Viruela erradicada: ¿Peligro latente?
La viruela fue una enfermedad infecciosa grave, contagiosa y con un alto riesgo de letalidad, causada por el virus Variola virus. Se desconoce el origen, pero existen evidencias de su presencia hallados en restos de momias egipcias del siglo III a.C. La viruela se propagó a lo largo de la historia como una enfermedad devastadora que mató y desfiguró a millones de personas; solo en el siglo XX, se estima que la viruela fue responsable de la muerte de hasta 300 millones de los infectados.
La muerte era dolorosa, según escribió Thomas Macaulay, “la más terrible de todas las muertes”. Los que sobrevivían a la viruela no estaban exentos de secuelas y un tercio de ellos desarrollaban ceguera. La tasa de mortalidad era de un 30% y la supervivencia baja para los niños. El aspecto físico de la enfermedad era espantoso para los pacientes y sus cuidadores: la piel se cubría con grandes y abultadas pústulas cargadas de denso líquido con un característico hundimiento en el centro y después costras que a menudo dejaban una vistosa concavidad sobre la piel y cicatrices.
La enfermedad se propagaba a través del contacto directo y prolongado de personas sanas con personas contagiadas o mediante el contacto de objetos contaminados con el virus responsable de la enfermedad. Una persona con viruela puede ser contagiosa después de un periodo de incubación asintomático de 12 a 14 días, oportunidad cuando comienza la fiebre y alcanza su máxima capacidad de contaminación con la aparición de la erupción, transmisión que persiste hasta que desaparece la última costra de viruela.
La principal vía de prevención consistió en inocular la vacuna desarrollada por Edward Jenner y Louis Pasteur a finales del siglo XVIII contra la viruela. El último caso de contagio natural se diagnosticó en octubre de 1977 y en 1980 la Organización Mundial de la Salud (OMS) certificó la erradicación de la enfermedad en todo el planeta. Oficialmente se guardaron solo dos muestras del virus, que fueron puestas en estado criogénico en dos laboratorios: una en Atlanta, Estados Unidos y otra en Novosibirsk, Rusia.
El debate fue si destruir o no las últimas cepas del virus, pero tras un arduo debate se decidió mantenerlas; de hecho la destrucción del virus aislado bajo extrema vigilancia no quita la probabilidad “lejana” de amenaza de la viruela en el mundo, por cuanto recientemente se ha constatado la existencia de restos, muy fragmentados, de genoma del virus de la viruela en momias siberianas de fallecidos por dicha enfermedad, aunque la investigación forense practicada descartó que haya partículas víricas viables en las muestras analizadas.
Con respecto a la erradicación de la enfermedad, hay un efecto que no hace deseable que se guarden muestras del virus: la humanidad se encuentra esencialmente desprotegida, no solamente ha perdido la inmunidad al virus, sino que tampoco tiene ya memoria genética. Ante un eventual escape o un ataque biológico, el tiempo de reacción de la industria y la consecuente vacunación mundial no sería suficientemente veloz como para evitar la muerte de cientos de millones de personas. A partir del año 2001, el gobierno de los Estados Unidos de América tomó medidas para que hubiera suficiente existencia de vacunas como para inmunizar a toda su población.
Sobre su tratamiento, desde su erradicación se han desarrollado fármacos que parecen arrojar resultados positivos en animales y experimentos de laboratorio, pero por razones evidentes no se ha probado su efectividad en humanos.
Dra. Fanny Quevedo
Médico Ocupacional
Especialista en Gerencia en Salud.
qcfanny@hotmail.com
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