Relatos de la Justicia: La Justicia en un cabello
Era viernes y tengo la certeza porque la llamada la recibí justo en la charcutería del supermercado Las Villas hablando con mi buen amigo Simón, entre lonjas de degustación de cheddar, jamón serrano, pastrami y otros quesos. Hacía mi mercado de soltero de fin de semana: delicatesen y vino.
En medio de la degustación del pastrami comenzó mi conversación con el jefe de investigaciones del Cicoc.
«Doctor, buenas tardes. Le llamo para notificarle un secuestro en proceso, se trata de una ciudadana de origen asiático, dueña de una cadena de tiendas de víveres. La abordaron al salir de uno de sus locales mientras se encontraba haciendo su ronda de supervisión, aparentemente llevaba una fuerte cantidad de dinero, puede ser un robo pues aún no se verifica llamada de rescate».
Mi reacción luego de tragarme literalmente la rebanada de pastrami fue hacerle señas a Simón indicándole que guardara mi pedido para retirarlo luego.
«Voy saliendo para allá, al llegar me da los detalles», le indiqué al inspector.
En esta parte de la historia es bueno aclarar que para esa época hubo una ola de secuestros a nivel nacional con desenlaces fatales que quedaron grabados en la memoria colectiva, entre ellos el de los Hermanos Faddoul, perpetrado por hampa común en complicidad con policías de varios cuerpos de seguridad.
Fue a partir de ese caso y su gran connotación nacional que se giró la instrucción a todos los cuerpos de seguridad del país, que obligatoriamente notificaran de inmediato al fiscal del Ministerio Público de guardia, para evitar complicidades internas.
En efecto, al llegar al lugar aún se encontraban los familiares alterados y consternados.
Lucy (como la llamaremos en esta historia) era el bastión de toda una familia y de los negocios familiares; todos eran originarios de Cantón, de la República China y llevaban años asentados en Venezuela.
Los vecinos de los locales los describían como personas afables, colaboradores, excelentes vecinos y sobre todo bondadosos, siendo Lucy la que siempre se encargaba de llevar las riendas tanto de los negocios como de la familia misma, rol que años atrás lo ejercían sus padres, quienes ya bastante ancianos se regresaron a China y dejaron los negocios en manos de sus hijos liderados por Lucy.
Las diligencias de investigación ordenadas fueron las del librito: verificar presencia y ubicación del resto de los familiares, entrevistar testigos, empleados, establecer la dinámica de trabajo y rutina diaria de Lucy y familiares, tomar la descripción de sospechosos, vehículos, etcétera.
Todos los empleados se mostraron bastante receptivos y colaboradores, pero en medio de las entrevistas surgió una primera sospecha: «Luisito», la mano derecha de Lucy, el empleado de mayor confianza de ella por años, casi heredado de sus padres, pues los trabajadores manifestaron que Luisito trabajó allí desde la propia llegada de los padres de Lucy de China.
Era sin duda más que un empleado, casi un miembro de la familia. Pero ese día Luisito no fue a trabajar, cosa que causó sospechas; según faltó porque debió viajar para atender a su madre enferma en un caserío ubicado en la vía que conduce a la población de El Triunfo, límites con Delta Amacuro.
El inspector no esperó mucho, de inmediato ordenó a una comisión que se trasladara en su búsqueda.
Al día siguiente, me informa el inspector que no lograron ubicar a Luisito, aparentemente tuvo que trasladar a su madre a un hospital de Maturín, Monagas, para una intervención de emergencia.
De cierta manera el motivo de su ausencia podía estar medianamente justificado; sin embargo, había que verlo frente a frente para entrevistarlo y «pesquisarlo» mejor.
Le sugerí al inspector continuar con la investigación sin perder de Vista a Luisito.
Llegó el lunes y ocurrieron dos cosas: los plagiarios se comunicaron y pidieron el rescate, por lo que ya se confirmaba la tesis del secuestro de manera formal; a la par de que esto ocurría, apareció el Luisito quien se presentó voluntariamente al Cicpc al saber que era requerido para entrevistarlo.
«Está limpio doctor, el Luisito no sabe nada del secuestro», fueron las palabras del inspector luego de varias horas de entrevista. No obstante, no podía descartarse nadie como sospechoso.
El tiempo pasaba y las negociaciones con los secuestradores no fluían, exigían una cantidad impagable para la familia, ni vendiendo todos los negocios les alcanzaría; pero lo peor de todo es que luego de casi un mes de la investigación, los plagiarios cortaron toda comunicación.
El caso cada vez tomaba más forma de cangrejo (irresolvible) y ya el desespero comenzaba a pasar factura; desde Caracas nos presionaban tanto al Ministerio Público como al Cicpc.
Luego de un mes desde la última llamada de los plagiarios, surgió algo que causó sospechas en los investigadores y las miradas volvieron a virarse hacia Luisito.
Tal como lo describían los empleados, Luisito, un hombre de unos 50 años, trabajó buena parte de su vida con la familia de Lucy, aunque poco se sabía de la suya, salvo que tenía un hijo que vivía con su abuela en El Triunfo.
Pero lo que llamó la atención fue que Luisito, en ausencia de Lucy, literalmente tomó las riendas de los negocios pues los hermanos de Lucy algunos viajaron a China para informarle a sus padres lo acontecido y evitar que se colapsaran con la noticia, quedando solo un hermano menor, del que solo se le designó como firma autorizada de pagos y bancos.
Sin embargo, el manejo formal de lo que se autorizaba y firmaba estaba en manos de Luisito.
Aparte de ese hecho también llamó la atención que Luisito siempre manifestó su total ajenidad con la tecnología, al punto que nunca se le conoció uso de teléfono celular, aunque se le observó con mayor frecuencia hacer uso de la computadora de la oficina de Lucy.
Esto fue advertido por un funcionario que llegó a uno de los locales sin previo aviso y al entrar en la oficina observó a Luisito escribiendo en la computadora, cosa que le pareció raro y le preguntó: «Le perdió el miedo a la tecnología», respondiendo Luisito algo nervioso: «Aquí me tocó aprender, estoy enviando una gran cantidad de información a la contadora, le he enviado todos estos meses».
Lo que no sabía Luisito era que el detective venía precisamente de entrevistar a la contadora y esta le reveló no saber nada de la contabilidad ni de nadie de las empresas desde el mismo día del secuestro de Lucy.
De inmediato el detective le pidió le mostrara cual documento le había enviado; este se tornó mucho más nervioso y no pudo responder y acto seguido el detective tomó la computadora y observó un correo electrónico abierto, solo que no tenía ningún mensaje enviado ni recibido. Eso lo hacía más sospechoso. Pero el detective observó que había solo un mensaje y era en la bandeja de borradores, el cual decía: «BAJEN LA CANTIDAD, LA FAMILIA VA A ENVIAR EL DINERO DE CHINA, RECUERDA QUE LOS CONVENCÍ DE NEGOCIAR SIN LA PTJ».
¡BINGO! Los captores se comunicaban con Luisito utilizando este método: dejar un mensaje en la bandeja de borradores en un correo electrónico al que solo éste y los captores tenían acceso y así evitaban cualquier triangulación vía celular.
Cayó Luisito y este entregó al resto de los secuestradores. A Lucy la tenían secuestrada en un sector de la vía a El Triunfo.
Una comisión del Cicpc se trasladó con el Luisito hasta el lugar, logrando rescatar con vida a Lucy y aprehendiendo a seis personas quienes la mantenían oculta en un hoyo bajo el suelo de una barraca.
A pesar de que el resto de los secuestradores (gran parte familiares de Luisito) manifestaron que el determinador (autor intelectual) era el hijo de Luisito, este siempre se hizo responsable del secuestro, a pesar de que el correo electrónico correspondía a su hijo, pero esa prueba sabíamos que para juicio era algo débil. Se les procesó a todos por el secuestro de Lucy, quien volvió al seno de su hogar.
Ella nunca logró ver a ninguno de sus captores, pues siempre desde su plagio se le mantuvo con los ojos vendados. No obstante, solicitamos la orden de aprehensión contra el hijo de Luisito.
Al cabo de unos meses, se le detuvo en un asentamiento campesino hacia la zona sur del estado.
Era infructuoso pedir un reconocimiento en rueda de detenidos al Tribunal, pues ya Lucy había manifestado no haber visto a nadie. Pero en su primera declaración luego de su liberación, Lucy dijo a los detectives que cuando se produjo su secuestro sus captores habían hecho un trasbordo de un vehículo a otro y que ese segundo vehículo se le escuchaba muy fuerte el escape.
Cuando se produjo la captura del hijo de Luisito, este iba a bordo de un vehículo tipo sedán con un dispositivo tipo Muffler (resonador de escape), por lo que se procedió a realizar un reconocimiento de audio, ubicando varios vehículos encendidos y pidiéndole a Lucy reconocer el sonido sin ver los carros.
Acertó sin lugar a dudas cuando sonó el escape del vehículo sospechoso. Pero continuábamos sabiendo que esa era una prueba circunstancial y que en juicio un abogado con experiencia podría revertirla.
Por ello solicité aparte de la experticia de reconocimiento al vehículo una experticia de barrido (colección más minuciosa de todo cuanto se halle dentro del vehículo), logrando colectar con ella unas cuantas hebras de cabello color negro.
Cotejados con una muestra de cabello tomado de la propia cabellera de Lucy y realizada la experticia tricológica, se logró identificar plenamente estos como cabellos de Lucy…
«Reviérteme esa prueba ahora pues», fue lo que dije mentalmente cuando me dieron los resultados de la experticia.
Con ello logramos procesar al hijo del Luisito por planificar y ejecutar conjuntamente con su padre, el secuestro de la buena ciudadana Lucy, quien lamentablemente por los traumas vividos y el cuadro de pánico del que quedó padeciendo, abandonó el país sin aviso alguno, con destino a su hogar al lado de sus padres en China.
No supimos más de ella desde que se fue del país.
Lamentablemente no tuvimos su testimonio en el juicio, esto hubiera sido lo ideal para confrontar a sus captores.
En su ausencia sus cabellos hablaron por ella y con estos logramos hacer justicia al conseguir la condena de todos los secuestradores.
A veces LA JUSTICIA pende de un cabello, pero cuando se busca con convicción la Justicia y confiando EN la mística del trabajo abnegado, esta se logra hasta por UN CABELLO.
Relatos de la Justicia se basa en las experiencias vividas por el autor durante el desempeño de su carrera en el ámbito judicial. Sus personajes y circunstancias son modificados y adaptados con un poco de ficción para su difusión en el diario PRIMICIA.
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