Sucesos

Relatos de la Justicia: Sospechas de un pecado

Allí estaba boca abajo, con la típica indumentaria color negro y un pequeño río con el color característico de la sangre derramada, rojo pardo.
sábado, 13 marzo 2021
Helen Hernández | El Padre José había sido asesinado a primeras horas de ese día

Transcurría el mes de mayo con todas las de la ley: los chubascos, chaparrones, lloviznas y diluvios torrenciales pintaban los días con sus horas.

Ese año las lluvias habían llegado puntuales, el primero de mayo llovió sin cesar, había caído en día sábado ese festivo, de manera que sería un fin de semana largo para quienes trabajaban, excepto para mí que cubría mi semana de guardia, por ello no dudé en acudir a la iglesia apenas recibí la llamada del inspector.

Al llegar al lugar varios detectives conocidos me esperaban en la entrada y me condujeron hasta el sitio específico donde habían encontrado el cadáver ese día a tempranas horas de la mañana.

Al abrir la puerta que conducía a la vicaría, el petricor se mezclaba con el incienso y el olor a óxido de la sangre recién derramada en cantidades. Estaba algo oscuro el lugar, producto del día nublado y de que él o los atacantes se habían encargado de romper las bombillas antes de cometer el crimen.

Allí estaba boca abajo, con la típica indumentaria color negro y un pequeño río con el color característico de la sangre derramada, rojo pardo.

En su espalda reposaba un crucifijo de unos 40 centímetros. El inspector al verme como observaba el crucifijo me dijo: “El que lo mató como que se arrepintió o le dio cargo de conciencia”

-¿No será algún mensaje? le pregunté yo

-Que va Doctor, olvídese de eso, aquí en Venezuela no hay asesinos en serie, eso es para las películas, aquí al final todo es un ajuste de cuentas

Se escuchó una risa ahogada en los presentes debido a la llegada intempestiva del Arzobispo, quien sutilmente pidió permiso para entrar al despacho.

-Pase adelante Arzobispo, le dijo el inspector. Estamos terminando de hacer el levantamiento del sitio del suceso, con todo el respeto que merece la víctima y la iglesia.

-No te preocupes hijo mío, la labor de ustedes también es un sacerdocio, dijo el Arzobispo con toda la tristeza que puede revelar un rostro.

-He ordenado suspender toda la actividad eclesiástica el día de hoy por si necesitan inspeccionar otras áreas de la iglesia o entrevistar alguno de nuestros colaboradores, continuó diciendo el Arzobispo.

Aún compungido se persignó y dándole la bendición a todos los presentes se retiró no sin antes decir: “El Padre José era de los buenos hombres, uno de los mejores, su justicia y la nuestra está en manos de Dios. En manos de ustedes está hallar al culpable correcto, tengan tanta sabiduría para encontrarlo como misericordia para juzgarlo”.

El ambiente lúgubre se acrecentó, la tristeza invadió el corazón de todos quienes estábamos en el lugar.

El Padre José había sido asesinado a primeras horas de ese día, quizás los fuertes truenos con los que despertaba la ciudad esa mañana de lluvia torrencial, camuflaron el ruido del único disparo con el que le produjeron la muerte.

Una herida de bala fue hallada en la parte frontal del cráneo que por el tatuaje dejado en la piel producto de la pólvora desflagrada, hacía deducir que el disparo se produjo a próximo contacto o cómo se le conoce coloquialmente “a quemarropa”.

El desorden en el lugar hacía suponer un robo, la puerta abierta de una pequeña caja fuerte en una de las paredes de la vicaría tras un cuadro de la Santísima Trinidad parecían dar fuerza al móvil del robo, pero dudábamos que un sacerdote haya opuesto resistencia a un robo.

Entonces ¿por qué asesinarlo? “Ajuste de cuentas doctor”, volvió a decir el inspector al escuchar mi pregunta que sin darme cuenta había soltado pensando en voz alta.

-De manera que ¿para usted todos los crímenes en Venezuela son ajustes de cuentas? Le pregunté irónicamente a Inspector.

-De cierta manera sí, ya verá que esté caso también será así, me respondió con una expresión sarcástica en su rostro, seguido de una pequeña risa.

Varias semanas pasaron para que la investigación comenzara a tomar un rumbo, el padre José resultó ser mejor persona y ser humano de lo que nos adelantó el Arzobispo aquella fría y lúgubre mañana.

