El Mago de la Niebla: Las capillas del filo del Tisure
—¿Estás cansado abuelo? —le preguntaba Carmen, su nieta menor.
—¡Cómo no lo voy a estar! ¡Me tienen desvelado! ¡No ven que hasta la arepa se me cayó al piso y el guarapo se enfrió! Estoy cansado. No lo tomen a mal. Quisiera irme a dormir. Bendijo a las nietas y se paró Daniel, se fue a su cuarto a continuar meditando sobre esa interrogante que fue para él, durante tanto tiempo, Juan Félix Sánchez.
Mientras se dormía siguió pensado sobre lo que sabía de la vida de Juan. Comenzó su retiro en El Potrero acompañado de Epifania Gil. Con dificultad podía comprender cuáles eran las razones de Juan para ir a vivir al Tisure. Estaba adolorido y tenía la suerte de poseer esas tierras. A principios de siglo no estaban tan desoladas como ahora, lo cual facilitaba irse a vivir allá. Para el Hombre del Tisure aquella fue una decisión que le permitió forjar una parte de sí.
La conciencia de Daniel comenzó a desvanecerse y el sueño empezó a invadirlo, pero continuó hilvanando sus ideas. La primera imagen que vino a él fue la de Juan sentado frente a la vieja casa en el páramo, con el pelo casi hasta los hombros. El filo del Tisure era en ese entonces un simple monte. Juan dibujaba en el suelo el telar de tres peines que proyectaba hacer para hacer cobijas con rombos y triángulos.
Al terminar, salió a roturar la tierra, hiriéndola para sembrar papa. En la siguiente escena de su sueño Juan ya no tenía el pelo largo, la casa de El Potrero había sido ampliada. En su rostro se leían las huellas de la madurez, pero al sonreír surgían en el facciones de niño; mientras trabaja la tierra pensaba en un sueño que había tenido varias veces: en él la Virgen de Coromoto le pedía que le hiciera una capillita en el punto desde donde se ven los llanos, para de ahí comenzar a realizar milagros a los parameros. Al fin podía comprender la senda del destino, que se le había mostrado, mientras fisgoneaba a Vicenta cuando oraba arrodillada frente al altar de su cuarto.
Al contarle a Epifania su decisión, ésta le respondió:
—¡Juan Félix! Siempre estás palabreando en los momentos menos oportunos. Ahora sí estamos arreglados, además de tener que cultivar, cuidar el ganado y tejer, vas a tener que estar acarreando piedras, y de paso voy a tener que ayudarte a hacer una capilla a la virgencita que le aparecieron a los indios en los llanos.. Te podrá parecer muy piadoso, pero a mí me parece una locura. Me recuerdas a Wecelao cara e’ bacalao.
—Epifania, voy a crear una capilla en un lugar de milagro y tú ahí sin darte cuenta.
—¡Qué milagro y qué milagro! Aquí lo único a punto de ocurrir es que si no me ayudas a acabar rápido el trabajo, lo vamos a perder.
—¡Epifania!, ¡eres como una piedra! ¿No te das cuenta? Tengo que librar mi alma de todos sus pecados. ¿O crees que con ir a San Rafael todos los años a rezarle a la Virgen y vivir piadosamente aquí es suficiente? Te diré, ¡no lo es!, ¡hay que hacer! Con sacrificio y trabajo debemos ganarnos la salvación, ¡haré la capillita y atrás una capillota dedicada al José Gregorio, aunque la haga solo! Pero te aseguro, veré arder tu manto y tú sabes dónde.
Epifania se reía de esas ocurrencias de Juan. —Muy capaz que el condenado tenga razón —terminó diciéndose.
Años después Juan Félix había hecho no sólo una capilla, sino un complejo religioso con ayuda de Cristo, la Virgen y su voluntad. Lo hizo anhelando que cada uno de nosotros reviviera en sí lo sentido por él al hacer tal obra. Con cada piedra encontrada, cargada, golpeada, fracturada, se liberó de los pecados de su vida y se acercó a la gracia divina, como Cristo se liberó con la crucifixión. Esos monumentos de piedra y vida son semillas que esperan germinar en cada uno de nosotros. Con estas palabras en los labios despertó el nono Daniel.
Orasion de J. Felix. S
Justo pues de Jesucristo hijo de la Virjen María
librame por esta noche mañana por todo el día que mí cuerpo
no sea preso ni mi sangre sea batida con cuchillo
ni puñal ni otras harmas elebosas que contra mí binieren
traigan armas de fuego y para mí no rebienten ojos tengan
no me vean narises tengan no me huelan mano tengan no
me cojan traigan pies no me alcansen con la capa
de San Albarez y la de San Juan bautista sea
faboresido y con la leche de maría Santisima sea
rosiado y así este y tan libre de mis enemigos como
estubo el hijo de Dios en el bientre virginal de
maría Santisima. Amen
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