Sucesos

Relatos de la Justicia: Salvada con Yerbamora

Luego de un largo trecho entre lluvia y sol colado entre las nubes, llegaron a la margen del Río Amana, tal como lo había pronosticado la experiencia de Paíto la crecida era descomunal.
sábado, 05 junio 2021
Helen Hernández | Una raya quiso impedir la búsqueda

El frío de la madrugada había estado por encima del promedio en los últimos días, los aguaceritos de noviembre traían consigo los vientos desde “Mundo Nuevo”, decían los abuelos que era el “Turimiquire” soplando para espantarle la plaga al niño Jesús que nacía el mes entrante.

Pero esa madrugada el “Turimiquire” había soplado como para espantar un atajo de bueyes, la brisa se escuchaba entre las hendijas de las ventanas, las que abrían los bachacos para meterse hasta la cocina y comerse el papelón.

“Paíto” ya llevaba buen tiempo en pie, desde las 3 de la mañana se había ido a la parcela, fue un grito de él al llegar a la casa que la terminó de despertar sobresaltada, ¡María se nos fue Yerba Mora! ¿Cómo va sé mijo? Preguntó “Maíta” soltando el mazo del pilón y dejando el maíz a medio pelar ¡Ansinae mijá y se perdió con Lucerito también!

¡Bendito Cristo mijo! Dijo Maíta, quitándose la pañoleta y secándole el rostro a Paíto que lo traía curtido por el fango que Botijo, el Burrito de la casa, le había salpicado con la chapoteadera en el lodazal de regreso de la parcela.

¡Mija hágame el bastimento que me voy a buscarlos, y tráigame la bácula por si un desgraciao fue que me los llevó!

Apenas Paíto nombró la bácula se le crisparon los nervios a Maíta, ella sabía que él no se andaba por las ramas en temas de justicia y castigo, la sangre de los ancestros que empalaron a Boves seguía corriendo por aquellas venas.

Ya vestida y con pañoleta terciada sin dejar crespos por fuera fue a contener a Paíto que apenas la vio salir con pañoleta y calzando botas de bregar le soltó la pregunta como un látigo ¿Y pa onde vas tú?

¡La bendición! Fue su respuesta con la que pretendió cortar la intención de impedir que lo acompañara a buscar a Yerba Mora y a Lucerito.

¡Dios la bendiga! Y vaya y se pone a pilá, que su Mae se va a Buscá al compae Marcelino pa que me acompañe, estas son vainas de hombre, le dijo con el ceño más fruncido que una uva pasa.

¡Ningún pilá Paíto, usted sabe que en tó este pueblo no hay nadie que lea el camino mejor que yo! Le increpó aún con temor de que su respuesta fuera un azote con el mandador, pero por arriesgada que fue la respuesta obtuvo lo que correspondía. ¡Jasta razón tené esta guaricha! dijo Paíto como mascullando aquella frase entre la boca.

¡Entonces cojé a Botijo y vaya a buscar al compae, dígale que se traiga la bácula por si hay que arreglá un barajuste! Sin darle chance para el arrepentimiento, salió con Botijo como alma que lleva el diablo en procura del compae Marcelino.

Regresó sin el “mandao” y sin darle chance a Paíto de preguntar le espetó: “El compae anda pal Tejero le mandó a decí mi tía Jacinta”.

Y terciándose la bácula a la espalda le dijo: “Bueno mijá a pedirle a San Cipriano que le ponga la vista clarita y a San Miguel Arcángel pa que no tenga que usá esta bicha!”. Mientras le daba unos toques al cañón de la bácula.

Se montaron en Botijo y cogieron rumbo el “Pae” y la hija a buscar los animales con los que tenían pensado sortear el hambre.

La llovizna que empezó “pringando” a mitad de camino se volvió chaparrón, bajo un cují se guarecieron para no ser blanco de una centella, como le pasó al hijo del compae Cabezón que lo mandó bajo un “palo de agua” a buscar aguardiente y lo que le trajo fue una tragedia.

-¡Ay mija con este palo de agua no vamos a vé naita!. Le dijo Paíto con los ojos aguarapaos.

– Papá quédese tranquilo que yo creo que sé pa onde se fue yerba mora. Le dijo para borrarle del rostro la resignación.

– ¿Y pa onde se fue Mija? Preguntó Paíto con cierto desgano.

– ¿Ud se acuerda que hace como dos meses yo llegué tarde de pastorear? Bueno la verdaíta fue que Yerba Mora se me fue pa’ los lados de La Ceiba, por ahí hay pasto bermuda y la condená en un descuido se me fue hasta allá.

