Sucesos

Relatos de la Justicia: Premonición mortal

He leído mucho de los episodios premonitorios, solo a eso puedo atribuir este hecho.
sábado, 17 octubre 2020
Helen Hernández | Varias situaciones fueron anormales en un día de trabajo

A veces no es tan bueno ser tan trabajador, sobre todo cuando trabajas hasta altas horas de la noche, primero por salud física y en este caso también por la salud mental.

Era normal en mí terminar de trabajar muchas horas después de las oficiales, soy de esas personas que no puede dejar algo para mañana cuando tiene la certeza de que lo puede terminar hoy y mucho más cuando de ti depende mantener tras las rejas a los criminales o hacer que alguien recupere su preciada libertad.

Como bien me lo decía una gran maestra de vida: “Si decidiste trabajar para la justicia debes quitarte el reloj”.

De tal manera que era muy común para mí salir de la oficina a altas horas de la noche, pero con la satisfacción del deber cumplido.

Ese día no podía ser la excepción. Los funcionarios se retiraban de sus puestos de trabajo entre las 4:30 p.m. que era la hora oficial de salida y las 6:00 p.m. algunos otros workahólicos como yo, que no tenía problema alguno de salir a veces cerca de medianoche, como sucedió ese día.

Me encontraba fundamentando un escrito de acusación de un caso de violación al cual le dediqué bastante trabajo durante la investigación; ese caso recuerdo era de un degenerado que abusó de su menor hija biológica, por ello hasta no ver engranado cada coma con cada punto y acento no me apartaría de ese documento.

Recuerdo haber estado buena parte del día en mi oficina ensamblando lo que sería la estocada judicial para aquel aberrado; sin embargo, no había sentido pasar el tiempo así, como tampoco había sentido cómo había variado la temperatura.

Imaginé que el frío que sentía se debía a que en ausencia de más personas el A/A tendería a incrementar su intensidad, pero el entumecimiento de mis manos ya era insoportable, al punto de hacer incómodo teclear en la computadora quien era, junto con un vaso de plástico donde horas atrás hubo café, mi única compañía.

Decidí levantarme para apagar el aire y al llegar al tablero primera sorpresa: el A/A estaba apagado, de inmediato mi mente me hizo recordar aquella pregunta de mi secretaria que fue la última de los funcionarios en irse ese día de la oficina: ¿Dr. le apago el Aire?

Y recordé también haberle gruñido un: “Apaga esa vaina y chao”, para no perder la concentración y escuchar también su risa con su acostumbrado: “Aquí no pagan horas extras”.

De tal manera que al recordar eso no me quedó otra solución que abrir las puertas de la oficina, hasta la puerta principal, y dejar sólo la reja de protección para que entrara aire cálido.

Así lo hice y regresé a mi puesto de trabajo a seguir en lo mío.

Al cabo de unos minutos escucho unos pasos como de alguien que corre con el característico golpe seco de cada pisada, pues la oficina estaba totalmente alfombrada.

“Coño se metió alguien”, pensé, de inmediato me levanté y apurado llegué al pasillo que conducía hacia la puerta principal, no había nadie.

Caminé lentamente hasta llegar a la reja de seguridad y estaba totalmente cerrada, de hecho, aún con la cerradura pasada, metí mi llave y lo comprobé.

Me viré para dar una nueva revisión por las otras oficinas, las cuales podía verlas de allí porque las paredes en su mayoría eran de cristal.

No había nadie, de eso estaba seguro. Sin embargo, mi concentración en verificar si había alguien más que yo dentro de las oficinas me hizo pasar desapercibido un detalle: Todas las puertas que abrí anteriormente para que entrara aire cálido, fueron cerradas.

Realmente eso llamó mi atención; sin embargo, asumí que pudo ser el brazo hidráulico del que disponían en su mayoría. Por ello las volví abrir todas y esta vez me cercioré de abrirlas hasta el final y verificar que se trababa de su sistema de cierre y volví a mi trabajo.

Retomé la escritura del documento, pero ya mi concentración no estaba 100 %, compartía mis sentidos entre culminar bien y rápido mi trabajo y mantenerme alerta de otro episodio como el de las pisadas.

Ya casi finalizando el documento escuché claramente cómo silbaba el ducto del A/A y vi cómo ondeaba la pequeña fibra metálica que poseen las rejillas de ventilación; mi incredulidad ante lo visto me hizo decir en voz alta: “Cómo es la vaina? Si yo te vi apagado aire del coño”.

Me levanté más que con miedo con furia y me dirigí al tablero eléctrico donde se apagaba (literalmente se le cortaba toda alimentación eléctrica a todo el sistema de A/A) para cerciorarme de algo inaudito: EL BREAKER ESTABA EN POSICIÓN DE APAGADO.

Algo en mi mente no deseaba sugestionarse y probé encenderlo de nuevo, llevando el encendedor a su posición de “encendido”; cuando lo llevé a esa posición, desde el pasillo que conducía a la entrada se escuchó un aterrador grito que taladró con su potencia mis tímpanos.

