Opinión

Un militar herido

El tiempo se detiene. El soldado herido da muestras de mejorías, después de haber sufrido más que una intervención quirúrgica, una auténtica “carnicería” no estrictamente necesaria, sino en orden a corregir un “defecto estético”, resultado de una primera operación.
jueves, 27 mayo 2021

Uno
La realidad militar posee la particularidad de desarrollar y fortalecer valores humanos fundamentales, no obstante nuestro imaginario nos lleve inmediatamente a fijarnos en el hecho de que nos referimos a un componente armado.

La lealtad incondicional por aquello que se ama es uno de estos valores que salta a la vista; lealtad que se traduce en la defensa —incluso hasta dar la propia vida— del objeto amado: familiares, conmilitones y la patria, por ejemplo. El acatamiento a la regla y a la orden —esperemos que sea impartida lo más razonable y justa posibles— es otro valor fundamental. El uso equilibrado de la fuerza física, siempre en calidad de defensa y nunca como provocación o ataque, es esencial y justifica la presencia y actuación de las fuerzas armadas.

San Ignacio de Loyola dedicó parte de su existencia a este mundo, puesto a la orden de la corona española, vio acción en el proceso pacificador de las comunidades vascas de Nájera y Guipúzcoa. Ignacio, como todo buen militar, hizo suyos los valores presentes entonces en el siglo XVI: lealtad y amor a su señor, apego a las órdenes y al código de valores propios de la caballería.

El 20 de mayo de 1521, Ignacio es herido mientras defiende con un puñado de hombres la ciudadela de Pamplona. La gallardía demostrada en la batalla le ganó el respeto y la admiración de las tropas enemigas, quienes lo trasladaron a casa para que lo curaran e iniciara el proceso de recuperación.

Dos
El tiempo se detiene. El soldado herido da muestras de mejorías, después de haber sufrido más que una intervención quirúrgica, una auténtica “carnicería” no estrictamente necesaria, sino en orden a corregir un “defecto estético”, resultado de una primera operación.

Ignacio se aburre. Para entretenerse, pide a su cuñada lecturas de caballerías, de hazañas y aventuras, de conquista y honores. La mujer, devota cristiana, le da a leer “La vida de Cristo” y “La vida de los santos”. Es así como Dios se colará en la vida de este soldado a través de la lectura espiritual y del monitoreo que Ignacio hace de los sentimientos que estas obras provocan en su interior.

Tres
Sin dejar de ser el mismo, Ignacio opera un cambio en su vida tan evidente que incluso sus parientes lo notan. Ignacio se ha convertido a Dios. De este hecho, la Compañía de Jesús —o Padres jesuitas, como también se nos conoce— celebra los 500 aniversario, invitando a todos los hombres de buena voluntad a reproducir el mismo camino que hizo el hoy san Ignacio de Loyola.

La experiencia a que se nos llama no implica colocar a Ignacio en el centro, sino a Jesús de Nazaret, de manera que, a partir de esta experiencia, se opere la misma conversión en cada uno de nosotros, dándonos la capacidad de ver todas las cosas nuevas: somos las mismas personas, pero contemplamos toda la realidad de modo distinto, percibiendo que con la gracia divina todo cuanto nos rodea adquiere un nuevo matiz.

Cuatro
De esta experiencia estamos urgidos los venezolanos. Contemplamos la realidad, y allí donde se posa nuestra mirada vemos caos y sufrimiento. Es menester transitar de la “herida” que aun no cicatriza a la mirada renovada, que nos coloca en pie nuevamente, que nos pone a andar por el sendero que Dios tiene para nosotros, que caminamos creativamente, propiciando dinámicas y realidades de vida, dando consistencia a valores fundamentales, importantes para nosotros, para los nuestros y para el país.

La conversión a que somos llamados se extiende a las obras donde trabajamos, a la Iglesia de Jesucristo y a nuestra rica pobre patria.

Las heridas cauterizadas inciden negativamente en nosotros si nos anclamos a ellas, reviviendo penosamente los hechos que las causaron. Las heridas cicatrizadas influyen positivamente en nosotros si las mostramos con orgullo, porque forman parte de la vida, porque forman parte del momento superador, donde no nos contentamos con hundir inmisericordemente el dedo, sino que las curamos y proseguimos propagando los valores en que creemos.

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