No hubo testigo alguno que nos llevara a tener sospecha de alguien, sin embargo el diácono de la iglesia nos dio un elemento que reforzaba el móvil del robo, en la caja fuerte pocas veces se guardaba algo distinto a la limosna del día y uno que otro objeto litúrgico de valor simbólico.

Pero días antes del crimen informó el diácono habían recibido de una fundación algunos pocos dólares, los cuales iban a ser destinados a una misión de caridad a realizarse para las madres en ocasión a su día en una de las barriadas pobres a las que servía la iglesia. Era quizás un monto pequeño, pero a la vista de un necesitado quizás representaría un botín.

De manera que se dibujaba un sendero posible hacia donde conducir la investigación. Pero no fue sino hasta que un vecino de la iglesia apareciera en la investigación aportando una prueba valiosa, que ayudaría a esclarecer el crimen del padre José.

Este vecino había estado buena parte del año fuera del país junto a su familia, de manera que la casa donde vivían llevaba igual cantidad de tiempo sola, eran sin duda también grandes amigos del padre José como el resto de los vecinos, por lo que la noticia de su asesinato lo consternó junto a su familia.

Esa noticia le hizo recordar que una las cámaras de vigilancia del sistema de seguridad de su casa captaba en uno de sus ángulos la entrada a la vicaría de la iglesia, por lo que revisó sus archivos de grabaciones desde el día del crimen. Lo que descubrió prácticamente lo esclarecería todo.

Sin dudarlo entregó todo a los investigadores incluyendo las grabaciones de meses anteriores al crimen.

El video de vigilancia recogió los pormenores del crimen junto a la imagen de su perpetrador de quién ya la investigación tenía una evidencia en su contra, debido a que en la escena del crimen se hallaron rastros de sangre distintas a la sangre del sacerdote, de las cuales el inspector adelantadamente ordenó hacer su respectiva identificación de marcadores de ADN.

Con el vídeo en el que se observaba la identidad del autor del crimen y una prueba de ADN esperando su fuente, era cuestión de días para ubicar al responsable.

Y así fue, sometido el vídeo a la vista de los colaboradores de la iglesia, todos pudieron reconocer al autor, se trataba de un joven en situación de calle que llevaba buena parte de tiempo recibiendo ayuda del sacerdote, alimentos, ropa y hasta terapia de sanación, pues era evidente su adicción a las drogas.

Algunos de los colaboradores llegaron incluso a suponer algún otro vínculo entre el sacerdote y éste por la devoción con la que dispensaba aquellas ayudas al menesteroso amigo.

Sin embargo, tales dóciles maneras para con el joven no supusieron sospecha para los cercanos de la iglesia, pues la docilidad y humildad del padre eran su marca personal.

En poco tiempo el equipo de investigadores dieron con el joven, no fue complicada la búsqueda, de hecho algunos de los testigos manifestaron haberlo visto seguidamente yendo a la iglesia luego del crimen.

El joven al ser llevado ante la justicia y confrontado con las evidencias no le quedó de otra que confesar y admitir el crimen cometido, por lo que fue cuestión de cumplir con los requisitos de ley para que se hiciera justicia y hacerlo pagar tras las rejas tan inmisericorde crimen.

Sin embargo hubo algo que luego de proferida la sentencia pudo cambiar el veredicto, no para bien del condenado sino para el incremento de su pena.

Los videos de seguridad de casi un año antes del crimen dieron parte de una mujer. Se le vio en los videos hacer muchas visitas a la vicaría, en la mayoría de ellas su salida era intempestiva y casi siempre llorando.

En una de ellas se le vio llevando al joven condenado. Nunca pudo ubicársele durante la investigación, tampoco pudo ser identificada y al serle confrontada al acusado manifestó no conocerla.

Pero hubo algo que prácticamente cambiaría toda la dirección de la investigación y le agregaría un poderoso móvil al crimen. El inspector bajo su clásico mantra me lanzó en mi escritorio lo que resultó ser una prueba positiva de comparación de ADN entre el investigado y la víctima…

-Se lo dije doctor todo es ajuste de cuentas.

Me dijo el inspector acompañado de su risa particular.

-Ahora nos toca encontrar a la autora intelectual, se lo prometo.

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