Sucesos

Relatos de la Justicia: La última patada de burra negra

Hoy voy a contarles una historia que mezcla la ética de trabajo, las señales divinas y lo incomprensible de la vida.
sábado, 26 septiembre 2020
Helen Hernández | El caso provocó una gran conmoción

Como ya les he contado en historias anteriores, desde mi llegada a Puerto Ordaz desde Caracas, mi vida siempre estuvo aderezada de casos desafiantes, situaciones apremiantes y una que otra situación de extraña explicación o paranormal.

Pero hoy más que de mi voy a contarles un caso donde las ganas, la voluntad y la mística de trabajo vinieron de un funcionario policial, más específicamente de un inspector del Cicpc de la División de Homicidios.

Se investigaba un doble homicidio en el barrio La Laguna, dos jóvenes trabajadores habían sido asesinados a tiros por un peligroso azote apodado Burra Negra.

Para el momento no era tan noticia común este tipo de acontecimientos, como lo es lamentablemente hoy día. El crimen fue de conmoción casi en todo el estado.

De inmediato se activaron los organismos de investigación en procura de evidencias que los llevarán a identificar al o los autores de tan dantesco crimen.

La División de Homicidios se activó desde el principio y le correspondió a mi Fiscalía llevar la averiguación conjuntamente con ellos.

Una mañana de las tantas que fui a la sede del Cicpc, me encontré con un buen amigo inspector. Él era uno de esos personajes a los que uno cariñosamente les dice Chivo Eléctrico, siempre con la energía a tope, nunca lo verías “manguareando”, siempre estaba tras alguna evidencia o sospechoso de delito, su trabajo era su pasión.

Con él desde siempre tuve una muy especial amistad y este caso la sellaría para siempre.

Recuerdo que ese día, luego de compartir el obligatorio café en el cafetín frente al Cicpc, me dice: “Dr. ya identificamos al autor del doble crimen de La Laguna, le llaman Burra Negra”.

De inmediato no pude evitar la broma obligatoria y contesté: “Y estás seguro porque tienes los pelos en la mano”.

Nos carcajeamos al unísono y al finalizar la escandalosa risa y me dice: “En serio Dr., ya lo identificamos, pero el hombre se fugó”, por lo que le pregunté: “¿Y qué tienes para vincularlo?”.

Respondió: “Bueno, de eso es lo que quería hablar con usted, lo único que tengo es la declaración de dos testigos referenciales que dicen que lo vieron ese día con una escopeta y solo un testigo semi presencial, que es el papá de una de las víctimas; vio llegar al sospechoso con la escopeta, pero no lo vio disparar”.

Yo le digo: “Y cómo es eso que vio llegar al homicida y no lo vio disparar”.

Contestó: “Bueno, el papá dice que cuando lo vio venir, él sabía que mataría a su hijo y a su amigo porque fueron testigos de otro homicidio que un integrante de su banda cometió días atrás”.

“Ok, instrúyemelo para una orden de aprehensión, yo creo que tenemos evidencias por lo menos para eso; pero sigue buscando, porque lo veo algo débil para juicio. Para que esa burra la condenen necesito que los pelos que tienes en la mano le calcen en el cuero”, respondí y volvimos a reír.

A la semana siguiente ya con orden de aprehensión emitida, me llama el inspector: “Dr. ya mandé a que abrieran el potrero porque le metimos el lazo a la Burra; la bicha corcoveó lejos porque lo agarramos en Irapa estado Sucre”.

“Excelente -le digo yo-, pero ¿conseguiste algo más?”, cuestioné.

“Hasta ahora nada nuevo, pero la fuga no ayuda como prueba”, alegó a lo que respondo: “Bueno es un indicio que el juez puede tomar, pero me gustaría irme más seguro con otras pruebas”.

“Bueno Dr., apenas llegue a Puerto Ordaz sigo buscando”.

Nos despedimos y al día siguiente me tocó presentarlo ante el juez de Control; logré que le decretaran la medida privativa de libertad, pero sabía que para llevarlo a juicio y conseguir una condena harían falta más que pruebas testimoniales.

