Relatos de la Justicia: El Paciente Inglés
Deseo contarles una historia que forzosamente no podré relatarles completa y no porque no quisiera hacerlo, sino porque gran parte de lo sucedido devino en su oportunidad en un secreto de Estado y sospecho que aún permanece esa condición sobre ese caso.
Para los incrédulos, comienzo por decirles que Venezuela por sus recursos siempre ha sido un país muy visitado por investigadores de agencias gubernamentales y privadas, espías y otra gran cantidad de agentes encubiertos de diversas agencias y países, pero lo más interesante de esto es que pueden estar sentados a nuestro lado en cualquier lugar tomándose un café sin levantar la más mínima sospecha.
También debo contarles que estuve designado en dos oportunidades como fiscal en Tumeremo y la historia de hoy ocurrió durante mi primera oportunidad en ese cargo.
Tumeremo es un pueblo anecdótico, calmado y a la vez muy sucedido; siempre he dicho que, si fuera una persona, Tumeremo debe ser bipolar: o nada ocurre o TODO OCURRE, un día es paz y al otro TORMENTA y en este caso que voy a contarles me lo habría de confirmar.
Yo viajaba semanalmente de Puerto Ordaz a Tumeremo y viceversa, por aquello de que el Circuito Judicial está en Puerto Ordaz, esto era realmente agotador.
Una tarde, justo a minutos antes de retornar a Puerto Ordaz, llegó a mi oficina el nuevo Jefe de Inteligencia de la Policía del Estado; para mí sorpresa era un gran amigo, fue mi alumno en la universidad en la carrera de Derecho, súper preparado, con tres profesiones y una cuarta carrera cursando.
Criminalista, políglota, piloto de aeronaves, en fin, no estaría ese cargo jamás y nunca mejor ejercido por otra persona que por él.
Nos saludamos y al finalizar el afectuoso abrazo me pidió reunirse conmigo de inmediato y en privado, cosa que hicimos en mi despacho.
Causó una cierta extrañeza en mi personal, pues su atuendo no era para nada el que se supone debe ser el de un jefe de policía: vestía unas bermudas de jeans deshilachadas, una franelilla percudida de tierra y una gorra que perdió su color original de tanto fango.
Al verlo así de “minero” de inmediato pensé: Está trabajando un caso encubierto.
En efecto, tal cual me lo indicó mi intuición, al pasar a mi despacho me dijo: “Hermano estoy trabajando un caso de Terrorismo Internacional, necesito de tu ayuda”.
Al oír esas palabras sonó esa vocecita en mi cabeza que siempre me ha seguido a lo largo de mi profesión: “Aquí vamos otra vez”.
Me explicó que estaban tras un ciudadano de nacionalidad inglesa que entró de manera irregular al país y que aparentemente tenía alerta roja Interpol, el motivo: Participar presuntamente en el complot de los ataques terroristas en la ciudad de Londres, ocurridos a mediados del 2005, de manera que estaba detrás de nada más y nada menos que de un miembro de la organización terrorista de mayor resonancia a nivel mundial: Al Qaeda.
Tragué grueso me senté y le pedí: “Suelta la bomba”. Me dio detalles de la investigación, el sujeto en cuestión llevaba cerca de dos meses en una mina de las miles del sur del estado, este aparentemente adquirió cuatro molinos y los estaba operando las 24 horas, desconociéndose la razón de esas faenas laboriosas.
Me instó a solicitar dos órdenes de allanamientos para un par de viviendas en las que pernoctaba el sujeto quien aparentemente llegó al país proveniente de República Dominicana y acompañado con su esposa y suegra, ambas dominicanas, pero con ciudadanía venezolana, de hecho, al parecer ambas tenían cerca de 12 años viviendo en una de las residencias a allanar.
Eso es sospechoso aquí y en China. Una de las hipótesis que se manejaba era la de la explotación del oro para el financiamiento de grupos de delincuencia organizada internacional.
