Opinión

El puño de llaves y L’ Bon Homme

Era uno de esos días soleados y con olor a yodo, a Mar Caribe. De pronto, mis padres notaron que no estaba yo por allí, ni dentro ni fuera de la quinta, surgió la desesperación y la angustia que hubiese ido hacia el mar, que estaba precisamente frente a esa plaza.
miércoles, 22 diciembre 2021

Maracaibo de los años 50. Maracaibo, ciudad en la que llama la atención el colorido de sus iglesias y casas coloniales, con sus pobladores buenos anfitriones, su “gaita zuliana” y su calor. Allí nací en 1943.

Vivíamos en la parroquia Santa Lucía, en una casa del célebre barrio “El Empedrado” que junto con el “Saladillo”, es un barrio típico de mi ciudad, ambos por excelencia, están llenos de tradiciones, leyendas, cuentos que penetran abismalmente en el pasado a través de los grandes y pequeños sucesos de la historia zuliana.

Mi mamá, Hortensia, maestra de escuela. Por cierto, a pesar de lo “mal” que me portaba, de mi conducta rebelde, a mí me gustaba ser algún día maestro como ella. Mi familia estaba llena de maestros. Desde pequeño me gustaba enseñar, era mi sueño y siempre hacia el modelaje de ser un docente.

Mi papá, Rafael, marino mercante, Capitán de barcos, con experiencia importante en diversas compañías navieras de nuestro país. Yo, en esa época con apenas siete años de edad. Siempre fui un niño tremendo, alegre, atrevido, “acelerado”, muy activo y bastante rebelde, en otras palabras, un niño inquieto e insoportable.

Desde muy pequeño, casi un bebé, ya estaba causando “dolores de cabeza” a mis padres, por ejemplo, cuando ellos pasaron un gran susto al creer que me había ahogado en playa de Macuto. Era más de la mitad de los años 40´. Resulta que, siendo tan pequeño como ya lo referí, me escapé de la casa donde vivíamos sin que se diesen cuenta, inocentemente pienso yo ahora. Y, me fui a la plaza de las “Palomas” que estaba enfrente de esa casa, la célebre “Quinta La Azuleja”, ubicada en el sector “Las Quince Letras”, en Macuto, allí funcionaban los camarotes de la Escuela Náutica de Venezuela (ENV). La Escuela estaba dividida en varias edificaciones.

Era uno de esos días soleados y con olor a yodo, a Mar Caribe. De pronto, mis padres notaron que no estaba yo por allí, ni dentro ni fuera de la quinta, surgió la desesperación y la angustia que hubiese ido hacia el mar, que estaba precisamente frente a esa plaza.

Empezó de inmediato la búsqueda, bomberos marinos y otras personas lo hicieron. De pronto, apareció cerca de unas matas el tan buscado “carajito”, muy “forondo” y sin algún rasguño. Sentimientos encontrados, alegría y llanto se hicieron presentes por supuesto.

El colmo era que papá era precisamente el subdirector la ENV de Macuto. Indudablemente, crecí con una madurez improcedente para un niño de mi edad. En ese entonces tenía dos hermanitos menores, José y Beatriz. Por cierto, otro caso acerca de las “diabluras” que se me ocurrieron de niño, fue el día que entre mi hermano José y yo le quitamos las cejas con una hojilla a nuestra hermanita recién nacida. ¡Prácticamente, le “raspamos” las cejas!, ¡Qué horror!, ¿Cómo no ocurrió una tragedia?, todavía lo pienso.

Realmente era un niño demasiado neurálgico y permanentemente lleno de “inventos” fuera de orden. Ahora, en esta mi actualidad vital reflexiono, y me pregunto si me interrogaba: ¿Podría cambiar mi conducta para mejor?

Volviendo recuerdos sobre el asunto del “Puño de llaves” y su trama. Dos de mis tías abuelas, vivían a cuatro casas de donde habitábamos nosotros en Maracaibo a finales de los años 40´, en la parroquia Santa Lucía, “El Empedrado”, casi al frente de la Iglesia Santa Lucía y al lado de una placita que llevaba esa mismo nombre.

Ellas, tía Carmelita y tía Otilia, vivían solas. Otilia, era mi “salvadora” ante las veces que mamá me debía castigar por alguna travesura que había cometido. Ella me quería muchísimo. Yo le “sacaba las canas” y como premio recibía un pedazo de papelón (que a veces le robaba), que la tía guardaba en un pote de lata que originariamente contenía galletas ”María”.

El caso es que tía Carmelita, siempre se quedaba en mí casa, en las tardes, porque mamá estaba en la escuela como maestra. Eso era seguro todos los días. La casa era muy amplia, con un zaguán grandote que unía la sala con los cuartos y una gran puerta que daba para un espacio donde estaba el comedor, la cocina y los baños.

Eran casas de estilo neocolonial, con poca luminosidad interior, sí realmente eran escasas en cuanto a luz solar. Más hacia atrás, al fondo había un gran patio o “solar”, que casi nadie visitaba.

El techo era de tejas planas, soportado por la denominada “caña brava”, tenía en el frente dos grandes ventanales, tipo colonial, con barrotes de madera. Así era la casa de mis tías también.

Solo que nuestra vivienda estaba en una esquina de esa calle nombrada como la “Bajaíta”, porque era una vía con bajada pronunciada, del lado izquierdo del frente de la iglesia Santa Lucía. Del lado derecho de la iglesia estaban las “Escalinatas” de Santa Lucía.

Lo cierto es, que un día mi tía Carmelita, muy aprehensiva y nerviosamente le dijo a mamá: – Hortensia, sobrina querida. Me da mucha pena, pero hasta hoy me quedo en tu casa- A lo cual mamá, sorprendida y además angustiada, le preguntó el por qué lo hacía. Mi tía le contestó:- mañana te cuento, mañana te digo-.

Al día siguiente, que era sábado, mamá habló con mi tía, y esta le dijo: – Yo no te quería contar, pero en tu casa “asombran”. Antier, por ejemplo, a eso de las 5:30 de la tarde, ocurrió que, estaba sentada en el mecedor, rezando el rosario- (Ellas eran “niñas viejas”, señoritas pues, muy religiosas). – Ajá tía Carmelita, seguíme contando- le apuraba mamá. -Bueno, mirá Hortensia. En varias oportunidades, he podido sentir como que unas manos me tapaban los ojos. Y te digo, no estaba dormida. Yo volteaba y miraba detrás de mí y no había nadie – Y, mamá le interrogaba que, si no fui yo el de la travesura, porque mis hermanitos estaban muy pequeños.

A lo que tía Carmelita, le contestó: – Mirá Hortensia, me levantaba de la silla e iba a la puerta de la calle y el “diablito” ese no estaba por allí, es más, se hallaba con Otilia en nuestra casa. Yo lo averigüe ¨porque realmente estaba asustada- Entonces mamá, ya un poco nerviosa, le dijo: – no hombre tía, seguro que te quedaste dormida-. A lo cual, tía Carmelita, le respondió: – Es que no sabéis, lo de ayer mismo-, – A ver tía contáme- Respondió mamá. – Bueno, fue el colmo de los colmos. ¡sentí un ruido como si arrojasen un “puño” de llaves al piso, un poco de llaves “desparramadas” frente a mí, yo me agaché para recogerlas, ¡pero no había un carajo! Te juro que allí si me asusté y dije que no me quedaría más, por lo menos sola no, en tu casa-. Respondió mi tía.

Pasó el tiempo. Y, según me narró mamá, de alguna manera tía Carmelita fue convencida y se quedaba en nuestra casa uno que otro día. Eso sí, a regañadientes y quejándose la pobre más que un “camión cargado de cochinos”. Ella, ahora procuraba no rezar el Santo Rosario, como siempre lo hacía cuando se quedaba en nuestra casa. Pero, aquí no termina esa historia. Pasaron otros “acontecimientos”.

Sí, las cosas no se quedaron en ese hecho. Un día, cuenta mamá, que recibió la visita de la señora que le planchaba la ropa e iba a hacerle entrega de esta y entonces le pagaba por su trabajo. Eran horas tempranas de la noche. Se había ido la luz eléctrica en Maracaibo, por lo cual había una “oscurana” en la ciudad y por supuesto en la casa, se alumbraba con velas.

Mamá entró a su cuarto a buscar los “cobres” en su escaparate para pagarle. Permaneció la puerta entreabierta, la señora del planchado quedose sentada afuera.

Mamá le entregó lo acordado como pago del servicio. De pronto, la señora, con cara de asombro, le preguntó: – ¿Señora Hortensia, quien más estaba en el cuarto con usted? Perdone mi imprudencia- Mi madre, le respondió con cara temerosa: – No. Nadie. ¿Por qué? – La señora le contestó: – Señora Hortensia, porque por lo que pude ver, otra persona, detrás de usted le alumbraba con una vela, y como usted me dijo, nadie más estaba en su cuarto, me causó cierto temor, disculpe-

Mamá, estaba en realidad sola en ese momento. Nosotros estábamos en casa de mis tías y mi papá como siempre navegando. Ante esos hechos y otros más que siguieron ocurriendo, recuerdo, eso sí, lo evoco, que mamá con mucho asombro, solicitó los servicios de un reconocido espiritista, maracucho, que no recuerdo su nombre, creo era de apellido Hernández, que estuvo en esa nuestra casa.

Rememoro, que ese señor, le dijo a mi mamá que se sentara y cerrara los ojos, y que solo con sus pensamientos fuese recorriendo cada espacio de la casa (cuartos, baño, sala, comedor, cocina, etc.). Ella cumplió con lo exigido. El espiritista, decía, por ejemplo: -Está en la cocina, ¿Qué siente? – Y ella respondía – Nada. No hay nadie- Así, poco a poco, hasta que llegó al baño de la casa. Allí, el espiritista le dijo: – Espérese, Deténgase allí. ¿Qué siente?, Manténgase allí, porque en ese baño hay una “presencia”.-

Luego, solicitó permiso y se dirigió al baño, se introdujo en él, en donde estuvo cerca de 10 minutos. Luego, de salir, manifestó a mi madre que allí se alojaba un alma en pena, que era un “espíritu burlón”. Que no quería hacer daño y que tan solo quería hacerse sentir.

Lo cierto, es que en ese baño me encerraba mamá para tratar de reprenderme, me ponía insoportable. El colmo era que además yo me” escapaba“ de allí por el techo, las tejas eran removibles. Lógicamente, antes de ella conocer lo dicho por el espiritista, hasta ese día terminaron mis encierros en ese baño. A mí, ese señor, a instancias de mamá (porque yo era muy tremendo), me dijo que me sentara y procedió a rezarme, tocarme la cabeza y hacerme unos “pases”.

Yo le veía con los ojos entrecerrados y con sonrisitas burlonas. Finalmente, ahora ya con tantos años encima, creo que no ayudaron mucho esos rezos, tocamientos y “pases”. Pero, a la semana siguiente estábamos mudándonos a otra casa.

Así fue tal la impresión causada. Así fueron los hechos. Y, me pregunto, ¿Qué fue lo que en realidad pasó?, ¿Era la casa?, ¿Era realmente un “espíritu burlón” ?, ¿Era mi tía Carmelita?, ¿Era mamá?, ¿Era la planchadora?, ¿Era el espiritista? O ¿Era yo? .

Luego de nuestra mudanza volvimos casi todos los fines de semana a casa de mis tías. No hablábamos sobre eso, nuestros intereses dieron un giro de más de 180 grados.

Desde niñito, siempre me gustó el misterio, sin embargo, tengo mis vacilaciones o dudas. Mi vida profesional siempre estuvo y está conectada con la academia, sobre todo con la docencia y la investigación científica, en especial.

No quiero creer, pero tampoco quiero dudar. Por lo tanto, según mi tía lo que ocurrió con el “puño de llaves” y lo demás, ¡sí pasó!.  A ese argumento, se agrega algo muy positivo en mi vida, ya había hecho la transición de niño a muchacho y de éste a hombre hecho y derecho, ¡Me había graduado de Profesor en Ciencias Matemáticas en el Pedagógico !. Era un docente reconocido en Maracaibo. Ya había tenido mi punto de inflexión en mi vida como ser humano.

Me convertí en un individuo racional, reflexivo después de haber sido un L ‘Enfant Terrible, es decir,  una persona precoz, inventora, tremenda, rebelde y transgresora que pudo ser otro individuo. ¡Cambié! , ¡Sí se puede! , ¡Sí pude cambiar en mi conducta, en mi forma de ser y actuar!.

Ahora soy un Bon homme, un ser que guarda gratitud, optimista, hago lo que amo, respetuoso de los demás, creativo, estudioso, honesto y buen ciudadano. Yo, “Os”, en honor a la verdad , lo que, si no he podido explicar con seguridad, hasta estos momentos de mi vida, a mis cercanos 80 años de edad, a mi dilatada experiencia como docente, es si fue real o no. En suma,…..dicen que las llaves, el “puño de llaves”, con el pasar de los años y según opiniones de gente muy seria y creíble, seguía siendo lanzado sobre el piso de esa casa….y haciendo cambiar como “soplidos” el domicilio de numerosas familias que la habitaron.

“ El misterio es la cosa más bonita que podemos experimentar. Es la fuente de todo arte y ciencia verdaderos.“ (Albert Einstein)

Calgary, Canadá, 20 de Diciembre 2021

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