El abogado de Burra Negra solicitó al Tribunal que se admitiera la evacuación de una prueba muy solicitada para la época como era la “Reconstrucción de los Hechos”.

Esta prueba en algunas ocasiones era solicitada por los abogados para, de cierta manera, generar dudas en los jueces y lograr de subrepticiamente una sentencia absolutoria por duda razonable.

Tal parece que esta era la idea, pues su abogado en la audiencia expuso la tesis de que el responsable del hecho era otro de los miembros de la banda que aún estaba en fuga.

A pesar de que ya me quedaba clara su pretendida intención, mi intuición me dijo que no me opusiera a esa prueba, más tarde mi intuición me sabría responder el porqué.

El Tribunal acordó la evacuación de la prueba y para ello debía recrearse el hecho de la manera más parecida a como ocurrió, de forma que tendría que ser de noche, pues de noche se produjo el crimen.

Llamé al inspector y le expliqué de la prueba ante su evidente molestia, pues los funcionarios policiales siempre han sentido que está prueba de cierta manera favorece a los imputados.

“Tranquilo, es su prueba, pero es nuestra investigación. Coordina con el Grupo BAE-URI y me ‘peinan’ el barrio dos horas antes.

Yo voy a coordinar con la comisaria jefe de Criminalística para que se lleve a todos los expertos y todos los juguetes y voy a pedir doble custodia para los imputados, más un anillo de seguridad para la protección del Tribunal. Que sepa que el control es nuestro y no de él”, argumenté.

“SÍ VAAAA DR.”, fue lo último que escuché antes de colgar, seguido de su característica y estruendosa carcajada.

A las 7:00 p.m. en punto llegamos al lugar para la reconstrucción. Aún recuerdo aquella escena como sacada de una película de ficción: todos los agentes comando en las azoteas de las casas con sus equipos y fusiles atentos, una amplia cinta de precinto por todo el área, las brigadas de Homicidios y Robo del Cicpc brindando seguridad, más un contingente orden Público de la policía del estado para contener los curiosos que cálculo sobre unas 2000 personas.

Aparte de que todos los técnicos de criminalística ya se encontraban alistados para la experticia, a la orden de la comisaria jefa de Criminalística, todos vestidos en sus impecables bragas blancas para el levantamiento de cualquier nueva evidencia, digno de cualquier serie o película.

Al llegar al lugar me recibió el inspector con una sonrisa de oreja a oreja y me pregunta: “¿Está bien así Dr.? Porque, si quiere le podemos agregar un helicóptero”. Carcajadas de ambos para variar.

Minutos después llegó el imputado más custodiado que el Chapo y razones de sobra había para semejante despliegue: Era su barrio, su zona de control y su banda la que dominaba el lugar, pero aún y con todo eso, la cara de pánico que tenía el imputado al bajar de la furgoneta especial para esos traslados, era reveladora de que estábamos a escasas horas para la firma de su sentencia.

Comenzamos con la reconstrucción guiada y documentada en video de manera impecable por el equipo de Criminalística.

Se dieron uno a uno los testimonios, incluido el del imputado el cual estaba debidamente acompañado de su abogado y fue justamente durante su intervención y mientras narraba la cantidad de mentiras que evidentemente mostraba en cada una de sus balbuceantes palabras, que ocurrió algo de lo que aún hoy no consigo respuestas lógicas ni argumentos científicos para entenderlo.

Yo miraba que mi buen amigo el inspector llevaba rato caminando de un lado a otro: observaba, se agachaba, se tapaba a veces la luz de los reflectores dispuestos para la iluminación hasta que en una de esas avanzadas se acerca hasta y me dice cerca al oído: “Dr., creo que encontré algo”.

Me lleva del brazo hasta un lugar y me pide que me agache y vea en dirección hacia donde estaba el imputado narrando “su inocente versión de los hechos”.

Acá debo hacer un alto para ilustrarlos de un detalle aportado en su declaración por el papá de una de las víctimas.

El testigo dijo en su declaración inicial y en la que dio ese día en la reconstrucción, que escuchó cuatro disparos de escopeta y cuando salió machete en mano, el cual buscó para enfrentar a los asesinos, vio en el piso a su hijo y a su amigo, ambos bañados en sangre, pero vio también a Burra Negra y a su cómplice agarrar del piso las conchas percutidas para no dejar evidencias y escapar luego del lugar. De manera que en la investigación no existían esas evidencias.

Aclarado esto, vuelvo al momento en que el inspector pide que me agache y observé en el piso, justo a unos centímetros a la derecha del imputado, una pequeña abertura de un tubo de desagüe de lo que alguna vez fue una alcantarilla improvisada por algún vecino. Allí, justo en una grieta, estaba una concha de escopeta percutida.

De inmediato se procedió a resguardar la evidencia en una bolsa especial para ello y se dejó constancia en video y en acta del hallazgo de esta.

La cara del imputado era un poema de amor y dolor. Al día siguiente y luego de practicadas las experticias criminalísticas necesarias ocurrieron tres cosas que aún la ciencia no ha podido explicarme:

1. El poder de la intuición, ya que de haberme opuesto esa reconstrucción no se habría llevado a cabo, pero la testarudez de mi intuición nunca me deja actuar conforme a lo normal.

2. Que una evidencia expuesta a la intemperie durante semanas, que su material plástico y metálico no emita brillo alguno y que aún y todo eso, su parte metálica brilló con suficiente fuerza para llamar la atención al inspector y fuera en procura de su recolección.

3. Que, a pesar de los efectos de la intemperie, se haya logrado obtener claramente una huella completa del pulgar derecho del imputado en la parte metálica de la concha; pero no solo fue eso, sino que en una prueba solicitada por su propio abogado haya sido la oportunidad para hallar la pieza faltante y necesaria para vincular a Burra Negra en el doble homicidio.

Con esos medios de prueba, más un juez convencido de todo cuanto presenció, era suficiente para lograr una sentencia condenatoria.

Esa noche y luego de culminada la reconstrucción, me llama el inspector para decirme que acababa de regresar al sector, pues los familiares de las víctimas (y mis testigos) eran amenazados por integrantes de la banda del Burra Negra.

Este sin pensarlo regresó al lugar no encontrando a los bravucones. En la conversación telefónica me preguntó: “Bueno Dr. y qué hago con esta gente”.

“Bueno te las llevarás para tu casa, porque son mis testigos y mis más preciadas pruebas”, respondí. Esperé la carcajada que esta vez no sonó, en su reemplazo escuché al otro lado del teléfono uno serio: “Ok Dr.”.

A quienes imaginan que el inspector cumplió mi chanza al pie de la letra, pues no adivinan mal, ya que se llevó a los testigos hasta su casa hasta tanto se normalizará la situación por el barrio.

En menos de un año logramos que condenaran al Burra Negra con el trabajo de muchos funcionarios honestos, preparados y con ética. Se logró lo que en ocasiones es un trabajo muy cuesta arriba.

No lo recuerdo bien, creo haber escuchado al tiempo que ese caso estuvo a punto de ganar un cangrejo de bronce ese año.

Pero no todo es alegría. Burra Negra solo estuvo tras las rejas dos años, al cabo de ese tiempo purgando condena, escapó y lo primero que hizo fue buscar a quien logró la evidencia en su contra.

La furia de la insensatez y la de una bala acabaron con la vida del inspector y apagó para siempre su sonora carcajada, que lo halló justo en su casa y arreglando una bicicleta con la cual competía en ciclismo.

Ese día se apagó la luz de una parte importante de una institución…

No soy defensor de la venganza como manera de compensar las cargas o como forma equivocada de Justicia, pero estoy seguro cuando les digo que BURRA NEGRA hace mucho tiempo dio su última patada.

En memoria de mi amigo O.T

Relatos de la Justicia está basada en las experiencias vividas por el autor durante el desempeño de su carrera en el ámbito judicial. Sus personajes y circunstancias han sido modificadas y adaptadas con un poco de ficción para su difusión en el Diario PRIMICIA.

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