Opinión

Semana en domingo

Es increíble la dinámica de los conflictos geopolíticos, porque ahora Cuba y Estados Unidos coinciden en el respaldo a Guyana, a pesar de que la isla sigue recibiendo combustible regularmente desde Caracas.
domingo, 24 enero 2021

Acuerdo militar USA Guyana
Si algo le faltaba al diferendo limítrofe con Guyana por el Esequibo, eran estas maniobras militares conjuntas de la marina de Estados Unidos con la de Guyana, con el pretexto de patrullar contra el narcotráfico y la pesca ilegal.

El acercamiento comenzó el año pasado con la visita a Georgetown del secretario de estado norteamericano, Mike Pompeo, y la firma del acuerdo Shiprider.

Luego fue la visita del navío Stone, de la armada de Estados Unidos, para las manobras conjuntas, a lo que siguió la visita del almirante Craig Faller, jefe del Comando Sur de las fuerzas armadas norteamericanas.

La intención, obviamente, es enviar un mensaje al gobierno de Venezuela, en el sentido de que cualquier acción armada en relación el reclamo del Esequibo, tendría una respuesta militar norteamericana.

Es increíble la dinámica de los conflictos geopolíticos, porque ahora Cuba y Estados Unidos coinciden en el respaldo a Guyana, a pesar de que la isla sigue recibiendo combustible regularmente desde Caracas.

Desde el punto de vista de los resultados concretos, algo le ha faltado a la estrategia diplomática de Venezuela en el reclamo del Esequibo.

Hemos estado actuando siempre sin iniciativa propia, respondiendo en cada oportunidad a las iniciativas de Guyana, muy bien asesorada por la diplomacia de Londres desde que le otorgó la independencia en el 66.

Ahora estamos a la espera de la decisión que adopte la Corte Internacional de Justicia de La Haya, aunque ya nuestra Cancillería declaró que en ningún caso acatará esa sentencia, cualquiera que ella sea.

La visita del almirante Faller, según la cancillería de Georgetown, no dejó lugar a dudas: “se trata de establecer un convenio de seguridad militar entre Guyana y Estados Unidos”.

Ahora Biden
Durante los cuatro años del mandato de Trump, una parte de los venezolanos esperaba una decisión del gobierno norteamericano, que pusiera fin a la crisis de nuestro país, y ahora, otra parte de los venezolanos espera que la solución a nuestro problema venga de parte de Biden.

Porque en el fondo seguimos confiando en que la solución nos llegue desde afuera, perdidas como están las esperanzas de que esto lo resolvamos aquí adentro, por el voto libre y por vías pacíficas.

Mucho se habla, sobre todo en Estados Unidos, de la posibilidad que con Biden haya un cambio en la estrategia contra el gobierno de Maduro, que pudiera dar mejores resultados que con Trump.

Sin embargo, nadie en el equipo del nuevo mandatario ha confirmado absolutamente nada, y lo que único que se conoce son rumores que circulan en el círculo de funcionarios del gobierno de transición de Guaidó, en el exterior.

Algunos líderes de la oposición en el exterior han asegurado que ya se han producido algunos contactos informales entre el gobierno de Maduro y delegados de Biden, pero no ha habido confirmación de ello por ninguno de los dos gobiernos.

Sin embargo, otros dirigentes de oposición niegan la posibilidad de estos contactos, alegando que ello implicaría el reconocimiento de facto del gobierno de Maduro por parte de la administración Biden, que oficialmente sigue reconociendo a Guaidó como presidente interino.

Agregan que cualquier posible diálogo con el gobierno de Maduro, por parte de Biden, tendría que pasar primero por la aprobación de Guaidó.

De todas maneras, hay varios dirigentes de la oposición en el exterior, que están convencidos de que las sanciones no resuelven nada, y están trabajando para tratar de que Biden las reconsidere, por lo menos en lo que se refiere a la posibilidad de negociar elementos indispensables, como alimentos, medicinas y combustible.

El tiempo, inexorable
El tiempo avanza de manera inexorable, sin que nuestra situación varíe en lo absoluto. Estamos como congelados en un limbo, sin que el paso de los días, meses años, y décadas, signifique cambio alguno, o posibilidad real de algún avance.

