Sucesos

Relatos de la Justicia: Comensal encubierto

Un «líder» sindical devenido en delincuente, sometió a un grupo considerable de empresarios dedicados a la producción de hielo y agua embotellada de la ciudad. Su extorsión duró poco.
sábado, 23 enero 2021
Helen Hernández | Amenazaban con mezclar sustancias tóxicas en agua embotellada de venta al público

Hoy les quiero contar otro episodio de mi anecdotario que en su momento nos mantuvo a todo un equipo de trabajo más activos de lo que nos esperábamos. En aquella oportunidad atendíamos un caso de extorsión, que inició unos días antes por el que fue en su momento, el inicio de las operaciones del Comando Nacional Antiextorsión y Secuestro de la Guardia Nacional hoy devenido en el Conas.

En aquel entonces, para que entremos en contexto, Bolívar era uno de los estados donde más casos de extorsión se atendían, muchos originados en el seno de algunos pseudo sindicatos que en nada representaban a trabajadores y que más bien se dedicaban a extorsionar a patronos de empresas, con amenazas de toda índole: desde huelgas de empleados, daños materiales a equipos, secuestro de personal o familiares de empresarios y hasta amenazas de atentados contra los producción o distribución de sus productos manufacturados para causar graves daños al consumidor final, como ocurrió en el presente caso.

Para entrar más en contexto, cumplo con manifestarles que los hechos que les narro, ocurrieron mucho antes de que existiera la actual Ley Orgánica Contra la Delincuencia Organizada, de manera que aún no existía la posibilidad de ampararnos en las figuras jurídicas hoy existentes del «agente encubierto» o la «entrega controlada», para casos donde necesitas tener a un funcionario que desde adentro de las organizaciones delincuenciales, guíe la investigación o controle los movimientos para llevar a cabo la entrega de algún objeto, que pueda ser tomado como prueba contundente en el juicio.

De tal manera que en aquella época no teníamos esas posibilidades, lo único que teníamos era la posibilidad legal de solicitar autorización al tribunal para grabar en video la entrega, bajo esquemas de estricta confidencialidad, de manera que era algo altamente riesgoso.

El caso es que en aquella oportunidad un «líder» sindical devenido en delincuente, sometió a un grupo considerable de empresarios dedicados a la producción de hielo y agua embotellada de la ciudad.

El modus operandi: amenazar con la posibilidad de usar a cualquiera de sus empleados como perpetrador del vertido de sustancias tóxicas al agua embotellada y al agua para la producción del hielo; a cambio de no hacerlo obviamente exigían como compensación una buena cantidad del vil metal.

Hubo algunos empresarios que temerosos de que las amenazas se llegaran a materializar, cedían a sus exigencias produciéndose el pago y en dos ocasiones, no obstante a que se entregaba la cantidad exigida y una vez recibida, el delincuente le hacía una última llamada a los empresarios diciendo: «Yo siendo usted no sacaría a la venta esos productos, porque creo que sus empleados lo odian», sembrándole aún más terror a los empresarios que aún habiendo pagado debían desechar toda la producción por la duda que este malintencionadamente les sembraba.

De tal manera que llegó a mi despacho el caso de un empresario extorsionado por este «líder» sindical.

El jefe de la comisión me informa: «Doctor, tenemos en proceso una extorsión, necesitamos de su apoyo, pero debe ser prácticamente en caliente, porque la llamada extorsiva se hizo apenas unos minutos, ya yo estoy en contacto permanente con la víctima vía telefónica, pero no puedo acercarme a la empresa porque pueden estar infiltrados los empleados y pondría en riesgo la operación».

Apenas me informó los detalles de inmediato le pedí a mis asistentes que redactaran las solicitudes que se acostumbraban a hacerle al tribunal y se las enviaran de inmediato vía fax, a la par de que yo vía celular llamaba al juez de guardia para explicarle los detalles de las solicitudes que le llegarían en breves minutos.

En esa época, repito, en ausencia de la Ley Contra la Delincuencia Organizada, solo nos apoyábamos con la autorización para grabar y para interceptar llamadas telefónicas, no teníamos las bondades que la ley ofrece hoy día.

Una vez que logré convencer al juez y enviadas las solicitudes, me llegó en respuesta el fax del tribunal autorizando la operación.

Le vuelvo a marcar al capitán y me dice: «Doctor, lo iba a llamar, el extorsionador subió el monto, le está pidiendo a la víctima el doble de lo que exigió inicialmente y en efectivo, que lo va a esperar a la salida del banco».

«Ya tengo la autorización -contesté-, pero si lo puedes detener en flagrancia mejor».

Me responde: «No creo, casi todos esos sindicalistas tienen gente trabajando en los bancos, tengo que lograr que cambien el lugar de entrega, sino es probable que se nos caiga la operación porque aún no instalamos los equipos para grabar las llamadas».

La suerte está echada, todo dependía de la sagacidad del capitán y de la capacidad histriónica de la víctima para lograr convencer al delincuente de cambiar el lugar de entrega.

Pasaron cerca de dos horas luego de la última llamada con el capitán, no era prudente en esas operaciones llamar por teléfono a los actuantes porque había que mantener despejadas las vías de comunicación.

Timbró mi celular, ¡ALELUYA, ERA EL CAPITÁN! Me dice sobresaltado: «Doctor, se logró cambiar el lugar de entrega, menos mal que aparte de delincuente es bien lambucio el bicho ese».

«¿Cómo así?», increpo. «Bueno doctor, que el empresario le dijo para verse porque ya es casi mediodía para almorzar en un restaurante de carne en vara y el muy lambucio aceptó. Lo tenemos, doctor yo mismo me voy a disfrazar de mesonero y mi equipo que grabará la entrega harán las veces de comensal, ya estamos llegando al restaurante, le informo cuando hagamos la captura».

«Ok, muy bien, perfecto», contesté y ya algo más calmado le dije: «Capitán, y aprovechando que hará de mesonero, después de la captura me pide medio kilito mixto de carne para llevar»… «Jajajajaja», fue la respuesta del otro lado de la comunicación antes de colgar, su carcajada me indicó que logré lo que quería: liberar tensión.

Pasó un poco más de media hora y aún no recibía ninguna llamada del capitán, mi teléfono celular lo coloqué encima de mi escritorio y todo mi personal y yo estábamos rodeándolo a la espera de que sonara.

Parecía una escena de quienes ven una final de un mundial de fútbol definida por penaltis, todos queríamos ser testigos del desenlace directamente y sin que nadie nos lo contara.

Pero quizás lo que más esperábamos, como buenos dramáticos latinos, era el video con el momento de la captura y verle la cara de sorpresa al delincuente al ser detenido, todos incluso lo comentaban y hasta yo dije: «Como me gustaría estar ahí para verlo caer».

«RIIIIIIINNNNNNNNGGGG», sonó mi teléfono. Sin esperar más repiques lo contesté.

«Dime qué vamos a comer carne hoy», pregunté al capitán y él me responde: «No doctor, parece que algo de la investigación se filtró, el delincuente cambió de lugar de entrega. Nos dejó aquí disfrazados, al parecer la entrega será en el restaurante La Mansión y de verdad que no nos da chance de llegar, podemos detenerlo igual, pero se nos cae la prueba de la grabación».

Yo entendía perfectamente esa sensación, los niveles de perfección en algunos investigadores no dan espacio para los trabajos buenos, todos deben ser perfectos.

El capitán como buen conocedor de su trabajo sabía que la detención podía darse, pero sin la prueba de la grabación dejábamos oportunidad a los argumentos de su defensa para conseguir su libertad.

En eso se me ocurrió una idea, recordé que en mi escritorio tenía una video grabadora de mi propiedad y el restaurante La Mansión quedaba a solo unas cuadras de mi oficina.

Ese deseo que lancé al aire hacia escasos minutos tomó forma, estaría ahí en persona al momento de su detención.

Llamé al capitán y le dije: «Resuelto el problema, yo voy a grabar la entrega, haré el papel de comensal, llevo mi videograbadora. Saliendo para el restaurante, eso sí no me dejes solo, esperen afuera del restaurante y yo les aviso cuando entrar».

«Ok mi doctor, usted es de los míos, vamos en la vía», me respondió emocionado el capitán.

Tomé la grabadora de video, recordé que tenía almacenado un cumpleaños familiar y pensé: «El año que viene grabo otro, porque no todos los días tengo el placer de grabar la caída de un delincuente».

Corrí hasta el restaurante y eran ya cerca de las 12:30 del mediodía. Había pocas mesas ocupadas, pero ninguno de los comensales eran ambos masculinos, de manera que pensé que aún no llegaban y tampoco sabía en cuál mesa sentarme, pues desconocía qué mesa escogerían el delincuente y su víctima, ni mucho menos sabía quiénes eran. ¿Cómo los reconocería?

Decidí ir hasta la barra del bar y de allí observar con mejor ángulo la entrada, le pedí al barman una soda con hielo mientras le decía que esperaba a alguien.

Al cabo de unos minutos los observé entrar, dos hombres de unos posibles 50 años, uno de ellos de contextura gruesa, unos 1,60 de estatura aproximadamente, piel morena oscura, vestido con unos jeans, franela de algodón azul y una gorra deportiva color azul oscuro.

El otro hombre de unos 1,80 de estatura, tez blanca pantalón y camisa de vestir, con un maletín de cuero negro y con una expresión de nerviosismo en su rostro que a leguas gritaba: «Soy la víctima».

Eligieron una de las mesas que daba hacia una de las esquinas del salón y, al sentarse, el hombre moreno dio una mirada a todo su alrededor, llamó al mesonero y conversó algo con él diciéndoselo al oído.

Acto seguido vi cómo el mesonero les hizo señas a los dos para que lo siguieran, le había ubicado otra mesa que quedaba en la parte más al fondo del salón, los ubicó, tomó sus órdenes y mientras aún anotaba en su libreta yo aproveché esa distracción.

Me senté en una mesa alineada diagonalmente a donde estaban sentados y me dispuse a colocar la grabadora en un lugar discreto en el que pudiera grabar todo lo que acontecía en aquella mesa de manera muy sigilosa.

Una vez que lo logré me di cuenta de que tenía justo detrás de mí al mesonero que esperaba para tomar mi orden, me vio con cara de sorpresa y yo bastante nervioso por la menuda tarea que me auto impuse, le hice señas para que se acercara y le dije suavemente: «Hermano, usted actúe como si nada, esto es una operación de la Fiscalía y de la Guardia Nacional, si colabora no habrá problemas, pero si dice o hace algo que afecte la operación va a ser detenido por obstruir un procedimiento policial» …

«¿Va a querer que le traiga su soda que dejó en la barra?», fue solo lo que me preguntó mientras asintió con su cabeza en señal de haber entendido. «Sí, por favor», respondí.

Ya más concentrado en mi misión le di el enfoque correcto a la toma justo a tiempo para grabar el instante en el que al protagonista principal de la escena tomaba el maletín, lo abría y verificaba el contenido, como en las películas de gánsteres.

Para mí era suficiente material como para usarlo de prueba en el juicio; sin embargo, en ese instante y sin esperar mi llamada, vi entrar al capitán y al verme le hice señas con la cabeza de que procediera, me levanté de la silla y tomando la cámara en mis manos sin perder el enfoque pude grabar el instante en el que el delincuente transformó sus gestos de guapetón de barrio que tenía frente a la víctima, al de llorón temeroso cuando fue abordado por el capitán que acompañado de todo su equipo armados le dijo: «Esta es una operación de la Guardia Nacional y el Ministerio Público, usted ha sido grabado íntegramente desde que ingresó al local, queda detenido por el delito de extorsión y quedará desde este momento a la orden del Ministerio Público», tomando por sus manos al delincuente y esposándolas a su espalda.

Ese mismo día tomamos las denuncias de otros empresarios del área de la producción de hielo y agua y solicitamos el reconocimiento en rueda de imputados.

Todos reconocieron sin dudar al responsable de sus anteriores extorsiones, el muy imbécil depositó en sus cuentas personales el dinero de los pagos por las otras extorsiones, por lo que fue sumamente fácil rastrearlas y relacionarlas a los otros delitos.

Ese día al final de la tarde recibí otra llamada a mi celular, era nuevamente el capitán, pero esta vez sin premura ni apremio me dijo: «Doctor, véngase con nosotros que aquí está el equipo completo, le guardamos su kilito de carne que ordenó temprano».

Relatos de la Justicia se basa en las experiencias vividas por el autor durante el desempeño de su carrera en el ámbito judicial. Sus personajes y circunstancias son modificados y adaptados con un poco de ficción para su difusión en el diario PRIMICIA.

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