Sucesos

Relatos de la Justicia: Secuestro invisible

Supuso que había transcurrido un día entero en aquel lugar, nadie apareció, ni siquiera los hombres sombras para apalearlo de nuevo.
sábado, 09 octubre 2021
Helen Hernández | Relato que hace reflexionar sobre la vida

Jamás hubiera imaginado cuando despertó todo lo que acontecería horas después. Un fuerte dolor de cabeza fue la bienvenida de aquel día de apariencia lúgubre, nublado, silencioso y con una marcada mala vibra. Se sentía esa particular atmósfera luctuosa como la sentida en un día posterior a un funeral de un ser querido.

Como pudo logró incorporarse y asearse, el dolor era incapacitante, su desayuno fue una considerable ingesta de analgésicos y ansiolíticos, sabía que era un peligroso cóctel, pero con él que buscaba simplemente apaciguar su dolor.

Este padecimiento llevaba días sufriéndolo, como si se tratara de una premonición a todo aquello que estaba por acontecer.

Apenas si tuvo ánimos de preparar un café e ingerirlo hasta donde el asco y las náuseas le permitieron, comenzando desde allí a sentir algunos espasmos estomacales, esos que aparecen cuando el pánico es inminente.

No se encontraba para nada enfocado en sus obligaciones, pensó en llamar al trabajo y reportarse enfermo, pero sabía que aquel energúmeno que sufría como jefe no lo iba a tomar de buena manera.

No supo en qué momento los fármacos hicieron efecto, habrían sido minutos o quizás horas las que permaneció, más que dormido desmayado. La trepidante vibración que emitía su celular sobre la mesa del recibo le hizo despertar.

Como si intentara levantar un saco con pesados ladrillos logró sentarse en el sofá, ese en el que sin percatarse había pasado las últimas horas en el más insospechado blackout. Tomó el teléfono para revisar quien intentaba comunicarse con él y al tenerlo entre sus manos se dio cuenta que había pasado horas desconectado de la realidad, pero las más de cuarenta notificaciones de llamadas perdidas de diversos destinos y una cantidad similar de mensajes, lo hicieron volver a esa realidad de la que pretendía escapar.

Fue justo en el instante en que quiso comenzar a darle respuesta a cada una de las requisiciones en su móvil cuando irrumpió el horror en su casa.

Como si hubieran implantado una bomba en la puerta que da acceso a su vivienda y la hubieran hecho explotar. Así sonó aquella brutal embestida con la que varias personas totalmente vestidas de negro incluidos sus rostros, los cuales llevaban cubiertos por gruesas capuchas también de color negro, ingresando a su hogar de forma violenta y sin más, lo abordaron tomándolo por sus cuatro extremidades, golpeándolo uno de los sujetos fuertemente en la cabeza, quedando inmediatamente inconsciente.

En lo sucesivo fueron segmentos de escasos segundos los que recordaba entre cada episodio, como si sus párpados fueran cortinas que se abrían para exhibir una escena dantesca de alguna obra de teatro bizarra.

Recordó haber visto a las sombras que lo sometieron, sentados junto a él custodiándolo durante un viaje que realizaban por una carretera muy irregular, lo supuso debido a que sentía el bamboleo de aquel vehículo en el que lo llevaban.

Una de las sombras le hizo señas de que guardara silencio llevando su dedo índice al lugar donde se suponía tenía su boca, tras aquella capucha negra y con esa misma mano procedió a cerrarle los párpados.

Luego, pudo recordar haber visto como las luces de una autopista aparecían parpadeantes, al pasar bajo ellas el raudo vehículo. Filtrándose las luminarias por entre las ventanillas iluminándole el rostro.

Esta vez no fue una temible, pero amable mano que cerró sus ojos, fue un puñetazo directo a su rostro salido desde las sombras, quien le constriñó a mantener los ojos cerrados a la vez que le murmuraban en su oreja izquierda “vamos a ver si por las malas entiendes”.

Para acto seguido sentir el contundente golpe metálico en su sien izquierda, que lo postró en un nuevo desmayo.

El cantar de algunas aves y el sopor del ambiente le hicieron despertar medianamente, sintió su mandíbula como movida de su posición.

El dolor que le produjo intentar abrir la boca le indicaba que había sido golpeado fuertemente en esa área del rostro, sintió estar amarrado por las cuatro extremidades y acostado sobre algo que por su textura aparentaba ser una cama o alguna especie de lecho.

Su rostro estaba cubierto por una tela oscura lo que le impedía ver con claridad el lugar donde se encontraba y en las condiciones en las que estaba.

El dolor en todo su cuerpo le hacía suponer que había sido brutalmente apaleado, le dolían las coyunturas, los muslos, los brazos, intuía por el entumecimiento que sentía en el rostro debía estar hinchado a causa de los golpes.

Supuso que había transcurrido un día entero en aquel lugar, nadie apareció, ni siquiera los hombres sombras para apalearlo de nuevo.

El calor sofocante le despertó, el religioso trinar de aves silvestres le hacían creer que era de día y que se encontraba en un lugar campestre, aislado del bullicio citadino.

Pudo darse cuenta que alguien le había quitado la oscura tela que tapaba su rostro, confirmó que se encontraba atado por sus cuatro extremidades y que yacía en una especie de catre.

Detalló que era una habitación con las paredes desvencijadas y enmohecidas, seguramente era alguna casa en abandono, como esas que utilizan para mantener oculto a los secuestrados.

Ese día volvieron los hombres sombras, tres de ellos pare ser más específico, estuvieron parados frente él por horas sin emitir ni un palabra, ni siquiera se condolieron en responder sus súplicas por agua.

