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El Mago de la Niebla: La Virgen Soñada

Cupido flechó a Daniel y a Dolores una noche entre sorbos de ponche, mientras reían al recordar la cara del cura cuando, en plena misa, se abalanzó doña María tras sus cochinos.
domingo, 16 mayo 2021
Cortesía | El bailar, cantar y crear aligeraban su vida

Las noches en que Juan escapaba a los bailes de los alrededores, conoció a muchos amigos y llegó a intimar con algunos. Entre ellos, el nono Daniel fue célebre por su buena puntería, en el pueblo se decía que donde ponía el cañón hundía el plomo; acostumbraban a cazar venados y conejos en la seca, hasta que conoció a Dolores Espíritu Santo, de quien ambos quedaron perdidamente enamorados; la amistad que los unía tuvo que pasar la prueba del amor.

Cupido flechó a Daniel y a Dolores una noche entre sorbos de ponche, mientras reían al recordar la cara del cura cuando, en plena misa, se abalanzó doña María tras sus cochinos en el momento en que, con el rostro rojo de ira, criticaba desde el púlpito a los feligreses que pecaban por gula y describía las cochinadas que hacían cuando comían; justo en ese momento aparecieron en la puerta de la iglesia, como expulsados del infierno, los malolientes cochinos, como parábola viviente al sermón que escuchaban.

Esa noche Juan estaba vestido con un liqui liqui blanco. Cuando se servía por segunda vez el embriagante ponche en una taza de barro marrón vio a Dolores; al entrar llamó la atención de todos por sus ojos negros como la noche, su pelo ondulado y su espigada figura. Daniel se le adelantó sacándola a bailar en el acto. Desde ese momento, Daniel no tuvo tiempo para sus amigos.

La gente de los alrededores no podía comprender cómo Sánchez, hijo de un padre tan severo y de una devota madre, tenía una vida tan desenfrenada. La razón era simple: le gustaba bailar y chancearse con quien se topara. A las primeras fiestas a las que asistió fue acompañado de Benigno, pues su padre era buen violinista y por esto era invitado a todos los bailes de la zona; en ocasiones, hasta llegaron a cantar juntos, pero la voz recia y profunda de Benigno opacaba a la de su hijo.

El padre intentó enseñar al hijo a tocar el violín pero, por más paciencia que tuvo, más pudo la falta de oído musical de su hijo que su tesón por enseñarlo. Cómo revancha por no poder aprender a tocarlo, se convirtió en un buen hacedor de violines. En Apartaderos, cerca de la bomba de gasolina, sobreviven algunos de los violines hechos por él para sus amigos.

El bailar, cantar y crear aligeraban su vida, lo encerraban en su propio mundo y le hacían olvidar la extraña visión que vio en el cuarto de su madre. Sólo podía huir de ella a ratos y en sueños continuamente recreaba esa imagen.

En uno de los sueños más inquietantes que tuvo, la Virgen se le mostró en el filo de una montaña abierta al infinito, le pedía que le hiciera una capilla en ese sitio. Se sentía acosado por esos sueños en su vida diaria, hasta el punto de ponerlo de mal humor. Cuando esto ocurría, luchaba con esos ecos nocturnos en voz alta; cuando Benigno notaba a su hijo dominado por esas rarezas, lo volvía a la realidad con su recia voz:

—Bueno Juan, ¡hasta cuándo vas a estar hablando con las sombras! Los peones te están esperando desde hace tiempo; lo que te pasa es que eres un ocioso pensador —Benigno sospechaba lo que ocurría a su hijo. Estaba huyendo de su destino y se negaba a encontrar su vocación, por rebeldía. Sí, la rebeldía fue uno de los rasgos principales de su carácter.

Eso lo sabía su maestro Ramón Zapata desde que lo vio por vez primera. En los ratos libres, en lugar de comer la arepa recién hecha con guarapo y queso ahumado, salía con un grupo de compañeros al patio a hacer juguetes con los que se divertían durante horas, olvidándose a veces de la clase y de su maestro.

Entre sus compañeros de clase apreciaba mucho a Lino, hijo de Isidro Pérez y Antonia Rivas. La madre de Lino se hizo célebre en San Rafael del Páramo por el ingenio usado para que Isidro y sus hijos le cortaran leña o la ayudaran en los quehaceres de las casa. Así, cuando Antonia veía que no amanecía la leña en su sitio hacía las arepas y la bebida y, al estar todo listo, les gritaba:

—Vengan a desayunarse.

—Vamos muchachos —respondía Isidro— a comer.

Para su sorpresa, al llegar a la mesa, encontraban todo sin terminar, la arepa de trigo cruda y el guarapo sin hervir. Ante esto, sólo le quedaba a Isidro y sus hijos pararse en silencio de la mesa a enjalmar las bestias y traer leña para el fogón.

Con Lino y Ramón Malpica hizo Juan, entre juegos, sus primeras creaciones; con admiración veía su maestro la pasión que los dominaba, se daba cuenta de que esas labores eran tan importantes como las clases, por eso los dejaba aprender jugando. Cuando no podía retrasar más el inicio de las clases, veía en el rostro del niño Sánchez una profunda incomodidad por separarse de sus ingeniosos juguetes.

Entre ellos, destacaba una serie de molinos movidos por el agua del riachuelo que cruzaba el patio de la escuela, hechos de ramas, troncos y pabilo. Algunos fueron un fracaso, ni siquiera lograban mover las ruedas con las paletas que deberían girar con la caída de agua, pero con empeño logró perfeccionarlos. La perseverancia fue uno de sus rasgos a lo largo de toda su vida. Don Ramón llegó a admirar al inquieto niño por el tesón que ponía cuando se proponía hacer algo; no existían obstáculos que lo descorazonaran.

En la escuela habían sido tantos los fracasos construyendo molinos que nadie les prestaba atención. Hasta que un día, durante el receso, don Ramón oyó los gritos de alegría de los muchachos y entre la algarabía sobresalía la voz de Juan que gritaba: ¡Miren cómo se mueve el molino! Al oírlo, el maestro abandonó las cuartillas de los exámenes que corregía y fue a ver emocionado lo que ocurría; era tan fastidioso el tiempo que pasaba revisando cuartillas mal escritas, que cualquier hecho fuera de lo normal se transformaba en un acontecimiento. Al llegar al lugar del tumulto se sorprendió por el ingenio de su alumno, que había construido un pequeño molino de agua para moler granos.

Llamó la atención de don Ramón los materiales usados para su construcción: parecía un rompecabezas de troncos que ensamblaban sus formas a presión, sin clavos ni amarres. Los mecanismos, además de ser curiosos, ocultaban entre sus asperezas la belleza salvaje de lo natural, al no haber lijado las ramas usadas.

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