Especiales

La Búsqueda: El éxtasis entre sangre y dolor

La causa del viaje decían nuestros maestros que era comercial, desde hacía muchas lunas no se recibían los tributos que se esperaban de las tierras bajas, y en los jardines del Ombligo de la Luna empezaban a escasear los quetzales y los jaguares.
domingo, 19 diciembre 2021
Cortesía | Con el tiempo nos fuimos dando cuenta que sus estratagemas, buscaban fortalecer la pasión por el conocimiento

En el Telpochcalli y el Calmecac enseñaban humildad y disciplina. Empezábamos por aprender las labores simples como eran la limpieza de los templos, la recolección de leña y los servicios personales a los discípulos más avanzados. Cada aprendiz se transformaba en puente viviente de las fuerzas que dirigen el destino. Se convertían en buscadores de verdades ocultas.

El dolor y el auto sacrificio eran parte de la cotidianidad, para templar el cuerpo y el espíritu. Cuando el Sol ardiente comenzaba abandonar la tierra y la estrella del alba resucitaba de las tinieblas. Los amantes del saber nos dirigíamos a las cumbres de las montañas armados con tazones de barro, donde hacían arder el incienso de copal, para que los coros de oraciones llegarán entre nubes al Sol-Tonatiuh, el corazón del cielo. Espinas de jade y maguey atravesaban la piel manaría la sangre para fertilizar la tierra. Entre éxtasis y dolor a cada uno se le mostraba los diversos rostros de los dioses.

Desde temprana edad me pregunté el porqué de las guerras entre nuestros dioses, Quetzalcóatl en lucha con Huitzilopochtli y Tezcatlipoca, ¿acaso representaban formas de vida contrarias? Esas dudas se posesionaron de mi destino. Y me impulsaron a aprender con pasión los cantares y antiguas tiras del saber.

Azarosa fue la causa por la que profundice esa búsqueda. El Dios-Viviente, Señor del Ombligo de la Luna, pidió voluntarios en el Calmecac para una peregrinación que debía ir a las tierras del sur, cuando aún mi formación no había completado. Fui porque intuí que el destino no se combate. Ese día se inició la búsqueda que llenó la cuenta de mis días.

La causa del viaje decían nuestros maestros que era comercial, desde hacía muchas lunas no se recibían los tributos que se esperaban de las tierras bajas, y en los jardines del Ombligo de la Luna empezaban a escasear los quetzales y los jaguares.

El Dios-Viviente extrañaba el misterioso canto de esas aves y el rugir del dueño de los espíritus de la selva y del inframundo. En los jardines de su palacio había lagos, cascadas, selvas, desiertos que imitaban los paisajes en que vivían estos animales.

La fluida música del correr del agua se mezclaba con el canto de las aves, para convertirse en una herida al recordar el lugar más allá del Sol en el Oriente, el Tlalocan, el paraíso de Tláloc, a donde se dirigían las almas de los muertos por ahogamientos o enfermedades por hinchazones, bursitis, reumas, a ellos se les abrían la puerta de ese precioso jardín.

Lo que realmente deseaba el Señor del Ombligo de la Luna, era que interpretaran los sueños que lo obsesionaban fueran descifrados por los sabios del mayab, esa era una de las razones ocultas para esa peregrinación.

En el Calmecac los tlamatini y chamanes no se atrevían a descifrarlos, y los sabios del Sur eran apreciados en las tierras del Sol-Tonatiuh por ser sabios intérpretes de ensoñaciones, pesadillas y augurios. Los maestros que enseñaban en el Calmecac a adentrarse en ese universo entre realidades, habían aprendido el arte de interpretar los sueños en esas lejanas selvas dominadas por las aguas del Usumacinta, el río del mono aullador, que nace de las serranías altas.

Solo era uno de los integrantes de aquel viaje, y llegue a saber poco de los sueños que preocupaban al Dios-Viviente, solo pude conocer algunos fragmentos relacionados con bestias humanas nunca antes vistas, por los rumores que se sabían de ellos en El Ombligo de la Luna.

