Sucesos

Relatos de la Justicia: Nacida de la muerte

El dolor era insoportable, hacía que hasta respirar fuere incómodo, le dolía su espalda baja, en cualquier posición que adoptara, sentado, acostado y ni pensar estar de pie.
sábado, 11 junio 2022
Helen Hernández | Un relato en honor a Ramón Trasmonte Peña

Las horas de trabajo intenso acumuladas se alojaron en la parte baja de su espalda, la culpa por no poder trabajar más intensamente y dar un mejor desempeño, era tan solo el origen emocional de aquel diagnóstico médico apuntado en el informe colgado en la parte inferior de su cama de hospital: Lumbalgia.

La orden médica de veinticuatro horas de observación bajo estricto reposo le taladró el orgullo en forma de interrogación ¿cómo un médico comprometido como él iba a estar tantas horas fuera de servicio?

Las guardias internas en el hospital, las clases del postgrado, las clases de derecho como aspirante al título de abogado y su labor docente en la universidad como novel profesor en grado de Instructor de la Escuela Básica, a lo sumo le permitían dormir lo justo, descansar para él, era un término que en mucho no usaba en su glosario cotidiano.

Mientras estaba acostado en esa castrante cama de hospital, escuchó dirigirse a él a la persona que guardaba reposo justo en la cama al lado, ¡psst! ¡psst!, escuchó detrás de la cortina que le servía de barrera visual hacia las camas contiguas, con sigilo corrió un poco con su mano esa tenue tela color azul hospital, y al hacer ángulo logró ver al otro lado aquel rostro pálido y lastimero de una dama bastante entrada en años, de quien provenían esos curiosos ¡psst!.

Su cabeza se hallaba cubierta por una pañoleta blanca, que hacía juego con su bata clínica, su palidez casi amarillenta, aunado al pliegue de su piel a los huesos casi desprovistos de músculos, le dibujaban una conclusión a la que no hacía falta ser médico para deducirla: paciente oncológico.

¡Estás muy joven para estar aquí! Fue la frase que ella escogió para llamar su atención, él sin saber que responderle, consideró prudente devolverle una sonrisa y sin más, saludarla con la mano y volver abruptamente a su posición inicial, esa que tenía antes de inclinarse dolorosamente para correr la cortina y atender los ¡psst! ¡psst!.

El dolor era insoportable, hacía que hasta respirar fuere incómodo, le dolía su espalda baja, en cualquier posición que adoptara, sentado, acostado y ni pensar estar de pie, la sola resistencia de su peso sobre los talones le hacía recorrer una tensión dolorosa por todos los nervios hasta la zona lumbar, arrancándole en ocasiones lágrimas de dolor.

¡Lo lamento no puedo sostenerme! Le gritó a media voz desde su postración para evitar ser tomado como una persona descortés, ¡Yo lo sé, descuida! Fue la respuesta que recibió desde la otra cama, de aquella voz entre angelical y senil, era como si su abuelita hubiere resucitado y le hablara de una forma muy sutil.

¡Debes recuperarte pronto, mira que salvar vidas es tu misión, incluso aquellas que debes arrancarle a la muerte!

Aquella voz lo sumergía en una atmósfera nostálgica, el increíble parecido con la voz de su adorada abuela, le hacía aceptar sin más todo aquello que esa gentil anciana le aconsejare.

¡Eso intento abuela, eso intento, pero el dolor no me deja! Le respondió en tono casi delirante, mientras se preguntaba consumido en su dolor, cómo diablos esa enigmática señora sabía su profesión.

El grito en forma de alarido hizo que una de las enfermeras se acercara hasta él y observando su dramático rostro conteniendo la furia del dolor, la catapultó a la búsqueda inmediata del médico tratante, no fue necesaria mucha auscultación para ordenar la aplicación urgente del poderoso cóctel de analgésicos que lo echó a dormir en el acto.

¡Sálvala!, ¡Sálvala a ella! Susurraba aquel rostro salpicado de sangre, sus manos femeninas, gélidas y temblorosas tomaron las suyas varoniles, diestras y tibias y las condujo junto a las de ella hasta su vientre…

Supo inconscientemente que se trataba de un sueño, o tal vez una pesadilla, ese rostro agonizante y suplicante tuvieron el suficiente impacto en él, como para no olvidarlo por una buena cantidad de tiempo. Abrió sus ojos y la luz blanca incandescente de la habitación le trajeron nuevamente a su realidad, observación hospitalaria por 24 horas, tal como lo prescribió el médico tratante.

No sabía cuánto tiempo había estado bajo efecto de los analgésicos, pero así habría sido el cóctel y su potencia que sentía que había dormido por semanas, nunca antes había padecido de un estado de coma, pero sintió que algo parecido habría sido salir de un cuadro hospitalario de ese tipo.

Quiso incorporarse para sentarse y de inmediato sintió una increíble mejoría, al punto que pudo hacerlo sin ningún tipo de dolor o impedimento, bajó sus piernas y quedó sentado de manera perpendicular en su cama de reposo, corrió la cortina que le daba privacidad y observó que su gentil compañera de habitación ya no estaba.

Apenas hizo el intento de levantarse, cuando de la nada apareció una veloz enfermera y lo atajó en sus pretensiones: ¡Un momento caballero, así tan rápido no! mientras se le acercó y lo tomó por uno de sus hombros y con un gesto con su mano derecha extendida señalando la cama, lo invitó a recostarse de nuevo.

“Segura estoy que se siente como un toro, pero debemos esperar a que sea su médico quien lo certifique”, tomó la sábana que la había sido destentida y cubriendo sus piernas le hizo señas de calma con sus palmas, para que aguardara mientras se dirigía a buscar al médico, tras un risueño “Ya vengo”, saliendo de la habitación tan rauda como entró en procura del galeno.

Luego de unos escasos minutos de espera en aquella solitaria habitación, la entrada del médico seguido de cuatro enfermeras se hizo notar de inmediato, la algarabía lo puso en alerta y apenas descubrieron nuevamente la cortina, le encontraron una vez más sentado sobre la cama, los ojos de la grácil enfermera a cuyos consejos no respondió, se le clavaron como dos flechas directos a los suyos mientras disparaba: ¡Ya veo que no sigue reglas ni consejos, le pedí que esperara acostado! Dirigiéndose esta vez al médico en tono de acusación directa contra el inquieto paciente.

¿Pero qué más va a recostarse si lleva dos días acostado? Preguntó en tono de sarcasmo y mientras reía el médico tratante, lo que le hizo explotar con la interrogante ¿Dos días?

Llevándose las manos a la cabeza y exclamando: ¡Dios mis pacientes!, mientras el galeno le indicó acostarse boca abajo y comenzó a palparle la zona lumbar.

Hizo varias presiones y al no escuchar quejido de dolor a las preguntas ¿Duele? Le hicieron saber que los analgésicos y los antiinflamatorios habían hecho bien su trabajo.


“Tranquilo colega, que primero es su salud antes que la de sus pacientes”, fue la respuesta a la pregunta angustiante que quedó en el aire, mientras le pedía que se sentara en la cama sin ayuda para observar la dinámica de sus movimientos, luego le solicitó que se levantara y caminara unos cuantos pasos hasta la puerta, que se inclinara y al observar que no hubo ni una sola queja ni gesto de dolor, le invitó a cambiarse mientras le recetaba el tratamiento y la medicación, no sin antes argumentarle: “Ese es el mal de muchos médicos colega, eso refleja, tensión, acumulación de trabajo, estrés, culpa y un largo etcétera, relájese que usted no enfermó a ninguno de esos pacientes”, le dio una suave palmada en la espalda, para luego pasar a indicarle como tomarse la medicación y explicarle la necesidad del reposo en el que debía permanecer por unos días más.

Al marcharse el médico quedó nuevamente en compañía de la enfermera quien no fue tan rauda como las veces anteriores, mientras terminaba de vestirse el apurado paciente, éste le preguntó por la paciente de al lado, lo cual fue respondido de una manera cortante por la enfermera: ¿Por qué lo quiere saber?

Sorprendido por la tajante posición solo logró balbucear: “popopor nada, solo quería darle las gracias por sus palabras de aliento”. Los ojos de la enfermera se entre cerraron para hacerle junto con su rictus facial una expresión de desagrado, como si su pregunta le resultó de alguna manera ofensiva, y mientras ésta comenzaba a recoger la ropa de cama que le había servido durante la convalecencia, lo miró nuevamente con esos ojos de cañón de revólver y le escupió la respuesta: “Pues tendrá que dárselas a los familiares”.

Nuevamente fue rauda, abandonó la habitación llevando consigo los materiales no usados durante el triaje…. Intentó seguirla pero su actitud denotaba que no le respondería ni una pregunta más.

Una vez que él abandonó la habitación se topó casi de frente con el grupo de dolientes quienes sollozaban su pérdida, allí entendió el mal humor de la enfermera, intuyó que ésta habría pensado que su pregunta era movida por el morbo, habitual de los humanos en ese tipo de situaciones más de lo que pudiera pensarse, pero nada más distante de esa sospecha a su genuina preocupación por devolver las gracias, a quien estando aún en peores condiciones de salud que él, tuvo la gentileza de desearle de corazón su mejoría.

Ya en la salida del hospital luego de caminar con el dejo que le produjo tal escena, elevó su mirada al cielo y le sopló un beso y un sentido ¡Gracias Abuelita, o como te hayas llamado, Dios te reciba en su santa Gloria!


Unas calles más allá de la salida del hospital, recordó que le habían prescrito reposo por cuarenta y ocho horas, pero seguro estaba que aunque lo llevare ante su jefe, este le haría trabajar sin excusas, mucho más cuando vería supremamente sospechoso, el hecho de que se haya ido a un hospital a tratarse una dolencia, cuando fácilmente pudo haberlo hecho en la clínica en la que trabajaba, pero no fue así, por designios del Dios Deimos o Dios Griego del Dolor, el hospital fue lo más cercano que tuvo para recurrir ante su inesperada crisis.

Tomó un desvío hasta su casa para tomar un baño y comer algo que le diera sustento y poder soportar, la ira del jefe que de seguro vendría acompañada del colapsado día de trabajo que le esperaba, pero jamás iba a pensar que algo de tanto impacto le impediría tales pretensiones.

A muchas cuadras en dirección contraria hacia donde se dirigía, se produjeron tres fuertes sonidos como de golpes contundentes, seguidos de ruidos de frenazos, cristal partido y fierros retorciéndose, acompañado de gritos, alaridos y expresiones de sorpresa, de inmediato vio gente corriendo hacia el origen de los ruidos y gritos, no lo pensó más y de inmediato se enfiló detrás de esa estampida de personas, quienes eran guiadas, incluido él, más por la curiosidad que por el pánico.

Corrió cuatro cuadras seguidas y entre tantas personas y vehículos aún no tenía certeza de que habría sucedido, pero los comentarios de transeúntes con los que se topaba en su frenética carrera hacia lo incierto, sumado a las características de los ruidos escuchados, comenzó trazarse la hipótesis del posible acontecimiento: un terrible siniestro de tránsito.

A pocos metros del lugar de los acontecimientos, entendió el por qué de su inusual frenesí, cuando escuchó los gritos suplicantes de varios voluntarios que ya comenzaban a ayudar a las víctimas de aquel cruento siniestro vehicular: ¡Un médico! ¡Un médico por favor!


Del amasijo de hierro en el que se convirtió aquel vehículo, del que comenzaban a surgir llamas, los voluntarios habrían sacado a varios de sus tripulantes, tres de ellos desmembrados parcialmente de algunas extremidades, y con evidentes signos de haber fallecido, más una cuarta víctima por la cual habían suplicado sus improvisados rescatistas la presencia de un médico, y como si se tratara de una revelación, en ese preciso segundo entre su decidida acción de ayudar a esa moribunda víctima, escuchó como si en su oreja le susurrara aquella voz senil pero angelical cuyo timbre de voz le recordaba nuevamente a la voz de su abuela, o acaso era la voz de su enigmática compañera de habitación, escuchando nuevamente el consejo: ¡Debes recuperarte pronto, mira que salvar vidas es tu misión, incluso aquellas que debes arrancarle a la muerte!

En lo sucesivo todo ocurrió de manera trepidante, todas las maniobras habidas y por haber de rescate y salvación las realizó con destreza, pero no había forma de reanimar aquella víctima de los evidentes impactos que tenía en el área cefálica, sus manos temblorosas por la adrenalina tomaron con resignación dolorosa ese rostro y fue allí que la pudo observar bien por primera vez bajo aquel manto de sangre y hollín, era la dama su sueño en el hospital y como reviviéndolo sintió como las manos de aquella exangüe, aún sin moverse, le tomaron las suyas y las llevaron a su vientre mientras escuchó: “Sálvala a ella”.

Brincó del susto quedando de pie y absorto al lado del cadáver, sin entender mucho que hacía, casi en modo automático, de su mochila de objetos personales sacó su estetoscopio y lo llevó a ese vientre que no daba indicios de preñez, pero una poderosa intuición le llevó a escuchar lo que parecía ser los latidos fetales y con una arrojada valentía, tomó de entre sus cosas un sobre de escalpelos y sin mediar en las condiciones ni las probabilidades de sobrevivir dentro de un cuerpo sin vida, abrió uno de ellos y lo utilizó para descubrir lo que sin duda hubo de ser su misión en ese lugar y en ese instante.

Del vientre abierto de la interfecta madre extrajo el más grande de los milagros que sus ojos habían visto, una hermosa beba en gestación cuyo color rosado no existe en la más amplia paleta de colores. Pero debía moverse rápido, entendió que por el tamaño y peso aproximado gracias a sus conocimientos y estudios, no estaría a término, por ello debió ingeniárselas, para hacerla respirar.

Alguna vez han pensado como reanimar un ser cuyos pulmones jamás han respirado aire, eso difícilmente sea la materia de algún postgrado en medicina humana, pero era el examen que se le estaba asignando en ese instante, al que fue convocado en un sueño y cuya profesora evaluadora era nada más y nada menos que la vida misma.


Tomó aquel diminuto rostro entre sus manos y le dijo: “Hoy en un sueño me mandó tu mami a salvarte, así que es momento de que respires”, como pudo pasó aire por aquella casi microscópica boca, logrando insuflar aire a esos prematuros pulmones, recibiendo segundos después de hacerlo, ese gratificante llanto del nacer del que nunca desprendió de sus memorias.

La sirena de la ambulancia fue trino de ángeles para él, quien no se apartó de ella ni al entregarla a la neonatóloga de emergencia, ni mucho menos al entregársela totalmente recuperada meses después al padre sobreviviente, a quien llamó por años compadre, pues no habría sido otra mejor persona para ser el padrino de bautizo de aquel milagro.

Sirva este relato, como un sensible y merecido homenaje al autor de tan gallarda hazaña, quien muchos años después entendió luego de culminar su postgrado en ginecología y obstetricia, que también tenía talento para conversar con la muerte, haciéndolo tomar la decisión de formarse y titularse como Anatomopatólogo Forense, labor que desempeñó por más de 30 años ininterrumpidos, llegando a ser Jefe de Medicina Forense del Cuerpo de Investigaciones Científicas Penales y Criminalísticas.

Dicha labor la compaginaba con otras ocupaciones como Docente Universitario, Cirujano Gineco-Obstetra, pero mucho más importante que sus títulos, fue su gran calidad humana y prueba de ello fue la larga lista amigos que dejó. Para ti mi Dilecto Amigo, Ramón Trasmonte Peña, espero Dios te haya recibido en Júbilo y le hayas podido dar el abrazo a esa mamá, cuya hija lograste hacerla nacer de la propia muerte.

La anterior es una historia basada en hechos reales, los cuales sirvieron como fuente para esta adaptación.

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