Ya hay una generación adulta, nacida en esta era chavista, que no conoce otra realidad, como no sea esta crisis, ya para muchos eterna. Con el avance del tiempo, crece el número de compatriotas que han cambiado sus prioridades, dejando de lado el hecho político, para enfocarse en cómo sobrevivir de la crisis de la mejor manera posible.

Ya lo de que Maduro deje el poder, o siga allí atornillado, es secundario, frente a la necesidad de enfrentar los diversos problemas cotidianos que afectan la calidad de vida de la familia.

Y adicionalmente están los problemas generados por la pandemia, que vinieron a sumarse a los que ya había antes de la cuarentena. Hay un viejo refrán que dice que el tiempo lo cura todo, aunque en nuestro caso ha sido todo lo contrario.

El tiempo no solo no ha curado nada, sino que, con el paso de los años, la crisis en todo orden lo que hecho es profundizarse hasta ser insostenible.

Dicen que “No hay mal que dure cien años”, lo que de ser cierto nos daría alguna esperanza, aunque estos 20 años ya parecen un siglo. Pero la gran pregunta es ¿Habrá aprendido finalmente la lección este pueblo? ¿Habrán servido de algo estos 20 años de tragedia?

Tengo mis dudas al respecto y en este sentido cito el caso del pueblo argentino, que premió todos los malos actos de Cristina, llevándola de nuevo a la Casa Rosada, ahora como vicepresidenta, para darle inmunidad. Los años pasan y el tiempo avanza, pero seguimos retrocediendo.

CUATRO
Uno. Contraje una fuerte virosis que me tumbó en cama varios días. A la espera de los resultados de exámenes precisos, varios amigos médicos me aseguran que fue Covid. Me afectó como aquella gripe que llamaron “La quiebra huesos”. Quedé como si me hubiera pasado una aplanadora por encima. Estoy recuperado, pero les quiero comentar que una de las cosas que más afectan, es la información que uno tiene acerca de las posibles consecuencias de esta enfermedad. Si uno no supiera del Covid 19, esto sería como una gripe fuerte, salvo para quienes tienen enfermedades de base, en cuyo caso la situación es totalmente distinta. En mi caso, soy hipertenso, pero gracias a Dios lo superé en una semana. Lo peor fue una afonía total, y la pérdida parcial del gusto y el olfato. A lo mejor ayudó que desde que comenzó la cuarentena, en marzo, en mi casa tomamos diariamente limonada bien concentrada y aspirina. No está demás, por si acaso.

Dos. No tengo detalles precisos del incendio de los tambores de aceite en Sidor, pero ojalá no tengan nada que ver con apirolio, porque allí sí podría haber un problema mayor. No creo que la irresponsabilidad llegue hasta el extremo de poner en peligro la vida de centenares de personas. Allí tiene que haber una investigación, para determinar las responsabilidades y sancionar al que haya que castigar, sea quien sea. Según lo entiendo, socialismo no tiene nada que ver con impunidad, aunque al parecer algunos lo relacionan con bochinche general.

Tres. Pasan años y años y no veo que se reclame la devolución, o la entrega de cuentas, de los recursos adelantados a la empresa argentina, a la que se le dio el contrato para el montaje de las turbinas de Tocoma. No tengo confirmación precisa, pero técnicos que trabajaron en ese proyecto me aseguran que se pagó un alto porcentaje del monto total, sin que lo hecho se corresponda con ese pago. Es más, hay expertos que me aseguran que si en algún momento se decidiera terminar esa central, habría que hacerle una inversión superior a lo ya pagado.

Cuatro. Siguen saliendo vacunas contra el Covid 19, pero están siendo
acaparadas por los países con mayor poder económico. Hay países que no tienen recursos ni siquiera para montar un sistema de vacunación masiva, en el supuesto de que les regalen las dosis. Por eso muchos expertos mundiales están planteando que las vacunas, todas, sean pagadas por el Banco Mundial, y que se distribuyan según las necesidades prioritarias de cada nación, comenzando por el personal sanitario y la población más vulnerable. Ni siquiera esta pandemia ha logrado equilibrar la gran diferencia entre países ricos y pobres.

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