¿Y si cambio? La familia sana se construye y se logra cuando sanamos las heridas
¿Quién no ha soñado con una familia donde se agradezca el amor, la compañía, los apoyos y se valore todo lo que cada miembro entrega?
¿Quién piensa que la familia no es lo más importante en su vida?
¿Quién no desea llegar a su casa y respirar paz, calma, tranquilidad y amor?
Esto no es utopía ni un sueño imposible de alcanzar, es una realidad que puede palparse, tanto como los logros profesionales, académicos, empresariales, laborales o económicos que hemos alcanzado, gracias a los cambios significativos, necesarios y prioritarios que hemos hecho para ello.
¿Qué nos impide hacer los cambios, igualmente, significativos, prioritarios e importantes que nos permitirán lograr la sanidad familiar que deseamos?
La familia sana, funcional y asertiva que busca permanentemente el bienestar de todos, puede lograrse en la medida que cada uno de sus miembros, especialmente los padres, tome conciencia del papel que juega en ese propósito.
No es romanticismo, tampoco utopía, es un hecho palpable que cuando sanamos nuestras heridas internas, podemos dar un paso al frente y reconocer errores, faltas, frustraciones que nos permitan, desde ese nuevo nivel de conciencia, sanar y transformar nuestras vidas y la de nuestra familia.
Si nos comprometemos a revisar interiormente qué es eso que no nos permite ser feliz, perdonar y evolucionar, seguramente descubriremos algunas experiencias, patrones y heridas que pueden ser sanadas, transformadas y transmutadas y volver al amor verdadero de familia, para darle sentido a su significado.
El amor se demuestra, no se pregona
El amor de familia no se llena con frases como: “ustedes son lo más importante para mí”, cuando la verdad es que no dedicamos tiempo para escuchar a nuestra pareja ni a nuestros hijos, tampoco abrimos espacio en nuestra agenda para caminar o compartir con ellos.
A veces, pensamos que con regalos costosos se demuestra el amor, cuando en realidad éste se encuentra en los pequeños detalles: respeto, afecto, gratitud y amor. Sin esos ingredientes, cualquier obsequio pierde sentido.
La familia necesita ser escuchada, respetada y valorada, por lo cual los valores deben ser rescatados, de manera que podemos comenzar:
- Respetando la dignidad del otro.
- Expresando nuestra admiración por ellos.
- Agradeciendo la decisión de que estén a nuestro lado.
- Reconociendo la esencia de cada miembro, sin compararlos con vecinos, primos o hermanos.
- Dejando de maltratar, golpear, insultar o abusar sexualmente de los niños, adolescentes o adultos del hogar.
- Reconociendo frente a ellos los errores y pidiendo perdón.
- Evitando jugar con los sentimientos del otro.
- Diciendo la verdad de tus sentimientos y juntos, en familia ayudarse.
- Valorando la confianza como factor principal de la relación.
- Perdonando y comprometerse a seguir sanando.
- Soltando el deseo de tener la razón, juzgar y criticar.
- Comprendiendo la brecha generacional y cultural.
- Aprendiendo a comunicarnos asertivamente, tanto para hablar como para escuchar.
- Aceptándonos con nuestras luces y sombras.
- Practicando la oración juntos.
No me estoy refiriendo a familias perfectas, clara estoy que no existen. Tampoco me refiero a querer cambiar de familia o a la familia. Me refiero a familias, cuyos representantes, se dan cuenta que pueden hacerlo diferente, en pro del bienestar de todos, que se comprometen a una convivencia sana, respetuosa, cariñosa, en paz y en calma. Llena de solidaridad, apoyo y conciencia de lo que juntos podemos lograr.
Sanan los padres, sanan los hijos
Sanar las heridas del pasado es un reto personal que se logra con determinación, decisión y valentía. Es un proceso psicológico que asume cada persona.
Puede ser que se haya sufrido los embates del alcohol, la droga, la ludopatía, el exceso de trabajo, el abandono, el rechazo y los golpes en la infancia, pero eso no justifica que se continúe multiplicando ese modelo que está dejando niños, adolescentes y adultos con depresión, ansiedad, adicciones y familias frustradas por carecer de la calidez de un hogar sano.
La salud de la familia comienza con nosotros. Empecemos cuidándonos a nosotros mismos, espiritual, física y emocionalmente. Es la única manera de poder cuidar a otros.
Reconciliémonos con nosotros mismos y aprendamos a perdonarnos, a querernos y a respetarnos, eso es clave para lograr el cambio que la familia necesita. Busquemos ayuda para eso. No nos quedemos sólo con un libro, un video o con amigos, esos son excelentes recursos, pero no son suficientes. Es momento de enfrentar la herida y sanar.
Liberemos el cuerpo y la mente de viejos rencores. Ya sabemos que nuestro cuerpo sufre cuando lo sometemos a esa carga de energía llena de ira, rabia y resentimiento y eso no contribuye a la salud de la familia.
Sanemos juntos, recordemos que nadie pasa por esta vida sin cometer errores, castigarnos eternamente por ellos y castigar a otros por sus errores, sólo llena el alma, la mente y el cuerpo de dolor y amargura.
¡Recuperemos la felicidad y la paz, que sólo proviene de una mente tranquila que sigue evolucionando!
Yamilet Pinto
Psicóloga
@yamiletpinto
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