Un Curso de Milagros, un texto de crecimiento personal y espiritual que encierra profundas lecciones de amor, aprendizaje y transformación. En la Lección 192 del Libro de Ejercicios, reza un versículo “¿Quien mantenga prisionero a otro prisionero, puede ser liberado? Un carcelero no puede ser libre, pues se encuentra atado a quien tiene preso. Tiene que asegurarse de que no escape, y así pasa su tiempo vigilándolo.
Y los barrotes que mantienen cautivo al preso, se convierten en el mundo en el que su carcelero vive. Sin embargo, de la liberación del preso depende que el camino de la libertad quede despejado para los dos” y la llave para lograr esa liberación es el perdón.
No sigamos perdiendo tiempo y vida, manteniéndonos presos en nuestra celda mental y espiritual. Liberémonos de la esclavitud del dolor, el sufrimiento, el resentimiento, el miedo, la tristeza y la ira. Una de las formas de hacerlo es:
· Aceptar y reconocer que hicimos lo que pudimos con los recursos que teníamos.
· Redireccionar la experiencia. Es decir, concederle un nuevo significado.
· Hacernos consciente que somos maestros y alumnos en el devenir de tu vida.
· Reconocer que la sabiduría no está en tener más conocimiento, sino en hacer lo que se tiene que hacer, cuándo, cómo, dónde y con quién se tiene que hacer. Es tomar acción en conciencia plena.
· Cambiar de actitud, soltando la queja, el victimismo y buscar ayuda, porque solos no podemos.
· Orar, meditar y hacer silencio interno para reencontrarnos con nuestro ser interior.
¡Démosle la bienvenida al nuevo yo, que nace gracias a los aprendizajes del yo del pasado!
Yamilet Pinto
Psicóloga
@yamiletpinto
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