El Mago de la Niebla: Fotografías de Semana Santa en el Tisure
Meses antes de la muerte de Vicenta, Daniel tuvo ocasión de volver a ver a Juan. Era 1941. Aún seguía sintiendo cierto temor por lo que le había visto hacer en la plaza del pueblo aquella Semana Santa; tantas vainas que nunca hubieran pasado por su cabeza si no hubiera visto ese acto de magia.
Desde entonces el joven Sánchez se convirtió en la comidilla de todo el pueblo. Hasta se llegó a pensar que había pactado con el mismísimo diablo.
No se quedó tranquilo a pesar de lo ocurrido después de aquella desaparición y aparición de Ramón en la plaza, así que continuó por unos años realizando actos de equilibrista sobre cuerda con su inseparable amigo Ramón Malpica y un mono que le habían traído de las tierras calientes.
El animal jugueteaba con las campanas de su sombrero mientras se balanceaba sobre un mecate tenso y Ramón lo animaba desde abajo con unas maracas. Lo que no se podía negar era que siempre se armaba la diversión alrededor de esos inseparables amigos. Recordaba la cara de felicidad de Juan, con los ojos brillantes, cuando todos reían con sus payasadas.
A Daniel le resultaba difícil entender ese comportamiento tan extrovertido, porque él era callado y poco hablador, como la mayoría de los habitantes de los páramos, hombres cerrados como sus casas.
Después de más de cuarenta años creía comprenderlo tras ver la obra hecha por Juan a lo largo de su vida. Volviendo la vista a las fotografías que sus nietas habían puesto sobre la mesa, ubicada al lado de su sillón, les dijo:
—Todos sabíamos que Juan era diferente, pero no lo entendimos y nos daba temor tanta inquietud por hacer.
Al terminar estas palabras Daniel se encerró en sí mismo; sus nietas cariñosamente lo acariciaban. Mientras, el guarapo había comenzado a hervir.
—El acto principal de las acrobacias de Juan era cargar en sus hombros a Malpica, mientras él caminaba sobre la cuerda, ataviados ambos de colores fuertes y contrastantes. En sus manos sostenía una larga vara que lo ayudaba a mantener el equilibrio. Ese enero de 1921, con gran esfuerzo, los dos trenzaron la cuerda entre el campanario y un gran ventanal, salieron del campanario juntos uno sobre otro caminando sobre la tensa cuerda. Cuando iba llegando Juan a la mitad, los presentes gritaban emocionados, estaban a más de cuatro metros de altura. Repentinamente Juan perdió el equilibrio y por poco se cae, pero no se inmutó y siguió adelante. Todos estaban realmente sorprendidos con la audacia que demostraba cada día de su vida. Otra de sus locuras fue el haber traído la primera vitrola al pueblo. ¡Cómo han cambiado los tiempos!
—¡Taita, taita! Vea estas fotos, las tomamos en Semana Santa.
Estas palabras lo sacaron de sus recuerdos. Pudo ver, a pesar de la tenue luz del fogón; vio la fotografía de un Cristo tallado en madera, tendido sobre la piedra, como dentro de un vientre, a los pies del altar consagrado al Siervo de Dios.
—¿Quién se hubiese imaginado que Juan Félix sería capaz de crear tanta belleza? Después de la muerte de su madre, en 1941, se dejó crecer el cabello durante más de ocho años; en ese entonces los hombres no se cortaban el pelo como pago de una promesa. Él lo hizo, creo, buscando la felicidad eterna de su madre. Todos lo comprendieron así.
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