Opinión

Eugenio Mendoza

Cuenta La Leyenda.
Evelio LUCERO
sábado, 19 octubre 2019

La mejor versión para definir “un venezolano” es recordar o decir Eugenio Mendoza, hombre nacido en un país sumamente inmerso en la pobreza y atrasado, la obra de este señor, es un gran ejemplo de venezolanidad, demostrando como la voluntad y decisión de un hombre pueden suplir las fallas del medio, estaba bien claro que Venezuela podía llegar con sus hombres y recursos a altos niveles de progreso y bienestar, dedicando toda su vida, desde la infancia, hasta el final de su vida, convirtiendo todo en una hermosa realidad. Fue y seguirá siendo un gran ejemplo, para todos, particularmente a la juventud, a aquellos que se asoman con dudas y desanimo al panorama nacional.

Fue un guía, animador, hacedor, inspirador, quien creía en la eficacia de un trabajo bien realizado, veía a su país como un caudal de recursos materiales y de venezolanos que debían integrarse con un tino eficaz y desequilibrado, para lograr un bien común alcanzable para todos.

Nunca fue un predicador de ideas, ni un agitador de impaciencias, fue un luchador incansable por el bien y el progreso, de tal manera muy convencido de que Venezuela podía crecer, sin pensar en perder la fe en nuestra gente, estas simples virtudes son la gran base de las realizaciones que nos dejó.
En la escuela le habían enseñado que su país era extenso, tenía: un millón de kilómetros cuadrados y más o menos dos millones y medio de habitantes.
Vivía en la capital, donde nació en 1906, perteneciendo a una familia que había figurado desde la colonia de manera distinguida y durante la independencia, su madre estaba emparentada con nuestro libertador Simón Bolívar.

En el año 1916, cuando Eugenio Mendoza cumple 10 años de edad, toma una determinación la cual no es bien vista por sus padres, transcurre el tiempo y siendo un adolescente, abandona los estudios y comienza a trabajar, aquello estaba enfilado hacia el fracaso, el comercio, fuera de un puñado de casas viejas, era una actividad de tenderos, en su mayoría, sirios y libaneses, los sueldos muy pequeños y las jornadas de trabajo muy exigentes y los ascensos casi nulos.

Eugenio en vez de concluir sus estudios secundarios y así ingresar a la Universidad, se emplea como mensajero, va aprendiendo el lenguaje y los usos de aquel atrasado expendedor de varas de tela, de carreras y arreos de burros, todo trascurre sin prisa y ningún cambio, en la conocida esquina de San Francisco, se reunía los corredores de bienes inmuebles, mucha gente habladora y en perpetua tertulia, lo cual entre chismes y chismes se lograba la venta de un inmueble. En ese ambiente, Eugenio toma una decisión, no quiere ser uno más del montón, sin horizonte, siente que tiene prisa en una ciudad que casi nadie sentía, lo invade un deseo de superación entre gente que miraban con mucha desconfianza cualquier iniciativa de cambio. Pronto inicia pequeños negocios por su cuenta, fabricando soldaditos de plomo, con pedazos de metal que logra en los desechos de los talleres de la Compañía de Tranvías Eléctricos, hasta una alfarería y una carrera de transporte. Más adelante se asocia con Moisés Miranda, hombre influyente de muchas amistades, de negocios salteados y de un vivir rumboso, Eugenio no va a participar de esa plácida y despreocupada actitud, comienza con mucho empeño a promover el negocio de materiales, no perdiendo tiempo ni ocasiones. Se esfuerza en cumplir cabalmente a quienes les compran, muchas veces, los constructores se sorprendían cuando veían llegar un viejo camión con los sacos de cemento que habían pedido conducido por el propio Eugenio. El pequeño comercio creció, en este momento compra la parte del socio transeúnte, dedicándose de lleno a fomentar su pequeña empresa, la mayoría de los productos que vendía eran importados, cemento en barriles desde Europa y EE UU, de la misma manera el acero para la construcción, artefactos de baño, pinturas y hasta papel para empacar.

Se le ocurrió a Eugenio Mendoza en una navidad, un gesto de bondad, regalando de su bolsillo una pequeña cantidad de dinero como aguinaldo a dos jóvenes empleados, siendo esto el resurgimiento de una nueva mentalidad en el mundo de los negocios. Después y a través del andar de los años Eugenio se convierte en una persona exitosa, brindando siempre a sus empleados y trabajadores todos los beneficios posibles, nunca desmayó en su empeño ni en su fe, con cada nuevo día iniciaba su lucha de esperanzas, seguía siendo el conductor de voluntades, pasaban los años pero no disminuía su decisión y su deseo de hacer.

El día 17 de octubre de 1979 lo sorprende la muerte, sin decadencia, sin descenso de actividad, en pleno que hacer impetuoso, sin resignarse a descansar y sin asomo de renunciar a sus esperanzas.

Sentía que un país lo hacen sus hombres y él se dedicó sin pausa a hacer el suyo en toda la medida de sus fuerzas.

Qué bueno fuera en esta época que estamos viviendo, cuando una enorme cantidad de personas en vez de imitar y tratar de hacer riquezas fraudulentas sin importar nada a quien se le está haciendo daño, hiciera lo contrario, o sea… IMITAR LA LABOR QUE REALIZO ESTE INSIGNE VENEZOLANO.

 

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