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El Mago de la Niebla: El fluir del Páramo

Entretanto, con sus delgadas piernas hacía unos extraños movimientos como si estuviera danzando al son de una música que él no podía oír.
domingo, 03 octubre 2021
Cortesía | Yo sólo quiero saber cómo hiciste para engañarme con el frasco.

Al día siguiente volvió a casa de Asunción, pero no estaba; Víctor le dijo que había ido a Chachopito a buscar yerbas que acababan de brotar y, si deseaba encontrarlo, debía ir a buscarlo.

—Antes del amanecer se fue ese viejo mañoso, a veces se olvida de que ya no es un muchacho.

Al salir Juan de la casa la neblina comenzó a disiparse. La luz del sol al caer sobre los frailejones les daba un extraño resplandor, le recordaban el agua de los pozos cuando reflejaban la luz matutina. No acostumbraba adentrarse solo en el páramo cuando la neblina dominaba, ni siquiera por las calles del pueblo que comúnmente se encontraban cubiertas de frío y gotas de rocío.

Ese temor se debía a las leyendas que relataban la gente de boca en boca, de noche en noche alrededor del fogón. Decían que eran los momentos predilectos de los duendes y enanos que vivían en esos parajes. Como no les gustaba ser vistos, aprovechaban la niebla para dedicarse, con alegría, a hacer travesuras a los parameros.

Alrededor del fogón también se contaban los cuentos de la lagunas de los páramos; la de Santo Domingo y Mucubají se decía que habían nacido de un hombre y una mujer gigantescos con dos cántaros a cuestas, en larga peregrinación por la cordillera de los Andes fueron dejando caer gotas de agua por un agujero; así dicen se originaron esas lagunas pero, al llegar a Lagunillas, sitio para fundar su raza, el cántaro se rompió y desaparecieron dejando una gran laguna como huella de su paso.

Nunca había creído esas leyendas, hasta que el viejo indio le demostró lo contrario cuando le enseñó a dudar de casi todo lo que había aprendido con su maestro don Ramón. Al caminar veía con curiosidad al ganado pastar y el agua fluir entre los bordes del camino.

Recorrió un largo trecho sin encontrar rastro alguno de Maraco. Estaba cansado cuando a lo lejos lo vio, encorvado cubierto de yerbas y ramas de distintos colores y tamaños, parecía un matorral viviente. Oía su canto en la extraña lengua con que acostumbraba a hablar; aceleró el paso para intentar alcanzarlo, pero mientras más corría, más se distanciaba. ¿Cómo era posible eso? Se debatía en esos pensamientos cuando por en el cuello sintió el aliento de Maraco, y escuchó su voz que le decía:

—¿A quién buscas, Juan Félix Sánchez?

—A quién va ser, a usted, pero ¿cómo va a estar detrás de mí, si lo vi adelante?

—Ocurre, que no sabes ver y menos oír. Tus ojos y oídos te jugaron una mala pasada. Mira, descuidado, apártate, continuó diciéndole mientras lo empujaba suavemente. ¿No te das cuenta? Estás pisando una peligrosa yerba que tiene un fuerte espíritu protector. Ésa es la sabiduría de los antiguos, conocían el corazón de las cosas, más allá de su piel.

—¿Cómo es eso? Me está hablando otra vez y lo entiendo. ¿No que no sabes hablar como cualquier cristiano?

—¿Yo? No estoy hablando contigo. Estás alucinando. ¿Comprendes ahora?, ¿quién te va a creer si dices que hablaste con Maraco? Nadie en el pueblo te creería.

Entretanto, con sus delgadas piernas hacía unos extraños movimientos como si estuviera danzando al son de una música que él no podía oír. Alzó las manos repentinamente, dando varias vueltas alrededor de Juan, mientras decía:

—¿No oyes, no oyes? Es la música de los páramos, en ella se unen los susurros y cantos de los animales, insectos, plantas, piedras, manantiales y montañas. Si la supieras oír, sabrías cuándo se acerca un peligro, el murmullo del páramo se detiene en esos momentos. Hasta las piedras y los troncos caídos tienen vida, por eso debes tratarlos con cuidado. Algún día podrías llegar a ser tan ignorante como yo, pero por ahora tienes que aprender a escuchar y sentir la música y el silencio del páramo vibrar en tu piel.

—Viejo fanfarrón, ¿qué música? No la oigo y si no la oigo, no existe.

—No existirá para ti porque eres un sordo!

—Maraco, quiero saber cómo hiciste para sacar de la bolsa que traía de la pulpería el díctamo real y lo pusiste en el bolsillo del pantalón.

—Ahora ¡Tampoco sabes ver! El viejo chamán se alejó corriendo y no le quedó otra que perseguirlo, a duras penas pudo verlo, alcanzarlo le fue imposible; se paró en seco y vio cara a cara al sorprendido Juan bañado en sudor.

—¿Cómo que estás cansado? Bueno, con esto creo que dejarás de ser tan desconfiado. Vamos a sentarnos para conversar un rato. Pero no confíes mucho en lo que te va a decir este ignorante.

—Yo sólo quiero saber cómo hiciste para engañarme con el frasco.

—No sabes mirar, por eso te engañan los ojos. No hay misterio oculto aquí ¿entiendes? Sólo tienes que aprender a ver, moverte y hasta bailar con la música que emana de la tierra, de la piedra, del agua… Cuando te muevas así, tus movimientos serán como la brisa y entrarás a otra realidad, por eso los otros no te verán, no saben oír la música que emana del interior de las cosas. Eres lento para observar y oír. Al lado de este mundo existe otro y no sabemos descubrirlo ni sentirlo. Pero si llegas a conocerlo y aprendes a moverte siguiendo su fluir, nadie verá tus movimientos.

—Quiero aprender.

—A eso viniste, ¿verdad? Pero sólo soy un viejo indio que poco puede enseñarte. Si quieres aprender de un ignorante, eso es tu riesgo. Es fácil, sólo debes concentrarte y ver con cuidado lo que te rodea. Fíjate en ese tronco caído en el suelo, ¿qué parece?

—Qué más me puede parecer, ¡un tronco podrido!

—Te equivocas, es más que eso. Sigue mirándolo con atención y olvídate de todo lo que te rodea.

Al rato, le volvió a preguntar:

—¿Sigues viendo un tronco?

—No sabría decírtelo, pero siento que ese leño quisiera decirme algo.

—Claro, él busca mostrarte su música y su corazón. Debes saber oír, ver y sentir. Pero sigue, sigue, sigue ni pestañees.

Al rato, le volvió a preguntarle lo mismo.

—Ya no estoy seguro de lo que veo y oigo ¡Es imposible! ¡No puede ser! Los troncos no cantan, exclamó alterado.

—Te equivocas, nosotros somos los que no deseamos escuchar y ver lo que nos rodea. Esa magia es como la niebla, es capaz de transformar todo. Hasta las solitarias rocas, cuando su manto las cobija, parecen danzar y cantar. Dilo, ¡atrévete!

—Ese leño en su canto dice que en lugar de estar pudriéndose quisiera ser útil, desearía terminar convertido en la ceniza de una fogata para que el fuego lo purificara…

Asunción, sonriendo, lo vio al rostro y le dijo:

—¿Te das cuenta de cómo puedes oír y ver? Todo fragmento del universo, por más pequeño e insignificante que sea, tiene su corazón y su verdad, pero estamos enconchados en nosotros mismos y no somos capaces de mirar a nuestro alrededor para ver y escuchar las cosas por lo que son sino por lo que deseamos que sean. Si llegas a fluir con la música del páramo, al moverte solamente los que sepan ver y sentir como tú verán el final del movimiento. Eso hice con el frasco donde tenías el díctamo, oí su canto y dancé a su ritmo, por esa razón no viste nada. Eso fue todo lo que pasó.

—Deseo aprender a fluir, oír y ver.

—Con calma, muchacho. La impaciencia es el primer obstáculo para que adquieras esos saberes de las cosas y puedas sentirlas, verlas y oírlas tal como son y no como parecen ser. Cuando camines por el páramo, oye el susurro del viento y déjate llevar por su fluir, cuando o hagas sin gran esfuerzo atravesarás grandes distancias sin notarlo. Cuando desees cargar una piedra pesada, obsérvala con atención, te enseñará el sitio de su cuerpo donde no te opondrá resistencia. Las piedras las puedes acariciar mirándolas, muchas fueron hombres y antiguos chamanes en los primeros tiempos. Sabes estos antiguos saberes tienen sus responsabilidades con las cosas y el uso que hagas de tu conocimiento nunca debe ser movido por el corazón enceguecido por el mal, pues los palos, la piedra, las plantas, las vasijas.., se rebelarían contra ti.

Nunca más logró Juan sacar una palabra de la boca de Asunción Maraco. Cuando le hablaba respondía en antiguas lenguas, alocados gestos o simplemente reía. Todos lo tomaban por un viejo tocado por la locura. Mucho esfuerzo y tiempo le costó dominar ese hacer, y llevar a la práctica las enseñanzas del alocado viejo. Poco a poco fue aprendiendo ese arte que llamamos magia, que para él comenzó a ser algo natural.

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