Relatos de la Justicia: La exhumación
Esta historia trata de otra extraña experiencia paranormal que viví hace ya unos cuantos años. La misma empieza cuando los familiares de un joven presuntamente abatido en un enfrentamiento con funcionarios policiales solicitan ante mi Fiscalía la exhumación del cadáver de su deudo, en virtud de que según su versión no fue realizada bien la autopsia, pues el informe del patólogo forense indicaba que se apreciaban solo dos heridas por arma de fuego en el cadáver y no las múltiples que recibió según testigos presenciales.
Se hicieron los trámites de rigor y se dispuso de los protocolos judiciales para su práctica. El lugar: El cementerio municipal.
Realmente ningún cementerio es de mi agrado y ese en específico menos aún, pues tiene la particularidad que de las veces que paso frente a él, casi siempre veo cosas que no son de mi agrado.
Desde mi llegada a la ciudad siempre pasaba por el frente, pero nunca entrado, ¿para qué? Pero está vez lamentablemente si tenía un para qué.
El Tribunal fijó la hora para la exhumación y adivinen ¿a qué hora la fijó? A las 2:00 p.m.
Mi mente inmediatamente sacó cuentas y sabiendo lo trabajoso de una exhumación pensé: «Aquí nos va a agarrar la noche», haciéndome ese pensamiento tragar grueso.
Llegamos puntual al acto y nos reunimos todos a la entrada del cementerio; de allí caminamos un trecho bastante largo hacia la ladera sur.
Ubicada con exactitud la tumba, comenzaron los trabajadores del cementerio su laboriosa faena de «destapar la mondonguera», como le decía jocosamente un amigo en Caracas cuando nos tocaba ir a un reconocimiento en el sector la Peste del Cementerio General del Sur.
Abierta la tumba y liberado los gases (el cadáver tenía cerca de mes y 1/2 de enterrado) empezaron los patólogos a hacer el trabajo sucio, literalmente.
Se lograron recabar cuatro proyectiles más de los colectados en la autopsia y se identificaron por lo menos tres heridas por arma de fuego más, lo que inclinaba la balanza hacia el dicho de los familiares y con ello podíamos iniciar una investigación contra los funcionarios policiales, como de hecho hicimos.
Culminada la exhumación, cerca de las 9:30 p.m., los familiares del difunto se ofrecieron en llevarme hasta mi casa, pero se fueron caminando junto con el equipo forense mientras yo les daba algunas instrucciones a los trabajadores del cementerio por si alguien venía preguntando por la exhumación.
Me tocó entonces caminar todo el trecho de la tumba hasta la entrada del cementerio con en soledad.
Ya casi llegando al lote de tumbas que están próximas a la entrada, veo a un señor de la tercera edad como de 1,60, piel curtida, barba escasa, canosa y con apariencia de indigente, el cual pensé que trabajaba ahí.
Haciéndome seña con su mano hacia una tumba que estaba a su lado, me grita desde lejos: «EJE Y ESTA TUMBA PA’ CUÁNDO. ESTA MUERTA TAMBIÉN NECESITA QUE LA DESENTIERREN».
Asustado, pero con la chispa siempre activa, le grito desde lejos: «LLAMA AL MARIDO PA’ QUE SE LO DESENTIERRE», y me echo a reír.
De la nada se me aparece una doña a mi lado, como de unos 70 años, de baja estatura, vestida con un pantalón color caqui y una blusa blanca, pero con un velo negro de luto y con cara furiosa me dice: «Ella necesita justicia también, desentiérrela, es su deber».
Mi reacción no fue normal, sentí que la temperatura bajó a 0° (temperatura de bajo astral) y el erizado de los cabellos de la coronilla de mi cabeza me hizo escuchar esa voz interna que me dijo: «No los escuches, no voltees, son espantos».
La carrera que pegué superó a la marca de Usain Bolt.
Cuando llegué a la puerta estaba casi todo el grupo, el papá del difunto pregunta: «¿Doctor, a quién usted le gritaba y con quién hablaba, si por ahí no hay nadie?».
Cuando el encargado del cementerio que estaba en el grupo ve mi rostro pálido agrega: «Ay doctor, a usted como que lo embromaron los espantos».
Tuve que esperar como 15 minutos para reponerme y el encargado me pregunta: «¿Cuál lo espantó, doctor?».
Al describírselos, él me suelta está perla: «El viejo dicen que es el celador de las almas de todo San Félix y la doña es un ánima que pena pidiendo que la desentierren; según, en vida era bruja y la mató una brujería que le echaron».
El señor padre del difunto me abraza y me pone un rosario en el cuello y me pide: «Consérvelo doctor, que con este no hay espanto que pueda».
Pasó un largo período para que se lograra condenar a los policías que simularon el enfrentamiento, al final del juicio.
El señor me da las gracias y me recuerda el rosario y me cuestiona: «Seguro no lo usó o lo extravió» y yo sacándomelo del bolsillo se lo entrego y le respondo: «Esto no me lo dio usted, este rosario me lo dio su hijo para que no me espantaran en este juicio. Ahora yo se lo devuelvo para que lo proteja».
Relatos de la Justicia se basa en las experiencias vividas por el autor durante el desempeño de su carrera en el ámbito judicial. Sus personajes y circunstancias han sido modificadas y adaptadas con un poco de ficción para su difusión en el Diario PRIMICIA.
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