Relatos de la Justicia: Protección del cielo
No fue fácil nacer en medio de la Segunda Guerra mundial, los niños que nacieron o vivieron su infancia durante esa época fueron y son unos enamorados de la vida.
Corría el año 1943, tenía 8 años, pero su niñez no fue la común de juegos y chiquilladas, el juego cotidiano de él, sus hermanos y el de sus amigos contemporáneos era el juego de la supervivencia. Hacía ya unos meses que Mussolini había sido depuesto y que Italia había cambiado de bando, pasando a ser entonces enemigos de Hitler y vaya que los enemigos de éste no la pasaban muy bien.
Tras la retirada del ejército nazi por los ataques inesperados de las guerrillas italianas aliadas de la libertad, decidió el vampiro de la guerra hacer derramar la sangre de sus enemigos. Fue bombardeada por meses de extremo a extremo la península itálica por la temible fuerza aérea alemana, como la respuesta nazi al deseo de libertad italiano.
Fue una tarde de octubre de 1943, cuando los sorprendió a todos la primera vez que sonó en el pueblo la sirena de bombardeo. Muy pocos sabían que hacer ni hacia donde ir, bastaron apenas segundos para que en paralelo a la estridente alarma se comenzarán a escuchar y a sentir las poderosas explosiones que hacían temblar todos los cimientos de casas y edificios. Los gritos, llantos de mujeres desesperadas, familias enteras corriendo por las calles mientras eran sacudidos por el terremoto artificial que generaban las inclementes bombas.
Edificios enteros caían ante sus infantiles pupilas, él junto a sus pequeños hermanos se abrazaron y quedaron petrificados del pánico en medio de la vía, que se movía bajo sus pies como si se trataran de olas marinas.
No sabía qué hacer, sus lágrimas rodaban ya por sus mejillas y el llanto infantil de sus hermanos los sentía en su barriga, lugar donde les tenía apretado sus rostros soportando toda aquella inclemente pesadilla.
No recordaba muy bien las instrucciones que todos los días les daban en la plaza del pueblo a todos los habitantes, sobre las reglas de supervivencia que debían ejecutar cada quien en caso de bombardeo.
Recordó en ese instante la creación de los refugios subterráneos, pero supuso que sería mucho más peligroso moverse hasta ellos por lo lejano. Veía con sus propios ojos como las bombas caían como uvas desgranadas del cielo.
El ruido que producían las propelas que tenían las bombas en su parte trasera para darles mayor impulso, fuerza y penetración al caer, sonaban como un infernal coro de miles de gritos desgarradores.
Y fue en medio de ese aterrador panorama, que pudo ver entre los inmensos escombros de casas y edificios a Don Massimino, el Sacerdote de la Iglesia del pueblo quien conminaba a decenas de personas a entrar a refugiarse en el vetusto templo.
Lo vio como iluminado por una tenue luz que se colaba por entre las endijas que separaban las nubes de ese cielo oscurecido por el humo, con su sotana negra y llena de polvo le llamaba por su nombre, mientras hacía ademanes con sus manos a la par que hacía llamados inaudibles por el estruendo de las bombas, pero perfectamente entendible por los movimientos de sus labios.
Consiguió el impulso que necesitaba y como arrancado del piso salió disparado a los aires por los movimientos telúricos, afortunadamente con cada uno de sus dos pequeños hermanos tomados por sus brazos logrando caer de pie y apenas tocó el suelo emprendió veloz carrera hacia la Iglesia.
Al llegar a su puerta el padre Massimino lo tomó con sus brazos y los introdujo hasta la iglesia junto a sus hermanos hasta el interior de está. Al entrar les pidió que bajaran hasta un refugio de madera y concreto que habían improvisado en el sótano de aquel desvencijado templo, al llegar abajo pudo ver a decenas de personas, muchas de ellas conocidas, en un llanto colectivo de mujeres y niños que se mezclaban con las oraciones que varios elevaban con fe religiosa.
Afuera las bombas seguían cayendo y todo seguía estremeciéndose, podían escuchar cómo caían escombros en el piso de la iglesia varios metros arriba de sus cabezas. Todos parecían esperar lo peor, sabían que si una sola bomba hacía diana en aquel semi derruido templo sería todo para los que allí se guarecían.
Poco a poco fueron cesando las explosiones y los temblores, pero aún no era seguro salir. El Padre Massimino pidió rezar un Padre Nuestro y así lo hicieron.
Cuando ya cesaron por completo las explosiones, todos cesaron al unísono la oración. Parecía que ya todo había terminado, cuando se escuchó acercarse vertiginosamente el grito ensordecedor de la propela de una bomba que venía justo sobre la iglesia, retomando nuevamente y con ahínco todos la oración del padre nuestro, apretándose todos en un gran abrazo colectivo.
Escucharon con pavor como la bomba golpeó el campanario haciendo sonar con un golpe seco la campana, para luego escuchar el atropellado y siniestro descenso de ésta por el campanario, destrozando vigas, concreto y todo a su paso, cedió también con el estruendo el techo del templo cayendo todos los escombros producidos sobre el piso de ésta que servía como último escudo de protección de todos los que bajo ella se habían refugiado, pero no escucharon nunca la explosión…
Solo vieron entrar por las escaleras que conducía hacia el sótano la espesa nube de polvo que generó toda la tropelía y se seguía escuchando fuertemente el sonido que produce la propela girar.
El primero en subir con cautela fue el padre Massimino y al percatarse que la bomba no había estallado, bajo velozmente y uno a uno los fue sacando del refugio para conducirlos fuera del templo antes de que el milagro desapareciera.
Una vez más junto a sus hermanos abrazados volvió a quedar petrificado. Fueron los últimos en salir, el padre Massimino los fue a buscar y al ver lo atónito que aún se encontraba le dijo:”Dai Michele siamo nati di nuovo” O lo que traducido al español sería:”Vamos Miguel acabamos de nacer de nuevo”.
Y con esas palabras pudo salir de su asombro y subir hasta la planta principal de la iglesia donde pudo ver la bomba clavada en el piso a solo centímetros del refugio que los protegió milagrosamente.
Cuando ya todos salieron y no quedó ni una sola persona dentro del templo, alcanzaron llegar a otro refugio de mayor protección y justo cuando entraba él con sus hermanos escuchó la explosión de aquella bomba que no estalló cuando debía, sino en el tiempo perfecto de Dios, viendo con su mirada infantil como se desplomaba todo el templo que segundos antes había sido su milagroso refugio, quedando reducido a escombros y polvo.
Dije al principio que muchos de los niños que nacieron o vivieron la segunda guerra mundial fueron y son unos eternos enamorados de la vida. Y eso puedo decirlo con certeza, porque uno de esos enamorados de la vida y hoy protagonista de mi historia, es nada más y nada menos que mi padre.
Esta historia era una de sus favoritas y nos la contaba a mí y a mis hermanos cuando estábamos pequeños. Vaya esta historia como una forma sencilla pero sincera de honrar su memoria y la de tantas víctimas inocentes que han dejado las guerras.
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