Sucesos

Relatos de la Justicia: La Casita del Campo

Fue justo al final de esa larga celebración de libertad que vino la otra temida frase para los abogados penalistas: “doctor mañana hablamos de sus honorarios”.
sábado, 17 abril 2021
Helen Hernández | Una misteriosa cruz alertó a uno de sus hijos

Nada más placentero para quien trabaja que disfrutar del fruto de su sacrificio, siempre será una satisfacción poder disponer sin ningún obstáculo más que los propios de la moral y las buenas costumbres, todo aquello que hemos devengado por hacer lo que tanto nos gusta, trabajar en lo que siempre soñamos.

Había sido un caso agotador en el que había invertido buena parte de mi tiempo de todo un año y parte de otro. Justo eso duró demostrar lo que el derecho le reconocía a mi cliente y a través de varias estrategias pude hacerle recuperar uno de sus más preciados derechos: el derecho a la libertad.

Como buena parte de los profesionales del derecho en este país, me tocó hacer algo que los abogados penalistas jamás acostumbramos hacer: Financiar un juicio, y no es por mero capricho de estilo en el gremio sino por aquella vieja conseja de: “Preso en la Calle no paga”. De la cual lamentablemente ya había tenido algunas amargas experiencias en el pasado que le daban la razón a esa pérfida frase.

Sin embargo, este cliente había sido recomendado por otro buen amigo y también cliente que siempre me auspició más de la mitad de mis honorarios profesionales durante el juicio bajo la constante “tranquilo doctor que él le paga todo al final”.

El compromiso y la fuerza que da tener la razón en los hechos y en el derecho fueron junto a los “tranquilo doctor que él le paga todo al final”, el combustible necesario para llevar a puerto seguro la nada sencilla tarea de recuperar su libertad.

El día en que les hice entrega formal a sus familiares a las puertas del palacio de justicia, a aquel famélico ser que retornaba a la cotidiana libertad a través del más largo de los abrazos a cada uno de sus parientes. Las lágrimas y las risas convergían en aquellos rostros con rasgos inequívocos de parentesco.

Fue justo al final de esa larga celebración de libertad que vino la otra temida frase para los abogados penalistas: “doctor mañana hablamos de sus honorarios”.

Para el pago de honorarios no hay mañana y aunque por deber el origen de su nombre al honor y no a otra cosa distinta, hice valerlo con un fuerte apretón de manos acompañado de “lo espero mañana temprano en mi oficina”…

– “Así será doctor cuente con eso”, respondió de la manera más seria a pesar de su animosidad y alegría del momento.

En efecto al día siguiente se presentó a primera hora en mi oficina acompañado de su esposa y su hija mayor, impecablemente vestido, afeitado, oloroso a colonia y luciendo el rostro de quien ha dormido plácidamente luego de noches de largos insomnios.

Después de los afectuosos saludos, las cortesías y las chanzas estilo “lo que pasó en la cárcel se queda entre tú y el negro manguera”, le expliqué lo poco que aún quedaba por hacer en su caso, como el trámite de exclusión del sistema y otros por el estilo. Así como el respectivo pago de los honorarios, sobre los que el propio cliente abordó con la siguiente frase acompañada de una inusual risita nunca antes vista en él: “con respecto al pago de sus honorarios le tengo dos noticias una buena y una mala”.

Y antes de que profundizara la chanza en algo tan serio como mis honorarios lo interrumpí diciéndole: “Aquí las únicas noticias malas pueden ser para usted sino trajo consigo mi pago”… se le ahogó la risita y de inmediato recapituló:

– “Bueno Doctor era una broma no se moleste, digamos que no hay noticias malas”.

Hizo una pequeña pausa y continuó:

– “ Yo le tengo su pago, sólo que una parte será con dinero y otra con la propiedad sobre una casa si usted lo acepta”… tragó grueso y abrió sus enormes ojos de forma expectante aguardando una respuesta…

– “Tomémonos un café y veamos cómo es eso”, le dije posando mi mano derecha sobre su hombro izquierdo, hizo un largo respiro y respondió “ok”.

Se trataba de una pequeña casa de campo ubicada a una hora a las afueras de la ciudad, me había traído la documentación pertinente a la propiedad y me mostró varias fotos en su celular de la vivienda rural, construida sobre lo que era una hectárea aproximadamente de terreno enclavada en una falda de montaña que dibujaba un hermoso valle.

Honestamente siempre he preferido el cash, pero un inmueble nunca es despreciable y menos cuando se recibe como parte de pago de un trabajo muy bien realizado. Aunque internamente sabía que la decisión no dependía sólo de mí sino que debía consultar previamente con la regente de todos mis bienes y algunos males: mi esposa.

Sin darle aún respuesta sobre la aceptación o no de la propuesta de pago de recibir parte de mis honorarios mediante la entrega de aquella propiedad, fijamos ir a ver la casa ese fin de semana próximo, para lo cual planifiqué ir con la familia entera.

El día sábado arribamos cercano a las 9:00 de la mañana al lugar de la carretera en donde mi cliente nos iba a esperar para luego tomar la ruta hacia la vivienda.

El clima lo sentimos bastante fresco lo cual se apuntó como un punto positivo pues la zona es conocida por ser un sector bastante caluroso, sin embargo mi cliente nos informó que gracias a la dinámica de los vientos provenientes de la montaña la zona siempre mantenía el mejor clima fresco de toda la región.

Cuando llegamos atravesamos una larga servidumbre de paso que nos permitía el acceso a la vivienda, como si atravesáramos un gran pasillo verde rodeado de árboles de mango y ciruelos. Debo reconocer que en mi cuenta aquella entrada ya sumaba el segundo punto positivo.

Al trasponer el último y más ancho de los árboles de mango, frente a nuestra vista se mostró cómoda, coqueta y acogedora aquella casita que parecía salida de un cuento de historias infantiles del bosque, el brillo en los ojos de mi esposa en inequívoca señal de aprobación me hicieron sumarle el tercer punto positivo a mi cuenta mental de cualidades.

Nos mostró toda el área que rodeaba la casa, los árboles frutales con los que contaba y uno a uno fue nombrando a los vecinos con nombre apellido y dedicación, mientras señalaba cada uno de los linderos de aquella verde y fresca mientras una bandada de mariposas y el trinar de diversas especies de aves servían de marco a aquella presentación.

Una vez hecha la rudimentaria medida del área a la usanza tradicional de contar zancadas por metros, nos introdujo a la vivienda y nos fue mostrando cada espacio y cada habitación hasta llegar a una pequeña puerta que conectaba un pequeño patio con el área de la cocina, desde donde y a través de una de sus ventanas podía observarse a plenitud aquel valle y aquella majestuosa montaña… punto número cuatro, computó mi mente.

Mi cara de póker no le inspiró a mi cliente la convicción de que había logrado su cometido de venderme una casa, la que en teoría era mía y aunque la realidad era que no quería mostrar expresión alguna hasta ver que mi esposa estaba plenamente convencida, él no vaciló en reconfigurar su oferta para lograr su objetivo y me dijo:

– “Doctor veo que no le convence y en honor a la verdad mi libertad no tiene precio y en honor a eso le voy a ceder la propiedad por la mitad del monto que inicialmente le había fijado y el resto se lo pagaré en un mes aproximadamente”…

Mi cara de póker inmediatamente se convirtió en cara de ¡BINGO! Y con el punto cinco de mi cuenta se sumó la cara de aceptación de la regente de mis días.

Aceptado el trato se dejaron correr las frías espumosas y las diversas carnes asadas correspondientes al ambiente campestre y el ambiente se transformó de la sobriedad de una negociación a la algarabía de una celebración. Menos en los rostros de mis hijos, a quienes no les pareció atractiva la nueva adquisición y decidieron deambular por toda la propiedad en actitud de exploración pero con el semblante más representativo del aburrimiento.

Pasamos varias horas muy amenas y cuando ya disponíamos despedir a los viejos propietarios, cerrar el gran portón de acceso y retornar a nuestro hogar mi hijo mayor se acercó muy despacio a mi y me dijo con voz de pesadumbre: “no me gusta esta casa”, yo le tomé una de sus manos y le pregunté ¿Por qué no te gusta hijo?

Y levantando su mano derecha señaló hacia el frente de donde nos encontrábamos con su dedo índice, y pude ver tras unos arbustos que servían de lindero con la propiedad contigua lo que parecían los vestigios de una gran cruz de hierro, como esas que antiguamente utilizaban en los cementerios.

Ya los antiguos propietarios se habían ido y no pude preguntarles la razón de aquella gran y enigmática cruz, abracé a mi hijo y le dije sin certeza pero buscando hacer que cambiara su percepción: “hijo seguramente es una mascota que esos vecinos enterraron allí por afecto”, lo tomé de la mano y procedí a llevarlo al vehículo para comenzar el camino de retorno a casa.

Me desplacé hasta la entrada de la pequeña vivienda donde se encontraba mi esposa cerrando con llave la puerta principal y le comenté lo sucedido, quien coincidió conmigo con la idea de alguna mascota enterrada en el lugar, pero lo más sorprendente ocurrió cuando al pasar conduciendo el vehículo volví la mirada por el retrovisor y aquella gran cruz de hierro se desvaneció frente a mis ojos.

En lo sucesivo comenzamos a visitar nuestra nueva casita del campo casi todos los fines de semana. En esas visitas planificábamos los futuros proyectos de distracción: la piscina, el área de parrillera, el salón de baile bajo el bohío tejido por manos indígenas, dibujándose esos proyectos en las miradas de todos, bueno casi todos, menos en la de mi hijo mayor.

A pesar de que nunca pernoctamos en esas sucesivas visitas de fin de semana, hubo una en particular que casi lo hicimos y fue justo cuando conocimos unos vecinos nuevos que habían adquirido la propiedad que colindaba hacia el sur de nuestra vivienda.

Esa tarde fue bastante particular, el jefe de casa de la nueva familia propietaria dispuso hacer un agasajo con licor y comida en abundancia al que nos invitó cortésmente, sin embargo luego de compartir algunas pocas horas, no me sentí bien, comencé a escuchar unos extraños zumbidos en mis oídos y a sentir una fuerte presión en mi cabeza y mi pecho, la vista se me nublaba y veía al fondo de nuestra vivienda que se visualizaba desde donde nos encontrábamos compartiendo, como una especies de sombras que se movían con cierta irregularidad.

Decidí excusarme e ir a reposarme unos minutos en una hamaca que ya habíamos instalado en uno de los corredores de nuestra casa y cuando entré pude escuchar claramente que me dijeron al oído: ¡VETE!

Desde ese momento la presión y el zumbido en mis oídos se agudizó, sentí una necesidad inmensa de alejarme de allí, tomé rumbo hacia la entrada y decidí caminar para buscar apaciguar los síntomas.

Las luces de algunas linternas en el fondo hacia donde se proyectaba aquel valle que de día deprendía los más insólitas tonalidades de verde, pero que de noche era más oscuro que el carbón llamaron mi atención, comencé a caminar hacia ellas pero inexplicablemente mis pasos no conducían a ningún lado, comencé a escuchar como desde aquellas luces de linternas me llamaban por mi nombre y el desespero se apoderó de mi.

Intenté correr pero mis piernas se tornaron pesadas, sentía como si me tomaran de los brazos impidiéndome avanzar, aún con la vista nublada y con los fuertes zumbidos en mis oídos, levanté mi brazo derecho y pude ver como aquellas extrañas sombras que antes había visto desde la casa del vecino me sujetaban fuertemente de mis extremidades y desde mi ahogo pude emitir un gran grito, que hizo que aquellas luces se dirigieran rápidamente hacia donde yo me encontraba.

Cuando estuvieron a pocos metros de mí, pude ver mejor y entre la niebla entre mis ojos observé que se trataban de varios de los invitados de la fiesta del vecino, quienes apertrechados de linternas y escopeta fueron en mi auxilio.

Lograron llevarme nuevamente a la pequeña vivienda y allí mi esposa aterrada me hizo saber que llevaba más de dos horas desaparecido y habían salido por mí… pero no todo terminaría ahí, lo más insólito aún estaba por ocurrir…

Sentía el cuerpo adolorido, estaba totalmente extenuado, mies piernas no podían sostener mi propio peso, era una sensación como si algo o alguien hubiera extraído de mí toda energía, los párpados me pesaban de tal manera que representaba un verdadero desafío tenerlos abiertos, solamente escuchaba, pues a pesar de la fatiga extrema que padecía me mantenía totalmente consciente y despierto escuchando todo lo que acontecía.

Escuché que me llevarían a un centro hospitalario, mi esposa se dispuso a manejar de retorno. Escuchaba al fondo los sollozos de mis hijos, pero no podía siquiera hablar, mis labios pesaban una enormidad, la imposibilidad de abrirlos los hacía sentir como si los hubieran unido con un fuerte pegamento, fue muy angustiante toda la situación que generó mi desvarío.

Llegamos al centro hospitalario y procedieron los médicos a examinarme, ordenaron exámenes de laboratorio, por primera vez pude ver y no fue gracias a que abrí los ojos sino al hecho de que el médico que me recibió en el hospital abrió mis párpados con sus dedos y procedió a iluminar mis ojos con su lámpara que me encegueció por completo.

¡Está consciente! Fue lo que les dijo el médico al resto del personal de emergencias, una vez que su lámpara hiciera contraer mis pupilas.

Ahora ya mis párpados estaban totalmente abiertos, podía ver todo el movimiento a mí alrededor. Recuperaba paulatinamente mis sentidos, escuchaba y veía, peo habían dos detalles aún no recuperaba la movilidad de ni un solo músculo de mi cuerpo y tampoco podía cerrar voluntariamente mis párpados, por ello la resequedad en mis globos oculares por no poder parpadear hacían que tenerlos abiertos se convirtiera en una pequeña pero dolorosa tortura adicional a mis ya evidentes padecimientos.

Pensé por unos minutos que me encontraba experimentando lo que había leído tantas veces pero que nunca sospecharía que iba a vivir, una parálisis del sueño. Pero no, los pinchazos de las agujas en mis brazos para tomar las muestras de sangre y para comenzar a hidratarme, dejaron en claro que no estaba dormido y que aquello no era un sueño, aunque si parecía una pesadilla que experimentaba despierto, dado lo traumático.

El médico que me recibió finalmente se dio cuenta de que mi irritación ocular producto de la imposibilidad de parpadear, ordeno que me agregaran un ligero analgésico al tratamiento, mientras me colocaba unas pequeñas gotas de solución fisiológica a mis irritados globos oculares.

“Está bastante deshidratado y algo comprometido en su sistema nervioso, puedo verlo en su mirada” le escuché decir a su enfermera. Mientras me abría y cerraba mis párpados con sus dedos enguantados con lo que hacía volver la frescura a mi vista, sin embargo una vez que terminó de lubricarlos con la solución decidió dejarlos cerrados.

Fue en ese momento cuando finalmente sentí que la tensión en todo mi cuerpo salía disparada con una fuerte exhalación que inadvertidamente salió expulsada desde mis pulmones acompañada de un grito que no estuvo nunca en mi posibilidad controlarlo.

Sentí que salía desde mis adentros con una fuerza incontrolable, todos los que se encontraban presentes procedieron a sujetarme mientras comencé a experimentar unos fuertes temblores que poco a poco me comenzaron a invadir desde mis piernas y al cabo de unos segundos se expandieron por todo mi cuerpo ¡Está convulsionando! Le escuché gritar con su voz grave al médico.

No sé cuantas horas estuve en recuperación ni que me habían suministrado en el hospital, pero lo cierto es que pude abrir mis ojos, mover todo mi cuerpo y hasta hablar.

Quien primero lo advirtió fue mi esposa que se encontraba en una silla a pocos metros de mi cama, se levantó de un brinco apenas vio que comencé a moverme y llorando ambos nos abrazamos.

El médico se acercó a su llamado y ya con los exámenes a la mano supo decirnos que no se explicaba qué me había ocurrido, todos mis valores estaban en óptimo nivel, por lo que recomendó dejarme hospitalizado en observación hasta el día siguiente.

Habría sido de madrugada cuando entró una llamada a mi celular, pude escuchar a lo lejos a mi esposa contestarla y retirarse fuera de la habitación cerrándose la puerta tras de ella pero dejando apenas unos espacios de segundos para poder escuchar lo que me pareció fueron unos gritos de angustia.

Le tomó un largo espacio de tiempo a mi esposa regresar a la habitación, cuando lo hizo traté de hacerme el dormido pero con los párpados apenas abiertos vi angustia en su rostro, decidí no abrirlos, continué fingiendo que dormía pues sabía que por más que le insistiera no me diría la razón de ese grito que le escuché al momento de tomar la llamada de mi celular, preferí esperar hasta el amanecer.

