Relatos de la Justicia: Ya no me harán más daño
Apenas despertó escuchó los ruidos en la cocina, que eran propios de los días sábado, el plan limpieza general era una norma inquebrantable de mamá en el que estaban todos incluidos, si usted pertenecía a esa familia sabía que ese día se lo dedicaría exclusivamente, a cumplir las órdenes de la jefa de qué limpiar y cómo hacerlo, no había excusas de edad o de tareas más importantes, había que asear la casa si o si, so pena de ganarse un castigo como el que ya se había ganado por tener la suerte de quedarse dormido un día sábado.
¡Ya sabes que hacer! Le dijo con voz autoritaria mientras le señalaba con su dedo inquisidor la puerta del baño principal, no hubo buenos días ni gestos de cariño, el haberse quedado dormido le merecieron esta vez el castigo de asear todos los baños, entró a acicalarse y aún con el sabor del dentífrico tomó los implementos y sin esperar otro castigo más severo comenzó con su faena.
No importaba cuanto esfuerzo le imprimiera con sus pequeñas manos no podía lograr que desapareciera esa mancha de agua en el retrete, ella pasó rauda por frente aquel baño devenido en celda de castigo y sin importarle el esfuerzo de aquella voluntad de apenas siete años de edad, ingresó intempestivamente y sujetándolo por el mentón fuertemente le sacudió la cabeza, a la par que le increpaba: ¿Cuántas veces debo decirte que primero se remoja en blanqueador?
Como pudo ahogó aquellas lágrimas que estaban a punto de brotar, tomó el recipiente y cumplió la orden directa sin chistar.
Así transcurrían los días en aquella mazmorra de crueldad infantil, sus hermanos mayores ya adoctrinados para entender órdenes con una simple mirada jamás cuestionaban nada, su marcada diferencia de edad y la devoción con la que complacían en todo a mamá le convertían en sus celadores, todo aquello que hiciera mal era una acusación directa que llegaría de inmediato a su conocimiento y de ipso facto el cruel castigo.
Pero en ese esquema de opresión había que abrir una ventana que evitara el colapso y así también disminuir el ruido de los rumores de los vecinos, esos mismos días sábado pero en la tarde y luego de culminar con las tareas castigo, se les permitía salir al frente y jugar con chicos de la cuadra, quienes ya conocían la rutina militar a la que eran sometidos sus amigos los de la casa quinta.
Los sábados tenían para él la dualidad amor-odio, en la mañana estaba la enfermiza rutina pero en la tarde, se abría la puerta a la libertad, así esa libertad no tuviera más espacio que la calle del frente, como si fuese el patio de una prisión le permitía ver el cielo, imaginar épicas aventuras más allá de esos reducidos linderos, eran horas para soñar despierto, aun y cuando en esas escasas horas era también vigilado celosamente por sus hermanos espías.
Hubo un día sábado que le hizo probar un poco más de esa libertad, desde ese día todo cambió en él, a pesar de su escasa edad, sus deseos de ser libre le llevaron a transgredir la irrestricta norma de no traspasar los linderos de juego, la tentación de conocer más y de dejarse llevar por lo nunca visto, lo empujaron a seguir a hurtadillas a su grupo de amigos que se aventuraron ese día en ir hasta la quebrada.
La quebrada era un sitio que hasta ese día solo existía en su imaginación, cada sábado de juegos sus amigos se encargaban de contarle historias de todas sus aventuras en ese mítico lugar.
Se trataba de una vieja quebrada que atravesaba el pueblo de oeste a este y que se encontraba algo retirada de su zona de juego permitida, pero esas historias y el deseo de vivirlas personalmente, le valieron la voluntad de irse sigilosamente tras aquel grupo del que también debía esconderse, pues uno que otro de sus amigos en el pasado también sirvió de espía y acusador con su autoritaria madre, por tanto debía ser muy precavido sino quería ser víctima de un alto castigo por semejante osadía.
Esperó que el grupo se adelantara y con el corazón a punto de estallarle de euforia y miedo y emprendió el camino tras ellos. Se ocultaba tras las esquinas de las casas y de allí observaba al grupo nómada, en ocasiones cuando se acercaba mucho, se quitaba los zapatos para que las pisadas no le delataran con el crujido de la arenisca de las calles.
Poco a poco se fueron adentrando a los dominios verdes y frescos de la quebrada, el crujir de los bambús cuando se mecían con el viento le hicieron sobresaltar, nunca antes había escuchado un ruido similar ni había visto semejante planta gigantesca, sus ojos se extasiaban de lo nuevo, sus sentidos todos estaban al cien por ciento en percepción, su olfato y piel comenzaron a sentir ese olor a musgo y esa humedad propia de zonas fluviales, obviamente jamás estas sensaciones habían sido captadas por él en el pasado.
El sonido del agua corriendo fue lo más preciado en ese momento, aun no podía ver entre los matorrales la anhelada quebrada, pero ya se presentaba ante él de manera sonora, como si le estuviera dando la bienvenida a alguien que deseaba conocerla.
