Opinión

Viaje al centro de la oscuridad

La última etapa de esta odisea la vivimos el sábado en el Aeropuerto de Maiquetía.
sábado, 16 marzo 2019

El pasado fin de semana viajé a Caracas con unos amigos para cumplir compromisos académicos. La oportunidad era propicia para cambiar de aire disfrutando del ambiente de la sede de la Universidad Católica Andrés Bello (Ucab) en Montalbán. Allí pasamos el día jueves tratando de buscar una respuesta a la crisis de los derechos humanos en la actualidad. Al caer la tarde nos retiramos al lugar escogido para hospedarnos. Yo me fui casa de un familiar que vive en la urbanización El Paraíso y, nada más llegar, “se fue la luz. “No te preocupes, aquí en Caracas regresa rápido” me dijeron, y nos sentamos a esperar conversando en penumbras.
En el problema se presentó cuando, como dice la canción de Sabina, nos dieron las 10 y las 11, las 12 y la 1 las dos y las 3, y la luz no llegó. Y la claridad de mañanera trajo una preocupación mayor, no había ningún tipo de servicios, ni agua, ni telefonía, ni internet: nada. Al mediodía la concurrida y bulliciosa urbanización estaba totalmente sola. Por la tarde los vecinos de las casas apelaron a las costumbres de los pueblos y sacaron las sillas a la acera y allí se sentaron a conversar, mientras que los de los edificios permanecían asomados por las ventanas, porque cuando no hay WiFi ni televisión hay que asomarse para ver lo que pasa en la calle.
El apagón nos hizo experimentar lo que siente un hombre globalizado que está en contacto permanente con el universo y de repente se queda aislado, sin saber de la familia, del país o del mundo, solo con la compañía de quien en ese momento está a su lado: una soledad indescriptible.
Al atardecer, gracias a un viejo radio de pilas, comenzamos a escuchar las noticias donde se confirmaba que se había producido un apagón nacional y se hacía un llamado a la calma. Curiosa era la forma como el locutor trasmitía las noticias: “Pedimos a la gente que esté tranquila, no hay de qué preocuparse, el problema es que no hay luz en la mayoría de los estados del país” Y entonces empezaron las preocupaciones.
El apagón sirvió para confirmar que, cuando las bondades del progreso fallan, lo que permite que la vida continúe es la solidaridad humana. En esas horas oscuras los que tenían cocina a gas le cocinaba a los que tenían cocina eléctrica, los que tenían más agua le daban a los que no tenían, los que tenían carro daban la cola a los de a pie y así muchas cosas más.
La normalidad comenzó a recuperarse por etapas y entonces reapareció el debate político: por un lado la denuncia de sabotaje y por la otra el ataque cibernético, y en el medio, los que sufren las consecuencias de tanto desacierto, las verdaderas víctimas de la oscuridad: la gente.
La última etapa de esta odisea la vivimos el sábado en el Aeropuerto de Maiquetía: llegamos a las 10 de la mañana y a las 11 se fue la luz, entonces apareció el fantasma de la incertidumbre, no se sabía si íbamos a poder viajar y solo unos pocos locales atendían cosas básicas y “en efectivo”. Y así pasamos el día hasta las 8 de la noche cuando abordamos el vuelo de regreso a Puerto Ordaz. Para el recuerdo queda la imagen de los cerros de La Guaira totalmente a oscuras.
En resumidas cuentas, fuimos de viaje a cultivar el intelecto buscando soluciones sobre el drama humano, y el destino nos llevó al centro de la oscuridad. No solo la que se origina cuando falta la energía eléctrica, sino otra que es peor: la que es producto de la ceguera que impide ver la realidad y se alegra cuando regresa la luz que nunca debido faltarle. –

(twitter @zaqueoo)

 

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