En las antiguas tradiciones se tenía conocimiento de animales similares, vivieron entre nuestras tierras, pero los monstruos que intranquilizaban las noches del Moctezuma, el Dios-Viviente eran seres gigantescos, mitad hombre, mitad animal. Muchos guerreros águilas también habían tenido sueños similares.

Entre los caminos de tierra apisonada de México-Tenochtitlan, el Ombligo de la Luna, y en el mercado era común encontrar personas discutir acaloradamente sobre estas visiones.

Algunos soñadores afirmaban que las bestias resoplaban fuego, tenían dorso de hombre y pezuñas que herían la tierra, se decía, que sus pisadas sembrarían desolación y de sus brazos nacerían mortales truenos y cortantes lanzas.

Cada soñador iba agregando algún comentario a los existentes. Así se fue creando una trama de sueños. Todos sospechaban que los espíritus de los antepasados intentaban comunicar algo terrible.

Por eso la interpretación de esos sueños por los sabios del Sur de las orillas del río de los monos aulladores, se había transformado en una preocupación tanto para Moctezuma como para los macehuales-hombres.

La inquietud que dominaba al Señor del Ombligo de la Luna, llegue a conocer algunos de los antiguos libros sagrados en copias anteriores a las destruidas por la ira de Tlacael, y en el mayab conocí las profecías de los Chilam y los Libros del Consejo. Mi vida cobró un nuevo sentido. De ahí en adelante creí saber cuál era mi destino.

Muchos años antes de que la peregrinación al Sur se diera, viví gran parte del tiempo entre las paredes del Calmecac, aprendiendo los antiguos cantares mis maestro solo deseaban que los memorizarlos, pero antes a memorizarlos intuía que lo esencial de los cantares se ocultaba. Estaba dominado por esa picazón vital que domina a todo buscador de lo que está más allá del rostro de las cosas. La inmadurez no me permitía comprender que esa etapa del aprendizaje, era solo el principio.

Los maestros, en el interior del Calmecac abrían ante nuestros ojos bellos códices de papel amate, desplegados en forma de largas tiras, escritos y pintados cuidadosamente, debíamos aprender cada uno de sus símbolos antes de empezar a comprender sus ocultos significados.

Los primeros relatos que memorice eran antiguas épicas, que se hundían en las raíces del tiempo, y narraban cómo llegamos a ser lo que somos…Debíamos comprenderlos aprendiendo antes a memorizarlos y copiarlos, a deslizar suavemente el delgado pincel con destreza sobre largas tiras, a delinear los glifos con su variedades de grosores, con diversas tipos de pinceladas finas para todos los contenidos de los glifos.

Aprendí a hacer pinceles gruesos para los detalles externos como eran los cascabeles de las serpientes que encapsulaban a cada glifo. Debía también conocer qué colores utilizar para la indumentaria de las deidades que gobernaban los días, y en detalle los diversos rojos asociados a la sangre, los azules fuertes que representaban el agua de los ríos y los azules grisáceos de las nubes hinchadas de agua, y los contrastes cromáticos que debían acompañar a cada signo de la escritura-pictórica como el de Ozomatli, regido por Xochipilli con su variedad de colores y movimientos burlones que caracterizan al mono divino, en ocasiones en algunas tiras de los calendarios adivinatorias sus tripas escupían mierda con movimientos burlescos a Mictlantecuhtli, el Dios de la muerte, de esa manera el grito de la vida y las artes se imponía como forma de escapar a lo efímero, y al Mictlan, el reino del inframundo.

Cada detalle era importante, pues el equivocarse al pintar en un día-deidad con un rostro blanco y pústulas rojas, en lugar de uno blanco con círculos azules cambiaban completamente el significado de un evento que se avecinaba, por eso tanto la precisión en los colores y su preparación con raíces, conchas, piedras, cal y cenizas era un conocimiento tan importante, como delinear a los dioses con su debidas indumentarias; así día a día hacíamos nuevos copias de las perecederas tiras de vida.

Algunos de estos códices eran de cortezas de árbol como el papel amate y otros eran de cuero de venado cubierto de estuco, en nuestro aprendizaje copiamos muchas tiras adivinatorias que venían de las tierras del Sur, así conocimos las historias del dios mono, protector de los escribas y artistas en el mayab, la tierra de los mayas.

Entre los cantares que debí copiar y memorizar la Historia de los Soles me inquietó por las contradicciones que había en él, con otras historias de Quetzalcóatl, Serpiente Emplumada, la deidad protectora del Calmecac. Esa historia sagrada mostraba cómo surgieron las primeras Eras, fundamento del tiempo en que vivíamos.

Y me negaba aceptar algunas versiones del origen. En el Calmecac debatimos acaloradamente sobre estos temas, mientras nuestros maestros parecían ignorar estas discusiones. Pero con el tiempo me percate que eran ellos quienes las promovían al enseñarnos comentarios de otros sabios que evidenciaban las contradicciones, entre los diversos cantares y libros sagrados.

Con el tiempo nos fuimos dando cuenta que sus estratagemas, buscaban fortalecer la pasión por el conocimiento. Aquel era un precioso goce que nos hizo amar la duda y la reflexión.

Las primeras discusiones en que me vi envuelto, fueron sobre los orígenes de la V-Era, la Nahui Ollin, y la creación de los hombres por Xólolt, avatar de Quetzalcóatl. En esas historias la deidad emplumada se negaba al auto-sacrificio para la creación del Nuevo Sol. Por negarse a aceptar los sacrificios humanos y los corazones palpitantes como fuente para la creación de la tierra y del sustento.

Estas revelaciones nos llevaban a problemas aún mayores ¿Quién había introducido esos cambios?, ¿cómo? y ¿por qué? Quetzalcóatl en historias, crónicas y tiras sagradas, desempeñaba un papel ambiguo, al oponerse a la voluntad de los dioses que deseaban que fuera su sangre la vía para dar nacimiento a la humanidad. Quetzalcóatl se negó a alimentar con su cuerpo y alma al hambriento Sol-Tonatiuh. Y me preguntaba también una y otra vez por qué se oponía a Huitzilopochtli, el Colibrí del Sur y a Tezcatlipoca, Espejo Humeante.

En una calurosa pero húmeda tarde, llegó el sabio mayor del templo. Traía entre sus manos varios pliegues de pinturas rojas y negras. Pidió que oráramos y luego exigió nuestra atención para enseñarnos el calendario que regía a la estrella del Perro, Venus. Hasta ese momento sólo conocíamos el calendario adivinatorio de 260 días, cada uno de ellos regido por una deidad.

En el Calmecac se nos enseñaba a burlar el destino, aprendíamos a contrarrestar las malas influencias de los días nefastos y sus deidades. Así, cuando un niño nacía en el día Tochtli, regido por el conejo y la Diosa del maguey, sus padres sospechaban que tendría predisposición al pulque, bebida espirituosa prohibida y peligrosa por su enloquecedora embriaguez, sólo era permitida en contadas ocasiones, y a los niños nacidos bajo ese sino se les educaba para modificar esa tendencia, sino su destino sería la muerte.

Mi curiosidad aumentó a medida que me familiarizaba con el calendario de la estrella del Perro-Venus. Siempre estaba relacionada con nuestra deidad protectora. Las máscaras más comunes que asumía era de Señor de la vida, de Xólolt, el divino can, y de Quetzalcóatl renacido.

Ten la información al instante en tu celular. Únete al grupo de Diario Primicia en WhatsApp a través del siguiente link:https://chat.whatsapp.com/H3jktHpqn4cKVS4NZdKEuj

También estamos en Telegram como @DiarioPrimicia, únete aquí: https://t.me/diarioprimicia

Lea También:
Publicidad
Publicidad
Publicidad
error: