Opinión

Saber esperar sin desesperar

Esta es la idea clave que no siempre se nos enseña, y que marca una diferencia a la hora de tener que esperar por algo o alguien.
jueves, 04 agosto 2022

En los evangelios existe una dinámica constante, que coloca en un mismo plano “la promesa” con “saber esperar, activa y responsablemente”.

Del resultado de esta relación en nuestras vidas, debemos —por lo que señalan los mismos evangelios— dar cuenta.

La concreción de la “tarea” encomendada se hace más real si se apoya en la fe, a ejemplo de muchos que nos precedieron en el seguimiento a Jesucristo.

Los párrafos anteriores resumen lo que deseo compartir, apoyándome en las lecturas de la Eucaristía del domingo próximo.

La calidad de la promesa
Dice el refrán: “quien espera, desespera”. El dicho no está lejos de lo que suele ser la experiencia para el común de los mortales a la hora de tener que esperar por cualquier motivo; añado que la experiencia no es definitivamente agradable.

Esta realidad de tener que esperar no le es ajena a la Sagrada Escritura. El paciente por antonomasia —incluso por encima de Israel— es el cristiano. A nosotros, Jesús nos prometió que volverá; nos hallamos, pues, en pleno siglo XXI a la espera del cumplimiento de su palabra.

Israel y los cristianos hemos aprendido a concentrarnos en el contenido de lo que se nos prometió, para no desmayar dada la larga espera.

Esta es la idea clave que no siempre se nos enseña, y que marca una diferencia a la hora de tener que esperar por algo o alguien.

Tener siempre ante nuestros ojos aquello que se nos prometió, permite que no nos deprimamos, o nos arrope el pesimismo, o sencillamente nos convirtamos en cínicos y desconfiados sistemáticos.

Si tomamos el ejemplo del pueblo de Israel, él supo mantener su penoso camino por el desierto, una vez liberado de la esclavitud a que lo tenía sometido Egipto, gracias a la promesa que Dios le hiciera de darle la tierra que le tenía preparada.

En el recorrido hacia el cumplimiento de tal promesa, evidentemente que Israel gozó de los mismos bienes prometidos desde los inicios, y sorteó los mismos peligros que tuvieron que afrontar quienes los precedieron.

La fe como fundamento y garantía
Estar lúcidos en cuanto a lo que se nos prometió, ayuda; pero no es suficiente. Para Pablo, la fe es el fundamento de lo que se espera, y garantía de lo que no se ve.

Es decir, a la conciencia debemos sumarle la confianza, de modo que nuestra vida y trabajo estén informados por “pensamientos sanos” que dan paso a las convicciones, certezas y principios con los que nos movemos.

¿Se trata solo de bellas palabras? Pablo no se contenta con hablar, sino que pone ejemplos concretos iniciando con Abraham, quien, una vez aceptada la promesa de Dios, dejó su tierra sin saber adónde Yahvé lo conduciría. Durante la travesía, no perdió de vista la promesa.

Sin embargo, la certeza que tuvo de que la promesa se cumpliría, le sirvió de acicate para vivir como extranjero, habitando en tiendas: él buscaba una patria, sin dejar de añorar aquella de donde había salido. De esto, los venezolanos tenemos mucho que decir, y con propiedad.

No temas, pequeño rebaño
Una de las convicciones que me acompañan es: “lo contrario de la fe no es la duda, sino el miedo”. Ésta se apoya en el episodio de Jesús que camina sobre las aguas del lago, y de Pedro que pretende imitar al Maestro, pero esto es harina de otro costal.

A la conciencia permanente y a la fe como base, Jesús añadirá la espera activa y responsable. O sea, los cristianos no esperamos el cumplimiento de aquello que se nos prometió con los brazos cruzados, tranquilamente acomodados o, al contrario, envilecidos, victimizándonos, deprimidos.

Es tarea nuestra mantener las lámparas encendidas, preparados siempre, trabajando siempre. Somos los administradores fieles y prudentes de cuanto se los encomendó, valiéndonos del poder y de la autoridad con se nos invistió, única y exclusivamente para servir a los prójimos, y no para provecho propio o para atropellar a los semejantes.

Es nuestro mayor tesoro, el bien que hemos de acumular sin temor alguno. Donde esté este tesoro, estará también nuestro corazón.
Esto es lo que se espera de nosotros. Pues bien, conociendo aquello que se espera de nosotros, conscientes de nuestras responsabilidades, debemos llevarlo a cabo como si todo dependiera de nosotros.

A nosotros como pueblo se nos ha prometido mucho, y hemos sido muchas veces engañados, desilusionados, usados y desechados, e incluso obligados a abandonar la patria, últimamente.

Tenemos la ocasión de volver sobre nuestros pasos, para con mayor conciencia entender las promesas que se nos hacen, aceptando solo aquellas que honestamente pretenden nuestro bienestar; podemos confiar sin miedo en aquello que aspiramos, aunque aún no lo veamos.

Finalmente, tendremos que comprometernos activa y responsablemente para que la promesa se haga realidad: traer al presente aquello que reposa en el futuro. Esperar sin desesperar.

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