La Búsqueda: Quetzalcoatl en el juego de pelota
Al sanar Xiuhcoatl, la preciosa doncella, el descontento del pueblo y de los nobles se hizo sentir. El Huemac prestó atención a la envidia de los nobles; y planearon que muriera por el furor de los guerreros enemigos con que se tenían que enfrentar, lo llevaron con ellos en la vanguardia pero cuando comenzó la pelea lo abandonaron en el campo de guerra, los guerreros águilas y jaguares se alejaron por la retaguardia, sus banderines hondeando entre los matorrales delataron el lugar en que se escondían; lo dejaron entre cientos de hombres aguerridos desnudos, pintarrajeados con lanzas y macanas entre sus manos, el vendedor de chile estaba solo acompañado de los jorobados y bufones.
Para sorpresa de todos el nigromante y los bufones vencieron a cientos de hombres con la magia de la risa, los enloquecieron y clavaron sobre si sus lanzas.
La celebración de la victoria no se hizo esperar, pero el temor de aquel misterio hizo que los nobles anidaran el miedo en sus corazones. El forastero se convirtió en héroe, junto a los jorobados, bufones y músicos, y los nobles en traidores. En la celebración los músicos tocaron divinas melodías con flautas, y acústicos toques sobre los cascarones de tortugas y jícaras, mientras el hechicero los encantaba con su canto. La muchedumbre de Tula se convirtió en un remolino de frenesí y locura. El mago cantaba:
Corran al abismo,
en mudas piedras se transformaran.
Pétreas lágrimas hablarán,
de la venganza de los dioses
Todos repetían aquel canto, mientras dirigía sus pasos al abismo. Al caer, sus cuerpos se transformaron en rocas.
En el mercado, la gente enmudeció al ver volar a un águila atravesado por una flecha. Era un signo nefasto. Al alejarse aquel presagio, el sitio fue invadido por un la extraña melodía, los mercaderes vieron danzar a un anciano de largos cabellos blancos, y en la palma de su mano giraba al son de los toques, un diminuto hombrecito vestido como Huitzilopochtli. Alegre y graciosamente hacía rápidos movimientos con su espada y rodela.
El danzante hechizó a la multitud. Imitaron el frenesí del enano, pisándose unos a otros. Con cada nuevo giro la mortandad se desplegaba. Desde la lejanía se oía el lamento de los agonizantes. Repentinamente, el viejo y el hombrecillo estallaron. En su interior sólo había neblina que lo cubría todo, provocando la muerte de todo aquel que la respirara. La ciudad de Tula y su Huemac, estaban acabados. Para terminar su venganza, sólo quedaba acabar con el Dios.
El nigromante se dirigió a la cueva donde vivía Quetzalcóatl, traía consigo viejos huesos que armó y fertilizó con su sangre para crear un nuevo cuerpo. Al finalizar el hechizo, la osamenta se cubrió de músculo, nervio y piel. El brujo apuntó al resplandor que señalaba la presencia del Dios para que viera la materia palpitante en que encarnaría.
Sin pensar encarnó,
recordó lo que era vivir.
Sintió la sangre caliente y palpitante en su interior.
Olvidadas sensaciones lo llenaron de gozo,
el poder mover brazos, piernas, el poder respirar…
Deseaba ardientemente fundirse en la carne,
para volver a nacer al espíritu.
Tezcatlipoca disfrazado de nigromante, le mostró su apariencia en su espejo doble. El mago cambió su imagen para engañarlo, el reflejo de lo que vio lo asustó. No vio un cuerpo joven como en el que había encarnado, sino vio abultadas ojeras abultadas alrededor de su ojos y arrugas que surcaban su rostro. Esos rasgos le recordaban la muerte más que la vida. Colérico, reclamó al mago, que deseaba mostrarse a su pueblo, y no podía hacerlo con esa horrible apariencia…Hacía tanto tiempo que se escondía a ojo de éstos.
No dejes que la ira te domine…
¿Acaso los dioses pueden anidar en su pecho la venganza?
¿No te opones tú al odio y a los sacrificios sangrientos?
¿Por qué te veo ahora lleno de ira y anhelos de venganza?
Al oír esas palabras Quetzalcóatl meditaba lo difícil que era dominarse estando revestido de un cuerpo físico.
-Toma esta máscara de jade, -le dijo el mago-hará tu apariencia más halagadora, te ocultarás con ella, pronto podrás beber el elixir que te rejuvenecerá y dará la inmortalidad. Con ese néctar vencerás a Mictlantecuhtli, El Señor de la Muerte. Estos pensamientos lo calmaron. Había sido engañado y creía tener un cuerpo envejecido, cuando su espíritu había encarnado en un cuerpo maduro.
En su retiro, comenzó a aprender lo olvidado: el control sobre sí. Ayunó y meditó durante semanas…
A los días salió con la verde máscara de jade que cubría su rostro, tenía largos colmillos bañados de sangre. Sólo crueldad se leía en sus rasgos…El pueblo se asustó al verlo. Vieron maldad en su protector. Se preguntaban si habría ennegrecido su corazón. De ser así, podrían explicarse los recientes desastres. Hombres transformados en piedra, la enfermedad de la hija del Huemac…
Tula vivía tiempos de angustia. En su recorrido, Quetzalcóatl no sintió amor hacía él. En lugar de ello vio dudas y odio en los rostros que tanto amaba. Se sintió derrotado. Tanto luchar para purificarse, oponerse a la fuerza del Pueblo del Sol para ser despreciado por su gente…La confusión comenzó a reinar en él.
Entristecido, arrancó con violencia de su rostro la máscara que había confundido a su pueblo. Entró abatido a su templo de jade y plumas. Allí lo esperaban los nigromantes con la bebida que le borraría las huellas del tiempo. Con alegría lo recibió, ante él estaba el anhelado líquido.
Al acercar el recipiente de jade a sus labios, sintió una amarga sensación en su espíritu. Era un aviso del peligro que le acechaba. Puso resistencia al tomarlo y les preguntó:
– ¿Es esa poción embriagante?, ¿es sangre de maguey? Nefasto fin tendría si así fuera.
– ¿Qué temes Dios viviente?-le respondieron Tezcatlipoca y Huitzilopochtli disfrazados de ancianos-. ¿Acaso no quieres sentir el recalentamiento de tus venas? Toma y bebe.
Dubitativo tomó el vaso, ingiriendo de un trago su contenido. El primer efecto de la bebida, fue la sensación de vitalidad y juventud, su corazón se llenó de alegría. Ordenó a sus músicos que tocaran melodías embriagantes. Las músicas que brotaban de las flautas y de los caparazones de tortuga lo acercaban al paradisiaco Tlalocan.
Deseaba regocijarse, volvía a vivir en la carne. Envió sus sacerdotes a buscar a su adorada sacerdotisa, para que lo acompañara en su júbilo y se embriagaran juntos. El Dios anhelaba conocer nuevamente los deleites del amor.
El pueblo, al oír sensuales melodías acompañadas de lascivas sonrisas, en el lugar donde antes sólo dominaba el silencio y el copal, sintió tristeza y confusión. No lograba comprender lo que ocurría.
La alegría fue fugaz. Al despertar de golpe se percató que había nacido a la carne y había sucumbido a ella. Toda su lucha por hacer florecer el corazón de Tula había sido infructuosa, se encontraba ebrio, postrado en el suelo.
Si su pueblo lo viera, lo apedrearían, al sentir ganas de vomitar dirigió sus pasos al pozo de agua virgen y vio como había sido engañado, su rostro no estaba surcado de arrugas y al quitar los mantos que lo cubrían, vio la fortaleza de su cuerpo, pero había caído en la degradación. La tristeza traspasó su ser.
Si hubiera sido más prudente, hubiera podido burlar una vez a sus enemigos, esto hacia más cruel su dolor. Su caída había sido total. Sólo le quedaba un camino, expiar su culpa. Envió a su servidumbre a que recogieran lo necesario para un largo viaje. Pronto se marcharían.
Retornaría a su lugar de origen para acallar su vergüenza, deseaba redimirse había conocido las limitaciones de la materia. La ascesis purificaría su cuerpo, debía tratar de trascender otra vez la materia. Él era Quetzalcóatl, la Serpiente Emplumada. En su destino mostraba a los hombres la dolorosa lucha que lleva a la iluminación y al florecimiento del corazón.
Descendería a Mictlan, al Reino de la Muerte, para enfrentarse a Mictlantecuhtli, en búsqueda de liberarse de la materia. Para adentrarse al Reino de las Tinieblas pidió a los artesanos construir un ataúd de piedras que se transformaría en el umbral al tenebroso reino. Deseaba morir, desprenderse de la materia para retornar al desencarnar y ser pura energía. Dentro del ataúd, logró desprenderse del cuerpo, meditando durante días logró cruzar las barreras entre los mundos.
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