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El Mago de la Niebla: Ronquidos de cochino

Estas palabras le sonaban muy serias a la gente para un personaje tan estrafalario como el que comenzaba a representar Juan.
domingo, 17 octubre 2021
Cortesía | ¡Este Juan sí tiene vainas!

Con afán Juan Félix empezó a enseñar a Ramón Malpica las enseñanzas de Maraco, pero no ponía mucho interés, le parecía una jalada eso de oír los susurros y más jalado aún lo de fluir y bailar con los cantos y coros del páramo para ser parte de él.

En el fondo le angustiaba que esos encantamientos lo fueran a convertir en sapo, roca, frailejón, tronco de coloradito; o yerba de árnica, valeriana, temores que evitaban que pudiera concentrarse.

Ramón después de tanto esfuerzo sólo deseaba ayudar a Juan a celebrar en el pueblo la resurrección con entretenimiento que les fuera en gracia. Practicaron durante días los actos de ilusionismo e hipnosis.

No comprendía cómo Sánchez lograba hacer lo que hacía y en e fondo sólo deseaba ayudarlo para alegrar un poco al pueblo. La perdida de casi toda la cosecha de papa por los gusanos, había sido un duro golpe para todos.

—Una y otra vez le decía a Ramón, no hay ningún misterio en lo que hacemos, sólo debemos movernos con astucia y rapidez, así la gente no podrá vernos.

Eso tampoco lo entendía. Durante meses se escondieron en la trilla del caserón de los Sánchez a ensayar lo que haría. Cada uno aprendió su papel con mucho cuidado, hasta que llegó un momento en el que sus prácticas formaban eran un ritual compartido. Deseaban estar listos para la Semana Santa de 1920.

Al acabar las festividades religiosas, con sus tristes procesiones y ayunos, el siguiente domingo se aparecieron en la plaza trajeados de blanco; entre sus manos tenían bastones y, sobre sus cabezas, gorros violeta en forma de cono; la gente en la plaza estaba entrenida viendo a unos hombres que en esos momentos se liaban a garrotazo; al verlos, se sorprendieron ante tan estrafalaria presencia. Y se olvidaron de la pelea. Nadie se podía imaginar nada siniestro de ese par de mucuchienses.

Al llegar al centro de la plaza, Juan se montó sobre una amplia tarima de madera, que hicieron sobre un rectángulo de piedra que habían hecho con ayuda de los peones de su padre, para empezar dijo:

—Estamos aquí para pasar un rato y alegrarnos para celebrar una fecha santa: la resurrección de Cristo, que con su renacer nos mostró el destino de todo devoto de Dios. Verán actos de ilusionismo y otras gracias. A veces es posible ver algo que suponemos real y es sólo una ilusión, porque a menudo los sentidos nos engañan.

Estas palabras le sonaban muy serias a la gente para un personaje tan estrafalario como el que comenzaba a representar Juan. Tras terminar su discurso, se cambio el traje blanco por otro más colorido, de camisa azul y pantalones rojos, que le había hecho Vicenta.

Su diseño imitaba al de un bufón medieval. Desde la tarima alzó sus manos, en las que tenía varios cohetones fabricados por Lino con las mechas chisporroteando; pronto escaparon de sus manos a las alturas y estallaron sobre el cielo, creando gigantescas culebras que ascendieron para perderse en las alturas.

Del cuello le guindaba un collar con pequeñas campanas que sonaban con cada movimiento; en una de las manos tenía un guante con tres dedos, estampados con flores, que terminaban en cabezas de anime de curiosos personajes, que acompañaban a títeres que imitaban a personajes de San Rafael haciendo cómicas cabriolas, que hacían reír a todos; Ramón Malpica concentrado los movía sobre el improvisado teatrino.

Ambos crearon ingeniosos diálogos para sus personajes; ese día no perdieron la oportunidad de realizar una pequeña comedia donde se burlaban de la locura que había cegado al cura del pueblo, quien en una de sus tantas borracheras fue a dar misa en paños menores a la cantina de don Epifanio entre borrachos y mesoneras. El público, al ver y oír aquello, empezó carcajearse hasta más no poder.

—¡Este Juan sí tiene vainas! Vicenta y Benigno le permiten hacer lo que sea, comentaban risueños los asistentes mientras disfrutaban del evento.

Rápidamente al terminar la burla al cura, desmantelaron las telas del teatrino y metieron los títeres en un baúl de madera. Sin mucha parsimonia, Juan Félix y su amigo comenzaron el acto en que hacían desaparecer objetos que tenían sobre la mesa y aparecían después en los bolsillos de los desprevenidos espectadores. Sospechaban cómo habían hecho el truco. Creían que antes de entrar, se los habían escondido en sus bolsillos sin que se dieran cuenta. Y no estaban lejos de la verdad.

Tras un corto entremés con dulces de coco, hijos, alfondoques, jugo de caña, aguamiel, y ponches. Volvieron a la tarima para empezar hacer el acto de hipnosis, llamaron Isidro uno de los parameros de San Rafael a la tarima y lo sentaron cómodamente y Juan hizo que por unos tres mirara fijamente a un prisma que movía ritmicante, hasta que Isidro cerró los ojos y se durmió. En ese momento le dijo con una voz suave y melodiosa:

-Te vas a levantar de tu silla y vas a empezar a imitar a una gallina y a luego a un cochino. Nadie esperaba que sucediera algo, pero el hombre empezó a mover los brazos como alas y cacarear como una gallina, luego se arrodillo para ponerse en cuatro patas y comenzó a imitar los ronquidos de cochino. Nadie comprendía cómo lo hacía; así, sin querer la cosa, se fue creando un clima de tensión entre el público y, empezaron a oírse carcajadas pero en segundos comenzó el público sorprendido a dudar de lo que veían, y comenzaron a mostrar inquietud en sus rostros.

Al despertar Isidro, el criador de ovejos salió del trance, y su familia se lanzó sobre él para ver que le pasaba, veía sorprendido tantas muestras de cariño, no recordaba nada; cuando bajaron de la tarima, no comprendía porque lo miraban como un poseído.

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