Mi piel se erizó de inmediato, mi corazón se aceleró en segundos, pero mi deseo de descubrir quién había gritado fue más fuerte y no me quedé inmóvil, corrí hacia el pasillo, pero antes de llegar a él escuché otro grito, esta vez era la voz de un hombre adulto que gritó un nombre: ¡LUCIANA!

Al llegar al pasillo vi hacia el lado de afuera de la oficina lo que fue el celaje de una niña de unos 7 años, de cabello negro largo, vestida con una braga tipo bermudas color blanca y con un lazo del mismo color, recogiendo un moño de cabello desde la parte superior de su cabeza.

Seguí corriendo hasta llegar a la reja para ver si lograba precisar cuál había sido el motivo de aquellos gritos. Esperaba salir y encontrarme a un hombre correteando a su hija, pues asumí que quizás habían entrado al centro comercial donde funcionaban las oficinas.

Al abrir la reja no observé a nadie, desde la puerta se podía ver claramente la calle y a Cheo, un vendedor de perros calientes que se apostaba cerca de la entrada todas las noches.

Me acerqué hasta Cheo y le pregunté: “Epa Cheo quien dejó pasar a una niña para el Centro Comercial”, el se volteó a verme y con la risa aguantada en los cachetes me dice: “Doctor, deje las drogas”.

Acto seguido se carcajea. Yo le refutó que si no escuchó el grito y hasta le describí cómo vestía la niña y que hasta me pareció escuchar a papá o a un adulto llamarla por su nombre.

Se volvió a aguantar la carcajada y me soltó: “El consejo es en serio doctor”. La carcajada esta vez fue más sonora.

Después de ser blanco de las burlas de Cheo, bajó un poco mi presión, regresé a la oficina a apagar la computadora y segunda sorpresa: TODA LA OFICINA ESTABA A OSCURAS Y LA REJA CERRADA CON LLAVE.

Era imposible, desde donde conversaba con Cheo podía visualizar perfectamente la entrada y nadie, absolutamente nadie pudo entrar, apagar las luces y cerrar la reja sin que nosotros no nos diéramos cuenta y menos pasarle llave a la cerradura.

Volví a entrar no sin antes percatarme que las puertas volvieron a ser cerradas y el aire encendido otra vez. Fui directo a mi computadora, guardé el documento y me percaté que todo estuviera completo (no saben de lo que son capaces las fuerzas oscuras que rodean a los delincuentes).

Tomé rumbo a mi casa. Al pasar por dónde Cheo el muy desgraciado me dice: “Dr. por ahí lo andan buscando una niña y su papá”.

Solo pude hacerle la señal de costumbre. Al llegar a mi casa recibí una llamada de unos funcionarios policiales para reportarme la detención de un grupo de seis personas pertenecientes a una banda de piratas de carretera.

Estos interceptaron para atracar a los pasajeros de un bus de expresos Los Llanos, a la altura del sector Villa Lola; el chofer del bus, para evitar el asalto, desvío la unidad hacia un lado produciéndose un vuelco con el lamentable deceso de cuatro personas y una decena de heridos de mediana alta a gravedad.

Le pedí al funcionario policial que me mantuviera al tanto de todo y que procurara tenerme el expediente lo más instruido posible para el día siguiente.

Y así fue, cerca de mediodía llegó la comisión policial a mi despacho con el expediente del caso, lograron capturar a tres miembros más de la banda con algunas maletas robadas de los pasajeros, quienes no se inmutaron en robarlos aun cuando provocaron el vuelco, los heridos y los fallecidos.

Pero fue en una de las páginas del expediente donde estaba la fijación fotográfica del sitio del suceso, donde pude verla y ahora sí bien, con su lazo blanco en su cabello y su braga también blanca hasta las rodillas, ella era uno de los cuatro cadáveres, su nombre en el expediente: Luciana Carolina.

Otro de los cadáveres: Su papá. En las entrevistas de los testigos pude leer lo que narró uno de ellos: “Escuché un grito fuerte de la niña y luego a su papá llamarla por su nombre: ¡LUCIANA!”.

No pude, ni podré aún saber cómo tuve la percepción del instante en que ocurrió el hecho, como una experiencia paranormal aún antes de ocurrir.

He leído mucho de los episodios premonitorios, solo a eso puedo atribuírselo. Ah y los delincuentes, bueno yo mismo logré su condena.

Relatos de la Justicia está basada en las experiencias vividas por el autor durante el desempeño de su carrera en el ámbito judicial. Sus personajes y circunstancias han sido modificadas y adaptadas con un poco de ficción para su difusión en el Diario PRIMICIA.

Ten la información al instante en tu celular. Únete al grupo de Diario Primicia en WhatsApp a través del siguiente link: https://chat.whatsapp.com/GrMSWMc6dI10zfha74uZzR

También estamos en Telegram como @DiarioPrimicia, únete aquí https://t.me/diarioprimicia

Lea También:
Publicidad
Publicidad
Publicidad
error: