Sucesos

Relatos de la Justicia: La velocidad de un milagro

Mi mente aún no reaccionaba a todo aquello y solamente mis sentidos eran los que documentan todo cuanto acontecía.
sábado, 06 marzo 2021
Cortesía | Continué mi retorno mucho más calmado y en paz

Recuerdo que regresaba desde la sede del Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (Cicpc), venía de asesorar a un equipo de investigación sobre un doble homicidio que había ocurrido en aquella fecha. Había transcurrido buena parte del día y sin darnos cuenta nos alcanzó la noche trabajando.

Era cerca de la medianoche cuando emprendí el retorno a mi hogar, con la fatiga a cuesta. Pero con el desespero de llegar a casa, tomar un baño y descansar sobre las frescas sábanas de mi cama. Esas imágenes las recreaba en mi mente y de manera automática flexionaba mi pie sobre el acelerador del vehículo.

No puedo negarlo, confieso que conducía a exceso de velocidad cuando en el momento que me encontraba a unos 100 metros antes de llegar al puente Caroní, el vehículo comenzó a experimentar unos violentos movimientos en la dirección hasta que justo en la entrada al puente el neumático delantero derecho estalló.

Mi vehículo dio un tirón brusco y violento hacia el lado derecho, haciendo que tomara rumbo a la defensa del puente y con una inimaginable maniobra logré esquivarla sorprendentemente. Pero con ello evité el impacto con la defensa del puente, más no así la caída libre desde la altura del puente al caudaloso, brioso y oscuro Río Caroní.

El impacto del vehículo con el agua fue muy potente, tanto como si me hubiere estrellado contra un muro de concreto, la fuerza con la que impacté fue tal que a pesar de haber tenido puesto el cinturón de seguridad, no pude evitar que mi tórax impactara contra el volante.

El parabrisas se hizo añicos y en segundos las frías aguas del imponente Caroní impactaron mi humanidad e inundaron la cabina del vehículo en micro segundos.

Mi mente aún no reaccionaba a todo aquello y solamente mis sentidos eran los que documentan todo cuanto acontecía, sintiendo como a medida que el vehículo se hundía rumbo el lecho del río, la temperatura del agua se tornaba más fría, pudiendo sentir como las gélidas corrientes entraban y salían del vehículo.

Ya la oscuridad impedía toda visibilidad, aún absorto ante aquel inesperado hecho mi cuerpo y mi mente se mantenían como suspendidos en el espacio y en el tiempo totalmente inmóvil, petrificado del miedo y del frío de las aguas.

Mientras el vehículo seguía descendiendo, me di cuenta finalmente que ya me faltaba el aire y justo en ese momento entró ahora sí, mi desesperación.

Comencé a ciegas a tantear con mis manos el seguro del cinturón de seguridad, lo apreté varias veces sin suerte, seguía unido al descendiente vehículo por un artilugio que curiosamente ha sido diseñado para salvar vidas.

El dolor en mi pecho y mi tórax era insoportable, la presión del agua, el impacto con el volante, la falta de oxígeno y el desespero por liberarme redujeron en cuestión de segundos mis fuerzas.

El vehículo que caía en forma perpendicular impactó de frente contra el lecho del río, liberando milagrosamente este golpe el mecanismo de seguridad del cinturón logrando liberarme. El impulso de la caída libre más el peso del vehículo hizo que quedara en una posición como si hubiere sido estacionado en el lecho del río.

Eso me permitió salir por el parabrisas. Nuevamente las gélidas corrientes se mezclaban con otras un poco más cálidas, solo eso podía sentir ya que todo era absolutamente oscuro y al fondo escuchaba lo que parecía ser el ruido del eco de las rocas golpeando al vehículo mientras era arrastrado por la corriente.

Con las pocas fuerzas que me quedaban di una, dos, tres, cuatro brazadas pero sentía que seguía en el mismo lugar, ya mis brazos pesaban una tonelada y mis piernas desfallecían, mi reserva de aire en los pulmones era nula.

