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La Búsqueda: Los rostros de Quetzalcoatl

Xólotl al tomar los huesos creyó vencer a los dueños del oscuro reino, y huyó de Mictlan, transformado en vampiro con garras de águila; logró pasar desapercibido por los nueve guardianes del Reino de la Muerte, pero al ser conocido el robo fue perseguido por un ejército de esqueletos.
domingo, 26 diciembre 2021
Cortesía | Con el tiempo el Dios descarnado

Durante gran parte de mi vida perseguí las máscaras de la Serpiente Emplumada, el Dragón Celeste, él me develó la manera de oponerme a las guerras floridas al espiritualizar la materia, al encontrar el corazón de la realidad.

Diversas versiones corrían entre el pueblo y los sabios sobre su origen. En Tezcuco celebraban una ceremonia en que se dramatizaba ritualmente a Quetzalcóatl como hijo de Chimalma, la cargadora de escudo, y Camaxtle, el gran cazador. Los rituales se iniciaban con un largo ayuno.

Mientras nuestro madre y padre mayor incitaba a sus discípulos a tener fortaleza para los sacrificios que debían realizar. Los que serían iniciados recogían en las afueras del templo ramas y troncos, que los artesanos transformarían en pequeñas esculturas de Quetzalcóatl.

Ante de iniciar los sangramientos les recordaban a los aspirantes a sabios, la importancia del auto- sacrificios que debían realizar. Pues, así como los dioses se sacrificaron por los hombres, ellos debían sacrificarse por los dioses.

Al finalizar estas palabras uno de los ancianos tomaba entre sus manos una filosa obsidiana y tiras de amate, sobre ellas colocaría la lengua de cada uno de ellos para abrirlas de lado a lado en una certera puñalada. En esos instantes sólo se oía el silencioso gotear de la sangre que regaba la tierra, mientras el iniciado entraba en trance extático.

El sacrificio era un signo palpable, en una sangrante marca, que por el resto de sus vidas les recordaría cuidar las palabras que brotaban de sus corazones. Los maderos labrados y las tiras de amate impregnadas de sangre y dolor eran quemados en braceros ubicados a los pies del Camaxtle. Ese fuego sería la señal esperada para terminar el ayuno y empezar la vigilia. En los iniciados se percibía una inquietante serenidad, sus almas habían desplegado vuelo.

Las siguientes pruebas serían más duras, les enseñarían a dominar su cuerpo y su espíritu. Durante días deberían estar despiertos, enfrentándose a sus dioses y espíritus protectores hasta el día señalado. Sus debilitados cuerpos serían dominados por visiones y murmullos divinos, mientras sobre sus hombros cargarían a Camaxtle. Sería llevado al centro de la plaza donde lo vestirían con plumas de quetzal y collares de conchas marinas, transformando a Camaxtle en Quetzalcóatl.

En otras provincias se decía que Quetzalcóatl era hijo de Coatlicue, Faldellín de Serpientes, quien al barrer el suelo, le cayó del cielo una piedra preciosa, era el alma de Quetzalcóatl que descendió del treceavo cielo. Y la guardó entre lo más íntimo de su ropaje, siendo fertilizada sin saberlo.

En diversos códices se leía que para fundar la era Nahui Ollin, los dioses se reunieron en Teotihuacán alumbrados por el resplandor de sus corazones para decidir quiénes serían los creadores de la nueva humanidad. Quetzalcóatl, fue escogido para crear la nueva humanidad, descendió al inframundo transformado en Xólotl, deidad con cabeza de perro, dispuesto a robar los esqueletos de hombres y mujeres de la Era anterior, el tesoro más preciado de los Señores de la Muerte. Ellos serían el soporte para que la nueva humanidad reencarnara.

Xólotl al tomar los huesos creyó vencer a los dueños del oscuro reino, y huyó de Mictlan, transformado en vampiro con garras de águila; logró pasar desapercibido por los nueve guardianes del Reino de la Muerte, pero al ser conocido el robo fue perseguido por un ejército de esqueletos.

Cuando empezaba a sentir el gozo del triunfo, cayeron sobre él las huestes de los caminos negros, desgarraron su cuerpo y devoraron su corazón, los esqueletos fueron destruidos y pulverizados.

Dejaron su cuerpo abandonado para que los perro salvajes lo devoraran, pero él era el Señor de los canes, y lo tomaron a su cuidado así pudo resucitar y recoger lo quedo de las osamentas, las guardó en una jícara, donde irremediablemente, se confundieron los restos del hombre y la mujer.

Ante esto, la Diosa creadora molió los huesos en un lebrillo, que el Dios fertilizó con su sangre. Así se decía según esta versión que fueron creados los hombres de la V-Era.

Pero en la tierra aún reinaban las tinieblas, pues el Sol no había sido creado. Con premura los dioses necesitaban crear el nuevo Corazón del Cielo para que la vida despertara de su letargo.

Al lanzar los granos sagrados sobre la tierra, encontraron respuestas a sus dudas. En el suelo estas se agruparon en el lado oscuro del cosmos. El rostro de los dioses se ensombreció.

La muerte y el auto-sacrificio serían necesarios para dar nacimiento al nuevo Sol. Dos dioses deberían desangrarse y ser devorados por las llamas. Nanahuatzin, el buboso, aceptó a regañadienta esta exigencia, ya tenía suficiente dolor en su vida, y el otro huyó.

Tras largas penitencias y ayunos

llegó el día del sacrificio de los dioses.

Gigantescas hogueras ardían en Teotihuacán,

sólo Nanahuatzin se atrevió a inmolarse.

Se oía el rechinar de sus carnes,

más no sus lamentos.

 

El buboso Dios se transformó en el Nuevo Sol.

Al nacer, el cielo parecía incendiarse.

Surgió por el Este,

tomboneándose lentamente,

cegando a los dioses con su resplandor.

Pero detuvo su marcha.

El Dios había urdido cruel venganza.

Anhelaba la sangre y los corazones de los dioses.

Sólo Quetzalcóatl se negó.

Irritado, tensó el nervio de su arco hiriendo al Sol,

algunas de sus filosas saetas lo hirieron,

otras fueron devueltas.

Buscaban la carne del Dios rebelde.

En su huida se transformó en maguey doble, en maíz doble

[y en Axolotl, el divino ajolote.

Sólo la Diosa de las aguas pudo protegerlo,

de la furia del Sol por haberlo obligado a moverse.

Quetzalcóatl logró huir de la persecución.

Pero no pudo eludir el divino castigo por oponerse a los dioses. Impedirían su reencarnación. Las diosas de las aguas lograron trocar ese destino, urgieron al Dios, para que con su ascesis engañara a quienes lo perseguían, rompiendo los nexos del cuerpo y el espíritu para convertirse en un desencarnado.

Ante su cuerpo inerte creyeron ver su destrucción, ardió en una gran hoguera, pero no se imaginaron que su espíritu sobreviviría. A través de él y su nuevo avatar, Quetzalcóatl logró enseñar a los hombres de la Nueva Era las artes que apaciguan y templan el corazón. El descarnado se comunicaba con su pueblo por medio de los tlamatini (los sabios), continuaba, de esa manera oponiéndose a los dioses. Con el tiempo descubrieron que habían sido burlados. Y con ira en sus entrañas intentarían su destrucción.

Quetzalcóatl en su estado espiritual vivía aislado, dedicado a las plegarias y a la ascesis, para poder seguir siendo un halo de energía. Su poder no dependía de la necesidad de encarnar, había logrado liberarse de la materia. Se reunía con sus discípulos en profundas cuevas, cubriendo su naturaleza lumínica entre gruesas mantas.

Con el tiempo el Dios descarnado

deseó volver a encarnar.

Deseaba conocer la profundidad del vivir.

Anhelaba sentir el rugir de su corazón,

las sacudidas del oleaje marino en sus piernas,

dejarse llevar flotando por el fluir de los ríos.

¡El Dios sentía envidia de los mortales..!

El recordar el mundo físico y sus sensaciones le hacía a sentir con tristeza su liberación de la materia. Sus eternos enemigos Huitzilopochtli y Tezcatlipoca llegaron a conocer por sus espías ese recóndito anhelo. Por ello, volvieron a la tierra transformado en tres poderosos nigromantes que le ofrecerían un cuerpo.

-Sí, Quetzalcóatl reencarnara nuevamente será fácil destruirlo-se decían.- Los punzantes anhelos de Quetzalcóatl le han hecho olvidar las fragilidades de la carne.

Para engañar al Dragón Celeste, Tezcatlipoca se convirtió en un anciano canoso, con el rostro envejecido, y una enorme joroba cubierta con roídos mantos, con esta apariencia planeaba ganar la confianza de Quetzalcóatl.

Y así logró burlar a los guerreros que protegían al desencarnado y al encontrarse frente él, el nigromante le habló de sus más recónditos anhelos, de esa fusión de cuerpo y alma que es el amor. Le recordó el goce de la música, la danza, los juegos, los combates poéticos… Había olvidado el significado de ellos, su ser espiritual lo había aislado de esas sensaciones y alegrías y cada día las extrañaba con mayor fuerza.

Los relatos del viejo lo llenaron de nostalgia, a sabiendas de lo que ocurría en el interior de la deidad, le mostró un espejo doble donde uno de sus lados reflejaba lo que deseara y reflejo una imagen del cuerpo que anhela el dios perseguido.

Este al verlo lo exigió. Le costaba creer lo que le veía, su mayor deseo transformado en realidad, estaba indefenso ante lo que sus eternos enemigos estaban tramando. Con un voz llena de cinismo, el mago le llegó a ofrecer un elixir para encarnar otra vez en un cuerpo pleno de vida.

El anciano escondió su odio tras su forzada generosidad. Al salir del templo, tras hechizar con su palabra y su falaz espejo al desencarnado con dificultad podía imitar el lento caminar de un anciano, deseaba correr y gritar. Sólo una débil cínica sonrisa surcaba su rostro por su júbilo, los guardias lo interpretaron como un signo de su dulzura. Cuando llego al escondite de sus compañeros, rieron estrepitosamente. La venganza se acercaba.

Pronto acabarían con la Serpiente Emplumada, antes deberían eliminar al Huemac, el brazo ejecutor del Dios en Tula. El siniestro trio urdió un plan para acabarlo.

Uno de ellos se transformó en un vendedor de chiles, el debería empezar la destrucción hechizando a Xiuhcoatl, Serpiente de Turquesa, la hija del Huemac, era una joven sublime, su voz era suave pero enérgica, su piel emanaba misteriosas fragancias y en sus terrosos ojos se percibía lo insondable de su alma. Era la piedra preciosa más deseada por los guerreros de Tula.

Un día cuando la brisa matutina refrescaba el mercado, la hija del Huemac mientras estaba con los vendedores de flores, deleitándose con aromas y formas. Aprovechando esto el nigromante, transformo su apariencia en la de un joven y se ubicó cerca de los vendedores de flores, lanzó chiles y semillas de cacao sobre un suntuoso paño en el sitio donde Xiuhcoatl los viera al pasar. Esperó pacientemente.

La cercanía de Xiuhcoatl se hizo sentir por las flautas y los ululares de los caracoles que la acompañaban en su recorrido por el mercado. El nigromante, al verla se sintió hechizado por los ojos de la bella doncella. Su cuerpo se paralizó ante esa amorosa imagen que logró fundir su maldad. Los dioses hambrientos de venganza lo observaban, y aguijonearon con odio su corazón para que se atreviera a lanzar el hechizo de posesión sobre ella.

Solo al día siguiente cuando la volvió a ver, pudo lanzar el hechizo de posesión, el rostro de la hija del Huemac palideció y se desmayó, sus acompañantes evitaron que cayera, y en el mercado fue dominado por el silencio y la tristeza, mientras la llevaban al palacio. El Huemac al conocer lo sucedido en su desesperación perdió la cordura. A su hija se le iba la vida entre suspiros. Mientras, Quetzalcóatl en su templo anhelaba ardientemente el calor que nunca había podido olvidar.

Ninguna diversión, piezas de teatro, yerba medicinal habían logrado expulsar la apatía que la dominaba, la perdida de ganas por vivir ahogaban el cuerpo de Xiuhcoatl. Sólo su confidente y amiga sabía lo ocurrido, no tardó en decirlo al Huemac. Al oír aquello, se llenó de ira por el atrevimiento y vanidad del vendedor de chiles. Comprendió que ese mal sólo se curaría saciándolo. Luego podría destruir al advenedizo.

Los voceadores con solemnidad se dirigieron a la cumbre de la montaña del trueno para llamar al vendedor de chiles. La voz se trasformaba en esa montaña en un ensordecedor trueno que llegaba a lejanas tierras. Cuando oyó su falso nombre, el mago se encontraba con sus amigos planeando el fin de la venganza.

Se hizo esperar por semanas. La doncella había enflaquecido, parecía no pertenecer a esta vida, su respiración y el débil latir de su corazón hacían pensar que su muerte pronto llegaría. Su padre, el Huemac, aguardaba impaciente. Su alegría fue inmediata al escuchar los caracoles que anunciaban la llegada de vendedor de chiles.

Al tenerlo frente a él, no sabía si mandarlo a ejecutar o abrazarlo, pero el amor por su hija venció. Lo mandó a vestir de gala, emplumaron su cuerpo como el de un noble guerrero águila. Así, se presentó ante la enamorada doncella. El calor volvió a su rostro y el mago dominaba su voluntad, la joven sintió una falsa alegría y deseos de vivir, de esa manera se salvó Xiuhcoatl, la bella hija del gobernante.

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