Relatos de la Justicia: Asincronía
He llegado tarde los últimos días al trabajo. ¿La razón? Una inquietud y una desesperada opresión en el pecho me ha mantenido bastante estresado.
El insomnio y las taquicardias son mis acompañantes durante todas las recientes noches, pero a la de ayer se le sumó una extraña sensación de tristeza.
“ESTÁS DEPRIMIDO”, fue la última voz que escuchó mi mente antes de que el peso en mi cabeza y mi pecho me hicieran literalmente desmayar sobre mi cama, luego de horas de agobiante insomnio.
La alarma del despertador sonaba como si estuviera a kilómetros de mi cama y como si llevara un saco de cemento por brazo, con suma dificultad pude levantarlo hasta alcanzar el botón de apagado.
Mis párpados no reaccionaron, solo pudieron temblar en su agónico deseo de abrirse, pero su peso hace imposible cualquier deseo de hacerlo.
Estoy abatido, exhausto, sin ningún tipo de ánimo ni energía… Mi mente me ordena abandonar cualquier obligación por importante que sea, nada pasará en el trabajo si te ausentas un día, es el pensamiento que envía mi cerebro para justificar mi ausencia laboral.
No sé cuánto ha pasado desde que sonó la alarma del despertador, quizás minutos o tal vez horas, pero lo cierto es que un fuerte estallido producto de una descomunal explosión hace lo que anteriormente creí imposible: despertarme.
Con la rapidez que solo en anteriores ocasiones como la del temblor de años atrás, me incorporé de mi cama como impulsado por resortes.
De inmediato me ocupo de tomar conciencia del origen de la sobrenatural explosión, aún mareado busco asomarme por la ventana de mi habitación, el poderoso brillo del espectro solar hace que me duelan los ojos y mi visión se torne borrosa.
Me estrujo los globos oculares y preciso con más detalle fuera de mi ventana, una calle tranquila y el acostumbrado trabajo de mecánica de un vecino que se lo engulle por debajo su tantas veces reparado vehículo; me hacen suponer que no ocurrió nada, que todo fue una mala jugada de una pesadilla producto del sostenido insomnio padecido todos los sucesivos días.
Mi corazón palpita a mil por minuto, sus pulsaciones las escucho en mis oídos, decido darme un baño para calmarme, no sin antes ver el reloj y percatarme que ya es demasiado tarde para ir a trabajar.
Me duché y al regresar tomo el celular para hacer la obligatoria revisión de las redes sociales, abro el Twitter y el primer episodio es un video donde se ve una bahía flanqueada por varios edificios, unos galpones y una suerte de granero desde cuya base se desprende una gran columna de humo producto de lo que parece ser un incendio de grandes proporciones, segundos después una potente explosión se abre en una inmensa forma de hongo color blanquecino que se desplaza en fracciones de segundos alcanzando a la persona que grababa el video.
Como si fuere esa persona comencé a ver todo lo que acontecía en primera persona, escuché vidrios crujiendo bajo mis pies con cada paso que daba, un pequeño apartamento parece ser la locación donde me encuentro.
Un humo blanquecino con el olor que desprende la pólvora de fuegos artificiales, pero más suave, ocupa todo el espacio. En segundos ya me encuentro bajando por unas estrechas escaleras también invadidas del particular humo blanquecino.
Escucho gritos, lamentos, quejidos y llamadas de auxilio. De una de las puertas que se observaban mientras bajaba las escaleras se asomó un brazo de una persona que se movía dando contorsiones como si quisiera aferrarse al piso y hacer tracción para arrastrarse.
Desvío mi curso por las escaleras y me dirijo hasta la persona del incógnito brazo; trato de tomarlo para ayudarlo, pero es imposible, el blanquecino humo ahora es una película de polvo también blanquecina y abundante que se impregna en todas las superficies haciendo extremadamente difícil poder asir cualquier cosa.
Me dirijo nuevamente al auxilio, pero noto que ya la persona no está. La poca visibilidad me hace perder el sentido de la orientación y de la realidad, la poca luz que se cuela entre los espacios me permite ver nuevamente las escaleras, vuelvo sobre ellas y continúo mi camino hacia la evacuación del lugar.
Ya en la calle todo se torna color sepia, el polvo en el pavimento es de tal espesura que alcanza la altura de las pantorrillas, los vehículos aparcados a los lados son abultamientos de ese polvo que ahora se ha tornado amarillento.
Sigo escuchando los gritos, pero ahora parecen ser en otro idioma distinto, no lo entiendo, pero noto clara diferencia entre este y el que hablaba la persona a la que pretendí ayudar.
Un rayo de luz solar se logra colar entre la espesa niebla de polvo sepia y observo algo que definitivamente no va con el lugar y mucho menos con los tiempos: los pocos vehículos que aún no han sido cubiertos por el polvo no son de esta época, en mi mediano conocimiento automotriz los puedo ubicar en la década de los años 40.
Decido dirigirme hacia una de las avenidas que con dificultad se ve y diviso a lo lejos como una sombra homogénea se dirige hacia mí, proveniente del otro extremo de la avenida y estando ya más cerca me permitió ver que se trataba de un grupo considerable de personas, quienes en desesperada carrera huían de ese holocausto.
Se acercaron hasta mí y vi que todos eran de raza asiática y hablaban ese inentendible idioma; uno de ellos me tomó por el brazo y me sacudió como para hacerme entender que debía huir con ellos.
Esa sacudida hizo que mi cuerpo girara en dirección hacia donde huían los despavoridos y ahí en medio de la espesa niebla, bajo la iluminación de un pequeño haz de luz que se filtraba desde la nube de polvo amarillento, vi un letrero de señalización vehicular en la parte superior de un poste metálico al borde la esquina de la avenida con el nombre: HIROSHIMA.
Desperté entonces de la más vívida pesadilla que he tenido, mi cuerpo y mi mente en total distorsión con la realidad me hacen creer que no fue un sueño y que todo es real.
Aún duele el lugar del brazo por donde me sujetó el hombre y las piernas acusaban el cansancio de la bajada por las interminables escaleras.
Pero cierto o no, real o pesadilla, no cesa una frase en mi mente: LO HIZO EL HOMBRE.
¿Qué relación puede haber entre esos sucesos? ¿Cuánto tiempo estuve dormido? ¿Fue aquello una experiencia de alguna línea de cruce espacio temporal? ¿Fue deliberada la explosión de Beirut o evidentemente accidental? ¿Fue necesaria aquella acción en Japón?
No sé si esas preguntas tengan respuestas, pero lo más curioso es que justo me haya ocurrido esto un 6 de agosto, fecha en la que se conmemoran 75 años del lanzamiento de la bomba nuclear en la ciudad de Hiroshima, Japón.
Accidentes o acciones deliberadas son siempre hechos del hombre, quienes lo hicieron posible.
El destino de la humanidad está inseparablemente unido a la acción directa e indirecta de cada uno de nosotros, podemos ser la diferencia entre el amar y el odiar, por que en cada una de esas formas están reservados destinos totalmente distintos, pero perfectamente alcanzables.
***En honor a las almas y a la memoria de las víctimas de Beirut, Hiroshima, Nagasaki y de todos aquellos hechos del hombre que han generado pérdidas humanas lamentables e innecesarias. La anterior es sólo una ficción del autor que busca sensibilizar a las personas en su responsabilidad frente al destino de la humanidad***
Relatos de la Justicia está basada en las experiencias vividas por el autor durante el desempeño de su carrera en el ámbito judicial. Sus personajes y circunstancias han sido modificadas y adaptadas con un poco de ficción para su difusión en el Diario PRIMICIA.
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