– ¿Carajo mujé y que descuio jué ese si de aquí a la Ceiba son casi 10 leguas?. Preguntó Paíto con desconfianza.

– ¡A pué vamos pá allá es lo qué! Respondió en forma evasiva.

– “Pero mija tú no vé que pa llegá a la Ceiba hay que cruzá el Amana”, dijo Paíto llevándose las manos a la cabeza en señal de lo peligroso de la pretensión.

Apenas amainó la lluvia ambos emprendieron el camino a la Ceiba aún con la renuencia de Paíto que sabía que cruzar el río Amana crecido no lo justificaba ninguna res y su cría perdidos.

Luego de un largo trecho entre lluvia y sol colado entre las nubes, llegaron a la margen del Río Amana, tal como lo había pronosticado la experiencia de Paíto la crecida era descomunal.

Pero a pesar de eso las esperanzas seguían intactas en aquellos corazones. Paíto se había bajado de Botijo para otear del otro lado del río a ver si se veía algún rastro de Yerba Mora y Lucerito. Pero desde el lomo de un jumento la vista se hace más alta.

Desde varios cientos de metros adelante se escuchó el grito:

-¡Paítoooo allá está de aquí la veooo!

De aquel lado del río se veía el blanco lomo de Yerba Mora, la Felicidad volvió a sus rostros. Aquel era mucho más que un simple animal de cría. Su leche milagrosa había curado de decenas de enfermedades a todos en la familia, de ahí venía su nombre, porque tenía tantas propiedades curativas como la planta medicinal.

Yerba Mora era otro miembro de la familia y ni que decir de su bobino retoño Lucerito, el fue la muñeca de todas las pequeñas de la casa, por su dócil temperamento.

Pero aún había un gran obstáculo que superar, la crecida del río no sólo dificultaba cruzarlo, sino también traer del otro margen a la res y su cría sin morir en el intento. Pero la esperanza a veces se disfraza de terquedad.

-¡Por este lado se angosta el río Paíto! Le dijo tratando de tomar la iniciativa en el rescate de los animales.

Dio un brinco del Borrico y en segundos se despojó de las botas de labranza y se lanzó a la aventura de alcanzar el otro lado del río. Quizás sería el ímpetu o la esperanza que abotonaba los oídos y no escuchaba más que sus pensamientos, pero Paíto venía en apurada carrera gritándole desde lo lejos ¡No te metas muchacha loca, puede haber alimañas!

Pero la advertencia de Paíto no llegó a aquellos oídos ensordecidos de frenesí. Apenas pisó las gélidas y turbias aguas del Amana su esperanza de recuperar a Yerba Mora y a Lucerito fue avasallante, al segundo paso, con el agua turbulenta y furiosa a la altura de sus rodillas y justo en la zancada dada antes de zambullirse logró escuchar el grito de Paíto a lo lejos que le advertía tardíamente:

¡NO TE METAS AL RÍO!

A la par de que sentía como una filosa aguja se le hundía en medio de la planta del pie izquierdo y como una centella se le iluminó la vista como si desde aquel pinchazo le corriera un rayo por todo el cuerpo y le cegara con sus destellos.

En fragmentos de segundos y antes de desvanecerse sintió el gelatinoso movimiento que serpenteo bajo su pie.

Cómo si hubiere pisado un tizón, sintió un ardor insoportable que le nacía de la planta del pie y se le esparcía poco a poco por todas las articulaciones.

No supo más de ella, el doloroso impacto de aquella desconocida espina hizo que perdiera el conocimiento.  Paíto llegó justo a tiempo para recogerla del río y evitar se la llevara la corriente y se ahogara. Cómo pudo la tomó en sus brazos mientras sólo sollozaba.

¡Ay mija!

Antes de salir del río pudo ver por la rabadilla del ojo serpenteante y escurridiza sombra submarina causante del maligno evento.

Se trataba de una Raya de río, de las más grandes que sus ojos habían visto, dos cuartas de su mano servirían para medir su envergadura. Recordó sus habilidades esotéricas para curar la ponzoña de la macaurel, la mapanare y la cascabel, pero necesitaba cazar al artero animal.

A lo lejos escuchó galopar un caballo, ya la lluvia comenzaba a azotar nuevamente, Yerba mora y Lucerito ya dejaron de ser la prioridad, tenía que salvar a su muchacha.

El galope venía del este, levantó la mirada para afinar la vista y vio que se trataba de el compadre Marcelino, levantó sus brazos los agitó y le gritó su nombre ¡MARCELOOOO!.

