Servidor y esclavo de todos
Mi Reino no es de este mundo
El poder y su respectivo ejercicio son realidades humanas palpables. Todo grupo social posee líderes cuya principal función es procurar que la tesitura que lo compone se densifique, reportando beneficios a todos sus miembros.
Generalmente, las sociedades escogen a aquellos que mejor representan sus intereses, lo cual implica el conocimiento previo de los planes y programas de los potenciales dirigentes.
Tomar las riendas del poder supone, pues, supeditarlo todo al bien común. Se gobierna en favor de todos. El poder inherente al gobierno y a la dirección no deben ser en modo alguno para el propio beneficio.
Por lo que a Jesucristo se refiere, el ejercicio concreto de la autoridad con que estaba investido para llevar adelante la misión que Dios Padre le encomendó, sirvió de ejemplo para el tiempo que le tocó vivir y ayuda actualmente para relativizar todo modelo sociopolítico, al ser perfectible. Jesús mostraba el poder que poseía mediante el servicio incondicional a todos los que encontraba, y sirviendo de manera especial a aquellos a quienes el sistema político-religioso descartaba, excluía.
El Reino predicado por Jesús no tiene asidero o copia los reinos terrenos existentes.
Sentarnos en tu gloria
Nos hallamos en el décimo capítulo del evangelio de Marcos. El Señor Jesús camina a Jerusalén, donde tendrá lugar el desenlace de su vida terrena.
Mientras mantiene el paso, Jesucristo pacientemente se da a la tarea de enseñar a sus seguidores, consciente de que ellos deberán dar continuidad a su misión.
La situación se hace más dramática porque en el recorrido emergen dinámicas e intereses que no tienen absolutamente nada que ver con el Reinado de Dios, que aumentan el peso de la pasión de Cristo precisamente porque lo dejan solo en su “vía crucis”, y porque denotan que los discípulos tienen “otra agenda”, que no dista mucho del modo mundano de ejercer el poder y la autoridad.
Estas pretensiones generan además la división entre los Apóstoles. Pero Jesús no pierde los estribos; al contrario, se vale de la ocasión para reconducir las aguas a su cauce original: toda función directiva dentro del grupo es para el servicio, y no para provechos individuales, engrosar los bolsillos y el abdomen pisoteando a los otros.
Jesús de Nazaret está claro que Santiago y Juan compartirán su pasión, de la misma manera en que está claro que quien pretenda ocupar el primer puesto, teniendo ascendencia real sobre los demás, debe hacerse el servidor y esclavo de todos. Esa es la vía cristiana para ejercer el poder. No pateando al otro, sino propiciando siempre su humanización.
Cargando con la realidad
El proyecto de Jesús supone la misericordia. Es decir, Él, en su condición de Sumo Sacerdote se compadece de su pueblo y de sus respectivas debilidades, y a él se entrega por entero. Al comportarse de esta manera, todo cuanto lleva entre manos prospera, la luz llega al alma y todos nos vemos justificados.
Lo apenas dicho brilla por su ausencia sin duda alguna en la actual situación de nuestro país, donde la pobreza ha golpeado inmisericordemente a los pocos que continúan echando suerte en este rico, pero empobrecido territorio. Con excesivo dolor constatamos que quienes dirigen las riendas de Venezuela pareciera no sufren ante la dramática situación que padecemos la mayoría hoy día.
De parte nuestra, debemos continuar insistiendo en las pautas que el Maestro nos ofrece mientras sube a Jerusalén, o sea, convencernos de que la mejor manera de ejercer la autoridad es a través del servicio al grupo. Allí radica nuestra humanización y prosperidad social.
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