Los analgésicos habrían hecho su trabajo, no sé por cuánto tiempo descansé ni qué hora del día sería cuando el médico finalmente se acercó para darme el alta médica, entregarme las indicaciones y pedirme que lo volviera a ver al día siguiente en consulta para poder continuar con las evaluaciones médicas y dar un diagnóstico preciso de lo que había padecido.

De regreso al hogar no pude aguantar más la incertidumbre y confesándole a mi esposa mientras conducía que la noche anterior le había visto recibir esa llamada angustiante, le pedí me dijera que había sucedido.

Al principio dio explicaciones evasivas e inverosímiles, pero al confrontarse con la rigidez de mi semblante comenzó a detallar lo que había acontecido.

La llamada que recibió en mi celular era de María la esposa del vecino, quien le llamaba para narrarle que luego que nosotros abandonáramos el lugar producto del extraño suceso que me aconteció, ellos decidieron continuar con su reunión aunque de manera más comedida y de manera más íntima y que ya en horas de la madrugada de manera insospechada el vecino tomó un arma de fuego y sin mediar palabras ni tener motivos procedió a descargar su contenido en el pecho de uno de sus invitados matándolo en el acto.

La llamada la hacía desde la comandancia de la policía a donde ya habían trasladado detenido al vecino y relató en su declaración que extrañamente antes de disparar, escuchó unas voces que le dijeron repetidamente al oído ¡VETE! ¡VETE! ¡VETE!…

Sin embargo no supo encontrarle razón a las mismas y se las atribuyó a los efectos de la bebida por lo que decidió dejar de beber. Pero al cabo de unos minutos posterior al acontecimiento con las voces vio unas sombras que le tomaron sus brazos, haciéndole desenfundar su arma y disparar repetidas veces contra la víctima mortal.

Pasaron varios meses sin tener la necesidad de volver a la casa del campo, lo que había ocurrido nos había traumado lo suficiente como para volver. El vecino fue privado de su libertad por el delito que había cometido y más nunca había vuelto su familia a esa casa.

Pero fue necesario volver, un vecino de varias casas más arriba del sector logró contactarme vía telefónica para darme razón de algunos destrozos que dejó a su paso una torrencial lluvia acontecida en día recientes, la caída de la cerca de uno de los linderos estaba dejando desprotegida la propiedad, haciendo que los búfalos de varias de las fincas aledañas ingresaran y amenazaran con dejar más destrozos en su errático deambular en procura de mangos para la ingesta.

Prometí ir hasta allá ese fin de semana a pagar por las reparaciones que ese mismo vecino se ofreció en realizar. Para mi sorpresa mi hijo mayor, quien nunca tuvo afinidad por la casa se ofreció en acompañarme.

Cuando llegamos las actividades de reparación se encontraban justo a la mitad, haría falta más tiempo completarlas, por lo que decidí para pasar el tiempo regresar en plena luz del día al lugar de los acontecimientos.

Caminé hasta el lugar donde recordé ver las sombras que me invadían, me detuve vi en todas las direcciones, cuando viré en dirección a la casita pude ver a mi hijo haciéndome señas para que regresara rápidamente, me encaminé rápidamente hacia él y cuando llegué vi el mismo rostro que le había visto aquel día, y señalando hacia la misma dirección pudimos ver nuevamente aquella cruz de hierro ornamental como la que utilizan en los cementerios.

Lo abracé y nos alejamos del lugar en dirección hacia donde estaban los trabajadores reparando la cerca, ubiqué al vecino para preguntarle sobre esa misteriosa cruz y mientras lo hacía la vi desaparecer otra vez de manera misteriosa, dejándome en ridículo ante todos con mi pregunta.

Sin embargo, uno de los trabajadores, el de más edad se adelantó a decirme algo que me dejaría mucho más intrigado. “Vea patrón yo que usté no moraría en esa casa, el último que lo hizo lo vieron huyío de madrugá en calzones y despué apareció loco a dos pueblos, esa casa tiene un maleficio” dijo mientras escupía y se persignaba con un “ave maría purísima” entre los dientes.