Desde el lomo del caballo el compadre lo avistó, cambió de rumbo y en cuestión de minutos estuvo junto a ellos.

No hizo falta preguntar que había pasado, viendo el cuerpo de la ahijada desmayado en la arena y al compadre oteando en la orilla del río, solo preguntó para confirmar:

-¿Una raya compae?

– Ansinae mi compa, respondió Paíto.

Y antes de que profundizaran en el diálogo Paíto soltó un machetazo al agua y metiendo las dos manos sacó al ponzoñoso animal que le había malogrado a su muchacha.

Sus dos manos no eran suficientes para cubrir aquel inmenso ejemplar, nunca antes los ojos de ningún Uriqueño habían visto en las aguas del Río Amana una Raya más grande que aquella.

Sin dar mucho espacio y tiempo al veneno se acercó al pie de su muchacha, de un mordisco arrancó la cabeza del animal y la escupió a un lado, con la sangre que brotaba del animal bañó el pie afectado mientras lo persignaba usando el cuerpo del animal.

Comenzaron las oraciones, Padre nuestro para el inicio de aquel extraño exorcismo a un veneno, le siguieron la oración a San Miguel Arcángel y a San Marcos de León, Oración está a la que le atribuía los secretos milagrosos de como lograba extraer el veneno de peligrosos rastreros.

El Compadre Marcelino ya había visto decenas de veces este ritual, solo que en picadas de culebras, nunca antes se había enfrentando Paíto a una picada de Raya. Y vaya debut que le tocó, con su muchacha, su primogénita.

Una y otra vez aplicaba el ritual invocando en susurros la seguidilla de oraciones y acababa con una chupada a la herida para extraer el veneno, pero nada sucedía.

“Es muy grande ese animal compa, debe haber metío mucha ponzoña” dijo Paíto.

Mientras seguía al pie de la letra todas las oraciones, hasta que hubo señales positivas, de la herida en el pie izquierdo de su muchacha comenzó a brotar sangre, según su experiencia y diagnóstico esotérico la sangre solo era el preludio para la expulsión del veneno.

Apenas vio la sangre se apresuró a seguir chupando la herida con más vehemencia, hasta que luego de varios minutos de la herida comenzó a brotar un líquido ambarino bastante traslúcido, este signo emocionó de sobremanera a Paíto pues le indicaba que con sus habilidades podía ayudar a su muchacha a sobrevivir.

El sabía que el veneno de la raya es a veces más potente que el de muchas víboras y conocía a más de una persona que había sobrevivido a una picada de serpiente, en cambio no sabía de nadie que hubiere sobrevivido a una picada de raya.

Por espacio de más de media hora estuvo saliendo aquel líquido traslúcido y ambarino, según contó el compadre Marcelino ya en el ambulatorio del Pueblo mientras el médico rural aplicaba los protocolos al respecto.

Cerca de una semana estuvo inconsciente su muchacha.

Un día despertó en su habitación, con un calor insoportable y con mucha sed, Maíta y Paíto al escucharla corrieron a la habitación y lloraron de alegría al verla recuperada a pesar de los desahucios del médico rural.

Su muchacha tenía mucha sed y pidió agua para beber, en su remplazo Maíta le trajo un gran pocillo de leche fresca. Ella la bebió completamente y pidió más. Al beber el último sorbo dijo:

-Este sabor lo conozco, dicho esto Maíta se fue en llanto y Paíto con los ojos rebosantes de lágrimas le dijo:

– ¡Ay mija como no lo vas a conocé, si el día que te trajimos desahuciada del dispensario cuando llegamos a la casa, ¿quién tú crees que nos recibió?, Yerba Mora y Lucerito y desde ese día no hemos dejado de darte de su leche milagrosa.

Y así fue como Paíto, su fe, Yerba Mora y su leche milagrosa salvaron a su muchacha.

Esta historia aunque parezca ficción es la manera más sencilla de honrar la memoria de Paíto, Ramón Bello y Maíta, María Eduarda Sifontes de Bello, mis abuelos que desde el cielo nos cuidan.

Es también una forma de agradecer a Dios que intercedió en aquel día a orillas del Río Amana y darle otra oportunidad de vivir a la “Muchacha de Paíto”.

Gracias a ella esta historia es posible contarla, o mejor dicho todas mis historias, pues esa guaricha valiente que se lanzó al Río Amana crecido, es nada más y nada menos que mi mamá.

Te honro mamá, gracias a ti soy quien soy y tengo los valores y principios que nos enseñaste junto a papá, a mi y a mis hermanos.

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