Mi mente me dio un último impulso y un pensamiento en forma de pregunta: ¿Te vas morir así tan fácil? sacudió mi instinto humano de supervivencia y del fondo más profundo de mi voluntad, surgieron las fuerzas necesarias para dar unas brazadas más hacía arriba.

Luego de unas pocas brazadas vi una luz que atravesó el agua que en aquella oscuridad pareció como si un rayo láser cortara el río desde lo alto, eso terminó de darme las fuerzas para lograr unas brazadas más a expensas de unos pulmones totalmente comprimidos y vacíos de aire.

Finalmente sentí la punta de mis dedos salir al aire y de un brinco como venido del impulso alcanzado por mi esfuerzo, emergí de lo profundo logrando dar la bocanada de aire más grande que en mi vida había tomado.

Mis pulmones estaban tan comprimidos que dolió el aire al entrar, el fuerte dolor en mi plexo solar hicieron sospechar de una o dos costillas fracturadas, el dolor en el pecho acusaba el esfuerzo sobrehumano realizado, podía escuchar los latidos de mi corazón como un sonar bajo el agua.

Decidí dejarme flotar para recuperar fuerzas, al quedar con el rostro hacia el oscuro cielo, me di cuenta que la luz que había cortado el agua como un láser, provenía de uno de los postes de luz que servían al puente.

Cómo pude comencé a dar pequeñas brazadas hacia la orilla del río, alcanzarla me costó más de lo imaginado. La cálida arena de la orilla me dio la más emotiva bienvenida a la vida. El llanto desconsolado fue inevitable, lloré como nunca antes lo había hecho.

Me pude dar cuenta que sangraba, las esquirlas de vidrio que salieron expelidas del parabrisas me habían impactado el rostro. El dolor en mi tórax se incrementaba más y más.

Decidí subir con las pocas fuerzas que tenía, la ladera de la margen del río que me separaba de la salida del puente. Tropecé una y otra vez, la humedad y el abundante goteo de mi ropa no ayudaba mucho mi tránsito, por ello decidí subir casi a rastras por la empinada subida, hasta que finalmente logré llegar al asfalto de la vía justo al final del puente.

Me senté y decidí esperar allí a que pasara un vehículo y pedir ayuda. Cómo buen ejemplo de la paradoja de Murphy, ningún vehículo pasó.

Ya un poco más repuesto en mis fuerzas decidí levantarme y emprender la ruta hasta algún lugar donde hallara a alguien que me auxiliara. De manera que comencé a caminar a duras penas y al llegar a la altura del estadio Cachamay, vi un mar de personas caminando por la vía, todos en sentido hacia donde yo me dirigía, pensé de inmediato que salían de algún partido de fútbol y comencé a caminar desesperado hacia la multitud, gritando AYUDA con la fuerza que me permitía el dolor, pero curiosamente por mucho que acelerara el ritmo de mi paso no los alcanzaba y por más que gritara nadie parecía escucharme.

Empecé a desesperarme y aún así con todo el dolor que sentía comencé a correr, de pronto las luces de los postes se apagaron…

Las personas que caminaban seguían sin escucharme, al final de la avenida se veía una fuerte y potente luz. Supuse que habían hecho uso de algún reflector de alguna patrulla policial para aportar luz a los fanáticos caminantes.

Con mi último esfuerzo logré alcanzar al mar de personas y recuerdo haber tocado al hombro de un joven rubio y le dije: ¡ayúdame por favor!

Este al voltear hacia mí, me mostró el rostro que lucía totalmente demacrado, pálido y como si llevara consigo una gran tristeza.

Cuando terminó de estar totalmente frente a mí me preguntó: ¿Adónde quieres ir? Yo como pude le respondí: Donde sea que me ayuden.

El con su mano me señaló la luz y me dijo: “Ve hacia allá” Yo le pregunté: ¿Qué es eso una patrulla? Y él me respondió: “No sé pero hacia allá vamos todos”.

