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El Mago de la Niebla: Pintando el Mural

Asunción había estado dibujando una serie de figuras en la tierra apisonada, mientras oraba silenciosamente; Juan estaba cansado de tantas tonterías y deseaba irse.
domingo, 26 septiembre 2021
Cortesía | Ocurrió lo de siempre, con su sinceridad desarmaba a su madre

—Vamos a hacer un guarapito de yerbas para calentarnos.

Con paso decidido se dirigieron a la casa y abrió la puerta que estaba cubierta de círculos de raíces de sábila; al entrar Juan Félix tuvo que irse acostumbrando a la semioscuridad, pues el interior del caserón estaba alumbrado con ennegrecidos platos hondos con aceite de estragón y por el resplandor del fogón.

Las dos ventanas estaban cerradas por el fuerte del viento matutino; en una de las paredes, sobre una tabla cubierta con una cobija, había varios muñecos de barro en forma de macizas, unos eran mujeres con piernas pequeñas, el tronco alargado, senos pequeños y las cabezas rectangulares, con los ojos como granos de café, y estaban cubiertos de espirales. A su lado, corazones de frailejón se quemaban con lentitud dentro de vasijas de barro cubiertas de rombos.

Al sentarse en el taburete más cercano frente a él había un viejo escaparate con los vidrios rotos y sucios; en sus peldaños se veían diversas tipos de ramas amarradas. En la parte inferior estaban las gavetas semiabiertas llenas hasta el tope de hojas, flores, raíces y semillas.

Víctor, antes de darle el guarapo, se acercó a una de ellas para tomar unas hojas y flores que lanzó en una olla de barro con agua.

Al rato se arrodilló acercando su rostro al fogón para soplar con cuidado sobre las brasas, para que se avivaran las llamas del fogón y el agua hirviera; mientras soplaba, su rostro reflejaba las llamas de fuego al consumir las aromáticas ramas.

Al hervir el agua por un rato, le dieron un tazón con la infusión y, al sorberla, sintió en su paladar un refrescante sabor mentolado endulzado con panela.

Al volver a sorber la infusión, Asunción vio una sonrisa que delataba su satisfacción; al verlo con detenimiento se dio cuenta cómo había crecido, sus manos eran grandes y fuertes, a través de la cobija se notaba su ancha espalda; lo que más destacaba en él era una mirada cristalina e inteligente que acostumbraba acompañar con una pícara sonrisa que siempre estaba esperando asomarse en cualquier momento.

Al terminar el último trago de la infusión, Juan le dijo a Víctor Maraco:

—¡Qué Dios se lo pague!

A lo que respondió:

—Amén.

Asunción había estado dibujando una serie de figuras en la tierra apisonada, mientras oraba silenciosamente; Juan estaba cansado de tantas tonterías y deseaba irse. Sacudió su cobija y comenzó a pararse del taburete donde estaba sentado; tras despedirse, salió y tomó el camino que lo conducía a su casa. Cuando llegó, Vicenta estaba en la cocina. Al entrar le pidió la bendición. Al verlo, su madre lo abrazó mientras decía:

—¡Ay Juancito, Juancito!, si hubieras oído a Benigno cuando preguntó por ti. Te quería llevar con la peonada. Si no hubiera llegado tu hermana con el recado de Epifanio te hubiera buscando donde estuvieras para molerte a palo limpio. Me imagino, Juancito, que ese paquete será el papelón que te mandé a buscar, dijo Vicenta con un toque cínico y burlón.

Un sudor frío recorrió el cuerpo de Juan mientras su madre estiraba la mano hacia la bolsa que acaba de sacar de uno de sus bolsillos. Sin poder evitarlo su madre se la quitó. En ese momento le provocó salir corriendo, recordó que antes de salir de la casa de Maraco había guardado el díctamo en la bolsa.

Al abrirla, Vicenta puso un grito en el cielo:

—No pensarás.., antes de terminar la frase su madre calló por unos segundos, y en ese momento se sintió como un reo en espera de la sentencia; que le diré a tu padre que endulzara el café con almagre y añil. Juan Félix, ¿qué te pasa?

—¿No recuerdas?, hace rato te dije que deseaba hacer unas pinturas en el cuarto. ¡Ésa es la última, Juan. Ahora vas a salir pintor!

—Perdóneme, pero con el trajín el papelón se me olvidó, estaba emocionado por empezar a pintar las paredes del cuarto, ¿sabe?, en el cuaderno dibujé el boceto frailejones, montañas, parameros cazando, veleros…

Ocurrió lo de siempre, con su sinceridad desarmaba a su madre; cuando se escudaba en la verdad, lo veía en sus ojos y admiraba su buen corazón. Le gustaba que dijera las cosas con naturalidad y se alejara de la mentira. Al meditar sobre ello, rogó a la Virgen que cuidara ese don de su hijo y que cada día aumentara su amor por la santa verdad. Mientras le acariciaba el pelo ensortijado, le dijo:

—Vamos a tu cuarto a ver los dibujos que has comenzado a hacer en la pared.

Solo había tenues trazos hechos con lápiz y carboncillo; en un extremo se distinguía flotando sobre el mar un barco de vela y, entre las montañas, en la orilla, se veían animales domésticos y salvajes. Todo estaba dibujado con gracia. Vicenta se sintió conmovida ante lo que veía.

—Está muy bonitico.

Sin perder la oportunidad, le respondió:

—¿Entonces, ¿puedo seguir pintándolo?

—¡Claro!, pero no le digas nada a Benigno, espera mejor que se lo cuente. Vamos a ponerle también llave a tu cuarto, a ver si así nadie te molesta. Pero debes prometerme algo: después pintaras el zócalo de las paredes de la casa ¿sí?

—No faltaba más.

Al quedarse solo en el cuarto se acordó del almagre y el añil; buscó con cierta angustia en la bolsa pero no halló la botella con el díctamo. Menos mal que no estaba ahí, porque ¡ay, si Vicenta lo hubiera encontrado! Entonces, ¿dónde estaba el frasco?

—Seguramente el zorro de Maraco me lo quitó. Pero, ¿cuándo? Es imposible, recuerdo que lo metí dentro de la bolsa. Pobre de él si me lo robó. Molesto, se llevó las manos a los bolsillos traseros del pantalón y grande fue su sorpresa cuando, en uno de ellos, sintió el frasco que guardaba el díctamo real, ¿Cómo era posible eso?

Ahora sí comprendió la burlona risa de Asunción cuando se despidió de él.

Esa tarde se dedicó a pintar con un improvisado pincel una de las paredes del cuarto, coloreó las montañas azules salpicadas de matorrales morados con flores negras. Cuando se cansaba volvía a su escritorio a trabajar en un pequeño cuaderno donde escribía adivinanzas que recordaba y otras que inventaba. Cuando el fastidio lo invadía, salía a divertirse con sus amigos, a retarlos a resolver esos enigmas. En la portada del cuaderno se leía:

Para pensar

Librito digno de saberse

Poco en mucho

por

Juan Félix Sánchez

Es propiedad de

J. F. Sánchez

30 de marzo de 1919

Comenzaban las primeras páginas del cuadernillo de amarillentas y gastadas páginas con portada de caja de cartón, con una tanda de adivinanzas:

1) ¿Cuál es el primero del principio?

2) ¿Qué es lo que se dice una vez por minuto y dos veces en un momento?

3) ¿Qué fue lo que Dios no pudo hacer?

4) ¿Por qué entra el perro a la iglesia?

5) ¿En qué se parece un perro a un oficial carpintero?

6) ¿Cuántos lados tiene un pastel bien redondo?

7) ¿En qué se parecen los que tienen el mismo oficio a los ciegos?

8) ¿Qué es lo que huele mal en una botica?

9) ¿Qué vio un pastor en su rebaño, lo que un rey nunca en su silla, ni el padre santo de Roma, ni Dios en toda su vida?

10) ¿Cuál es el ave que no tiene pluma?

11) ¿Por el aire va volando sin plumas ni corazón, al vivo le da sustento y al muerto consolación?

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