Tiempo, lugar y claridad
Ciertas dinámicas y realidades tienen su tiempo y lugar. En palabras de la Biblia se diría que llegó el tiempo para recoger los frutos. Todos hemos hecho experiencia de esto, atesorando sabiduría. Intuir “cuándo” y “dónde”, nos habilita para sopesar situaciones, discernir eventos y tomar decisiones.
San Marcos nos coloca en Cesarea de Felipe. Formamos parte de la comitiva de los discípulos que sigue a Jesús al lugar más alejado con relación a Jerusalén, al que Él se dirigió. Es el espacio y momento ideal para colocar todas las cartas sobre la mesa, de manera que los apóstoles no se hagan falsas expectativas.
Jesús es el Mesías, tal como lo proclama san Pedro. Lo que falta por asimilar es que la misión de Jesús pasa por la pasión y la muerte en cruz. Mientras Jesucristo se halla con los suyos en el extremo norte de Palestina, sus adversarios urden planes asesinos para acallar su buena noticia.
Tiempo, lugar y claridad en las palabras: “quien quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz y me siga (…); el que pierda su vida por mí y por el evangelio, la salvará”. Este modo de concebir la realidad —tan a contracorriente con lo que asimilamos desde pequeños—, nos libera de todo tipo de atadura y aligera nuestras cargas para seguir ágilmente al Señor.
Uno de los grandes escándalos que debieron digerir los discípulos es precisamente el que refleja san Marcos. Es decir, ellos se niegan a aceptar que el Mesías —tal como ellos lo entienden y quieren— tenga que morir. Esta revelación acaecida en Cesarea de Filipo los ha dejado en shock; están desubicados, espiritualmente anonadados, mundanamente decepcionados.
Endurecí el rostro
El desenlace final de la historia de Jesús se aproxima, precipitándose sobre Él, amenazando con arrasar todo cuanto inició con su predicación. Jesús es reo de muerte; no tiene escapatoria. ¿Cómo se comporta Él?
En primer lugar, Jesucristo se prepara para lo que vendrá. Es el significado del Canto del Siervo Sufriente de Isaías: los enemigos del Señor encuentran a Jesús preparado para pasar por su pasión y muerte. Así lo refleja la imagen del rostro endurecido como pedernal. Él entra conscientemente en su pasión.
En segundo lugar, Jesucristo coloca toda su confianza en Dios Padre, esperanzado en que su auxilio y consolación estarán a mano, como en los mejores momentos de su relación. Jesús siempre encuentra en Dios la paz, consciente de que Dios nunca lo dejó en paz. Jesús no entra en su pasión en solitario, sino que Dios va de su lado y así Él lo percibe.
Fe y obras
La carta del apóstol Santiago tiene la ventaja de decir las cosas directamente. Al dirigirse a la comunidad, Santiago no se anda con rodeos: una fe sin obras es una fe muerta.
Se trata de una respuesta expedita para quienes se plantean falsa o deshonestamente una cuestión carente de sentido, desde el punto de vista cristiano. La fe nos motiva a actuar, y nuestras acciones son reflejo de nuestra fe.
Ahora que nos corresponde a nosotros continuar la historia iniciada por Jesús, hemos de estar claros en que nuestras mejores palabras son nuestras obras. Esto se llama “coherencia de vida”. Lo que decimos lo hacemos, y lo que hacemos se enmarcan en nuestros discursos; no somos apóstoles que únicamente hablan bonito, sino que actuamos. No somos apóstoles improvisados, sino que nuestras acciones son la concreción de nuestras palabras.
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