Opinión

Un herido al borde del camino

Así las cosas, se entiende relativamente que el levita respondiera de igual forma que lo hizo el sacerdote, no ya con el culto, sino con el Templo: hay un trabajo que cumplir, y nada se puede interponer.
jueves, 07 julio 2022

En nuestro imaginario religioso “el buen samaritano” es toda aquella persona que nos tiende una mano cuando más la necesitamos, y sin interés alguno. En no pocas ocasiones, nos hallamos en situaciones difíciles o imposibles de resolver por nosotros mismos, hasta que aparece alguien que nos presta el apoyo necesario, y desinteresado.

Esto se agradece de por vida, no se olvida al buen samaritano que se cruzó en nuestro camino y nos auxilió.

Tres tipos de personas
En el evangelio dominical, Lucas quiere transmitirnos una enseñanza. Un modo muy peculiar de hacerlo es colocarnos ante personajes contrastantes, para que reflexionemos sobre ello y nos decidamos qué modelo de persona abrazar para nuestra vida.

El relato dice que un experto en la ley mosaica se aproximó a Jesús y le hizo una pregunta evidentemente “retórica” —en principio “correcta” —, que podemos traducir: “¿En qué debo empeñarme para poder vivir de cara a Dios, en su espacio y según su voluntad?”. Al ser un perito de la ley, Jesucristo lo devuelve al campo que el hombre domina: “¿Qué lees en la ley?”. El maestro cita lo que ésta dice: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza” y con toda tu mente. Y “a tu prójimo como a ti mismo”.

Jesús lo felicita, diciéndole que no está lejos de lo que pretende. Acto seguido, el maestro de la ley pregunta una vez más por el “prójimo”. Y aquí Jesús, en lugar de responder directamente, le cuenta la parábola que presenta tres tipos de personas, y que ha pasado a nuestros días como la parábola del buen samaritano.
La narración tiene inicio con un hombre que es asaltado, molido a palos, mientras iba de una ciudad a otra, quedando malherido en el camino. Tres personas se cruzan con esta situación. Cada una de ellas responde a su manera.

• Un sacerdote
El primero en encontrarse con el herido es un sacerdote judío; intuye lo sucedido, da un rodeo y continúa su camino.

Sin ánimos de justificar la actitud del sacerdote, sin embargo, se comprende hasta un cierto punto: él está consciente de que no puede atender al herido, pues un eventual contacto con la sangre de éste, lo colocaría a él en una situación de impureza que le impediría cumplir con sus deberes religiosos.

¿Dónde está lo inconcebible de este modelo? El sacerdote no ve una persona, sino un potencial riesgo para un correcto cumplimento de sus obligaciones religiosas.

Él coloca sus deberes por encima de la persona necesitada de ayuda. El sacerdote no es prójimo para el pobre diablo que yace por tierra.

• Un levita
La historia se repite, pero ahora con un levita como personaje. El levita procede de la tribu de Leví; su figura y funciones sufrieron muchas y profundas modificaciones a lo largo del tiempo, concentrándose en todo lo referente al Templo y a algunas decisiones políticas. Esto colocaba pues a los levitas a cierta distancia de la población.

Así las cosas, se entiende relativamente que el levita respondiera de igual forma que lo hizo el sacerdote, no ya con el culto, sino con el Templo: hay un trabajo que cumplir, y nada se puede interponer.

El herido representa para el levita un retraso, y él no se lo puede permitir. El levita tampoco es prójimo para el maltrecho hombre.

• Un samaritano
Finalmente, el evangelio ofrece un tercer tipo de persona. Es un samaritano. Es decir, proveniente de Samaria. En un largo recorrido histórico que incluye vaivenes y altibajos, los samaritanos fueron rechazados por Israel, al no considerarlos verdaderos judíos puesto que se mezclaron con extranjeros. Por si fuera poco, el abismo entre ambos aumentó con la construcción de un templo de parte de los samaritanos para adorar al Único y Verdadero Dios (el mismo de los judíos). En resumen: a los ojos de los judíos, los samaritanos eran personas con quienes no convenía relacionarse, de mala fama; “medios judíos” e idólatras.

La parábola dice que pasó un samaritano, se encontró con el anónimo herido: lo “vio”, se “compadeció”, lo curó, pagó su alojamiento en una posada y se comprometió a pagar futuras deudas, porque pasaría nuevamente. Hasta aquí la parábola.

No olvidemos que la parábola pretende responder a la pregunta por el “prójimo” del maestro de la ley: Jesús le preguntó entonces al maestro quién de los tres hombres se portó como prójimo del herido. El maestro dijo que el tercero. El evangelio termina con las palabras de Jesús: “ve y haz tú lo mismo”.

Muchas cosas pueden decirse del hecho de que Lucas se valga de un samaritano como ejemplo de prójimo. Personalmente, resalto que este samaritano ve y se compadece. Ve a una persona necesitada, y la auxilia yendo incluso más allá del promedio, porque paga y se compromete a saltar todos los gastos. Por ninguna parte se dice o da a entender de que el samaritano pretenda sacarle provecho a esta realidad: la necesidad del otro, no es un “negocio” para él.

El dolor del herido lo padece igualmente el samaritano; por eso, actúa. Como decía al inicio, estamos en presencia de una pedagogía, en la escuela de los seguidores de Jesús. Puestos frente a esta lección, el paso siguiente es elegir con cuál de los tres identificarnos, y actuar en consecuencia.

Heridos a la vera del camino tenemos muchos; también buenos samaritanos. Personas que ven con honestidad la realidad, se compadecen de la visión y se activan a partir de este sentimiento sin esperar que se les devuelva el favor.

Venezuela está llena de heridos y de buenos samaritanos; algún día habrá que abordar el tema de los bandidos y salteadores.

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