Opinión

Voz en el desierto

Aquí donde falta todo, que no nos falte el amor, de igual modo que pedimos no nos falle la salud ni el pan en nuestra mesa, honradamente ganado.
jueves, 10 diciembre 2020

La navidad es un tiempo tan hermoso, que lo esperamos con ansias pues cambia nuestro estado de ánimo, hincha de esperanza nuestro espíritu y confiere luz a nuestra mirada.

Este diciembre venezolano, sin embargo, se nos presenta esquivo. Carecemos prácticamente de todo hoy día. Este hecho nos ha llevado inexorablemente a refugiarnos en aquello que aún no nos arrebatan y que realmente vale en esta vida: darnos cuenta de lo importante que es la familia, o que los mejores regalos no bajan por una chimenea, sino que provienen de nuestros corazones.

Ahora bien, también cuenta en esta vida tener todas nuestras necesidades básicas cubiertas, incluyendo la necesidad que tenemos de tiempo libre, de ocio y festejos. Pero el tiempo que corre nos niega todo; o casi todo.

Aquí donde falta todo, que no nos falte el amor, de igual modo que pedimos no nos falle la salud ni el pan en nuestra mesa, honradamente ganado.

En la Biblia, “diciembre” se vive de otro modo; nuestro ambiente celebrativo se debe al nacimiento del Dios Niño: nos alegramos con su venida, y se lo manifestamos con aguinaldos y gaitas, hallacas y pan de jamón y —obviamente— juguetes para nuestros niños, porque la navidad es una época para niños; para los actuales y para los que lo fuimos una vez.

Surgió un hombre enviado por Dios

El Señor Dios visitó a su pueblo empobrecido, deprimido, a través de su mensajero Juan el Bautista. Su sola presencia supuso un motivo de alegría, pues las personas entendieron que Dios no las había abandonado.

El mensaje que el Bautista trae consigo es de suyo bueno; pero es igualmente fuerte y áspero, porque necesita remover las conciencias adormecidas, que cómodamente se victimizan, sin atender las soluciones a sus problemas.

Juan los mueve con su discurso y con su bautismo: la gente va donde él está; no al revés. Juan Bautista los saca de su amodorramiento, les da nuevas coordenadas de vida y los oyentes se comprometen mediante el bautismo. Quien sale de las fuentes de Jordán debe cambiar de estilo de vida.

Él no es el Mesías

Juan es un hombre íntegro, coherente, de principios. Él no se abroga para sí aquello que no le concierne ni siquiera porque la masa lo provoque o presione. Juan está bien claro de quién es él y cuál es su misión entre nosotros.

Juan no es el Mesías; es decir, no es nuestro Salvador. A Juan no se lo puede manipular, y él tiene las ideas bien claras. Juan bautiza con agua, pero vendrá otro aún mayor que él, y que nos bautizará con el Espíritu Santo.

El Dios del pesebre sí salva. Lo hace desde su fragilidad de recién nacido. Lo hace desde la ternura que genera por el solo hecho de ser niño. Lo hace desde el poder que tiene la luz —que vence a la oscuridad—, desde el poder que tiene la verdad —que derrota a la mentira—. Lo hace desde Dios, que vence la desesperanza.

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