Sucesos

Relatos de la Justicia: Pasa

Me vio a través del cristal de su puerta y me hizo señas de negación con su cabeza, mientras lo vi apagar su computadora y la luz de la oficina, sin duda acababa de ponerse nuevamente su piel de mal humor.
sábado, 12 junio 2021
Helen Hernández | Todos lo sábados salía con papá, pero este sería diferente

Me disponía ir con papá a hacer diligencias, todos los sábados me pedía que lo acompañara porque según él ya era grande y tenía que “ver calle” para que no me jodieran o fuera víctima de uno más vivo que yo. Era un ritual semanal, todos los sábados se repetía con religiosidad, algunos eran divertidos pero otros eran de lo más aburridos, era el único día que se disponía para hacer todo aquello que durante la semana su trabajo y el de mamá les habría impedido hacer.

Las diligencias que hacía papá podían tomar pocas horas y terminar con un helado feliz o una ida al cine sorpresa, o por el contrario, podían ser bastante tediosas y abarcaban todo el día sábado y de recompensa dejaban el mal humor de papá que se transformaba en su piel hasta el día siguiente.

Ese sábado la diligencia sería otra, jamás pensé que aquel día de rutina periódica y semanal se convertiría en uno que jamás olvidaría en la vida. A diferencia de los demás esta vez no habíamos madrugado, de hecho pensé que ya no haríamos diligencias, pero un “cámbiate que vamos a salir” lo cambió todo.

Bajamos del barrio y desayunamos en el acostumbrado quiosco de las infaltables “empanadas sabatinas”. De mechada con salsa de ajo y su respectiva malta para “amortiguar”, como decía papá en los días que lucía una piel distinta, la del buen humor.
Al terminar de comer tomamos un taxi y no el acostumbrado autobús colectivo con el que nos podía tomar horas llegar a nuestro destino.

Apenas duramos unos 20 minutos por vía autopista para llegar al lugar, que esta vez contrario a sábados anteriores no era otro que el trabajo de papá. Una vez que le pagó al taxista, nos bajamos y se dispuso abrir una de las puertas de seguridad del banco, al que le había dedicado parte de su vida y en el que a duras penas había ascendido al cargo de subgerente.

Inmediatamente en lo que entramos se dirigió al pequeño receptáculo electrónico fijado en una de las paredes de la oficina del Gerente Principal y luego de digitar una clave, levantó su mirada y sonriendo me dijo: “Si no apago la alarma en diez segundos más tarde vendría la Policía” y se fue bromeando hasta el teléfono de su oficina haciendo ruidos con la boca como simulando el que producen las sirenas de las patrullas policiales y haciendo gestos como si caminaba esposado, cuando vio que ya la sonrisa hacía vida en mi cara, me dijo: “Nahh es broma, no hay botín que valga la libertad” .

Apenas dijo eso marcó y pidió hablar con el “Supervisor”, de su conversación pude entender que no podía realizar la labor asignada sin la presencia de un oficial de seguridad. “Okey yo espero entonces”, fue lo último que dijo antes de colgar.

Se dirigió hasta mí y me dijo: “Le va tocar esperar licenciado” y dándome una palmada en mi hombro derecho pasó a un cubículo continuo, prendió la computadora y me hizo señas que me acercara con una de sus manos, al llegar allí me dijo: “Es lo único que tengo para mantenerlo ocupado licenciado, una importante misión debe realizar hoy, procure no apretar la tecla equivocada porque significaría la explosión de todo el banco”, mientras me mostraba en la pantalla el juego del “Buscaminas” seguido de mi típica expresión: ¡Papaaaá! de cuando bromeaba conmigo.

Me volvió a palmear en mi hombro derecho y mientras me sentaba frente a aquel monitor para comenzar a jugar, se dirigió a su oficina en la que se encerró para trabajar en su computadora y con los archivos del banco.

No recuerdo con exactitud cuánto tiempo duré tratando de “no hacer explotar el banco” pero habrían sido varias horas, en las que lo observé desde donde estaba y escuché que recibió un par de llamadas, la última de ellas no fue necesario escuchar lo que decía pero seguro estaba, de que discutía acaloradamente con su interlocutor… “MALDICIÓN” le oí decir claramente a través de lo que se dejó filtrar entre la puerta cerrada de su oficina y la sincronicidad con el movimiento de sus labios, movimiento labial al cual mis ojos ya estaban acostumbrados a descifrar, producto de las innumerables veces que había visto y escuchado a mi padre decir esa palabrota.

Me vio a través del cristal de su puerta y me hizo señas de negación con su cabeza, mientras lo vi apagar su computadora y la luz de la oficina, sin duda acababa de ponerse nuevamente su piel de mal humor.

Salió de la oficina y entre las tantas cosas que atropelladamente y entre palabrotas y frases entre dientes me dijo, sólo pude rescatar que no iba a ser posible realizar su trabajo sabatino por causa de la irresponsabilidad de un vigilante, de no acudir a su puesto de trabajo y que algo de los protocolos de seguridad se lo impedían… ¡VÁMONOS DE ESTA MIERDA! Dijo alterado sin filtros de ningún tipo, lo cual escuché claramente sin necesidad de concentrarme en la sincronicidad labial y comenzó a apagar todos los equipos que había encendido para realizar la labor frustrada.

Salimos de la agencia bancaria y el calor del medio día nos dio un golpe en el rostro y en el cuerpo, como si se tratara de un puño de vapor lo sentí impactarme haciendo mover hasta mi ropa.

