Opinión

Sé vivir en pobreza y abundancia

Si consultara a nuestra población, probablemente el 86 % afirmará que desearían saber que es la abundancia.
jueves, 08 octubre 2020

Existe un sabor de despedida en las palabras de san Pablo que dirige este domingo a los Filipenses. Una vez más, echa mano de los opuestos para aumentar la curiosidad de sus oyentes, quienes imploran ansiosos les dé a conocer la síntesis de estos extremos: ¿Cuál es la clave para saber ser tan flexibles ante situaciones netamente diferentes? ¿La resiliencia o el sentido común? ¿La comprensión o la resignación?

Si consultara a nuestra población, probablemente el 86 % afirmará que desearían saber que es la abundancia, porque de pobreza hay demasiada experiencia. El fardo se hace cada vez más pesado, incluso insoportable. No es inclusive exagerado afirmar que muchos de los nuestros están muriendo a causa de tanto pecado estructural histórico, originado por hombres y mujeres concretos.

Pablo ha buscado en todo momento la Verdad, hacer lo correcto. Durante toda su vida, Saulo ha sido fiel a la ley, se ha comportado teniendo siempre presente los mandamientos del Señor. Esta vida determinada por la Justicia, sin embargo ha estado igualmente signada por las penurias y desolaciones propias del error, del rechazo fruto de la desconfianza, porque los perseguidos no estaban del todo seguros de su conversión, aunque después esta desconfianza vendrá del grupo al que Pablo pertenecía anteriormente.

No es suficiente: Pablo beberá el cáliz de hiel que le darán las comunidades que tanto amó, decepcionándolo con sus desenfrenos o mezquindades.

Generalmente, la abundancia tiene que ver con cubrir las necesidades y algo más, permitiéndose algunas superficialidades por el simple hecho del disfrute y del placer. La pobreza es carencia. Por su lado, la abundancia es presencia. Pablo conoce ambas realidades. De lo primero, nos consta por su historia.

¿Qué hay sobre lo segundo? La riqueza en su vida está relacionada con la persona de Jesucristo, quien lo conforta en la tribulación, la carestía y la escasez.

Los seres humanos solemos pensar la realidad como si estuviera constituida por espacios cerrados. Es decir, una cosa sería “la pobreza” y otra “la abundancia”. Con otras palabras: no se puede probar la abundancia en estadios de pobreza, y viceversa. Este es el mensaje de las lecturas del domingo. Se puede ser rico y simultáneamente pobre como persona.

Tan cierto es todo lo anterior, que hay una política de Estado dedicada a borrar de nuestras vidas la abundancia que nos da la auténtica felicidad, que nos mantiene firmes en el problema y brillante en los momentos oscuros, llenos de minas de dudas.

La presencia del Señor es nuestra riqueza, pues es magnánimo en hacerse presente y actuante a través de nosotros. Es nuestra estructura ósea, nuestro espíritu y quien permite que nuestro corazón cabalgue sobre las incertidumbres.

La felicidad no se experimenta cuando la tristeza pasa, sino que se vive en medio de ella. Esa es la acción que viene del cielo: grilletes y barras no son suficientes para que Pablo sea libre en Jesús de Nazaret, su Amigo que nunca lo abandona. Esta experiencia la desea Pablo para todos los suyos, y también para nosotros.

Los venezolanos somos personas necesitadas. La mayoría está urgida de cubrir los mínimos necesarios. Nos hallamos en condiciones de sobrevivencia, rogando al cielo que no sea demasiado tarde. En esta lucha por la supervivencia, no podemos permitirnos se nos arrebate la profunda felicidad que probamos, no porque estamos con el agua al cuello, sino porque, precisamente ni siquiera el agua al cuello es motivo suficiente para apartarnos de Dios, y que él se separe de nosotros. Que así sea.

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