Rafa Colmillo y la mata mardecida (Anecdocuento)
Maldición es una palabra que en sí misma contiene una especie de poder maléfico que pone a temblar cuando la escuchamos, y otra cosa peor cuando somos nosotros mismos quienes por equis razón en mala hora la decimos.
A menudo los religiosos dicen que las personas no entendemos o no queremos entender cuan dañina es esa palabra en nuestra boca, con la cual incluso muchas veces se daña a seres queridos al dejarse dominar por la ira y el resentimiento.
Por su parte el filólogo español Roque Barcia trata de explicarla mediante las frases, maldecido vicio y maldito vicio. Maldecido vicio quiere decir que es un vicio inmoral, censurable, feo. Maldito vicio quiere decir que ha caído sobre él la maldición divina. Lo maldecido es malo. Lo maldito es impío. Lo maldecido pertenece a la moral. Lo maldito pertenece a la religión. La traición, por ejemplo, es maldecida. El demonio es maldito.
Pero al margen de lo que dicen los eruditos, teólogos, científicos, sabios, maestros, iluminados, consagrados sabelotodo y el top ten de los necios, este mundo también ha dado a luz a una extendida clase de amargados de oficio, que dando saltos olímpicos por encima de lo que dicen o pudieran haber dicho aquellos, dan uso común a esa palabra quizás sin el temor que produce la ignorancia, como cuando Rafa Colmillo estaba tumbando el último mango que quedaba de una gran carga que había echado la mata de su casa.
Colgaba de una de las ramas mas altas, estaba bien maduro y era grande como una lechosa, pero ya Rafa había perdido la paciencia de tanta piedra y palo que le había lanzado, incluso sentía que el brazo se le iba a salir del sitio donde el creador se lo había puesto, le fallaba el aliento, la nicotina le salía en pasta por la nariz y para colmo el último proyectil que utilizó fue una tabla, sin darse cuenta de que tenía un clavo que casi le llegó hasta la uña del pulgar derecho.
Con la sangre goteándole pero aún decidido a tumbarlo, pues muy probablemente iba a constituir el cierre alimenticio del día, colocó los brazos en jarra y fijó la vista en el suelo pensando en una alternativa para bajar la preciada fruta.
Sin darle importancia a la intensidad del goteo, decidió buscar un bate que tenía debajo de la cama para lanzárselo, y mientras se sacudía desesperadamente unas hormigas que le habían tomado los pies por asalto, vio como Miguel Rastrillo, un vecino con quien había tenido varias trifulcas, le lanzó una pepa seca de su misma especie al solitario mango que se vino abajo al primer intento, con tan mala crema para Rafa que le cayó directo en la cabeza, rebotó como una pelota, rodó por una pendiente y se escurrió hasta la calle por un hueco que había en el alambre de la cerca.
Miguel Rastrillo lo agarró, y como no estaba dispuesto a compartirlo con nadie y menos con él, lo limpió con la franela, le dio un mordisco y continuó su camino silbando una melodía, dejando al iracundo Rafa Colmillo gritándole al frondoso árbol: ¡te secarás mardita mata, y si floreas no cargarás, y si llegas a cargar, tus mangos serán socatos! A mi no me crean, pero cuenta la leyenda que la mata más nunca cargó, ¡sape gato!
viznel@hotmail.com
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