La Búsqueda: Los rostros de la diosa
Era mi primer viaje fuera de los límites de la ciudad. A pesar del tiempo transcurrido revivía la emoción que sentía con cada paso que daba. El viaje duró varias lunas.
Atravesamos territorios hostiles, el grueso de la escolta había caído en los ataques furtivos de aguerridos pueblos. En términos comerciales la caravana fue un fracaso, por eso no comprendía la alegría de Itzcoatl al acercarse a los templos del Sur.
Al llegar, fuimos presentados a los ancianos del templo, nos interrogaron sobre el viaje y nos guiaron a una cueva donde guardaban gran cantidad de códices.
-Esos códices son pocos comparados con los que tendrán que memorizar, nos dijeron los sacerdotes del templo, sólo contarán con el ritmo poético de las palabras para ayudarse. Las dificultades serán mayores cuando deban descifrar los jeroglìfos esculpidos en las estelas de piedra, en ellas se ocultan las profecías de los antiguos.
Hubo una estela que me ayudó a comprender el origen de Quetzalcóatl, en ella se develaron sus rostros ocultos. Era llamado Gukumats, Itzamaná y Kukulkan, relataba la existencia de cuatro edades en la historia de la tierra.
Los códices y calendarios del Sur hacen referencia a cuatro edades a diferencia del calendario azteca, que hace referencia a cinco eras. Esas paradojas se desvanecieron cuando conocimos el Popul-Vuh, un grupo de historias que el tiempo ha ido tejiendo, en ellas se describe el origen y el fin de cada edad.
Nos deleitamos al conocer la diversidad de profecías, cada pueblo poseía su propia tradición profética, ellas los ayudaban a enfrentar las adversidades. Varios años transcurrió entre templos rodeados de selvas, estudiaba una y otra vez los mismos textos hasta poder descifrarlos.
Para ello debía aprender himnos, oraciones, profecías, hechizos, y en ellos estaban los secretos escondidos que debía aprender para develar las claves que permitían reinterpretar lo aprendido.
Eran inquietantes las discrepancias que existían entre los textos que había estudiado en el Calmecac, entre la Historia de los Soles, y el Popul-Vuh. Entre ellos se sentía dos formas diferentes de vivir y explicar el origen. La Historia de los Soles justificaba la guerra como una necesidad cósmica.
Sangre y corazones eran derramados en la piedra sacrificial para saciar el hambre del Sol, destino que pesaba sobre los guerros de Huitzilopochtli y Tezcatlipoca.
Pero en el Popul-Vuh había fragmentos donde se negaba ese sentido de la Guerra Florida, dramatizándose en la historia de Ixquicic, la madre de los gemelos Hunahpú e Ixbalamque: “Llegaron estas noticias a oídas de una doncella hija de un Señor.
El nombre del padre era Cuchumaquic y el de la doncella Ixquicic. Cuando ella oyó la historia de los frutos del árbol, que fue contada por su padre, se quedó admirada de oírla
“¿Por qué no he de ir a ver ese árbol exclamó la joven. Ciertamente deben ser sabrosos los frutos de que oigo hablar. A continuación se puso en camino ella sola y llegó al pie del árbol que estaba sembrado en el Puc-Chach.
¡Ah!, exclamó, ¿Qué frutos son los que produce este árbol?, ¿no es admirable ver como se ha cubierto de frutos?.¿me he de morir, me perderé si corto uno de ellos?’, dijo la doncella.
Habló entonces la calavera que estaba entre las ramas del árbol y dijo:
¿Qué es lo que quieres? Estos objetos redondos que cubren las ramas del árbol no son calaveras. Así dijo la cabeza de Hun-Hunaphu dirigiéndose a la joven ¿Por ventura los deseas?, agregó.
Sí las deseo, contestó la doncella.
Muy bien, dijo la calavera, extiende tu hacía acá tu mano derecha. La extendió en dirección de la calavera. En ese instante la calavera lanzó un escupitajo de saliva que fue a caer directamente de la palma de la mano de la doncella.
Mirose ésta rápidamente y con atención la palma de la mano, pero la saliva de la calavera ya no estaba en su mano.
En mi saliva y mi baba te he dado mi descendencia, dijo la voz. Ahora mi cabeza ya no tiene nada encima, no es más que una calavera despojada de carne… Llegó, pues la joven a su casa y después de haberse cumplido seis meses, fue advertida su estado por su padre, el llamado Cuchumaquic.
Al instante fue descubierto el secreto de la joven por el padre, al observar que tenía hijo. Reuniéndose entonces en consejo todos los Señores Hun-Cumé y Vucub-Camé con Cuchumaquic.
Mi hija se encuentra preñada, señores; ha sido deshonrada’. Exclamó Cuchumaquic cuando compareció ante los Señores. Está bien, oblígala a declarar la verdad, y si se niega a hablar castigala; que la lleven a sacrificar lejos de aquí.
Muy bien respetables Señores, contestó. A continuación interrogó a su hija:
¿De quién es el hijo que tienes en el vientre, hija mía? Y ella contestó: No tengo hijo, Señor padre, aún no he conocido varón.
Está bien, replicó. Positivamente eres una ramera. Llevadla a sacrificar Señores de Ahpop Achih; traedme el corazón dentro de un jícaro y volved hoy mismo ante los Señores, les dijo a los búhos.
Los cuatro mensajeros tomaron la jícara y se marcharon llevando en brazos a la joven y llevando también el cuchillo de pedernal para sacrificarla. Y ella les dijo:
No es posible que me mateis, ¡oh mensajeros!, porque no es una deshonra lo que llevo en mi vientre, sino que se engendró solo cuando fui a admirar la cabeza de Hun-Hunahpu que estaba en el Pucbal-Chah. Así, pues no debéis sacrificarme ¡Oh mensajeros!, dijo la joven dirigiéndose a ellos.
¿Y qué pondremos en lugar de tu corazón? Se nos ha dicho por tu padre: Traedme el corazón, volved ante los Señores, cumplid vuestro deber, traedla pronto en la Jícara, poned el corazón en el fondo de la jícara.
¿Acaso no se nos habló así?, ¿Qué le daremos entre la jícara? Nosotros bien no quisiéramos que murieras, dijeron los mensajeros. Muy bien, pero este corazón no le pertenece a ellos.
Tampoco debe ser aquí vuestra morada, ni debéis tolerar que os obliguen a matar a los hombres. Después serán ciertamente vuestros verdaderos criminales y míos serán en seguida Hun-Camé y Vucub-Camé.
Así, pues, la sangre y sólo la sangre será de ellos y estará en su presencia. Tampoco puede ser que este corazón sea quemado ante ellos. Recoged el producto de este árbol, dijo la doncella.
El jugo rojo brotó del árbol, cayó en la jícara y enseguida se hizo una bola resplandeciente que tomó la forma de un corazón hecho con la savia del árbol rojo, y se cubrió de una capa muy encendida como de sangre al coagularse dentro de la jícara, mientras que el árbol resplandecía por obra de la doncella. Llamábase árbol de grama, pero desde entonces tomó el nombre de Árbol de la Sangre porque a su savia se le llama sangre…”(Popul-Vuh).
Deseaba encontrar respuesta a las relaciones que podían existir entre la negación de Ixquicic a los sacrificios humanos y la huida de Quetzalcóatl de Tula.
Esto sólo puede comprenderlo por mi encuentro con Xóchitl. Antes de ella nacer la Diosa triple me aguijoneo con sus visiones y me develó las máscaras que el tiempo ha impuesto a los dioses, quienes no son inmortales, renacen continuamente al igual que nosotros, y sus guerras continúan por la eternidad.
Xochipilli, Xochiquetzal, Ixquicic, Ixmucané y Quetzalcóatl son raíces que se hunden en las selvas y en las profundidades de la tierra donde mueren los frutos para renacer en las semillas. Huitzilopochtli y Tezcatlipoca son los rayos del Sol mutado en cazadores apasionados, por la persecución y la muerte violenta.
Con su energía desbordante conquistaron las raíces, las hicieron suyas convirtiéndolas en una anhelada presa que los guió en la creación de una esplendorosa civilización.
Antes de que esa revelación transformara mi vida, había sospechado la multiplicidad de rostros de los dioses, al ver algunas diosas sepultadas en el camino a las tierras del Sur.
En ellas como en México Tenochtitlán, el Ombligo de la Luna, la tierra era intranquila y violenta, llegando en ocasiones a temblar y vomitar fuego de sus entrañas.
Barriendo con su magma toda huella de vida, los temblores agrietaban la tierra, creando abismos donde antes había llanuras, ocultando el presente y develando las huellas del pasado, desde ese día en que conocí la ira de la tierra en el Sur, comencé a venerarla con devoción.
Era una tarde lluviosa, un ensordecedor estruendo que parecía brotar de las profundidades, pero hería también el cielo, sacudió y agrietó la selva.
Los templos se hundieron, el vacío se abrió y los devoró. Parecía el fin de una Era. ¿Así acabaría mi existencia?, las profecías decían que llegaría a su fin por grandes sacudidas.
Al aquietarse nuevamente la tierra me sentí aterrorizado, oía los cascabeles de la Diosa Coatlicue. Por un tiempo no me atreví a mirar a nuestro alrededor, huía de su petrificante presencia.
La madre de Quetzalcóatl estaba frente a mí, imponente y amenazante. Su respiración era como el palpitar del cosmos, su cuerpo emanaba un calor húmedo. Sus perennes compañeros se encontraban enroscados entre sus piernas. En esos momentos esperaba la muerte.
Por la noche, el coro de los cascabeles se calló repentinamente, el calor se transformó en frescura, y los quetzales volvieron salir de sus nidos. La selva había despertado.
Al llegar el amanecer, me desperece y comencé a caminar. En la cercanía se veían la huella de la Diosa, seguida de la ondulación de sus compañeras.
No había huellas de sangre, ni humo, ni corazones desechos. Dominaba un aroma a flores recién nacidas, a tierra fresca palpitante de vida. Cientos de mariposas azules habían dejado la Diosa a su paso.
En los templos destruidos y agrietados bajo el pedestal de los dioses, la tierra mostraba preciosas esculturas de diosas en estado de preñez. Los dioses y su dominio eran el resultado de una cruel batalla entre el Sol y la Tierra. Las antiguas diosas benévolas fueron sustituidas por los hambrientos pedernales, sedientos de sangre.
Había sido expulsado del Ombligo de la Luna, tras mi larga peregrinación porque expuse esas dudas a los sabios del Calmecac y al Dios-Viviente.
Les demostré con inocencia cómo la fuerza junto al ardor guerrero habían destronado a antiguos diosas y pacíficos dioses, amantes de la poesía dadores de corazón y rostro a lo que creaban.
Quetzalcóatl había sido reinventado por los caballeros jaguares, águilas y los sacerdotes, para convertirlo en un legitimador de las guerras floridas. Nunca hubiera pensado que una razón de Poder y ambición a través del terror que producía la hambrienta voracidad de corazones humanos palpitantes, pudiera reescribir la historia y los rostros de los dioses.
Me expulsaron del Calmecac cuando expuse años después lo que había deducido, pero mis maestros sabían que había triunfado, y que desde ese día la Diosa me mostró sus diversos rostros entre extáticas visiones.
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