Sucesos

Relatos de la Justicia: Amor de madre

Recuerdo haberle dicho al padre: "Está en mis manos evitar a toda costa la impunidad, pero también está el deber de evitar la injusticia".
sábado, 08 mayo 2021
Helen Hernández | Quiso proteger a su hijo a toda costa

Qué mejor día que el día de las madres para recordar un caso en el que el amor de una madre fue determinante en la toma de una decisión.

Era a mediados de un diciembre cuando ocurrieron los hechos, un inspector del Cicpc cayó herido de muerte, luego de hacer frente a unos asaltantes que robaban una licorería, en momentos en el que éste se encontraba en el lugar, comprando unos refrescos para llevarles a su grupo que regresaban de un operativo a las afueras de la ciudad.

El inspector logró herir a dos de los asaltantes, pero sin poder evitar que uno de ellos le diera el disparo que le causó la muerte de manera instantánea en el lugar.

A partir de ese momento todo se tornó en caos. Decenas de comisiones de distintos cuerpos policiales peinaron la ciudad por días buscando a los responsables de tan lamentablemente suceso.

Al cabo de unos días dieron con uno solo de ellos, el conductor del vehículo en el que se desplazaban los asaltantes, fue llevado a tribunales y privado de su libertad como era de esperarse. Sin embargo, aún no se lograba la captura de los autores materiales.

Al cabo de unas semanas, sucedió algo inédito en la historia de la investigación criminal del país. La madre de uno de los presuntos autores materiales se presentó en la sede de uno de los periódicos de mayor circulación en la ciudad, con una de las armas con las que presuntamente habían dado muerte al inspector, junto con la confesión de que ésta se la había dado su hijo en medio de su huida totalmente arrepentido por lo que había hecho.

Según su versión su hijo era un adolescente sano, con buen rendimiento escolar, buen hijo y buen hermano, que tomó la peor decisión de su vida, salir con unos “amigos” para hacer un “trabajo” rápido y con buena paga.

El motivo del joven en aceptar es el mismo que sirve de justificación de la delincuencia primaria: La pobreza. Su padre habría fallecido recientemente y su madre sin trabajo fijo se hacía de las mil y una ocupaciones para llevar el sustento al hogar.

La noticia llegó a mí por una llamada telefónica, no de mi superior ni del Cicpc, sino del padre José Gregorio que regentaba la iglesia Nuestra Señora de Fátima. Me dijo: “Doctor apelo no a su cargo sino a su corazón, acá tengo a buen resguardo a la madre de uno de los jóvenes sindicado de dar muerte al inspector, le pido por favor que venga y me ayude”.

Sin dudarlo fui hasta la iglesia y en ella encontré una mujer de unos 50 años, morena, de contextura robusta y con la evidencia del sufrimiento en su rostro.

El padre me abordó y me impuso de las posibles razones del joven para perpetrar el delito cometido.

Al pedir hablar con la señora y entrar a la oficina sacerdotal, ésta se incorporó de su silla y extendiendo sus manos hacia mí y en un trancado llanto me imploró:”Señor fiscal, aquí estoy por mi hijo, por favor lléveme a mí, mi hijo lo hizo por necesidad, fue mi culpa no poder socorrerlo” a la par de que se arrodillaba ante mi, me rogaba le pusiera las esposas a cambio de la libertad de su hijo.

Ante esta situación me quebré, la ayudé a incorporarse y hecho esto la señora sacó algo envuelto en un pañuelo, un revólver 38mm Smith and Weson especial, cañón corto.

Me dijo:”aquí está el arma doctor, se la entrego en sus manos, pero por favor lléveme presa por mi hijo”.

En ese momento solo pude reaccionar tomando el arma con sumo cuidado, guardándola en mi maletín. El padre me llevó aparte y me dijo:”doctor no quiero que crea que en algún momento pensé en generar impunidad, no pido eso, lo que pido es un acto de misericordia con esta hija de Dios y clemencia con su hijo”.

Yo solo pude actuar en consecuencia de lo que gobernaba en mi en ese momento: La sensatez.

Recuerdo haberle dicho al padre: “Está en mis manos evitar a toda costa la impunidad, pero también está el deber de evitar la injusticia”. Ella a lo sumo podía procesarla por una tenencia ilícita de un arma de fuego, pero ¿realmente tuvo ella la plena consciencia de cometer ese delito? Pues no.

Le pedí al padre que le diera refugio. Llevé el arma al Cicpc para que la procesaran, volví a la iglesia y le tomé una entrevista extensa a la señora sobre los hechos.

En esa entrevista pude confirmar lo que es capaz de hacer una madre por un hijo. Ella insistía en entregarse en intercambio, no para evitar que este fuera preso, pues consciente estaba de su responsabilidad, sino para evitar que se lo mataran.

Ojalá yo hubiera tenido la forma de cumplir con su súplica. Semanas después su hijo caía abatido durante un enfrentamiento producto del operativo de búsqueda que se mantenía en su contra en todo el estado.

Ese día solo pensé en aquello que ofrecía su mamá: Su libertad por piedad para su hijo.

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