Sucesos

Relatos de la Justicia: Mi amigo el espía

Lo cierto es que me tocó estudiar 5to año de bachillerato en un liceo de Catia, que quedaba a pocas cuadras de una carnicería que regentaba mi hermano junto a otros socios y en la cual yo trabajaba.
sábado, 01 mayo 2021
Helen Hernández | -"Tranquilo que si logro vender esto tendrás tu comisión por transportación".

He tenido incontables sucesos en mi vida que darían material suficiente para escribir unos cuantos libros de historias increíbles. El relato que hoy les entrego es sin duda alguna uno de esos episodios al que necesariamente tengo que resaltar como asombroso. Pero para poder narrarles esta anécdota debo regresar en el tiempo y contarles previamente algo de mi adolescencia.

Comienzo por decirles que siempre he sido una persona inquieta, desde joven sentía que me movía una energía muy dinámica, siempre mi mente estaba en procura de curiosear con algo nuevo.

Esa inquietud me hizo ganar muchos castigos y reprimendas de mamá por los varios inventos devenidos en travesuras, según la óptica de sus ojos de adultos. Pero en mis ojos de niño solo estaban las ganas de saber de cosas y en la curiosidad natural propia de los niños.

Esa condición de “inquieto” se le sumó el hecho de mi escolaridad nómada. Estudié primaria en tres colegios distintos y en el mismo número hice también el bachillerato, producto de las veces que nos mudamos de casa. Esto le dio un poderoso ingrediente a mi “inquietud” y ese era el ingrediente de la afinidad, el cual terminaba siempre produciéndome saldos positivos en cuanto a amistad.

Yo no tenía amigos, tenía cómplices y los tuve de todos los colores, géneros, posición social, ideologías y credo. En el tema amistad soy la máxima expresión de la democracia, de todo, con todos y para todos.

Hice mi último año de bachillerato en un liceo distinto del que había estudiado desde 3er año y todo porque a un profesor no le gustó mi forma de expresar mi desacuerdo con mi nota, bueno realmente al profesor no le gustó fue lo que le hice a su vehículo.

Pero es que el tipo realmente era un patán y todos lo sabían, director incluido, yo solo hice algo con lo que quizás muchos se sintieron reivindicados por los abusos sufridos. Pero esa es otra historia que quizás cuente luego.

Lo cierto es que me tocó estudiar 5to año de bachillerato en un liceo de Catia, que quedaba a pocas cuadras de una carnicería que regentaba mi hermano junto a otros socios y en la cual yo trabajaba.

Siempre he considerado que Catia es una suerte de ombligo del mundo. Usted no sabe con quién va a socializar, puede que en la mañana bromee con uno de los miles de indigentes que pululan en sus calles y en la tarde termine compartiendo un café con un agregado de la embajada de Suiza en agradecimiento por ubicarle una dirección como me ocurrió una vez.

En ese misticismo multicultural que envuelve Catia me tocó hacer amistad en ese nuevo liceo con compañeros que eran hijos de italianos, árabes, colombianos y hasta con un amigo que era nacido en Senegal, obviamente su apodo no pudo ser otro que “africano”.

Pero mi amistad ese año se centró en tres amigos incondicionales: Jhoan “el Colombiano”, Rafaella “Lina” y Alex “el Turco”, los cuatro hicimos grupo desde el primer día de clases y así seguimos por el resto del año.

De ellos les voy a hablar exclusivamente de Alex, era hijo de árabes, nunca supimos realmente de cuál de los países árabes provenía, llegó a Venezuela cuando tenía dos años, sus padres iban y venían al país con una frecuencia desorientadora, se dedicaban al comercio internacional y era eso lo que hacía que Alex en sus vacaciones recorriera el mundo literalmente, hablaba varios idiomas y siempre nos llevaba ventaja a Jhoan y a mí con cualquier chica, sus facilidades lingüística sumadas a su 1,80 de estatura y la labia de vendedor turco nos opacaba evidentemente.

Nos graduamos pero Alex no fue al acto de grado, estaba en Australia acompañando a sus papás. Recuerdo haberlo visto la última vez cuando acompañamos a Jhoan a comprarse la ropa para el acto de graduación, desde ese día no lo volví a ver.

Muchos años después me encontraba yo de regreso a Puerto Ordaz de un viaje desde Caracas, venía de realizar uno de los tantos cursos de profesionalización obligatorios que nos imponía nuestro director.

En el aeropuerto de Maiquetía me encontré con un amigo que también regresaba a Puerto Ordaz pero en otro vuelo distinto al mío, como buen amigo y dado lo temprano que llegamos al aeropuerto me invitó a tomarnos algo, ese algo fue un servicio de ron para dos, era un día viernes y me dije: “que carajos”.

Al cabo de media botella, mi urgencia del baño me llevó a interrumpir la animada tertulia. El entrar al baño de caballeros sentí el inconfundible aroma a “Lagerfeld for men”, esa fragancia me llevó a varios lustros atrás, mi memoria olfativa fue infalible, esa era la colonia que mi amigo Alex usaba y con la que bromeábamos cuando le preguntábamos si se bañaba con ella.