Mientras papá cerraba con llaves la sólida puerta de seguridad del banco, vi estacionarse a pocos metros de nosotros a un auto color negro y de ventanas polarizadas muy oscuras, no sé si se debió al choque de calor del exterior que produjo el cambio brusco de la temperatura, pero me dio escalofríos cuando vi aquel vehículo pasar y estacionarse.

Papá me tomó de la mano cosa que nunca hacía y nos dirigimos a la calle mientras me decía: “Nos vinimos en taxi y nos vamos en taxi, que el banco pague mis viáticos” y mientras él observaba hacia el otro sentido de la vía buscando ver un taxi disponible, vi como de aquel misterioso vehículo oscuro que había visto a escasos minutos estacionarse, se bajaron cuatro hombres con capuchas en sus rostros y usando armas de fuego se dirigieron con velocidad hacia papá, sin darme espacio para advertirle puesto que todo ocurría a su espalda.


Dos de ellos lo sujetaron por los brazos haciendo que me soltara abruptamente, el tercer sujeto le dio un contundente golpe en el estómago que le hizo vomitar inmediatamente, a la par que emitía un doloroso alarido, el cuarto hombre le dio un potente golpe con la cacha del revólver en su cabeza que a la luz del sol meridional hizo brillar su niquelado, contrastando con el grueso hilo purpurino que de inmediato bajó por su frente, permitiéndome ver su rostro de dolor y leer de sus labios cuando silenciosamente expresaron: “CORRE HIJO”…

Mi mente no concebía la idea de abandonarlo pero ante la reacción de mi rostro, mi padre frunció su ceño en clara señal de que era una orden que debía cumplir, mientras su rostro se fue ocultando entre las espaldas de sus captores y a la orden del claro líder del grupo que ordenó a quienes lo llevaban por sus brazos: “DALE PAL BANCO”…

Apenas dieron unos pasos me dispuse a corre y huí hacia el sentido de la vía por donde estaba aparcado el siniestro vehículo, del cual abrieron la puerta del conductor cuando justamente pasaba en veloz carrera hacia lo incierto y una pierna calzada de una bota tipo militar emergió de sus adentros, haciéndome una zancadilla a mis infantiles piernas, precipitándome aparatosamente y aterrizando en el asfalto caliente con mi rostro, el que fue inmediatamente aplastado por la misma bota que me tumbó contra aquella superficie ardiente a la vez que una voz grave me decía: “PARA DÓNDE VAS TÚ MENOR”…

No supe cuanto tiempo aquel pesado calzado estuvo oprimiendo mi rostro contra el asfalto ardiente del medio día, creo que suficiente para marcarme el resto de mi vida.

Luego de ello el sujeto me tomó por la espalda levantándome del asfalto usando mi camisa como un asa y como si se tratara de un pequeño peluche de felpa me arrojó con contundencia hacia la parte interior del vehículo.


Como pude me guarecí en el cojín trasero del vehículo y él se estiró hasta sujetarme por el pecho y a través de su rostro cubierto por un pasamontaña color negro me gritó: “SI TE MUEVES DE AHÍ NO LA CUENTAS” apuntándome con un arma de fuego que llevó hasta mi nariz, haciéndome oler los vestigios de pólvora.

Al cabo de unos minutos que para mí parecieron horas, escuché una fuerte detonación a lo lejos, aflorando aún más mis nervios al punto de hacerme llorar desconsoladamente, para ser sorprendido por el resto de los ocupantes que regresaron con su olor a pólvora y sus pesadas mochilas llenas de lo que entre ellos llamaban botín.


Arrancaron el vehículo a gran velocidad, haciendo chillar sus neumáticos sobre el hirviente asfalto, mientras uno de los ocupantes que me aprisionaba con su cuerpo, me sacó de la esquina en la que estaba y hundió mi rostro en el piso, para que acto seguido, me pisara también con la suela de goma maciza de una bota militar y preguntara al resto de los ocupantes: ¿Y QUÉ HACEMOS CON ESTE TESTIGO?

Desde el instante de esa pregunta todo sucedió para mí en cámara lenta y en silencio, como cuando le aplicamos el “mute” a una película…

A los varios kilómetros de recorrido, abrieron una de las puertas del vehículo y me lanzaron como un costal de papas al pavimento de la autopista.

Mi vida siguió transcurriendo en cámara lenta y en “mute”, con raspones y aporreos en todo mi cuerpo producto de la caída a velocidad, comencé a caminar de regreso al lugar de trabajo de papá, para finalmente y luego de apartar el enjambre de curiosos encontrar su cuerpo en posición decúbito dorsal, sus manos atadas a su espalda, su cabeza ensangrentada y con un evidente disparo que hacía salir de su cráneo, una gruesa y larga línea purpurina de sangre hasta mezclarse con el asfalto de la calzada.

Ya la agencia del banco y sus alrededores hervía de de policías, de los que pude escuchar en voz de uno de ellos dando la información por la radio del más grande robo a un banco en el que se llevaron indudablemente el más valioso botín, no sé si para ellos, pero al menos si para mí. Ni siquiera los estrepitosos sonidos de las sirenas pudieron reducir el volumen de mi llanto.

De aquel sábado nacieron grandes cicatrices, la del alma y la del rostro, de ninguna he podido liberarme, la del alma la llevo dentro y no se ve, pero la del rostro la llevo como un tatuaje imborrable de ese fatal día de mi vida y del que me valió el remoquete de “PASA”, por la ocurrencia de un malnacido de mi barrio al decir que mi cara era como una “uva pasa”, sin saber que cada vez que me llaman por ese apodo duele más fuerte la cicatriz de mi alma.

CONTINUARÁ…

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