Los gritos y las risas de los amigos le obligaban a ser más cauteloso en su peregrinación, se detuvo un rato bajo un mango hasta que no escuchó más las risas, prosiguió su camino y tras una pequeña loma que declinaba el camino, estaba su deseada quebrada como símbolo de su ingenuo pero auténtico sueño de libertad.
Sus ojos se llenaron de placer visual, el agua cristalina se arremolinaba entre las piedras que dibujaban una suerte de canal natural, creando la espuma que llegaba apenas disipada hasta una pequeña poza que bordeaban los altos bambús, de este lado de la margen el paso humano había delineado un camino que se adentraba hasta donde la espesura de la naturaleza sellaba todo ruido externo a aquel ecosistema.
Decidió acercarse hasta la orilla de la quebrada y meter sus pies en sus cristalinas aguas, su frescura y fuerza le llenaron de valor y aun sin saber nadar decidió introducirse más y más hasta donde la profundidad de la poza se lo permitiera.
De pronto al seguir caminando la calidez de la arena bajo sus pies se transformó en una superficie más fangosa, esta sensación jamás experimentada le generó cierto miedo y se detuvo, ya sin darse cuenta estaba justo en medio de la poza y aún con el miedo por lo desconocido, con alegría súbita comenzó a agitar vigorosamente sus brazos contra el agua a la par que reía eufóricamente, lo había logrado, había conocido por sus propios medios la quebrada de las historias hasta ese día de fábula, quería quedarse allí para toda su vida, lejos de la crueldad y el inclemente encierro.
Estuvo en ese lugar por un largo período de tiempo, su éxtasis por lo nuevo lo mantuvo tan entretenido que no supo cuánto llevaba allí. De pronto algo en la otra ribera llamó poderosamente su atención, observó que unas escaleras de concreto conectaban con un sinuoso camino que se adentraba ladera arriba hasta desaparecer tras un portón de madera con una inscripción donde se leía: propiedad privada.
Como pudo caminó sobre ese fangoso lecho y dando brincos para no quedar sumergido por la parte más profunda de la poza llegó hasta el otro lado, salió del río y la brisa fresca contra su ropa mojada le erizó la piel del frío, subió las escaleras y llegó hasta el portón empujó un poco y se dio cuenta que estaba sin seguridad, lo traspasó y caminó un poco por el sendero de arena y piedras y al pasar el bosque de bambú observó aquella impresionante mansión blanca rodeada de árboles frutales y de techos de tejas ocre.
Jamás había visto una casa de descomunal tamaño y belleza, su estilo colonial y las manchas de moho en alguna de las cornisas le hacían ver en un estado de abandono. Observó que se encontraba en el traspatio de la casa, los grandes ventanales reflejaban solo el verde de los bambús y la espesura del bosque que le flanqueaba.
De una de esas ventanas, justo en una esquina inferior apareció la figura de un niño tras sus cristales, su rostro aunque algo pálido mostró afabilidad con el inusitado visitante, le hizo un gesto de saludo el cual fue respondido recíprocamente, le hizo señas para que se acercara hasta la puerta que conducía la casa hacia el traspatio, una vez allí observó al interior y del lado izquierdo emergió la figura del niño nuevamente, a lo alto de unas escaleras que conducían hasta la parte superior de la vivienda.
Desde allí lo invitó a subir, ya no lo hizo con un simple gesto sino que le habló: “Sube quiero mostrarte la vista desde acá”, con cierto temor accedió a la petición ingresando a la vivienda y tomando las escaleras que conducían hasta su interlocutor.
El pasamanos de la escalera acusaba no haber sido aseado en buen tiempo, su experiencia en la limpieza del hogar le dio suficiente referencia para saber que no se le dedicaba en buen tiempo, una buena dosis de detergente y esponja a esa residencia.
Una vez en la planta superior el niño anfitrión le esperaba al final del largo pasillo, donde la luz incandescente de los ventanales le hacía intuir que se abrían espacio a la zona más iluminada de ese recinto.
Al llegar hasta el pequeño lo observó con más detalle, su tez pálida y su negro cabello le daban un espectral aspecto, sin embargo la calidez de su tono de voz y su rostro amigable le restaban enigma a su naturaleza.
Lo tomó de la mano y le mostró un gran balcón que tenían justo al frente caminaron hasta el barandal y de allí podía observarse toda la costa serpenteante de la quebrada, pudiendo verse incluso la poza de su reciente alegría, lo que le hizo advertir que la sensación de sentirse observado en ese momento, pudo deberse a que su nuevo anfitrión ya le prestaba atención desde antes.
