Satanás cae del cielo como un rayo
Satanás representa la personificación del Mal. El Mal existe y seguramente muchos de nosotros hemos padecidos sus efectos, o hemos contribuido a fortalecerlo con nuestras decisiones y acciones.
En no pocas ocasiones he insistido en que la Buena Noticia de Jesucristo tiene que ver con el hecho de estar con Él; todo lo demás viene después, y se apoya en este encuentro debidamente cuidado, de manera que represente en nosotros la fuente de donde brotan nuestros sueños y esperanzas, pero también que se coloque frente a nosotros como horizonte que explica cuanto hacemos.
Jesús nos llama a estar con Él y a trabajar como Él lo hace, predicando el Reinado de Dios. Es decir, restándole espacio al Mal operando el Bien, superando el Mal no aplastándolo con la fuerza, sino penetrándolo hasta lo más profundo de su realidad, donde se nos muestra como misterio. De allí que no podamos dar cuenta de su origen, sino solo de su existencia.
Un segundo elemento que emerge de la lectura de la Palabra de Dios, de la oración y del diálogo con la realidad que nos corresponde, lleva a afirmar categóricamente que Dios Padre no tiene absolutamente nada que ver con el Mal. No hay relación alguna entre ambos; es más, Dios mismo sufre las consecuencias del Mal con la pasión y muerte de Jesús.
Al igual que Dios Padre, nosotros no tenemos —no queremos tener— que ver con el Mal, como tampoco Jesús ni sus discípulos, que, en la lectura del Domingo son enviados a predicar el Reino.
De dos en dos
Jesús envía pues a los suyos a los lugares donde Él piensa ir. Porque nos encontramos en la escuela del discipulado de Lucas, el evangelio aterriza en una serie de detalles curiosos, simpáticos o por obvios, o por inverosímiles. Personalmente, un proyecto de sonrisa se me dibuja en la cara cuando intento imaginarme a Jesús que recomienda los apóstoles “no saluden a nadie por el camino”, o cuando les aconseja “no anden cambiando de casa en casa”.
Existen también preavisos más serios de Jesucristo a los discípulos: “los envío como corderos en medio de lobos”. Es decir, son mensajeros de paz mandados a situaciones y personas que tienen la violencia y el mal como primera opción. La recomendación de más peso se resume en la frase “paz a esta casa”.
El centro del mensaje es escueto, sencillo: “el Reino de Dios ha llegado a ustedes”. Su irrupción coincide con la presencia de Jesús en medio nuestro. La doctrina que comporta la predicación del Reino no es otra que el modo de ser de Jesús, cuanto hace y dice, como lo hace y como lo dice. Esto lo han aprendido los discípulos porque han estado con Él. El aprendizaje les vino por ósmosis, del ejemplo que es el Maestro. El resto de esta doctrina será tarea de la Iglesia que sucederá a los discípulos.
El evangelio menciona de pasada que los setenta y dos discípulos fueron enviados de dos en dos. No es un dato a descartar inmediatamente; podemos pensar que el trabajo es más llevadero si se cuenta con otro. Esto es cierto. Sin embargo, la mención a la pareja misionera tiene que ver con lo que sigue a continuación, o sea, el testimonio de los discípulos.
En efecto, en la cultura judía la veracidad de un testimonio se garantiza con la presencia de dos testigos, de modo que, sin haberse coludido, son capaces de ofrecer una versión coincidente de los hechos porque ambos estuvieron presentes, fueron testigos oculares de lo ocurrido.
Lo que los discípulos relatan a Jesús es verdadero. La verdad se funda pues en el testimonio de al menos dos testigos.
Ahora nos preguntamos, ¿Qué fue lo que vieron? ¿De qué son testigos veraces?
Los demonios se nos someten en tu nombre
Es la síntesis del trabajo realizado. Son frutos de paz. El Mal cede, retrocede; es vencido. Sus fuerzas y artimañas se debilitan. El Bien supera toda maldad presente. La paz determina las relaciones. Los hombres no son lobos, sino hombres.
Del testimonio de los discípulos, Jesús afirma ver “caer a Satanás del cielo como un rayo”. Con otras palabras, el reinado del Mal y del pecado han llegado a su fin. Fallaron. Perdieron, cayeron del pedestal donde se hallaban.
Sometido el Mal, ¿reclamamos su cabeza como trofeo de guerra, como botín de guerra? ¿Exigimos la justa condecoración por los méritos demostrados en el campo de batalla?
¿Pedimos un Ministerio, o un bodegón para gestionarlo?
Jesús invita a los suyos a alegrarse, no por haber subyugado tanto diablo suelto, sino “porque sus nombres están inscritos en el cielo”. Lo que es igual: el solo hecho de estar ya a su lado es motivo de alegría. Incluso antes de darme a predicar su reinado de paz, mi alegría está a buen resguardo, mi nombre fue ya inscrito en el cielo. Él me garantiza el botín mucho antes de que marche a la batalla.
El Bien ha superado ya el Mal aún antes de mi participación. Obviamente, esto no me exime de aportar mi granito de arena en beneficio del Reinado de Dios.
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