Allí me di cuenta que todos los otros caminantes llevaban el mismo rostro demacrado, pálido y con una profunda tristeza.

Eso de inmediato me paralizó, no quería seguir hacia ese rumbo, el joven me hizo señas para que siguiera caminando y yo le dije: “Pero es que yo necesito es una ambulancia”.

El joven me señaló con su mano hacia atrás de dónde veníamos y al voltear vi una ambulancia y varias unidades de bomberos justo en la salida del puente, lugar donde pude divisar un grupo de rescatistas que sacaban algo muy pesado del río con cuerdas, hasta que finalmente pude ver una cesta de rescate y dentro de ella el cadáver de alguien a quien reconocí inmediatamente.

En ese momento el joven interrumpe mi observación y me dice: “Ya no hace falta, ven acompáñanos a la luz, hacia allá caminamos los que morimos hoy”.

Me viré nuevamente hacia los apesadumbrados caminantes y pude notar que la luz ya no estaba en el lugar donde originalmente había aparecido, ya se había elevado por encima de los árboles y los caminantes subían a ella por una especie de puente cristalino y escarchado.

De mi hombro derecho fui tomado por una mano enguantada que de manera sutil me haló hacia atrás, pudiendo ver que quien lo hacía era un bombero, era mucho más bajo de estatura que yo y llevaba uno de sus clásicos cascos, una chaqueta contra fuego y ambas manos enguantadas.

Al quedar de frente a él noté que su rostro y su piel no era igual a la del resto de los caminantes, me sonrió y me preguntó: ¿No ve hacia dónde va? ¿O quiere de verdad seguir a la luz?

Ante esas preguntas y mi desconcierto rompí nuevamente en llanto y le dije: “No sé a dónde ir ni que hacer”, “es fácil” me respondió: “solo abra los ojos”.

Mi cara humedecida en lágrimas y con un evidente gesto de confusión, le hicieron entender a mi interlocutor que no había entendido lo que intentaba decirme, por lo que me tomó por ambos hombros con sus enguantadas manos y me dijo en un tono más fuerte:”Todavía no te toca, pero debes cuidarte porque todo puede cambiar”, ¿Cómo que no me toca? ¿A dónde voy sino es a la luz? ¿Dime qué hago? Se sonrió y abriendo sus ojos a más no poder me gritó con todas sus fuerzas: ¡D E S P I E R T A!

Su fuerte grito fue el que provocó un gran sobresalto que me hizo abrir mis ojos.

Mi habitación iluminada ya por los primeros rayos de sol fue la primera imagen que vi y que me hizo entender que todo había sido un sueño o más bien una pesadilla.

Aunque extrañamente aún me dolía el pecho, había dormido completamente vestido y mi ropa estaba húmeda como si me hubiera mojado y ésta se hubiere secado sobre mi puesta. Pero lo más curioso es que mis zapatos tenían algunas manchas de fango y musgo.

Muchos meses después dos funcionarias muy queridas y grandes amigas fallecieron en un horrendo accidente de tránsito en la vía de Ciudad Bolívar-Puerto Ordaz. Los 5 pasajeros del vehículo fallecieron cuando se precipitaron desde uno de los varios puentes que posee esa vía.

Fue un hecho muy doloroso para todos y fue inevitable no recordar aquella impactante pesadilla, la forma como el vehículo se precipitó y la causa del accidente: el exceso de velocidad. Todo esto me llevó a tomar conciencia de la forma como conducía al ver cuánto sufrimiento podemos causar con un hecho trágico que siempre está en nuestras posibilidades evitar.

Semanas después me vi en la obligación de hacer un viaje a Ciudad Bolívar. Aquel doble homicidio que llevábamos semanas investigando nos condujo hasta allá en procura de unos sospechosos, pero fue infructuoso no logramos ubicarlos, pero al regresar ya siendo de noche, recibí una llamada de uno de los detectives informándome que habían agarrado a uno de los sospechosos pero en la ciudad de San Félix, de inmediato la emoción se vio reflejada en la tensión de mi pie sobre el acelerador y de pronto olvidé todo lo de tomar conciencia de la velocidad.

La necesidad de llegar lo más pronto posible hizo pasar a un segundo plano todo aquello de la pesadilla, pero en un tramo de la autopista mi vehículo empezó a disminuir misteriosamente la velocidad a pesar de que llevaba el acelerador prácticamente a todo lo que daba.

Era como si de repente el auto hubiera tenido un incremento de peso que lo hizo perder velocidad y justo ahí, en el puente donde perdió la vida mi amiga exactamente en el kilómetro 33. Pude sentir la presencia de alguien sentado en el lado derecho del asiento trasero, detrás del asiento del copiloto, por el espejo retrovisor vi su silueta como una sombra, indudablemente era ella, mi amiga Zulay y de pronto un pensamiento llegó a mi mente con éstas palabras: “Todavía no te toca, pero debes cuidarte porque todo puede cambiar”.

De inmediato aquella sombra se desvaneció y misteriosamente me encontré conduciendo a una inexplicable velocidad de 50km por hora. Aquello me hizo recordar también la pesadilla y de la misma manera cómo llegó a mí el pensamiento visualicé a la Virgen de Coromoto y ella me encomendé inmediatamente.

Continué mi retorno mucho más calmado y en paz. Llegué al Cicpc y coordiné junto al equipo todo lo concerniente a la detención del sospechoso por lo que retorné rumbo a casa, cuya ruta de regreso incluía el inevitable paso por el puente Caroní.

Esta vez conduje a los precavidos 50kms por hora, pero no sé si fueron los nervios, el estrés de lo vivido o la sugestión provocada por aquella pesadilla. Pero apenas tomé la entrada del puente, sentí como el neumático delantero derecho piso algo sólido y de inmediato comenzó a hacer vibrar fuertemente la dirección del auto, pero afortunadamente y luego de encomendarme a la Virgen de la Coromoto, logré pasar sin peligro y atravesar el puente sin ninguna novedad, dejando de vibrar inexplicablemente la dirección apenas lo crucé.

Conduje sin detenerme hasta mi casa y estacioné el vehículo en su lugar habitual.

Al día siguiente cual sería mi sorpresa al ver cuando dispuse salir a trabajar, que el neumático delantero derecho estaba totalmente desinflado y al llevarlo a reparar puede ver la causa del pinchazo: un clavo de acero de gran dimensión atravesando prácticamente el neumático de lado a lado.

De haber venido a exceso de velocidad se habrían cumplido aquellas palabras: “Todavía no te toca, pero debes cuidarte porque todo puede cambiar” y quizás se hubiere hecho realidad aquella vívida pesadilla.

Meses después decidimos tomar unas vacaciones familiares y entre varios destinos decidimos mi esposa y yo visitar el Templo Votivo de Nuestra Señora de Coromoto en Guanare, bien porque no lo conocíamos y también para ofrendarla por aquella mística revelación y de toda esta alucinante historia aquí fue donde ocurrió lo más impactante de todo.

La Catedral estaba literalmente cerrada, nos permitieron la entrada sólo porque les dijimos de lo lejos que viajábamos, de manera que entramos y solo nosotros estábamos en la catedral pues llegamos justo a la hora del cierre y cuando vamos entrando por su puerta principal me percato que llevo gorra y me la quito. Me inclino con una reverencia y al levantarme y caminar algunos pocos pasos, pude escuchar muy a lo lejos ese tono telefónico que se escucha cuando llamamos a alguien por teléfono, pero al prestar más atención y concentrarme en ubicar de donde venía el sonido, me percato que venía de mi celular que lo llevaba entre mi bolsillo.

Imagino que al inclinarme para hacer la reverencia marcó involuntariamente un número telefónico que aún no había tenido la voluntad de borrar: Mi teléfono había marcado el número de mi difunta y recordada amiga Zulay, allí en la entrada del Templo de la Virgen de la Coromoto, de la que ella era fiel devota y de la cual vislumbré su figura aquella noche de angustia.

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