Tal como me lo solicitó, tramité las órdenes de allanamiento. Esperaban dar el golpe la noche siguiente; fui a Puerto Ordaz y regresé al día siguiente con las órdenes. Allanaron, pero no ubicaron ni al inglés ni alguna evidencia que lo vinculara con ese o algún otro delito.
La cara de frustración no era normal cuando nos vimos esa misma noche al regresar de los fallidos allanamientos. Sospechó filtración de la investigación, pues ambas residencias estaban tan impecables que generaban desconfianza.
Nos volvimos a reunir al día siguiente y me insistió en que continuaría con la investigación. Justo a los dos días me llama exageradamente molesto, para decirme que habían encontrado al inglés… Pero asesinado.
Fue parcialmente calcinado y luego la autopsia reveló una herida de proyectil en el área parietal derecha, sin orificio de salida, también arrojó la autopsia que la calcinación parcial fue post mórtem.
Se logró ubicar cerca del cadáver una maleta con evidentes signos de calcinamiento y los restos parciales de tres pasaportes de distinta confección, lográndose solo verificar parte de uno de ellos el cual era del Reino Unido.
Junto con estos elementos también se colectaron, parcialmente calcinado, varios mapas de Londres y de su sistema de transporte subterráneo. Esas evidencias sin nada que las relacionara con los atentados, era poco lo que se podía hacer con ellas. Sin embargo, lo comuniqué a mi superior.
Al cabo de unos días se ubicó a la esposa y la suegra dominicanas, ambas confesaron haber acabado con la vida del investigado por razones de violencia doméstica; el caso fue manejado como un crimen marital y no trascendió hacia otro plano de averiguación.
Ambas fueron procesadas y privadas de su libertad. Sin embargo, aún quedaba en el ambiente esa sensación de que algo faltaba o que algo no cuadraba en esos hechos; ninguna de las procesadas quiso colaborar con información sobre la posible vinculación de su cónyuge con células de organizaciones terroristas o de crimen organizado Internacional.
Guardaron silencio y con ello impedían la posibilidad de continuar con la investigación.
No obstante, al pasar algo más de dos meses de los acontecimientos, recibí una visita en mi despacho de la manera más insospechada: un agente de la Scotland Yard inglesa, el cual deseaba indagar nada más y nada menos que de nuestro amigo el inglés chamuscado.
Esa visita agudizó mis sentidos, pues el agente en cuestión tenía pinta de todo menos de inglés. Era trigueño, con rasgos latinos y un español más fluido que el de mi profesora de castellano del liceo.
Le indiqué cuál era el procedimiento para compartir información de casos con países extranjeros y al cabo de unos dos días regresó a mi despacho con autorización que yo confirmé con mi jefe, aunque básicamente no era mucho lo que deseaba indagar, sino más bien las circunstancias de la muerte y las evidencias encontradas.
Se las mostré y apenas vi que tomó notas de ellas nos despedimos cordialmente, no sin antes darme las gracias por el gentil recibimiento.
Continuaban mis sospechas que en efecto algo más debía haber detrás de aquel inglés y de su muerte en extrañas circunstancias.
Pero el asunto no quedó ahí. A los 15 de aquella insospechada visita del agente de la Scotland Yard, me llegó un nuevo visitante extranjero, pero está vez del mismísimo y taquillero FBI.
Características similares, rasgos latinos, aunque a este sí se le notaba un acento como de haber aprendido el idioma en España. Menuda combinación, americano, de aspecto latino y con acento castizo.
El protocolo fue idéntico, aunque este aparte de pedirme las circunstancias y ver las evidencias, fue al lugar donde lo hallaron muerto, a las residencias allanadas y hasta fue a entrevistarse en la cárcel con madre e hija dominicanas.
Regresó a mi despacho y una vez me pidió les mostrara las evidencias, me preguntó algo que el agente de la Scotland Yard nunca preguntó: Las evidencias de los mapas.
Le dije que solo eso se había encontrado y que parcialmente se podía ver que eran unos mapas de la ciudad de: “Londres”, se adelantó y respondió él. De inmediato le pregunté que cómo lo supo.
“He visto tanto Londres que hasta podría identificarla en un mapa mundo con los ojos cerrados”, agregó.
Se rió y en un descuido pude ver que entre sus cosas se asomó una carpeta y varios documentos redactados en inglés; pude leer algo que luego comprendería con la tercera y última visita insospechada que recibiría días después. Se despidió el americano-latino-español con un risueño “See you later my friend.
Al cabo de unos días y aún sin lograr entender de qué forma podría reabrir el caso, recibo la visita de una dama digna representante del gentilicio inglés.
Blanca nácar era su piel, rizos naranja, delgada y de unos impecables modales, más un inconfundible acento inglés, pero está dama si no hablaba ni un poco el español, por lo que llegó acompañada de una amiga que medianamente hablaba el español.
Pero ¿quién era la insospechada visitante? La esposa inglesa de nuestro amigo el “Burned”. Sí señores, como lo leen, el amigo inglés era un tremendo bígamo, casado con una dominicana y con una inglesa al mismo tiempo.
La inglesa consorte, a diferencia de los otros dos “visitantes”, centró su deseo en saber el móvil del crimen y cómo hacía para expatriar los restos de su difunto esposo.
Me fue algo complicado explicarle el largo proceso judicial que debía hacer para lograr tal cometido, mucho más con la inexperta traductora que tenía.
No obstante, su visita fue mucho más que reveladora, ella me mostró suficiente evidencia de que su fallecido cónyuge era clínicamente un esquizofrénico.
Muchos informes y hasta un juicio parcial de enajenación enseñó. También me contó que sus síntomas esquizoides los comenzó a sufrir mientras prestó servicio militar en Inglaterra, pero ello no fue suficiente para que le dieran la baja.
De hecho, trabajó años con algunos cuerpos policiales ingleses hasta que comenzó a trabajar con una “empresa de seguridad” con la que viajaba mucho por el mundo.
Esas revelaciones hicieron que me comunicara con mi buen amigo el jefe de la Inteligencia Estadal. Pudimos conversar por teléfono, pues estaba en otro estado, y le conté todas mis recientes visitas extranjeras incluyendo esta última y la condición de esquizoide de nuestro investigado.
Ante mi revelación, mi amigo el Jefe de Inteligencia Policial, el multisapiente, el políglota y experto en temas de seguridad de Estado, me soltó esta perla que por ser él quien me la dijo le creo 100 %:
“Esquizofrénico. Jajaja… Esos son los predilectos de los ejércitos, los mercenarios y los terroristas, no le tienen miedo a nadie y ‘van pa’lante’ y a la hora de las responsabilidades están locos”.
Me comentó que había evidencia documentada que los esquizofrénicos fueron en la guerra de Vietnam los más destacados soldados del ejército americano y que en los grupos tácticos casi siempre hay uno o dos liderando para imprimirles valentía a la tropa.
Eso me llevó de inmediato a recordar las palabras que había leído en aquellos documentos que el descuidado agente del FBI dejó caer, pero que yo con agudeza visual logré leer y memorizar: Brave – Pitiless – Sqhizoph o en su justa traducción: Valiente – Despiadado – Esquizoide.
Así como también recordé el nombre de aquel archivo en la parte frontal de la carpeta escrito con marcador indeleble color negro: “The English Patient” o en su traducción: El Paciente Inglés.
No pude continuar la Investigación, pues obviamente ya para los efectos de los delitos cometidos en Venezuela se había logrado una condena.
Mi insatisfacción fue obvia, pero sí creí firmemente que “El Paciente Inglés” fue responsable de otros crímenes muchos más peligrosos que el de pegarle a su mujer por el que finalmente le dieron muerte.
De no ser así ¿por qué lo buscaba la Scotland Yard y el FBI?
Relatos de la Justicia está basada en las experiencias vividas por el autor durante el desempeño de su carrera en el ámbito judicial. Sus personajes y circunstancias han sido modificadas y adaptadas con un poco de ficción para su difusión en el Diario PRIMICIA.
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