Justo cuando estoy por terminar mi faena miccionaria, suena mi celular y era mi amigo avisando que su vuelo estaba embarcando y que me apurara por mi equipaje de mano. En ese instante entre subirme la cremallera, atender el teléfono y lavarme las manos, el encargado del aseo del baño tomó una servilleta de papel la dobló y viendo mis manos ocupadas y mi atención en el teléfono hizo un gesto con manos y cara y llevó la servilleta al bolsillo izquierdo del saco que yo llevaba puesto, agradecí también con un ademán con mi cabeza en agradecimiento y salí en búsqueda de mi amigo y mi equipaje de mano.

Al llegar al lugar mi amigo se despide con un abrazo y señalando a la mesa donde quedaba media botella de ron me dice:”no la dejes morir de soledad y tristeza ” se rió y se fue casi a ritmo de maratonista.

Me senté nuevamente convencido de cumplir con la misión encomendada por mi amigo.

Minutos más tarde los parlantes del aeropuerto me abrían las posibilidades de lograrlo, indicaban un retraso de mi vuelo. Cuatro horas de retraso más una pizza hicieron posible que cumpliera la misión, pero los efectos del alcohol no dudaron en aparecer.

Cuando anunciaron finalmente el embarque de mi vuelo, recordé la encomienda obligatoria que mi esposa religiosamente me encargaba ante cada uno de mis viajes a Caracas: sus respectivos golfeados con queso de que venden en una conocida tienda apostada en el aeropuerto.

Cuando estoy en la fila para ordenar, nuevamente llegó a mí olfato “Lagerfeld for men” acompañado de un acercamiento sospechoso e inusual de alguien justo detrás de mí, quien palmeando mi hombro derecho me preguntó:

-¿Mire señor fiscal se le quedó esto en el bar? y entregándome mi equipaje de mano observé a mi entrañable amigo Alex.

Ante mi sorpresa de verlo después de tantos años, me pregunta: ¿para donde vamos, para Puerto Ordaz?

Aún no cabía en mi asombro de ver a mi amigo de años recuperar mi equipaje que la botella de ron en mi sistema dejó olvidado. Luego del saludo y de las chanzas que obviamente originó mi evidente estado etílico, Alex me comentó que compartía vuelo y destino conmigo. Abordamos el avión y ante la poca afluencia de pasajeros, Alex pidió sentarse a mi lado. Conversamos todo el vuelo, noté que nuevamente Alex me llevaba ventaja, pero ésta vez con respecto a información sobre mí.

Cuando le pregunté que como supo que yo era fiscal, hábilmente respondió que husmeó entre mi equipaje de mano antes de entregármelo. Pero sospechaba que sabía muchas más cosas de mi que no necesariamente había sacado de mi equipaje de mano.

Me comentó que trabajaba en el área de la informática y que en la actualidad trabajaba para varias agencias de información en países del medio oriente y Europa. Yo podía estar algo tomado, pero parte de esa historia no me convencía y mi cara así parece que se lo hizo saber, pues antes de aterrizar se rió y me dijo sabiendo de mis orígenes en un perfecto italiano:

-“Oh Miguel, mi hai preso, compro e vendo informazioni a chi è interessato”.

Intuí que algo más había en eso simple de “comprar y vender información a los interesados” pues en ese rubro pueden caber miles formas de negocios, entre ellas el espionaje.

Llegamos a nuestro destino y al despedirnos luego de las respectivas bromas de adolescentes que aún nos jugábamos, acercó su mano al bolsillo de mi saco y sigilosamente tomó la servilleta que guardó el señor del aseo del baño del aeropuerto y abriéndola con delicadeza sacó de ella un pequeño cilindro metálico a la vez que me decía con cierta parsimonia:”En ningún otro buen amigo habría confiado este objeto”.

Al ver mi cara de desconcierto me tomó con sus manos por los hombros y sacudiéndome como un gesto de agradecimiento me dijo: “Tranquilo que pueden haberte metido media panela de cocaína en tu equipaje de mano e igual la habrías traído sin darte cuenta” se rió y saludó a una persona que ya había venido por él al aeropuerto, no sin antes decirme mostrándome nuevamente el misterioso cilindro metálico:

-“Tranquilo que si logro vender esto tendrás tu comisión por transportación”.

Yo aún en mi incredulidad sólo pude ripostarle:

-“Si y más o menos cómo me la vas a dar si ni siquiera me pediste el número de teléfono para ubicarme” y él sin dar espacio a mis argumentos me respondió: “De la misma manera que supe cómo y cuándo regresabas a Puerto Ordaz, despidiéndose mi amigo Alex una vez más sin dejar otro rastro más allá de aquel inconfundible aroma de “Lagerfeld for men”.

Desde aquel día no lo he vuelto a ver, ni a saber de él, intuyo que el negocio por el que vino no se logró.

Bueno, aunque sí creo haberlo visto una vez más, pero no en persona sino en la televisión, pues juraría que mi amigo Alex, fue esa persona que los medios de comunicación mundial señalaron, como el doble que usaron presuntamente en el entramado del caso del asesinato del periodista Árabe Khashoggi y que se vio ampliamente en los videos difundidos.

Pero no puedo dar fe de ello, puedo decir en su defensa que ese día en el aeropuerto yo estaba muy borracho y que producto de mi estado me quedó una inexacta impresión de que mi amigo Alex realmente era un espía, y abonando aún más en su defensa puedo decir que tampoco estuve en la embajada saudí de Turquía el día de los hechos, para corroborar si se percibía el aroma a “Lagerfeld for men”.

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