Sucesos

Relatos de la Justicia: Olinto

“Si hay algún mínimo conflicto entre la vida y la Justicia, definitivamente hay que decidir por la vida”.
sábado, 31 octubre 2020
Helen Hernández | Olinto le salvó la vida

El estrés era mi compañero inseparable, con él convivía día a día. Aprendí a llevarlo casi como una prenda de vestir, quien me vio o conoció en esa época sabe que no me despegaba el teléfono celular de cualquiera de mis orejas.

Cuando apareció aquel artilugio llamado bluetooth fui de los primeros bosquejos de androide, que hablando al aire seguramente a más de un transeúnte sorprendí.

Órdenes recibía y órdenes daba a través del auricular, en la oficina era un torbellino de acciones.

Mientras tecleaba el tablero de la computadora bien podía estar atendiendo una llamada, a la par de dar instrucciones a alguien de mi equipo para culminar una tarea que seguro era urgente.

A pesar de que como un mantra lo hacía repetir a todos y hasta lo teníamos inscrito en la parte superior de la entrada a las oficinas: “Debo ocuparme de lo importante para evitar lo urgente”, por mucho que hacíamos mil importantes, siempre teníamos cientos de urgentes.

Los minutos de paz eran aquellos que precedían a la hora del fin de la jornada, en los que la soledad me acompañaba a bailar al ritmo que marcaba la cadencia de un imaginario vals surgido entre la mezcla de los sonidos del tecleo, el ringtone de mi celular que anunciaba la llegada de algún mensaje, el ruidito fastidioso del aire acondicionado a lo lejos dejado filtrar por la ventana y una que otra ocasión el sonido de la lluvia acontecida afuera.

Las jornadas de trabajo imponían un ritmo en el que muchas veces pasaban por mi vida cosas desapercibidas, la concentración en el trabajo y la autoexigencia de entregarlo siempre bien, me hacían perder en ocasiones cosas que de haberlas advertido serían inolvidables.

Pero eso cambió radicalmente el día en que conocí a Olinto.

Caminaba bajo el sol inclemente del mediodía, iba rumbo a tribunales desde mi oficina que quedaba relativamente cerca, aunque el perpendicular castigo del sol de las 12 le resta cercanía a cualquier distancia.

Para variar hablaba por teléfono, la entrega urgente de un documento me forzó omitir la hora del almuerzo; al final de la vía, a mano derecha, se encontraba la última esquina de la cuadra antes de que se convirtiera en autopista y justo al virar estaba el Palacio de Justicia.

Detenido en esa esquina pude verlo desde lo lejos, aunque mis ojos no le prestaron la atención necesaria.

Él estaba recargado sobre un garabato de alguna rama caída de un árbol que improvisaba un bastón, sus ropas y los sacos de latas vacías denotaban obviedades de su situación de calle.

Al llegar cerca de él farfulló algunas cosas que ni perdí tiempo en escuchar, mi concentración estaba en lo que conversaba por teléfono; pero al pasar a su lado me tomó con fuerza por mi mano derecha haciéndome detener de inmediato, justo para evitar fuera víctima de la embestida de un vehículo que giró a exceso de velocidad.

En ese instante entendí que aquello farfullado por el anciano, fue la advertencia de la proximidad del veloz vehículo.

“La cosa más importante de la vida es vivir”, me dijo apenas me soltó, mientras su rostro compuesto de arrugas, barba, canas e intemperie cerraba aquella frase con una luminosa sonrisa.

“Tiene razón jefe”, le respondí luego de reflexionar aquella frase por unos segundos. Corté la llamada que sostenía por el celular, a la vez que le extendí mi mano para agradecerle haberme salvado de aquella segura embestida vehicular.

Me tomo tímidamente la mano, como queriendo no ensuciarla con los restos de lo que fuera que tuviere en ellas en forma de escamas. Yo aproveché y se la sostuve fuertemente y le dije: “Le debo una patrón”.

Él se sonrió más efusivamente y me dijo: “Pierda cuidado joven, para eso estamos los viejos, para cuidar a los muchachos”.

Y su risa le hizo abrir más aquellos ojos que de tanta arruga, calle y mugre se les había olvidado recordarle al mundo que eran azules.

Yo aun absorto de aquella bofetada que me estaba dando la vida para aquietar mi convulsionado estilo de vida, me detuve algo más de tiempo para atender este cable a tierra.

“Bueno usted tiene razón, pero aquí todos tenemos que cuidarnos unos a otro”, le contesté y vi nuevamente aquellos ojos azules riendo en sincronización con aquella desdentada pero tierna sonrisa.

“¿Usted comió ya? Mire que ya es casi mediodía”, le dije mientras me metía la mano en el bolsillo buscando algo de dinero para darle, cuando me soltó sin más: “Una vida por un plato de comida me parece justo, porque tanto anhela comer el hambriento como vivir el moribundo”.

Y antes de que aquel anciano rostro volviera a sonreír mi mente atrapó esa joya que ni el más encumbrado filósofo había podido decir.

Mi mano se detuvo dentro de mi bolsillo y antes de arruinar ese momento con algún gesto torpe indagué: “¿Habrá alguna forma en que pueda retribuirle lo que ha hecho hoy por mí?”.

“Sí puede, continúe con el mismo hambre de justicia de siempre, pero primero comience a vivir”, manifestó mientras tomaba sus pesados sacos de lata y echándoselos al hombro, comenzaba su torpe y lenta caminata hacia la autopista, apoyándose de aquel viejo y corroído garabato devenido en bastón.

Miles de preguntas vinieron a mi mente: ¿Hambre de justicia? ¿Pero acaso sabe que soy abogado? ¿Cómo sabe que soy un terco buscador de justicia?

Entre esas miles de preguntas logré atinar una que le lancé casi a gritos dada la distancia que ya nos separaba: “¿Ajá y usted pretende dejarme así sin poder retribuirle?”.

Y él girándose levemente hacia donde yo me encontraba aún me dijo: “Hábleles a los suyos de este raro encuentro, o simplemente dígales que hoy conoció a un señor que se llama Olinto”.

Levantando su mano con el bastón hizo su gesto de despedida, no sin antes ver brillar aquella tierna sonrisa de ojos azules.

Pasaron muchos años luego de aquel extraño suceso. Nunca más vi a Olinto, ni por casualidad me lo volví a topar en la vía, pero confieso que desde ese día mi vida dio un vuelco, comencé por detenerme a ver las cosas importantes que antes no veía.

En una ocasión tuve un caso muy emblemático en el que me tocó sostener una defensa de un juicio en otro estado del país, esta se definía en una sola audiencia.

Mi trabajo fue totalmente a distancia, yo era quien había fundamentado, redactado, compilado e investigado cada oración, párrafo e idea sostenida en aquel juicio; pero por ser a distancia, mis colegas eran quienes se encargaban del seguimiento al juicio.

Por eso no conocía al juez, ni a las partes; mi misión en aquel insospechado viaje era hacer valer la justicia que había ayudado a demandar, por lo que la decisión de aquel caso se debatía entre la incertidumbre de haber tenido un juez justo o no.

La sentencia dictada, aunque no nos favoreció, vino antecedida por uno de los más ejemplares discursos que he escuchado en un estrado.

En palabras de aquel sabio jurista se construyó algo que si bien es cierto no fue dicho con las mismas frases, llevaba buena carga de lo aprendido en aquel viejo episodio como mi anciano amigo.

Esa frase enorme como el universo ha estado y estará perennemente en mis memorias: “Si hay algún mínimo conflicto entre la vida y la justicia, definitivamente hay que decidir por la vida”.

Esta lección de vida narrada en forma de historia no estaría completa, sino les digo que al momento de tomar de manos del alguacil la sentencia para refrendarla con mi firma, leí justo en el lugar correspondiente a la firma del juez, el nombre de aquel sabio jurista… Olinto.

Juro que la magia enigmática de aquellos ojos azules, destellando desde el rostro del juez al momento de despedirse desde lo alto del estrado, ya la había visto muchos años atrás.

Relatos de la Justicia está basada en las experiencias vividas por el autor durante el desempeño de su carrera en el ámbito judicial. Sus personajes y circunstancias han sido modificadas y adaptadas con un poco de ficción para su difusión en el Diario PRIMICIA.

Ten la información al instante en tu celular. Únete al grupo de Diario Primicia en WhatsApp a través del siguiente link:  https://chat.whatsapp.com/IRw6IXFYgK25m8tLpx3lKk

También estamos en Telegram como @DiarioPrimicia, únete aquí https://t.me/diarioprimicia

Lea También:
Publicidad
Publicidad
Publicidad
error: