El Mago de la Niebla: Luna llena de enero
Al terminar Epifanio de contar la antigua leyenda Mistajá, Juan estaba impresionado. En un principio se había fastidiado pero, a medida que avanzaba el relato, se fue dejando atrapar por él. Aprovechando su desconcierto, Epifanio le dijo:
—Espérame aquí; mientras, acostúmbrate a esa vieja escopeta, no hay ningún peligro, no te preocupes, está descargada.
La tomó con orgullo y se imaginó parameando en búsqueda del venado que lo guiaría al díctamo real. Entre tanto, el viejo se dirigió a su habitación; al rato apareció con un toque de picardía en el rostro, se sentó y le dijo:
—¡Acércate, muchacho!
Al aproximarse, Epifanio sacó del bolsillo una pequeña botella de cristal que en su interior tenía una mata de verde resplandeciente.
—Esto que ves aquí, Juan Félix, en mis manos, son algunas de las yerbas que me quedan, sólo unos manojos pude salvar antes de que el venado herido se las comiera; comí las que tenía en el buche el venado y nunca he tocado éstas; como sabrás, no tengo hijos y mis familiares sólo pensarían en venderla como van hacer con este caserón habitado por recuerdos, por eso te la doy.
—Escucha con atención: una noche de enero, con luna llena, debes internarte entre páramos y tomarte la yerba junto al miche que la conserva, mientras la Luna Llena muestra su rostro. Dime ¿lo harás?
—Preguntó súbitamente Epifanio, mientras asía su camisa con fuerza.
Un poco asustado, pero sin perder el aplomo, Juan le respondió:
—¡Sí, lo haré! Antes de lo que usted cree.
—Y no olvides, en el Páramo de La Ventana, cerca de las lagunas crece el díctamo real, recuerda su origen cuando vayas en su búsqueda, te dará las claves para encontrarlo.
Mientras hablaba don Epifanio a Juan se le ocurrió otro motivo para dibujar en las paredes de su cuarto: un joven apuntando escopeta en mano a un venado para encontrar la misteriosa yerba del páramo.
Se imaginó caminando entre ocultos senderos, develados por la luna, agazapado con el bolso de cazador colgando del hombro y la ligera escopeta aferrada entre las sudorosas manos.
Sintió una mezcla de orgullo y vergüenza al imaginar aquello, cazar a un animal tan hermoso no le parecía ninguna hazaña.
Algún día llevaría a cabo. Pero recordaría esa imaginaria aventura. Don Epifanio lo sacó de sus ensoñaciones, al decirle:
—Tenemos otro asunto pendiente. Hace rato, cuando Vicenta mandó a buscarte con tu hermana, le inventé una mentira piadosa para evitarte un disgusto; le dije que no habías vuelto a casa porque te habías entretenido ahuyentando un rebaño de ovejas que estaba destruyendo el sembradío que tengo a la entrada del pueblo. Ya lo sabes, no me vayas a hacer parecer un viejo mentiroso, sólo eso me faltaría a la edad que tengo. ¿Quién lo iba decir? Tú y yo compartimos un secreto. Para eso son los amigos ¡Vete a tu casa que no deseo tener problemas con tu familia!
—Espérese un momento dijo Juan, deseo pedirle algo antes de que se me olvide; necesito almagre, añil, y unos pinceles para pintar unos dibujos en mi cuarto.
Sin mediar ninguna palabra, el viejo le dio la espalda y se fue a uno de los depósitos, al volver le extendió los brazos para darle los polvos en dos pequeños frascos.
—Sólo te puedo dar azul añil y rojo almagre, el negro hazlo de carbón molido mezclado con yemas de huevos y algo de almidón, puedes lograr diversos colores mezclándolos.
—Sí, pero ¿qué pasó con el pincel?
—Lo siento, no encontré ninguno, pero puedes hacer uno con pelos de res o de crin de caballo y los atas a una rama de cedro.
Al terminar de hablar, tomó los hombros de Juan entre sus manos y se quedó observando el ovalado rostro, las pupilas terrosas y la piel morena.
—Tantas historias han quedado en el olvido entre estos solitarios páramos sin pena ni gloria ¡Esta gente sin futuro vive para desgastarse con el tiempo y el trabajo! —se decía al observar a Juan Félix Sánchez.
Epifanio sabía que no se conformaría con ser un paramero más. ¿A dónde llegaría? Sólo el tiempo lo diría. Comenzaba a incomodarle la aguda mirada de don Epifanio, por eso con titubeante voz le dijo:
—¿Tiene algo que decirme?
—Sí, me gustaría preguntarte qué nueva vaina estás planeando, cuando tengas una idea llévala a cabo aunque parezca imposible. Comiénzala, ella irá tomando forma poco a poco. Recuerda, no somos dioses ni héroes como el ingenioso Ulises o el torpe Hércules, sólo somos seres débiles, la fragilidad siempre nos acecha, pero tenemos un don milagroso que debemos aprender a cultivar: la voluntad. Perdona el sermón, seguro estarás pensando que soy un viejo fastidioso con vocación de sacerdote. Y si lo haces, tienes razón ¿sabes?
Lo miró cariñosamente con el respeto que inspiran las personas aradas por el tiempo.
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