Sucesos

Relatos de la Justicia: Busquen a mi hijo

¿Acaso Ahmed participó en la desaparición de su hijo y buscaba encubrir a alguien? ¿Pero qué sentido tendría entonces que el mismo fuera quien tercamente insistiera por años en que las autoridades le buscaran?
viernes, 24 febrero 2023
Helen Hernández | Los restos de ese niño que encontraron, no podían pertenecer a ningún hijo de Ahmed

El aullido de un perro le hizo despertar de sobresalto, su respiración estaba acelerada, sudaba frío y la habitación le resultó mucho más oscura que lo habitual.

El infernal animal no dejaba de aullar, los sonidos emulaban los alaridos de un ser torturado, las palpitaciones en sus sienes podían verse, el dolor de cabeza explotó apenas se levantó del pestilente catre, lugar donde echaba ese cuerpo maltrecho a reposar de la pesada carga que por años sostenía  su ánimo.

No sabía qué hora era pues hacía tiempo que no usaba reloj, el tiempo para él era un inclemente verdugo que lo fustigaba minuto a minuto, aparte de que el último reloj del que tenía recuerdos fue aquel viejo reloj inglés de pared, heredado de sus difuntos y que malbarató vendiendo años atrás por unos centavos para beber. No obstante la madrugada no necesitaba de relojes para reconocerla.

Se trasladó dando tumbos por todo el área de la enmohecida casa buscando algún resto de alcohol en las múltiples botellas vacías regadas por doquier, no teniendo éxito en su frenética búsqueda lo que precipitó un potente ataque de ansiedad provocando en él una furia incontenible, conduciéndolo a lanzar contra las paredes las mismas botellas vacías que minutos antes sacudía en procura de al menos una gota de su etílico aliciente. La furia llevó al desespero y la ansiedad, y estos le precipitaron a un desmayo inminente.

¡SEÑOR AHMED ENCONTRAMOS A SU HIJO, PERO NECESITAMOS QUE NOS ACOMPAÑE HASTA LA COMISARÍA! Fueron las palabras con la que era despertado mientras un perro de rescate le lamía con frenesí el rostro, su interlocutor era el oficial de policía que fue el único que se interesó en ayudarlo en su incansable búsqueda.

Al incorporarse con ayuda del oficial hasta quedar sentado en el suelo, vio que se encontraba en medio de la maleza externa que bordeaba su casa, algunos minutos fueron necesarios para reponerse de la pesadumbre de su despertar, pudiendo observar con detalle la escena que le rodeaba, decenas de policías en uniforme lo observaban, no  recordaba cómo había llegado su desgastado cuerpo hasta esa área de la casa, la última imagen que su memoria documentaba era la de él arrojando botellas vacías con inusitada furia contra las paredes.

Ahmed era de descendencia Árabe y desde los cinco años fue inmigrante ilegal junto a su familia compuesta por padre, madre y su pequeño hermano dos años menor que él. Como buenos representantes de su estirpe se labraron su vida haciendo lo que mejor saben hacer, trabajar incansablemente desde antes del despunte del alba hasta la soledad citadina de la nocturnidad.

Tuvo fama de huraño desde joven, poco se le veía por la pensión en la que vivió junto a sus padres y hermano por unos pocos años, a decir verdad, su familia entera gozaba de esta característica. Su padre salía de madrugada a trabajar en su pequeña cueva de zapatero ubicada en el centro de la ciudad y regresaba a casa a altas horas de la noche. Su madre asomaba el rostro en pocas ocasiones, en las mañanas cuando disponía de llevarlo a él y a su hermano a una escuela local y los sábados cuando salía al mercado a hacer las compras de los alimentos.

Eran de poco hablar, respondían apenas por cortesía los saludos, solo su pequeño hermano se saltaba en ocasiones el hermetismo familiar, saludando efusivamente a propios y extraños en sus escasas salidas a la ciudad, lo que con el tiempo se redujo a cero, debido a que decidieron mudarse de la pensión a una casa ubicada en lugar bastante remoto de la ciudad, la austeridad le llevó a abandonar la escuela, con el tiempo ya tampoco se les vio más, salvo a su Padre perennemente en su humilde recinto de reparación de zapatos.

Al cumplir los veinte años fue casado conforme su religión y costumbres y se fue a vivir junto a su consorte a su país de origen, sin embargo al poco tiempo fue expulsado por algunas circunstancias sobre quebrantamiento de normas religiosas y morales, debiendo regresar al hogar de sus padres, desde ese entonces se sumergió en un anonimato extremo en el que ya ni siquiera se le veía acompañar a su padre en su cueva de zapatero, nadie más supo de él, más allá de las pocas cosas que contaba su padre a los conocidos que le preguntaban por su destino, como su unión matrimonial con una paisana.

Una mañana con tendencia tormentosa Ahmed apareció de la nada rompiendo con su auto enclaustramiento, el motivo de su reaparición era su hijo, nadie supo nunca que había sido padre, pues la gente ya no le recordaba siquiera, la muerte de sus padres, acontecida años atrás, habían roto el hilo conductual entre este y la civilización.

Su rostro famélico hizo aparición en la sala de atención de la Unidad de Víctimas Especiales de la Fiscalía, el motivo: la desaparición de su hijo.

La fiscal a cargo de este tipo de casos le atendió cortésmente, le dispensó el trato acorde con el protocolo de búsqueda de personas desaparecidas, le condujo a una oficina apartada del resto de las personas y le explicó con detalles todo el procedimiento que debían seguir y los requisitos con los que cumplir, el primero de ellos la identificación plena del menor, representando éste el primer y más grande obstáculo.

Entre sollozos y ahogos por la desaparición del menor, Ahmed supo explicarle a la fiscal la complicada situación migratoria en la que se encontraba. Su familia completa, padres, hermano y él habían vivido su vida entera en la ilegalidad, la única con documentación legal era su esposa, quien según su decir le había abandonado tiempo atrás y regresado a su país de origen, lugar donde falleció de una extraña y agresiva enfermedad, dejándole a su entera responsabilidad la crianza y cuido del menor desaparecido. De manera que ni siquiera había una identificación formal para documentar, no obstante a la omisión de este requisito, la Fiscal apelando a su humanidad, decidió iniciar la investigación.

La vida huraña de Ahmed hizo altamente complicada la investigación, sus vecinos desconocían la existencia del menor, salvo algunas informaciones imprecisas de algunos de ellos que confirmaban haber visto en el pasado a la esposa con una cierta protuberancia abdominal, la cual acusaba un posible embarazo, esto daba al menos la probabilidad de la existencia del desaparecido.

El cumplimiento exhaustivo del protocolo de búsqueda y la imposibilidad de nuevas aportaciones de valor en la indagación, forzaron al lamentable cierre de la investigación. Sin embargo ello no fue obstáculo para que Ahmed continuara aferrado a lo único que le daba esperanza en su solitaria y pesarosa vida.

Al menos una vez al mes se le veía a Ahmed volviendo tras sus pasos tozudamente a instancias como la fiscalía, la policía local, los tribunales penales pidiendo en tono de clemencia a sus autoridades le ayudaran a buscar a su hijo. Con el tiempo sus torpes intentos por la clemencia fueron disminuyendo su frecuencia, pero su deseo de reencuentro familiar seguía intacto, pasaron décadas y Ahmed nunca desistió.

Una serie de casos de niños desaparecidos en la ciudad hizo posible que las autoridades desempolvaran el caso del hijo perdido de Ahmed, ya en las instituciones le daban por loco y orate, su aspecto indigente le favorecía en la percepción de propios y extraños, poca o ninguna importancia representaba ya la búsqueda de su hijo.

Sin embargo, en un hecho sin precedentes, la Unidad de Perfilación Criminal hizo presencia en la ciudad con ocasión a una investigación de carácter nacional, la cual comenzaron motivado a la procura de un posible criminal dedicado al rapto de menores.

00De inmediato se reactivaron las instituciones dándole prioridad a los casos de investigaciones de desaparecidos en los últimos años, en dicha unidad contaban como flamante experta a una conspicua psiquiatra Forense quien tenía en su haber, nada más y nada menos que la responsabilidad de ser la autora del manual y protocolo de actuación para el tratamiento de investigaciones complejas en delitos no resueltos.

A pesar de que su labor en la zona dio por cumplido su objetivo, el cual fue la aprehensión del criminal dedicado al rapto de menores con fines criminales, el caso de Ahmed le captó su atención.

Dos encuentros iniciales tuvo la profesional con Ahmed, el primero ocurrió en la entrevista que rindió ante ella sobre la desaparición de su hijo, la cual fue infructuosa puesto que esa desaparición se separaba por años de la actual ola de desapariciones, tendría unos siete años el criminal para ese entonces y aparte de ello no existió algún elemento coherente que vinculara ambas investigaciones.

El segundo encuentro lo tuvo con el consentimiento de Ahmed pero no como investigadora sino como psiquiatra, hubo en la entrevista inicial alertas que se encendieron para su ojo experto y ella deseaba, si bien ayudarlo en su búsqueda también hacerlo desde lo terapéutico.

Ese segundo encuentro sirvió de preámbulo para una serie de sesiones que se extendieron por espacio de unos meses, al menos una vez cada dos meses venía la psiquiatra a la ciudad a atender casos emblemáticos y no regresaba a su ciudad de origen hasta tanto se entrevistara con Ahmed. Su caso, contrario a uno de los tantos mandamientos de su Profesión, se había vuelto personal, deseaba llegar a su resolución desoyendo en alto grado su código ético, continuó con vehemencia rayando en la obsesión.

La pesquisa psiquiátrica comenzaba a dar sus frutos, mucho más cuando estaba siendo utilizada como instrumento de investigación, aunque en honor a la verdad, la terapia fue necesaria para indagar sobre hechos que ayudaran en la búsqueda de la verdad, ello debido al paso prolongado del tiempo en la memoria del padre deshijado.

Se fijó su casa en las afueras de la ciudad como punto de partida, pues este era el sitio del suceso según todas las declaraciones aportadas años atrás. La investigación de campo se le asignó a uno de los oficiales con los mejores registros y récords de casos resueltos, su empatía con las víctimas era una de sus fortalezas, desde el primer día hizo buena relación con Ahmed, quien lo veía con ojos iluminados de esperanza.

En la indagatoria existían muchos baches o huecos, el denunciante, como testigo único de los hechos y quien solo aportaba el estar con su hijo en la noche, al interno de la casa y luego su desaparición al día siguiente al despertar. A todo esto se le sumaban grandes obstáculos, uno de ellos era el hecho de la lejanía de la casa con otras viviendas en las que existieran testigos de valor. El otro obstáculo era el evidente y avanzado estado del alcoholismo en el que había caído Ahmed producto de su depresión prolongada.

Una pista que llamó la atención, fue el hecho de que no se pudo corroborar su versión del porqué fue expulsado de su país de origen al ingresar con su recién unida esposa, sobre este punto siempre se tornó esquivo, no obstante la psiquiatra no quería perderlo en la negación y que ese ostracismo le arruinara los avances de la investigación.

No hubo forma de indagar sobre posibles parientes cercanos que corroboraran esa versión, ni en el país nacional ni en su país de origen, no había registros de salida o entrada al país que confirmaran la reubicación familiar que alegaba, ni siquiera esa delatada expulsión que mencionaba, tampoco el ingreso de los Padres de Ahmed al país, ni la simple inscripción en el registro civil de él como ciudadano, parecía que la familia entera de Ahmed no fuera más que fantasmas. Sin embargo, el nivel que había alcanzado la investigación hizo necesario que se solicitara, vía consular, cualquier información sobre el origen, migración o cualquier pariente cercano a la familia de Ahmed.

A todas estas su versión de ilegales con mucha suerte de no ser descubiertos y deportados, a pesar de no ser suficiente prueba, encajaba a la perfección con su estilo de vida huraño, el padre salía de madrugada a trabajar y regresaba a altas horas de la noche, la madre ni se le veía, él y su hermano vivían al margen de la propia existencia física, todo con un único objetivo, no ser deportados, aunque sonara tonto, la psiquiatra y el oficial sabían de la realidad de que muchos inmigrantes ilegales, vivían de esa manera por décadas sin levantar sospechas que le pusieran en riesgos de ser deportados a su país de origen, lo cual en algunos casos venían huyendo de ellos o evitando peligros de orden religioso, político, cultural o judicial.

La psiquiatra observaba que dentro del relato de Ahmed habían lugares oscuros a los que siempre evadía de manera inconsciente, o consciente quizás, y aunque su espíritu de investigadora le hacía ser poseedora de la sensación de que su paciente, podría estar involucrado de alguna forma en la desaparición de su hijo, esto llevaba constantemente a un dilema, a debatirse entre lo ético y lo correcto. Sabía que si obtenía una pista como psiquiatra que lo involucrara, la misma no podía usarla en su contra pues el secreto profesional le impedía tal acción, salvo que se tratara de salvaguardar la vida de un tercero que no era este el caso.

Ella era conteste al saber, que las evasiones de las que era objeto el consciente o el inconsciente de Ahmed podía deberse a episodios de amnesia, y esto en ocasiones está asociado a grandes traumas que la mente solapa en olvido, pero seguía sintiendo que había algo más allá de lo visible y cuantificable por la ciencia de la salud mental.

Una posible clave para comenzar a hilvanar el desenlace de la obsesiva búsqueda, la aportó el oficial a cargo de la investigación de campo. En nuevas entrevistas a los pocos vecinos cercanos, que aún vivían en los alrededores desde la época de la desaparición del menor hijo de Ahmed, dieron parte al oficial, de que tal como lo habían dicho en la indagatoria cuando acudieron a declarar en aquel tiempo de la primera investigación, ellos presumían de la existencia del niño, pues asumían que el abdomen abultado que visiblemente se le vio a la esposa, daba cuenta de un embarazo, no obstante nunca vieron al recién nacido.

Esto hizo dar un giro inesperado en la investigación, las interrogantes que esto generaba en el oficial apuntaban, ahora sí, a Ahmed como sospechoso. ¿Acaso Ahmed participó en la desaparición de su hijo y buscaba encubrir a alguien? ¿Pero qué sentido tendría entonces que el mismo fuera quien tercamente insistiera por años en que las autoridades le buscaran? ¿O quizás el menor fue víctima de un crimen perpetrado por su propio padre? ¿Por qué éste fue supuestamente expulsado de su país de origen por razones religiosas y morales? ¿Cuáles fueron esas razones? Concluyó el oficial que estas interrogantes y sus sospechas sólo podían ser respondidas de una sola forma, una orden de cateo para registrar el hogar de Ahmed.

En paralelo a que esto ocurría en la pesquisa del oficial, la psiquiatra daba avances significativos en la terapia con Ahmed, este se mostró un poco más colaborador en sus aportaciones con respecto a eventos del pasado, sobre todo en los que le relacionaban con la vida e infancia de su desaparecido hijo, de la que poco o nada había querido hablar. Ese día habló con más claridad de su hijo Khalil, por primera vez le llamó por su nombre de pila y le describió más generosamente que en anteriores ocasiones, lo dibujó como un niño extrovertido, alegre y extremadamente inteligente e intuitivo.