Al final de ese día por la oscuridad evidente en la que quedó la rancia habitación, uno de los hombres sombras se le acercó y le murmuró al oído “vas a morir”, para acto seguido proceder a tapar nuevamente su rostro con la pesada y oscura tela.

Había perdido todas su fuerzas, al punto de que si le dejaran libre en ese instante no habría tenido vigor o voluntad para huir.

En medio de la madrugada por primera vez supo que aquel vetusto lugar estaría dotado de luz artificial, lo supo porque unos hilos de luz crepitante se filtraban por entre las fibras de la tela que cubría su rostro.

Los tres hombres sombras se volvieron aparecer frente a él y nuevamente uno le preguntó susurrante a centímetros de su oreja: “¿Quieres agua?”.

A lo que respondió asintiendo con su cabeza pesarosamente, para que al cabo de unos segundos uno de ellos le destapara el rostro, mientras otro le arrojaba con fuerzas sobre todo su cuerpo una cubeta de agua helada. Retirándose los tres hombres sombra entre murmullos y risas, apagando la incandescencia de aquella desequilibrante luz artificial.

El frío helado de la humedad producida por el madrugonazo le taladró los huesos, haciéndole temblar descontroladamente, esa sin duda había sido la resolución de sus torturadores.

Ello le hizo entender que su secuestro no fue para pedir recompensa, fue para torturarlo hasta morir, y en su cada vez más disminuida realidad miles de preguntas se formulaba, ¿Quién está detrás de todo esto? ¿Por qué a mí? ¿Qué desean de mí? ¿Por qué me ocurre todo esto? ¿Qué hago para salvarme?

Así sería su estado deplorable que sus celadores permitieron a alguien atenderle su precario estado, una voz femenina y familiar le habló tras la tela con la que le habían vuelto a cubrir su rostro.

Le dijo que había venido a ayudarlo, le dio agua para beber y le hizo tomar una pastilla de un supuesto analgésico, le acarició uno de sus brazos mientras le dijo sollozando no entender el por qué de su situación.

No pudo darle más explicaciones y le inquirió que deseaba que se recuperara, que no deseaba verlo así y que debía poner de su parte para que sus celadores no arremetieran contra él nuevamente.

Él quiso darle sentido a cada una de sus palabras, deseó por un momento aferrarse a ellas, pero en instantes recapituló y comenzó a formularse muchas preguntas ¿Qué clase de aliciente es este? ¿Cómo voy a reponerme de un secuestro poniendo de mi parte? ¿Quién sale de una situación como ésta tomando una pastilla? preguntas que le hicieron enfurecer, usando la poca energía que le quedaba para gritarle que se largara y le dejara morir en paz, antes de seguir escuchando tantas sandeces.

Como era de suponerse, al cabo de unos minutos de que la portadora de aquella voz femenina familiar se largara de la habitación, los hombres sombra volvieron aparecer para darle un nuevo apaleamiento.

Fue tan brutal esta vez que aún y cuando le descubrieron su rostro la hinchazón de sus ojos no le permitió ver quién hizo acto de presencia una nueva persona en la habitación.

Por su voz era una mujer, de carácter, su fraseo y su forma estilizada pero contundente de lenguaje y la energía con la que hablaba, le llevaron a creer que se trataba de la líder de la banda y en efecto fue así.

Sin identificarse le manifestó lo que él había sospechado desde el principio. Su misión era la de reducirlo a su mínima expresión por tortura hasta lograr su muerte, no había recompensa que cobrar, su muerte era la recompensa, de la que ya estaba segura de cobrar, tal como le dijo en tono de burla y desprecio.

Le aseguró que su última oportunidad de sobrevivir se la concedió con esa misteriosa mujer que fue en su auxilio y que su desprecio por ella le hacía entender que ya estaba preparado para su muerte, pues la esperanza por pequeña que sea, es el último aliento de la vida.

Poco a poco fue disminuyendo su energía, los latidos de su abatido corazón se fueron acompasando a un ritmo tan imperceptible que en un momento dejaron de pulsar. Sus pulmones se cerraron impidiendo un último respiro, dejando su cuerpo inerte frente a su secuestradora y torturadora, quien sumaba una nueva víctima a su abultada estadística.

El protocolo de autopsia indicó un paro respiratorio como causa de muerte. Sin embargo, su entorno reveló que había muerto mucho tiempo antes de su muerte biológica, había dejado de vivir, o más bien de tener motivos para ello.

Pero fue aquella voz femenina familiar quien dio luces a las autoridades, de quien podía ser esa vil mujer que secuestró y torturó sin clemencia hasta matarlo.

Esa voz femenina resultó ser la de la madre de la víctima, quien estuvo a su cuidado y atención durante todo el tiempo que estuvo postrado, fue ella quien identificó acertadamente a la culpable de ese cruel acontecimiento, cuando indicó en entrevista rendida ante los cuerpos de investigación, que quien había matado a su hijo fue LA DEPRESIÓN.

Vaya esta historia en clave de realismo transfigurativo, como un sensible tributo y homenaje a esas cientos de víctimas mortales de la depresión y a también a quienes la hemos sobrevivido.

Sirva también esta historia como un llamado a la reflexión y de atención para todos aquellos que tenemos familiares o amigos bajo la influencia de esta terrible aflicción, quienes claman silentemente desde su interior ayuda inmediata.

Siempre es urgente atender profesionalmente a los deprimidos, pues muchas veces su desenlace es mortal.

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