El cielo de la nada se tornó grisáceo y las gruesas gotas de lluvia no tardaron en caer haciéndonos regresar corriendo a mí y a mi hijo hasta la casa para guarecernos del vendaval que apenas minutos atrás no se vislumbraba de ninguna manera.

El estruendo de la lluvia cayendo sobre el metálico techo de zinc, hacía que el habla entre dos personas fuere casi nula. La cara de angustia de mi hijo no se borraba aún, decidí abrazarlo y nos fuimos hasta el área de la cocina que comunica con una puerta hacia el patio, donde el ruido era más tolerable.

Nos sentamos en el piso apoyando nuestras espaldas con la pared que separaba la cocina del resto de la vivienda, quedándonos a mano derecho el largo pasillo que conducía hacia las otras dependencias de la rural vivienda.

El torrencial aguacero incrementó su poder, los rayos caían muy cerca y los truenos retumbaban en la casa como si esta fuere una caja de resonancia. De repente sentí la presencia de alguien más en el lugar, pensé que uno de los trabajadores habría decidido acercarse a la casa a guarecerse y entrar por la puerta principal, esperé sentado hasta que apareciera por el pasillo, sin embargo dos poderosos truenos resonaron a todo su poder seguidos de otros dos como si fueren cuatro disparos de cañón haciendo vibrar el suelo, nos abrazamos mi hijo y yo quedando su rostro protegido en mi regazo, protegiéndolo afortunadamente de ver lo que mis ojos vieron, dos espectros de dos hombres moribundos aparecieron por el pasillo de la derecha totalmente ensangrentados en su pecho cayendo como heridos de muerte uno encima del otro, desvaneciéndose en el acto.

Mi pulso se aceleró y mis manos se tornaron tan heladas como el hielo, me encomendé a Dios y comencé a rezar las oraciones de las horas aciagas. Mentalmente interpelé a aquellos espectros y no cedí un milímetro a sus pretensiones de espantarme, solo les pregunté que deseaban y volví a escuchar aquellas voces espectrales ¡VETE!.

Esperé que amainara la lluvia, nos levantamos aún con los nervios de quienes sobreviven un terremoto, busqué a los trabajadores y les pagué las reparaciones y luego de hacerlo el de mayor edad me preguntó: ¿Y ahora qué va a hacer? “Lo que me pidieron allá adentro, irme” le respondí, alejándome con mi hijo hacía mi vehículo para regresar a casa.

Cerca de un año después sin ponerla en venta ni expresarle a nadie mi deseo de hacerlo, recibí una llamada de una persona desconocida quien dijo ser un Pastor de una congregación Cristiana Evangélica, me manifestó su deseo de comprar la casa para convertirla en una Iglesia, le dije que no estaba en venta y él me refutó “Usted más que nadie sabe que si desea venderla”, le indiqué que ciertamente no teníamos interés de ocuparla, interrumpiéndome en mi argumento con algo que hizo llamar mi atención:

“Sólo un templo puede funcionar allí para que esas almas descansen en paz”, me dijo de manera contundente, sólo atiné preguntarle ¿Cómo dice?, él hizo una pausa y respondió calmadamente mi pregunta de la siguiente manera: “Al parecer ni usted ni su familia saben lo que hace mucho tiempo sucedió en esa casa y no es para motivarlo a la venta, pero lo invito a que pregunte e indague”.

“Si usted lo sabe por qué mejor no me lo dice”, le repliqué de inmediato, “Porque sería poco ético forzar una venta, prefiero que usted lo sepa de otras fuentes distintas a mí y si cambia de parecer yo estaré gustoso a comprarle la propiedad”.

Le pedí unos días para indagar sobre eso que me estaba informando debido a su reticencia de ser quien me contara lo sucedido. Apenas unos pocos días mi investigación dio sus frutos, conseguí en internet un fragmento de noticias sobre turismo daba parte de una casa ubicada en ese sector, a la cual le atribuían la condición de estar poseída desde hacía más de 30 años, época en la que según reseñó el periodista, habían sido abatidos dentro de la vivienda, dos peligrosos ladrones de bancos que habían caído uno encima del otro, luego de ser alcanzados cada uno de ellos por dos proyectiles que funcionarios del orden dispararan en su contra en brutal enfrentamiento… Ésta fue sin dudas la razón final para ceder inmediatamente en venta la propiedad.

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