Pero no todo podía ser maravilloso en esa búsqueda de la verdad en la que estaba empecinada la psiquiatra, un error de cálculo interrumpió esa abertura que Ahmed había demostrado en esa sesión, la cual ya poseía la fórmula común de las que se dispensa a los pacientes psiquiátricos.

La pregunta necesaria pero evadida tantas veces por razones éticas explotó en la boca de la psiquiatra: ¿CREES QUE LE HAYAS HECHO DAÑO A TU HIJO? Ahmed estalló en ira, profirió insultos en su idioma natal contra la psiquiatra y se precipitó abruptamente hacia la salida abandonando la sala con una inusual furia.

Desde que había estado recibiendo terapia psiquiátrica imperceptiblemente, Ahmed había disminuido considerablemente su consumo de alcohol, su rostro mostraba mejor semblante y hasta su comportamiento había mejorado, sin embargo esa tarde todo se oscureció en la vida de Ahmed, esa pregunta hecha por la psiquiatra se transformó en la inmensa nube que tapó cual tormenta, el cielo de la lucidez alcanzada hasta el momento, catapultándolo una vez más al averno de su vicio.

Unas cuantas botellas de alcohol fueron la única guarnición de la que se proveyó antes de ocultarse en su lugar preferido para desaparecer, su sombrío hogar. La rabia fue más fuerte que el delirio en que le sucumbía a causa del alcohol, avanzada su ingesta etílica hasta el agotamiento de su elixir de olvido, una a una fue lanzando las botellas que ingirió contra las enmohecidas paredes de ese lúgubre hogar, corrió torpemente de aquel lugar hasta caer desmayado y perder el conocimiento.

¡SEÑOR AHMED ENCONTRAMOS A SU HIJO, PERO NECESITAMOS QUE NOS ACOMPAÑE HASTA LA COMISARÍA! Fueron las palabras con la que era despertado mientras un perro de rescate le lamía con frenesí el rostro, su interlocutor era aquel carismático oficial de policía.

No podía entender este inadvertido escenario y mucho menos las palabras del oficial y paradójicamente a lo que podía pensarse, ese hallazgo no le hizo feliz, por el contrario sintió como el peso del mundo entero se abalanzaba contra él, apretándole la angustia el pecho.

Esta vez el oficial no fue muy empático con Ahmed, lo levantó del piso con ayuda de otros oficiales y tomándolo de sus manos las esposó a su espalda, para luego conducirlo hasta el asiento trasero de una patrulla policial. ¡SEÑOR AHMED, ESTÁ USTED DETENIDO POR EL DELITO DE HOMICIDIO CALIFICADO EN PERJUICIO DE SU MENOR HIJO!

Estas palabras le sirvieron más que todas las sesiones de terapia, y en un segundo recuperaba los recuerdos milimétricos de toda su memoria temporal afectada con amnesia postraumática. Y como una película que se rebobina hacia atrás llegó mentalmente al momento de su crimen, cuyo recuerdo yacía en lo más recóndito de su perturbada mente.

Ya en la comandancia policial el oficial dio detalles de la operación, con una orden de cateo autorizada por un juez y junto a un equipo animal (K9) de búsqueda, descubrieron una pequeña fosa en la parte más alejada de la propiedad, bajo la cual se encontraron restos óseos, los que según el parte forense dictado con posterioridad, correspondían a un infante masculino de aproximadamente tres años de edad para el momento de su deceso, cuya causa de su muerte fue traumatismo cráneo encefálico severo.

De esta manera se concluía la investigación que paradójicamente había solicitado iniciar el propio criminal que cometió el cruento crimen, quien una vez remitido al centro de reclusión acusó un cuadro de locura extrema, perdiendo totalmente sus capacidades mentales, siendo trasladado a un centro penitenciario para reclusos con antecedentes psiquiátricos, en el que purgaría condena por el resto de su vida.

Sin embargo, a la perspicaz psiquiatra aún no la convencían los hechos, bien que había visto episodios de arrepentimientos en criminales, pero éstos siempre habían sido expresados voluntariamente por éstos y no de la forma inadvertida como lo había hecho Ahmed. Intuía que la complejidad del caso habría llevado al sistema judicial a una solución práctica, por no saber lidiar con un caso de estas características extraordinarias.

Ello la llevó a indagar un poco más aunque de manera extraoficial, pues el caso ya había sido cerrado oficialmente por haberse obtenido la detención del responsable y su respectiva condena. Este empecinado deseo de saber la verdad, le condujo a los más escalofriantes hallazgos.

Habían cosas que seguían siendo un enigma para ella, una de ellas fue el hecho reflejado en el informe forense que examinó los restos óseos del presunto hijo de Ahmed, en el que se mencionó que la data del deceso superaba doblemente el tiempo en el que pudo haber sucedido el filicidio cometido por Ahmed contra su hijo.

Otro detalle pasado desapercibido fue el hecho de que vecinos de Ahmed, declararon verlo en ocasiones con actitudes infantiles, como si hubiera sido poseído por el espíritu de un pequeño niño, ello no tendría mayor relevancia sino se contrastaban estos dichos, con una carta rogatoria proveniente del consulado en el país de origen de Ahmed, ello producto de la solicitud que se hizo poco tiempo después del reinicio de la investigación.

La psiquiatra observaba espasmódicamente que el contenido de dicha carta, se omitió deliberadamente en la prosecución judicial del caso, para quizás así evitar confrontaciones innecesarias sobre hechos inexplicables que conllevaran a la impunidad del crimen.

El contenido de la carta rogatoria era la declaración jurada hecha en lecho de muerte ante el funcionario consular, de quien dijo ser la abuela y única pariente viva de Ahmed. De la totalidad del manuscrito, la Psiquiatra hizo traducir con un traductor de confianza y de aquella transcripción fidedigna, conservaría perpetuamente para uso exclusivo de sus conclusiones en su memoria, el episodio más escalofriante vivido durante toda su carrera.

La difunta abuela describía en su testimonio pre mortem haber conocido al niño al que pertenecían los restos óseos hallados, esta le reconocía como un niño excepcional, alegre, ameno, con una inteligencia superior al común de los niños, con capacidades sobrehumanas para la comunicación, la premonición de eventos y capacidades extrasensoriales sin explicaciones lógicas, como la de médium entre seres paranormales y el plano físico.

En el desarrollo de la narrativa de la longeva declarante, dio aportes de algunas circunstancias omitidas por Ahmed durante todo el tiempo que rindió declaración. Éste nunca tuvo hijos, su esposa enfermó de un agresivo cáncer de estómago apenas unos años después de contraer nupcias, esto no obstante, no fue impedimento para que le obligaran a acompañar a su marido de regreso luego de su expulsión, pues le consideraban los más religiosamente pacatos del pueblo, como víctima de una maldición originada por el crimen de su marido.

La joven solo pudo retornar a su país una vez declarado el divorcio y como medida humanitaria otorgada por los religiosos para fallecer poco tiempo después.

Continuaba delatando el testimonio de la anciana, que los restos de ese niño que encontraron, no podían pertenecer a ningún hijo de Ahmed, pues como se dijo, este nunca tuvo hijos. Los restos encontrados por la policía, eran los restos mortales de su pequeño hermano, a quién éste le dio muerte siendo apenas un infante, golpeándolo salvajemente con una piedra en el cráneo, todo por sentirse profundamente celoso y poco merecedor del amor de sus progenitores.

Su padre avergonzado y con temor a ser rechazado en su país y por su familia, decidió darle sepultura en su propia casa, creyendo así enterrar todo vestigio de dolor y pena.

Respondía al final de la rogatoria la abuela al ser interrogada por el funcionario consular sobre el nombre de la criatura que describía, ¿Su nombre?  Su nombre era Khalil y segura estoy, concluía la anciana, “que volverá de la muerte para hacer que su hermano confiese su crimen cometido”…

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