Unos gritos y unas rizas burlonas le previnieron, provenían del traspatio, le sujetó nuevamente de la mano y lo condujo hacia una de las esquinas del balcón, se agacharon y entre las gruesas barandas de cemento blanco, observó al grupo de sus amigos, habían entrado a la propiedad en total algarabía, algunos traían consigo mangos que comían copiosamente mostrando sus amarillos vestigios en los cachetes y boca, otros llegaron rompiendo los ornamentos que adornaban aquel traspatio en una inequívoca gesta vandálica.
El chico de tez espectral le susurró al oído: “son malos, me han hecho daño” y mostrándole hacia una fuente con vestigios de abandono señaló a dos de ellos que extraían algunos peces de colores y los llevaban en bolsas transparentes “también se llevan mis peces”.
En ese instante recordó una vez cuando los vio regresar de la quebrada, haciendo alarde de que habían pescado peces de colores, ahora entendía de donde obtenían el colorido botín de sus vandálicas travesías.
El enigmático niño comenzó a contarle todas las maldades que estos pequeños vándalos hacían en su casa, se robaron todos sus juguetes, dañaban la propiedad cada vez que iban. “Pero eso será hasta hoy, ya tengo un nuevo amigo”.
La conversación que hubo a continuación permitió que se respondieran varios enigmas, no vivía solo, según este, unos tíos lejanos y muy malvados se encargaban de su cuido, su padre era un político que había huido y desde donde se encontraba le enviaba ayuda, ayuda que llegaba cada vez menos pues estos malévolos familiares le dispensaban crueles tratos al punto de hacerle vivir en ese inusual abandono.
De la nada comenzó un fuerte aguacero, el cielo se tornó en minutos tan oscuro como la noche, las gruesas gotas hacían sonar las vetustas tejas ocres del techo, como un cuero seco que es puesto a freír en aceite hirviente.
De pronto se sintió un gran estruendo desde la margen derecha de la quebrada, como si un gran alud de tierra se viniera abajo desde lo alto, ambos corrieron hasta la parte más norte del balcón para observar, como de manera súbita la quebrada sufría una agresiva crecida, tan fuerte que duró apenas segundos para alcanzar al grupo de vándalos que se apresuraban en cruzarla, llevándoselos y arrastrándolos completamente con ella corriente abajo.
La angustia le apretó el pecho, supo de plano que ya se había ganado el peor de los castigos, no iba a tener posibilidades de regresar por la crecida de la quebrada y mucho menos iba a tener explicaciones ante el hecho de que sus amigos habían sido arrastrados por la corriente con destino impredecible.
Supuso que esta vez el castigo iba a escalar posiciones inimaginables, hasta su vida misma estaría ya en riesgo doblemente, bien por si intentaba regresar por la quebrada o bien si lograba llegar a casa, de ninguno de los infiernos iba poder librarse, ello le hizo arrancar en llanto.
Una melodía infantil de una pequeña caja musical llamó su atención, se escuchaba desde el interior de la vivienda, caminó hacia el sonido y de pronto se halló en medio de una habitación con motivos infantiles, allí estaba el enigmático niño sosteniendo la caja musical, “es lo único a lo que no pudieron hacerle daño” la colocó sobre una mesa y tomando por ambos brazos su nuevo amigo mostró idénticas marcas de maltrato a las que exhibían su huésped, “sé que a ti también te han hecho mucho daño, pero ya no más”, tienes razón, le respondió y tomando la caja musical entre sus manos dijo para sí mismo “Ya no me harán más daño”.
Las sirenas de los equipos de rescate y de la policía del lugar no dejaron de sonar durante todo el fin de semana, el Prefecto del Pueblo decretó estado de emergencia por la desaparición del grupo de menores, que habían sido visto el día sábado camino a la quebrada, aunque se sumaban a otra desaparición de un menor en extrañas circunstancias.
A primera hora del día lunes dieron el parte policial menos esperado, habían encontrado los cadáveres de los desaparecidos en una de las zonas más intrincadas ubicada a kilómetros aguas abajo. Sin embargo aún no se daba con el paradero del último menor de los desaparecidos, ese cuyo destino aún se desconocía.
Pasaron algunos días para que previa la orden de un juez, se apersonara una comisión policial a la residencia del menor desaparecido, la noticia conmocionó aún más a la colectividad, un largo proceso judicial iba a enfrentar la madre del menor, a la que luego de leídos sus cargos por maltrato infantil, le fue también impuesto el cargo por inducción al suicidio.
Una nota suicida encontrada dentro de una caja musical al lado del cadáver del niño, hallado en una casa abandonada en la ribera norte de la misma quebrada, que días antes había cobrado la vida del grupo de menores.
La reveladora nota y los hallazgos de los forenses de lesiones de vieja data en el cadáver del menor, fueron tan solo algunos de los elementos que se tomaron para armar el caso en contra de la abusadora madre.
“Curioso que haya escogido el niño ese enigmático lugar para su lamentable deceso”, dijo el detective a cargo de la investigación, pues en ese mismo lugar fue donde veinte años atrás, hayamos muerto al hijo del diputado prófugo, quien murió producto también de los excesos y abusos de su padre.
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